EL FIN Cuento polifónico de brevedad cuestionable PARTE III (a editar)
(Por mucho que detestara yo antes ese falso sentimiento comunitario que se asociaba a cada calle o conjunto de calles, digamos paralelas, en esta ciudad en la que vivo ya no hay barrios, y eso me apena. La acera la capitanea ahora una fila de maletas con ruedecillas -¡he aquí el inventor más vago de la historia!- que suben y bajan –mi ciudad es una pura pendiente, la persona que la ideó soñaba a menudo con los tsunamis- desde la estación hasta la playa, desde la playa al centro comercial en donde sirven cafés horteras con derecho a tatuaje aborigen, y del centro comercial al siguiente centro comercial, y siempre evitando cualquier aproximación a las zonas humildes porque quienes las habitan son unos dejados y nunca se han merecido el derecho a recorrer otras ciudades con maletitas diseñadas por el mismísimo diablo. Me queda el patético consuelo de imaginarme que en cada puta valija, camuflado entre sostenes y colonias que llevan el apellido de algún futbolista vulgar, descansa un libro, y que si por arte de magia conspiradora y tiránica consiguiéramos que todos los turistas se pararan en plena calle y nos mostraran, dejándola primero descansar sobre el lomo de la maleta, qué novela -¡olvídense de poemarios y de libros de ensayos!- habían elegido para matar temporalmente la vergüenza leyéndola mas sin leer nada porque claramente siempre hay otras cosas más interesantes en las que posar la pupila, conseguiríamos entonces inaugurar la primeria biblioteca ambulante de nuestra República Bananera y Salchichesca de EIRBIANDBI. Algunos, sonreirían como un nene tonto que no esperaba que en la feria su papá lo premiaría por su buen comportamiento con una de esas deliciosas manzanas acarameladas que tan mala fama tenían entre los dentistas –dentista: médico que ni lee ni reflexiona-; otros, los más críticos -y pedantes, por qué no- con lo que se lee, intenta leer o se dice que se lee o se jura que se va a leer, tal vez nos deprimiríamos. Es completamente falso que el primer antidepresivo –la Iproniazida, según creo- fuera diseñado para tratar a los tuberculosos porque según decían era la gente más pesimista del planeta; no, el primer antidepresivo salió al mercado originalmente única y exclusivamente para arrancarle sonrisas de una puta vez a los lectores compulsivos que no tenían tiempo para ir ni ganas de ir a terapia. Pero sobre eso ya hablaremos otro día, es decir, otro día en el que ese incesante ruido atronador de las jodidas ruedecitas deje incordiarnos gracias a que a un inventor más avispado que su antecesor se le haya ocurrido finalmente patentar una maleta de viaje flotante. Cierto es, y me cuesta admitirlo, que para entonces ya no habrá urbes, solo blogs y rostros digitalizados de expresión imposible, por no decir irreconocible…
A mí me gustaría añadir –se nos ha colado el Tío Nicolás, siempre atento, y ¡siempre cascarrabias!- que no estaría mal que las nubes impusieran cierto orden, sobre todo en las ciudades. Ellas -¡que conste que no me estoy refiriendo a ninguna puta red de servidores remotos!-, masas de algodón blanco suspendidas en la atmósfera por mandato ecodivino, deberían marcarse un detalle de vez en cuando con el ciudadano desencantado. Un ejemplo preciso de dicho intervencionismo empático pudiera ser el siguiente: La nube, asustada con el estado anímico del conciudadano desencantado abre la boca y le dice al
