Cuento inacabable con forma de o entre paréntesis PARTE II (a editar)
(Aunque parezca mentira hubo un tiempo en el que al mono hombre le gustaba tener esclavos. Aunque parezca trola exponencial hubo un tiempo que todavía lo sigue siendo. Epicteto uno más entre los siervos sometidos de la zona helena que además compartía sangre turca, por lo visto y leído, se tomaba lo de su sumisión involuntaria con una paciencia envidiable porque la alternativa, claro, siempre fueron cien latigazos en espalda y glúteos. Su dueño iba de lo que en el argot de taberna a rebosar se conoce como de paranoico del copón, y de ahí que siempre mandara encadenar primero a sus esclavos nuevos antes incluso de darles nombre y firmar el contrato de compra y adquisición perpetua. “Conmigo no le hará falta eso”, le había dicho nuestro turco helenizado todavía mirando a las nubes por última vez. “¿Acaso no ve Vuecencia que si conmigo usa usted grilletes me va a romper el único medio anatómico que dispone mi frágil cuerpo para moverse por estas campiñas de avena suyas y de Zeus? No se preocupe Su Excelencia Primate XII, que yo no me escapo.” “Sí, sí me preocupo, que a todos os gusta iros de marcha cuando nadie vigila.” Pues nada, que grillete al tobillo y ¡crack!, como podía imaginarse uno que entendiese dos pijos y medios sobre esqueletos helénicos “escuchirrimizados”, como solía decir mi tío cuando le entraban ganas de explicarnos que él también podría haber ido a la universidad. En fin, que con tobillos rotos o no, nuestro Epícteto por lo visto ni se quejaba y que siguió trabajando como mejor le permitía su cuerpo de seda (supongo que de rodillas) la tierra de su mono dueño mono. Tan sorprendido andaba éste con el comportamiento estoico y, por qué no, un tanto abyecto de su esclavo, que a las mil lunas y a las mil primaveras decidió no solo concederle la libertad (“¡Mirad, cabrones! ¿Veis? ¡Así ha de comportarse un esclavo!”, me imagino que gritaría en vano al resto de la manada encadenada), sino que además le ofreció un contrato vitalicio de animador de campaña de recolección en las cuatro granjas que arrendaba. Moraleja, si es que alguna vez ha habido tales: Si por culpa de tu amo se te rompen los tobillos, ignora el dolor y la falta consiguiente de postura equilibrada, y piensa solo en aquello que verdaderamente tiene algo de importancia: el uso práctico u operativo de las rodillas en todo lo que sea menester. Contado lo anterior, que no le extrañe a nadie, pues, que a Epícteto se le considere el padre putativo de la terapia de cognición conductual, la cual, como ya saben o deberían saber ustedes, cojones, se ha asociado con un optimismo irreverente ad infinitum que creo yo que le sobra a este mundo de mierda gobernado por una clase de ególatras hijos de la gran puta y paranoicos por antonomasia o Pan esclavitacus paniscus, soy libre) (Nací en el año 67 del siglo de los bombardeos con napalm y del 4-2 entre Kasparov y Deep Blue. Según me cuenta el padre Miguel, ese mismo mes en el que por muy poco me llevo a mi madre al otro mundo en un parto digno de serie televisiva y rosario, el psiquiatra neoyorquino Aaron T. Beck identifica y escribe él, en una nota que luego me pasará en sueños tres décadas después, seis procesos de pensamiento ilógico con los que he llegado a encuadernar muchos de mis poemarios y, en el terreno del bar de abajo, también muchos de mis cotilleos y frustraciones. Oído al parche… del tambor del enemigo: Proceso de pensamiento Ilógico (PIM) No. 1 - Interferencia arbitraria o proceso
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BEATRIZ PRECIADO 2013 Y TIPO IMPORTANTE DEL REINA SOFÍA