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agente provocador de miserias acústicas: “A ver, caballero de la maleta estruendosa: ¿adónde cree usted que se dirige real y objetivamente?” Al comprobar que esa era la voz de una nube, sobre el turista de ruedas machaconas se podría decir ahora que instintivamente –que es como actúa la gente de buen corazón que se sabe dueña de algún remordimiento fatal- se lanza a completar lo que le quede de ruta con la maleta a dos palmos de la calzada, tal y como se hacía antes cuando los caballeros ocultaban la calvicie con un sombrero y las mujeres hastiadas abortaban en una clínica de Londres. Evidentemente, y ya acabo con mi interrupción, este último dato subjetivo sobre las interrupciones del embarazo tal vez no sea justo, pero tampoco lo es el vergonzante hecho de que el paisano que intenta leer tenga que interrumpir su lectura porque los ronquidos sobre la acera de las ruedecillas de decenas de putas maletas le estén haciendo añicos lo único de lo que hasta entonces podía presumir: su capacidad de concentración. Dicho esto… Dicho eso, ahora será mejor que te calles, paisano. ¡Mira que nombrar las clínicas londinenses! En fin, manos a la obra, y libro a la estantería: salgo a la calle con los pantalones de andar por casa –mejor me ahorro la descripción- y le suelto en inglés a una pareja de turistas japoneses que lo mejor que he hecho en esta vida es escribir con desconcertante lentitud. Espero reacción, que suele ser como esperar a lo niño, es decir, soñando, pensando en qué diría Robinson Crusoe o en lo que no se atrevería a decirle jamás Ali Kan al Guerrero del Antifaz. Pero… ¿y si las maletas de fabricación forzosamente japonesa empezaran a levitar ahora gracias a mi impulsiva intervención? La visitante accidental japonesa, sonríe; el japonés, piensa en el suicidio; en el mío, por supuesto. NOTA: “Queridos hijos míos: Lo siento mucho. Vuestro padre, aunque todos los que lo conocían decían que era un lepórido muy fuerte, no ha podido soportar este caos más tiempo. El ruido pudo conmigo, y por eso no quiero que os sintáis culpables de nada. Yo tuve la culpa de todo. Siento mucho, también, querida Manuela, haber elegido el día de tu boda para despedirme de este mundo. Lo único que puedo aportar en un día tan triste y tenebroso como el de mis despedida artificial es la siguiente explicación, aunque tal vez la encontréis patética e indefendible: la situación se había vuelto totalmente insoportable y vuestro padre sabía que nunca le iba a encontrar ninguna solución a ese dolor que lleva casi una década sin permitirle dormir ni respirar. Lo siento, perdonadme, por favor. Os quiere: La Liebre. Postdata (¿cuántas postdatas se habrán incluido alguna vez en una nota de suicidio?): no compréis nunca maletas”, soy libre) (Querida Queen Nzinga: Ayer fui con Gutenberg y Panero a ver la famosa Luz de Mingus en un club de jazz –como con otras muchas otras cosas en la vida, no he sabido memorizar su nombre- de la Upper West Street neoyorquina. Cuenta la leyenda –en este caso se la atribuiremos al dueño de este recinto musical- que estando tocando una noche el genio cascarrabias e impulsivo de Arizona con su quinteto en dicho club, y en vista de que dos de sus músicos -¿Barrow y Waldron?- habían
104 elegido el peor momento de la noche para marcarse una improvisación que Mingus no había solicitado, ironías aparte, éste montó en cólera en vivo y en directo, procediendo acto seguido a agitar con rabia su contrabajo de arriba a abajo hasta conseguir finalmente que el cabezal de ese instrumento musical suyo con cuerpo de mujer fondona y parte del mango superior del mismo agujereasen el techo bajo de un escenario que acababa de perder una de las diez luces que hasta entonces lo había iluminado. El mandamás del recinto, un judío fascinante de quien ya te hablaré otro día porque es el padre biológico y siempre ausente de Absalón, el primer y único hijo, según tengo entendido, de mi hermana Maja, quedó tan entusiasmado con aquel detalle violento con forma de boquete irregular de nuestro genial protagonista, que no solo les prohibió a todos sus empleados que lo retocaran nunca, sino que además les obligó a firmar en una cláusula añadida en sus contratos un párrafo en el que se juraba por escrito que nadie se aproximaría nunca a aquella luz con forma de taladro ni se arriesgaría tampoco en ninguna ocasión a sugerir que el citado boquete, bautizado por fin como Luz Mingus, carecía de propósito alguno estético. ¡Si vieras la cara de entusiasmo de Panero al plantarse a dos palmos de la famosa Luz! Mientras Gutenberg se dedicaba a improvisar –a éste nadie le pedirá nunca cuentas- unos bocetos con un lápiz que me había robado cuando me fui a maquillarme al vestuario, Panero se puso virtualmente a inspeccionar la luz con un mango de escoba que alguien parecía que había dejado a propósito junto a la barra. Cuando vi lo que hacía, me aproximé con sigilo y le pedí que volviera a su asiento porque la gente había empezado ya a entrar a la sala y el próximo espectáculo estaba al caer. Temiéndome lo peor, le sugerí entonces que debería apresurarse a la barra porque esa noche todos los gastos iban a correr a cargo de la oficina de viajes gracias a que ninguno de sus empleados había todavía reparado en ello. En diez palabras y una exclamación: “¡Hay que darse prisa antes de que se den cuenta!” Pobrecillo, llevaba un día fatal. Por la mañana, de camino al cementerio del Bronx adonde nos dirigíamos para visitar el tálamo eterno de Herman Melville y de Celia Cruz, me confesó que lo que más detestaba de la educación recibida de joven lo descubrió años después en Pere-Lachaise –no me pidas acentos franceses, ya sabes que soy un disléxico muy vago- cuando, después de vaciar el estómago en un mausoleo aparentemente abandonado, salió de aquel recinto entristecido mientras se preguntaba cuántos de aquellos nombres ilustres allí enterrados él había sabido reconocer y, lo peor, si por casualidad, aquel retrete que se había visto forzado a improvisar ante la ausencia total de lavabos públicos gratuitos pertenecía o no a un literato o a un filósofo famoso. Jim Morrison: Lo conocía. Wilde: Lo conocía. Chopin: Lo conocíamos todos. Qué injusta había sido la educación institucional con él y con millones de jóvenes como él. Si vas a cagarte en algo, me dijo antes de volver a cerrar la boca para siempre, asegúrate primero de que no le hayan levantado todavía un panteón en el averno. Sobre Gutenberg no hay mucho que contar. Ya sabes que es un poco parco, aunque en el trayecto del autobús, y sin venir a cuento, que es como mejor parece desenvolverse este
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tímido alemán, nos confesó que estaba trabajando en su epitafio (según entendí algo parecido a “El plomo de esta caja también te conquistará a ti”) y que lo desea esculpido en mármol de Ibiza (dice que le atrae la idea del grabado láser porque las condiciones atmosféricas del norte parisino impedirán que su cita sobreviva al siglo. Luego añadió que se refería al siglo de oro internauta. Qué raro es). A él también le encantaría poder darte en persona las gracias por tu generosa donación, sin la cual, culazo mío, no hace falta que yo te explique que nunca nos podríamos haber permitido este viaje de exploración sentimental y, como lo describió Panero de malagana esta mañana al ser interrogado por el conserje del hotel, cultiparlista. Querida Reina, te escribo estas líneas de agradecimiento y amor a las dos de la madrugada. Es cierto que esta ciudad nunca duerme, pero yo sí, ya lo sabes, aunque antes me apetecería contarte por millonésima vez lo mucho que te aprecio y que te quiero. ¡Qué poco falta ya para que volvamos a vernos en nuestra buhardilla de la Cruz de Oro! Ayer, mientras examinaba extasiado aquel agujero trascendental, volví a pensar en la primera vez que me pediste que te pegara en las nalgas. Creí que nunca lograría reconciliar mi pasión por tu magistral culo con la espantosa idea de verlo sangrar, aunque fuese tímidamente, como la primera vez. Qué equivocado estaba yo: la magia siempre ha residido en el error, en los fallos de calibración. Si no se conoce la obra y la vida de Charles Mingus Junior (su padre era un sargento matón en un ejército dado a invadir sin un razonamiento previo. ¡Ni las cucarachas hacen eso!), nunca se podrá apreciar el