mediante el cual se obtienen conclusiones patéticas carentes de evidencia objetiva alguna (“La verdad es que soy un mierda, que no sirvo para nada. Por eso S. pasó de sexo ayer por la noche.”); PIM No. 2 – Abstracción selectiva o proceso mediante el cual ese idiota que se aloja gratis en mi raciocinio solo sabe fijarse en un único aspecto del problema e ignora a la vez cualquier otra explicación posible (“Si es verdad que S. y yo ya no follamos un pijo se debe a mí, a mí y a nada más que a mí.”); PIM No. 3 – Magnificación o proceso mediante el cual se exagera la magnitud de una cagada (“Está claro que eso de que a ella no le apeteciera acostarse conmigo ayer por la noche lo dice todo sobre mí. Soy un desastre del copón.”) – PIM No. 4 – Minimización o proceso mediante el cual ese idiota del inquilino cerebral de arriba tiende a subestimar cualquier logro (“Si S. se acuesta conmigo esta noche lo hará porque le doy pena o porque es invierno y cuando duermo con ella le calienta la cama.”); PIM No. 5 – Sobregeneralización o proceso mediante el cual este gilipollas que les escribe y habla extrae conclusiones pesimistas de un hecho único e insignificante (“Ay que ver, con lo bien que nos lo pasábamos en la cama S. y yo. ¿Por qué no querrá acostarse conmigo ya? ¿Por qué pasó de hacerlo ayer por la noche? ¡Si es que no valgo ni para eso!”; y PIM No. 6 – Personalización o proceso mediante el cual tanto el inquilino de la azotea como el agente arrendante se adueñan o son responsables directos de los atributos negativos, circunstanciales o no, de otra persona (“¿Por qué tendrá S. esa cara de odio esta noche? ¡Si es que pobrecita, no paro de hacerle la vida imposible! Enemigo inquilino de arriba mío, ¡menuda mierda que estamos hechos los dos!”, soy libre) (Un ejemplo típico de una respuesta automática e inconveniente, mas tal vez vehemente, que sea producto del diálogo entre nuestro cerebro infantil y el sistema nervioso central, es ese binomio dolor-alivio que se activa casi espontáneamente, como decimos, cuando al fallar con la respuesta correspondiente a una solución de un problema matemático planteado por a) un agente externo, por lo general un profesor calvo, gafotas y con anhelos fascistoides, o b) el padre del infantil ruiseñor cagón, el niño que va, no cabe la menor duda, a ser abofeteado inmediatamente después de una cagada algebraica correspondiente, inconscientemente aparta la cara, aunque en la mayoría de los casos solo lo haga una vez, porque presiente físicamente que va a caer una bofetada. Se podría hipotetizar que es el infante quien toma dicha decisión anatómica, y no el cuerpo que él habita, porque la conciencia de primate evolucionado que lo mantiene vivo y reflexivo así se lo ha demandado. A este proceso neurológico que cuenta con base en la espina dorsal, creemos algunos, se le conoce en esos manuales de la neurociencia que nadie parece o quiere leer como respuesta refleja involuntaria. De pequeño El Ciudadano Reconvertido dominaba dicho reflejo especulativo, ya fuse cuando el agente violento no era otro que el Morales, un profesor andalusí que manejaba a la perfección el arte de combinar el liado con la mano diestra de un pitillo mientras con la siniestra les tiraba de las patillas a aquellos colegiales que obviamente habían elegido ser reos, o ya fuese, por otra parte, el padre de sus días e improvisado tutor estival, jornadas aquellas perfeccionadas por consuelo con largos tubos de Colacao y batallas a escondidas de arganboys del ejército confederado gris, el batallón de los
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derrotados al que con tanta y frustrante facilidad se alistaba de pequeñín El Ciudadano Reconvertido cuando se escondía de las matemáticas porque ni Euclides ni Pitágoras ni Tales de Mileto sabían, históricamente hablando, manejarse con un revólver de cañón largo soy libre) (Diario de las Operaciones Efectuadas por la Compañía de mi mando del Segundo Regimiento de Zapadores. África. Años 1924-1925: Mes de octubre. Día 11. Día de desgracias. Empiezan las operaciones y no hacen más que pasar ambulancias con muertos y heridos. Celié de Regulares, herido en el vientre, se le operó aquí. Por la tarde al ir a hacer explotar una granada del aeroplano Hasillan tripulado por Cipriano, alcanzó un casco a Gamero y lo mató. Dejó de existir a las 7.15 de la tarde. ¡Esta posición es un gafe! Día 12. Continúa la desgracia. La sección de Peña que está en las operaciones ha tenido bastantes bajas. Un muerto y varios heridos. Emilio de Diego con un balazo que le ha dejado ciego; otro herido en el cuello, bien. Se incorpora León a la Compañía. Día 13. Recibo por la tarde la orden de