alcance metafísico de ese boquete ilustre. Algo parecido se podría argumentar sobre la naturaleza de nuestro amor y de nuestras folladas. Te quiero, ya te lo demostraré. Albert Einstein, 29/08/22, 777 Columbus Avenue, soy libre) (In Mountjoy Jail one Monday morning/High upon the gallows tree/Kevin Barry gave his young life/For the cause of liberty/Just a lad of 18 summers/Yet there’s no one can deny/As he walked to death that morning/He proudly held his head on high… y libre) (Ante el asfalto apestoso y gris que se lo tragaba todo –imagínense una totalidad compuesta únicamente de edificios y inquilinos-, así sucumbió ello, papá. El escritor ya no sabe cómo contarlo. Hel heskritor lla no puede kontarselo ha ustedes. Hademás… ¿para qué? Planteémoslo de otra manera: ¿qué necesidad hay ya de explicarles nada si parece que ustedes se conocen el tema de memoria? Sería como repetirle en el infierno a Midas -¡Te lo dije, Midas, te lo dije!, se apresuró a decir ese gilipollas de dios de segunda llamado Dionisios- que allá abajo, en el cielo, nadie podía ser tan greedy. Por si no lo han notado, he utilizado un adjetivo en inglés porque el cuento de El rey Midas, diga lo que diga el embustero de Borges, lo escribieron en Londres, que es, precisamente, en donde, como saben ustedes, está el consulado terrenal del averno. Concretamente en el número/number 35 de Shaftesbury Avenue, a dos manzanas de la calle en la que sukumvio hello, a manos de Geli, tres días después de que ésta ingresara en metálico en una sucursal del banco de Botín las veinte siete mil libras que la ofrecí por aquel henkargo. Como yo ya estaba muerto y la policía claramente no me iba a localizar –desconozco si existe alguna
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rama de la interpol en el infierno- y ella es nazi y la policía parece simpatizar con los del brazo extendido, le sugerí una muerte rápida pero brutal. El deceso y un hachazo preciso en la región ocipitalia -he de incluir este término en el diccionario del procesador de textos cuando vuelva a la vida de allá abajo- se entienden a las mil maravillas. Aquí termino. Hesto hes hesaktamente todo lo ke les boy ha kontar hesta tarde, soy libre) (Estimado maestro y padre Pacheco: supongo que ya le habrá llegado la noticia de que la casa de mis padres -sí, aquel cuchitril en el que yo me pasaba horas y horas copiando los dibujos de Piero della Francesca y Enrique Naya que usted me prestaba demostrando una confianza inimitable-, es ahora propiedad de una pareja de modistas especializados en trajes de boda. ¡Qué barbaridad! ¡Ya no respetan nada! ¿Se imagina usted qué pensaría la gente si a alguien se le ocurriese la idea de abrir una fábrica de pelotas de pádel en el mismísimo taller de Tiziano? Así no se lograría nunca la prolongación del legado artístico de calle alguna. Si ni a mí ni a nadie nos parece una buena idea -¡todo lo contrario! ¡Un sacrilegio!- que le permitan a Elton John o a Sting tocar en un anfiteatro romano, ¿por qué deberíamos soportar que esas casas, habitaciones y talleres donde nos hemos desarrollado como artistas –la memoria creativa geográfica no desaparece ni con los terremotos- se convirtieran ahora en centros de atención telemática, o en tiendas de regalos chorros, por ejemplo? ¡Acaso se han olvidado ustedes ya de Livio Andrónico y de Séneca, cabrones! NOTA DEL ESCRITOR/HESCRITOR, DEL HIJO/IJO DE ELLO/HELLO: Apuntes a añadir a esta carta de Diego Rodríguez de Silva y Velázquez a su maestro y suegro: a) Philippvs IIII, HISPAN. REX; b) sus enanos reales, retratados sin una pizca de sentimentalidad. Al principio, Felipe se niega a concederle permiso. “¡A los liliputienses ni me los toques!” Quitarle la tercera i a liliputiense. “Pero, Majestad, ¡si solo son como este humilde servidor!” Como Philippus no da un paso atrás, Diego contacta a Pacheco para que éste contacte a su vez al Duque de Parsimonia, amigo íntimo y socio de parrandas y puticlubs del cabezota rey. Tal vez el duque consiga convencerlo. Los protestantes de mierda se morirían de la envidia. “¿Habéis visto los retratos que tiene el español en su puto pabellón de caza, fucking hunting pavillion? ”. A mí que no me jodan: sin enanos y bufones… ¡no hay corte, joder!; “Tiene gracia que me haya elegido a mí para enriquecer su colección personal de arte y muebles, pero que todavía no me deje pintarle enanos”; c) Ironías de la vida: aquellos retratos le entusiasmaron a Philippus. Ordenó que los colgaran en el pabellón junto al del joven príncipe heredero Baltasar Carlos. Como se sabe, o como saben aquellos que siguen desconectados de la red, éste andaba puteado de los riñones y fallecería en 1646 a causa de la viruela. Tras el recibo de una fuerte suma de criptomonedas –sobra decir que nunca vio un real-, la infanta María Teresa –la tercera enana justo en el centro del cuadro de Las Meninas- renunciaría a sus derechos hereditarios para ofrecérselos en bandeja de polvorones a Carlos II, o Rey Mutante Cromosómico XXY, que era un pobre feo e infértil por mandato de casamiento real endogámico entre miembros de idéntica familia. Seamos justos: Como solía decir Gauguin
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cada vez que se plantaba delante del bodegón El rayo de Chardin: ¡qué adefesio!, soy libre) (Ayer se tenía por capaz. Hoy no, pero ya veréis por qué. Entonces, decíamos que ayer se tenía por o se sentía capaz. ¿Capaz de qué? Te contaremos que hasta hace algún tiempo, es decir, ayer, lo único que, según él, le asustaba era la cara del portero de abajo (admitamos aquí de una vez que este pobre desgraciado –y un pelín rencoroso, seamos sinceros- exhibe, tal vez sabiéndolo, una cara de chimpancé bravucón en celo bastante desagradable y, si lo desean, retadora. “Buenos días, don Lisandro”. “¿Buenos días para quién?”, respondería el primate en mono azul apuntando con el índice –véase, Indexical and Referential Pinting in Chimpanzees (Pan troglodytes), Leaves, Hopkins & Bard, 1988, Journal of Comparative Psychology- al cubo de la fregona. Sigamos: “De ninguna de las mas dichosas maneras”, se diría nuestro ser “capaz”, “podría yo vencerle a éste en un combate de boxeo. ¡Ni con barritas de acero en los guantes!... Soy capaz hasta que me topo con éste”. Se equivocaba, él era “capaz” hasta que se topaba con ése y con el otro medio millar de personas con voz de hombre que creían vivir en paz en aquel barrio de señoritos venidos a menos. Seamos serios de una puta vez: ¡si hasta los hijos pequeños del frutero, mocosos todos en pleno proceso cuestionable de desarrollo, lo tenían acojonado! Oigámosles: “Mira, Juanete: ¡Por ahí va el Salvador! Te apuesto cinco bubalús (sic.) a que eres “incapaz” de darle con el balón en la cara de un chutazo”. “¡Pero qué dices tú, gilipollas! A ése le doy yo en la camocha y en donde sea con los ojos cerrados”. Tuc… Falló, no le dio en la cara, aunque el esférico cabrón le rozó a Salvador el lóbulo de la oreja derecha, la del cotilleo. Esos chavales posiblemente acabaron jugando en las divisiones inferiores del Santa Coloma. Él, por su parte, a cualquier edad siempre ha preferido desarrollarse y apagar las amarguras vitales desahogándose sobre un tablero de 64 casillas que se alternan en bicolor. Él, por su parte, preferiría también el Lexatin y el Trankimazin. Sí, “soy capaz”, mas él nunca lo había sido. Es cierto que la intención, más nata que innata, tal vez sí que estuviera ahí, suponemos, pero lo que era y es la cantidad justa y precisa de oxitocina requerida a la hora de enfrentarse a gorilas, abogados y diputados corruptos regionales, no de no. A veces –cuando duerme el Pájaro Loco y nos dedicamos a pensar sin mirar atrás- nos preguntamos si además de haber recibido una educación decente y liberal en casa, no será necesario para sobrevivir en esta puta mierda de civilización también haber nacido antes con buenos bíceps, deltoides