agregarnos a una columna formada por un batallón de Tetuán, 1 batería del Segundo Ligero y los Escuadrones de Luchana y Alfonso XII, y salir para Megaret al día siguiente. Siguen los heridos, entre ellos Galache, de Infantería, soy libre) (“¿Pero quién coño será esta persona? Ha pasado de ser el líder indiscutible a golpazos de la manada de chimpancés a uno más de la cola de los pasotas graciosillos. De los tirones de pelo por el suelo del pasillo de casa y el uso experto del cinturón de hebilla de metal en cacha infantil o adolescente ajena, a bailar canciones de los programas infantiles de la televisión con mi hija, la nieta de sus amores, al parecer. En la tabla de los valores peludos intratables, era él quien, año tras año, iba registrando indiscutiblemente las mejores marcas personales. Y míralo ahora, es el viejecito inocente y sonrisitas que friega por dos duros el parqué de la cancha de baloncesto mientras se duchan los nuevos gorilas en los vestuarios del recinto local. Está irreconocible, parece que no ha matado un mosquito en su puta vida. Nada, que se ha hecho amigo de las polillas. ¡Y pensar que traje a Clara a verles solo para así poder justificarme a mí misma mi decisión de no permitirles pasar más de cinco minutos seguidos con mi hija, su nieta… ¡favorita!. <<Mira Clara, entramos, decimos hola y nos vamos al parque. ¿Vale, amor?>> ¡Pero quién coño es esta persona! ¿Dónde se habrá dejado las hormonas? ¿Y por qué mierdas le habré dejado que se siente con mi hija ahora a pintar en la habitación de al lado? ¿Conservará aún ese puto cinturón? Mamá me cuenta cosas que muy bien sabe ella que no me interesan un pijo. Creo que lo hace para distraerme y que no me preocupe. O tal vez para que su dueño de toda la vida pueda pasar más de 300 segundos con esa nieta tan rica que acaba de descubrir que tiene. Entre chorrada y chorrada que me cuenta la madre de mis días y desgracias, apunto con el oído izquierdo, el más cercano a la pared que separa ambas habitaciones, e intento cazar al vuelo lo que el viejo cabrón pudiera estar contándole a su nieta. ¿Tendrá todavía alguna de esas estilográficas Montblanc negras de tapa bañada en oro con las que nos pinchaba en las piernas a Isabel y a mí cada vez que repasaba con nosotras y la pifiábamos con los cosenos, los senos y las tangentes de la gran puta? ¿Pero quién será esta persona? ¿Dónde habrá dejado su mono de Urko, el jefe de la policía simia? <<Que no mamá,
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que no quiero otra tazita de café, que tenemos que irnos porque Clara tiene clase de natación a las 4. ¿Se lo dices tú a pa… pá?>> ¿Pero quién será esta persona?... ¿Y si pillara el muy hijo de puta la cepa letal ésa nigeriana del virus y la palmara? ¿Lloraría… yo… alguna vez?... ¿Pero quién soy yo?...” Salió de casa de sus padres pensando en la muerte relativa, como la de las lombrices. Mientras recorría con su hija en aquella sobremesa estival la Avenida de Guinea en busca de patatas fritas caseras porque había que recompensar el buen comportamiento de la pequeña Clara, intentó desearle al “abu” guasón ese estilo de decadencia orgánica, irreverente y del subsuelo que ella había leído de pequeña compartían algunos gusanos y la mayoría de lombrices. Aquella escenificación mental de cine gore barato la fue interrumpiendo cada cien pasitos su hija al repetirle a mamá lo bien que mezclaba el “abu” los colores. <<Mamá, ¿a que no sabías que el abuelo tiene un hermano que escribe con la derecha y dibuja con la izquierda?>> A las 17:53 un estómago destrozado por la rabia y otro a punto de ser remendado entran en la tienda Hermanos Martín Sanz y se piden una bolsa de patatas fritas caseras. <<No, gracias. Comételas tú que yo ya he picado algo>>. Dice el organismo vivo y pesante de bata blanca que el Enterobius vermicularis es uno de esos gusanos parásito y, por si fuera poco, hijoputa que, ante todo, se caracteriza por ser uno de los principales responsables de la mayor parte de las infecciones intestinales que se producen en los huecos digestivos y siempre carnívoros de la memoria. Para la cura, parece ser que no es suficiente con una sabia y comedida ingestión de píldoras antiparasitarias. Algunos recomiendan la total eliminación del agente portador, soy libre) (Cortázar, El perseguidor: <<Siempre que una persona tiene una lata de nescafé me doy cuenta de que no está en la última miseria; todavía puede resistir un poco>>. Pasado ya el medio siglo se puede decir que dicha estimación personal todavía se mantiene. El nescafé, como calibración emocional de la miseria, sigue vigente. Por otro lado, lo que sí se podría también añadir es que la cifra de desgraciados asfixiados por la miseria que aún pueden ofrecernos una taza de café instantáneo se ha triplicado claramente. En plena época victoriana londinense a los insolventes los enviaban con toda la familia a la cárcel. Si tenían suerte (léase, enchufes o contactos), algunos de la miembros de la trole familiar condenada, por lo general en su etapa adolescente, se libraban de ir al presidio siempre y cuando pudiesen demostrar que les habían ofrecido un puesto de trabajo de mierda o una beca en una institución cultural prestigiosa. Un hijo y una hija de John Dickens libráronse de aquesta manera de tener que hacerle compañía a sus padres y a sus otros hermanos en la cárcel londinense de Marshalsea, al sur del Támesis. Corría el año 1824 de la era imperialista y el citado reo inglés por lo visto y juzgado le debía a un tal Jaimito Kent, panadero de profesión, cuarenta libras y diez shillings. Un siglo y unas cuantas puntitas más tarde, esa misma compañía suiza que lleva toda su vida comercial empeñada en que todos engordemos lanzaba en el Reino Unido nuestro querido nescafé. “Hombre, Charles, ¡qué alegría verte! Cuéntame, ¿cómo te ha ido la semana? Pero antes, ¿te apetece una taza de nescafé?, soy libre) (De pequeños siempre que la abuela Pilar nos amenazaba con un notorio y, ya por entonces, casi clásico, “niños, me vais a levantar la mano”, sabíamos que la
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cosa iba en serio y que alguno estaba a punto de recibir un cachete en la mejilla que más duele, por lo general la que uno no ha conseguido taparse a tiempo con la mano derecha. Tampoco es que la abuela se prodigase a diario con el arte marcial de la torta bien dada, aunque sí que había un par de cosillas o pecadillos infantiles que ella no soportaba, como, por ejemplo, que de un balonazo uno acabara con la espina dorsal de una lámpara, aparentemente rococó, del salón de su casa cuando le habían recordado una y mil veces que allá abajo existía un parque estupendo para desahogar cualquier arranque hormonal de la pre adolescencia. “Daniel, ¡como sigas dándole patadas a esa bola de calcetín en el salón voy a tener que levantarte la mano. ¡Pero, caray, no te he dicho que te bajes al parque!” La primera vez que Adolf le “levantó la mano” a Geli fue cuando al inspeccionar su diario sentimental a la hora habitual de las tantas de la madrugada de los ilustres insomnes, había descubierto una huella dactilar que, después de una escrupulosa inspección nasal y visual, adivinó él correspondía a la adolescente que soñaba con llegar a ser algún día una estrella de la ópera wagneriana y que dormía esa noche y todas las que el vienés deseara al otro lado de la cama, el izquierdo, cómo no. Ese diario del consultorio de la tia peppys austrohúngara era intocable y todo aquel que hubiese osado acercarse a él o merecía la muerte o se había ganado un castigo ejemplar que ni los curas carlistas de la vertiente mariana se atreverían a ejecutar. Aunque cualquier acto de violencia a las gentes de estabilidad emocional o mental demostrable se nos pueda antojar barbárico y absolutamente reprochable, los diarios personales de la plebe son intocables, huevos. ¡Cuántas veces no soñé yo de adolescentillo en partirle la cara a mi viejo cuando le pillaba hurgando en los cajones de mi cuarto en pleno proceso suyo de busca y captura de diarios ajenos y, por qué no, de donaciones pornográficas paliativas, también! Pero hoy no nos hará falta que nos explayemos sobre el castigo ejemplar que Adolf supo aplicarle a su sobrina en su apartamento de Munich aquella madrugada de tan triste recuerdo porque así vienen a ser todas las noches muertas en las que una joven es maltratada físicamente. Tal vez, por contar algo y rellenar página, sería conveniente añadir algunas de las entradas del diario íntimo, personal y, obviamente poco hermético de este enajenado dictador de un solo testículo. Aunque primero me gustaría que constara en esta novela impublicable mi agradecimiento a la familia de Patricio Hitler, vástago del hermano de Adolf, Aloisio Hitler, su innegable generosidad porque sin su colaboración personal, vía email, yo nunca habría podido ni soñar con leer las páginas de susodicho (¿cuándo perdió la be este vocablón?) diario. Leamos: “12 de abril, 1929. Munich. Toda persona que pegue a su madre es un villano. Toda persona que pegue a su padre es un monstruo. Soy una persona que sabe amar. ¿Amo a Geli? Me da igual. Estoy hecho un mierda, solo me interesan mis perros y la hija del fotógrafo. No entiendo por qué la gente se molesta conmigo. Tampoco entiendo por qué no se dan cuenta que les voy a defraudar tarde o temprano. Aunque es innegable que intento hacer lo que una gran mayoría considera correcto, la verdad es que nunca lo voy a conseguir porque soy un desastre. Pero eso ellos no lo saben… todavía. ¡Si es que soy como una niña pequeña! ¡Qué asco me doy a veces!
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sobre todo cuando al llegar al apartamento por la noche me quito el uniforme. Tengo miedo, mucho miedo. Espero que no me deserten. Ay, estoy tan cansado… No creo que dure más de dos años. He empezado a llorar por la noche cuando Geli ronca y nada puede despertarla. Mas este último ataque depresivo es incontrolable. Agujero negro. Ni refugio ni contraataque ni disculpa posibles, soy libre) (Sergei Sergueievich, el Prokofiev, sale hoy de su casa a pedradas. Es un 5 de marzo de 1953, a Stalin le quedan muy pocos soplidos en el globo iracundo y nuestro compositor moscovita sabe que los dos se irán a la tumba juntos. Pero también sabe que por lo general son los recuerdos de la infancia los que lanzan la primera china, y que por eso se ha alejado de su casa, moribundo o no como andaba esta mañana, y que tampoco va a detenerse para girar la cabeza por última vez, porque la frente entera se le volvería chichón. Para el poco tiempo que le quedan al dictador y a él lo mejor es que siga caminando hasta llegar a la estación de ferrocarriles más cercana. Sospecha que solo una persona trabaja allí hoy en día. ¿Papá? ¿O Josef? Dicen que quien quiera que trabaje allí actualmente y en solitario lo lleva haciendo desde hace diez años de manera voluntaria. “¿Hacia dónde se dirige usted, caballero?” “Hacia donde no tiren piedras cuando uno solo quiere que le dejen tranquilo de una puta vez?” “Bueno, en ese caso tome este billete para los pantanos de Vasiugán. Pero tenga en cuenta que el tren dice que sale a las cuatro de la madrugada. Hágale caso, que nunca yerra.” “Muchas gracias. ¿Cuánto le debo?” “Nada. Me basta con su visita.” Mientras espera en el andén 17 y 1/2 titiritando del frío como una gallina que le ha visto el cuchillo a la dueña de la cacerola, se pregunta cómo fue posible que, de pequeño y ya de anciano apedreado, lo mejor de Moscú siempre estuvo o ha estado en Nueva York. A modo de remate añadiremos que, efectivamente, hoy la piedra no ha entendido los pormenores de su trayectoria. Es evidente que a la china se le ha quedado atragantada una ecuación, soy libre) (“Caray, Adolf, hoy sí que llegas pronto. ¿Te apetece si empezamos con el cuestionario que te enseñé la semana pasada? Ya sabes que no hace falta que lo completemos. Pero como en todas las sesiones, hagamos primero cinco minutos de técnica de relajación. Eso es, ponte la mano en el vientre y toma aire por la nariz. Aguanta, aguanta, aguanta y… exhala por la boca. Y otra vez. Inhala por la nariz, aguanta, aguanta, aguanta y… … … Estupendo. Empecemos con el cuestionario. A ver, Adolf, primera pregunta: ¿Qué opinión tienes de ti mismo? ¿Positiva o negativa?” “Negativa, Eva. Ya lo sabes.” “¿Te odias a ti mismo?” “¡Guau!” “¿Te has sentido alguna vez culpable?” “Solo cuando no me miran los doce hijos de Jacob?” “¿Tienes poca autoestima?” “¡Auú!” “¿Piensas mucho en tus fracasos?” “Solo cuando veo que está petada la tienda nueva de portátiles en Canaán?” “¿Estás contento con tu salud mental?” “¡Cuaa!” “¿Estás contento con tu salud física?” “Solo cuando en sueños me persiguen y no me pillan los lanceros de la tribu de Benjamín.” “¿Te gusta o no te gusta tu traza?” “¿Mi qué?” “Sí, hombre. Tu traza, tu aspecto, figura, forma…” “Croac, croac” “Crees que te haría bien mejorar tu aspecto físico?” “Solo cuando me dirijo en público a los energúmenos de la liga hanseática.” “Te cansas con regularidad y sin motivo aparente?” “Oink, oink” “Si quiere lo dejamos aquí y continuamos la semana que viene… Bueno, pues sigamos
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entonces. ¿Crees que a menudo te exiges mucho de ti mismo?” “Solo cuando recito a escondidas delante de un espejo.” “¿Crees que eres muy exigente con tus seres queridos y con tus amigos y que éstos siempre te decepcionan?” “¡Pío! ¡Pío!” “¿Sueles pensar mucho sobre tus imperfecciones?” “Solo cuando no puedo dormir y Geli ronca inocentemente.” “¿Y los demás, piensan mucho en sus imperfecciones?” “¡Quiquiriquí!” “¿Te gusta socializar?” “Solo cuando mis discípulos se atreven a quemar la casa de David?” “¿Crees que deberías salir más a la calle?” “¡Miauu!” “¿Qué opinión tienes de ti mismo?” “Oink! ¡Oink! ¡Oink! ¡Oink!... “¿Y qué opinión crees que tienen de ti los demás?” “¡Hiaa! ¡Hiaa!” “Bueno, pues ya está. Ya lo hemos acabado. ¿Pareces agotado? ¿Quieres que demos por terminada la sesión de hoy? Aunque todavía nos sobre veinticinco minutos?”, soy libre) (Años más tarde, cuando lo de su exilio voluntario en Bristol, se atrevió a contarle a su madre que quería ser escritora. Una década después ya había empezado a hacer meditación con el estómago vacío y luz y calefacción apagadas en su estudio vivienda y poco más de 5 x 10 metros cuadrados. A mí me contó que podía aguantar la respiración más de tres minutos. Yo no me lo creía, ella estaba en los huesos y fumaba más que los machos ibéricos de los tostones cinematográficos en blanco y negro. Eso sí, a la hora de meditar no se la oía un carajo y a uno le entraban siempre ganas de preguntarle dónde escondía sus reservas de oxígeno. En el silencio de un suburbio de Bristol los dos nos habíamos entregados juntos a Zen como quien no quiere la cosa porque la cosa parecía no quererse ni a ella misma. Yo pensé que aquella faceta oriental y espiritual de la vida me iba a premiar con dos o tres poemarios publicados antes de cumplir la treintena. Ella con escribir y ser la secretaria de Marina Rice Bader. La cosa que parecía no quererse ni a ella misma no pensaba, dictaba: “Respira para adentro… y para afuera. Siente tu cuerpo vivo y caliente. Ahora imagina que tu cuerpo es ya cadáver, siempre frío e inerte. ¡Menuda residencia para la larva de esa puta de la moscarda! Ahora de tu cuerpo solo queda su esqueleto. Míralo, es blanco y parece que ha empezado a desintegrase. Convertido todo tu ser en polvo blanquecino, el viento quiere jugar contigo. Pero tú sigues respirando, contento e impasible. Inhala y… exhala. Inhala y… exhala. Inhala y… exhala. Como polvo blanco que eres te mezclas con el aire, el mar y la tierra. Tu cuerpo ha desaparecido ahora por completo y tú acabas de aprender que todo en esta vida en la cola del paro es absolutamente impermanente -algún cretino dijo que este adjetivo es de uso anticuado-. Sonríes, soy libre) (Representación en una barraca del campo de Terezin de la ópera Carmen de Bizet con un piano roto y un coro de tísicos que solo quieren mirar al techo. Tedio místico. Levinas ordena que se cubran algunas paredes agujereadas para que el sonido no se cuele al exterior y penetre en el tímpano del pastor alemán de la Gestapo. Algunos domingos, partido de fútbol. El árbitro, vestido de negro de cuello para abajo, con frecuencia barre para casa. Si se han vendido muchos dientes de oro y la producción de cabello humano no se ha estancado, se contratan los servicios de un cuarto árbitro. Éste salta al campo dos o tres veces por partido cuando su presencia es solicitada por los jueces de línea, entiéndase pastores alemanes.
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Conny Plank
Se comenta que si salta al campo con tanta naturalidad será porque se conoce el reglamento de la Real Federación de Fútbol de Exterminio a rajatabla. Merece la pena mencionar también que únicamente le está permitido hacer aparición en el rectángulo cosa cuando su presencia no ha sido antes requerida en la sala de ejecuciones en masa.”Ya verás tú”, le dice Levinas al falso pianista, “como en cuanto acabe todo esto se me presenta en mi buhardilla de Spitalgasse Frank Kantor y me confiesa que la mayoría de los cuarto árbitros solo habían jugado antes al wáter-polo.” Yo tampoco entendí muy bien qué quiso el viejo filósofo decir con eso. Aunque nunca me atrevía a pedirle una explicación porque siempre estaba mirando para el tejado. Bueno, la semana que viene toca ensayar el coñazo de Tosca. Algunos le pidieron a Levinas que intentáramos Otelo, pero él dijo que ni hablar, que el manager del campo se lo tenía prohibido porque estaba ya hasta los huevos de tanta insinuación étnica. Estaba claro que el gilipollas no conocía la trama de Carmen. Pero volviendo al asunto futbolístico, dejadme que os cuente que cada vez que se acaba un match, se elige por sorteo a media grada de espectadores y quienes la ocupen pasan directamente a, perdón por la redundancia, ocupar los tres vagones vacíos del ferrocarril que bordea el recinto principal. Algunos, por lo general gente que nunca ha aprendido a fiarse ni de la madre que los parió, aseguran que siempre sale la grada con más mujeres, niños y viejecitos. Por la cuenta que trae, he de empezar a prestar más atención a este tipo de hechos. La verdad es que siempre voy despistadísimo por los dos campos, joder, aunque los dos no se parezcan en nada. ¡Penalty, coño!, soy libre) (Llamada ficticia a cobro revertido: Hola mamá. ¿Está papá? Bueno, entonces te lo cuento a ti. Verás, sus compañeros de planta me han dicho que Pity anda siempre como ido, que apenas se comunica y que solo habla para pedirle un cigarrillo al funcionario que le vigila desde que se levanta hasta que se acuesta. Maximiliano, el de la celda de al lado, me ha dicho que Pity lleva así desde que le visitó por última vez el abogado McKinley. También me ha contado que a veces se queda dormido con un cigarrillo encendido entre los dedos y que solo se despierta para encenderse otro. Por lo visto se le ven los huesos de los dedos que tiene quemados. Dice el tal Maximiliano que los compañeros de celda solo se quedan tranquilos cuando se ha gastado toda la paga que le envías y solo le queda para comprarse tabaco de liar. Al parecer, este tipo de pitillo no arde muy bien y se apaga solo al ratito de no usarlo. Dice el Padre Miguel que en esa prisión, por cada año trabajado en la fábrica de matriculas nazis de la familia Bolaño, les “descuentan” una semana de la condena. Si eso es verdad y si el niño se presta a trabajar, yo he calculado que sus hijas podrían catarlo vivo algún día. Aunque me parece a mí que a nadie le van a permitir en la cárcel que trabaje mientras tengan los huesos de la mano así, tan al rojo vivo. Hay que mimarlo mucho, mamá, que, como dice Don Miguel, pensando con los ojos cerrados se nos muere la gente de improvisto, soy libre) (Llamada telefónica real a cobro no revertido: En la foto que colgaste el miércoles en CaraCulo se te ve un trozo de salchicha en la barba. Mamá me ha dicho que desde que no te afeitas, las palomas os siguen por la calle. Parece que en tu rostro peludo de chimpancé desaventajado ellas han encontrado remedio a sus vacíos digestivos. Esa chaquetita de algodón azul marino a lo Alain