y un abdomen tipo Johnny Weissmuller pero en esa parte del cerebro proclive a facilitar un comportamiento bravo e insumiso cuando el bípedo ajeno nos reta. ¿Se lo habrá preguntado él alguna vez? Lo dudamos… Ayer, como decíamos antes, él se sentía o creía “capaz”, y madrugó, se afeitó y se duchó, y salió a la calle a comerse un mundo relativo que, de haber sido antes dibujado por un cartógrafo profesional, nosotros juraríamos que solo contendría media islita desierta de mierda y un único océano de agua caliente y chicha rodeando a bostezos ese mismo y singular islote trazado sobre el mapa. Ya en la Rue de la Esperanza Desaconsejada, se sintió Salvador tan cómodo y resuelto caminado a paso de fraile el primer
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centenar de metros –deberíamos decir yardas- que se lanzó a silbar Los Bohemios mientras se imaginaba que era, por cuestión de orgullo “capaz” definitivamente falso y, a nuestro gusto, un tanto soez, uno de los dandys protagonistas de aquella zarzuela de Vives. Sin silbido, pero a varias voces: “Al pícaro fondista no pude convencer, nevando y en ayunas no sé qué vaya a hacer…”. Ahora a silbidos. Aunque según la RAE no existe una onomatopeya para el jodío silbido, se nos sugiere utilizar un “fiu”, alargando la u final cuando sea necesario. Así silbaba Los Bohemios Salvador: “Fiu-fiu-fiu-fiu-fiuuuuu, fiu-fiu-fiu-fiu-fiuuuuu…”. Y tres o cuatro fius más que soltó el pavo hasta así completar otros seiscientos metros –yardas-, para detenerse, acto seguido y de sopetón, al descubrir a unos diez metros –yardas- de distancia la figura un tanto tenebrosa de un hombre alto y grueso que iba adornado con un uniforme azul marino tirando casi a negro y que exhibía una cabeza enorme, la cual, a primera vista, asemejábase más a un casco colonial británico que a una testa homínida. Para cuando aquel casco uniformado se le había plantado finalmente a medio metro –yarda-, el bípedo silbador recordó que él ya no vivía en esa misma ciudad íbera que tiempo dichoso atrás le había regalado sus primeros suspensos, las primeras nominas de trabajos soporíferos y el último beso robado, abonado o no. No, desgraciado, ahora vivías -¡o eso dice un número absurdo de la S. S., Seguridad Social- en otros lares, foráneos porque hay que joderse, repletos todos de cubículos levantados con ladrillos rojos con perfección industrial, y que simulan descansar sobre céspedes verdes inmaculados que suelen acompañarse con vallas de madera blanca o negra precisamente para que los inquilinos hipotecados puedan presumir de un terrenito que nunca les ha pertenecido. Pues bien, justo en frente de una de esas hipotecas de proyección fiscal relativa, el ser-o-no-ser uniformado frenó a medio metro –yarda- de distancia para recriminarle a aquel extranjero “capaz” esa manera acústica e inocente que andaba empleando él porque quizás le había apetecido esa mañana –esta estipulación ha de concederse solo al íbero- expurgarle unos cuantos demonios a la humillante y monótona realidad foránea. “Vamos a ver, caballero: ¿usted habla inglés o necesita un traductor?” “No, no necesito un traductor. Llevo aquí ya quince años”. “¿Y todavía no sabe que en este país está prohibido silbar?” “Sí, sí lo sé. Lo siento mucho, andaba despistado”. “¿Me enseña su Tarjeta de Identificación Fiscal?” “Aquí la tiene, constable”. “¿Safado Spri…iu?”. “Salvador Spriu, constable”. “Caballero, me temo que tendrá que acompañarme a la comisaría. El silbido en público es una ofensa muy grave que está penalizada por nuestro Código Penal de Interpretación Libre Justificada. Ponga las manos detrás y no haga ningún movimiento brusco, por favor. Understood?” “Yes… yes… Pero perdóneme, constable, pleeeeeeease. Yo solo… me había sentido… a little… capaz… You understand?” “You do not have to say anything but it may harm your defence if you do not mention…”… que silbar solo es aconsejable en aquellos países en los que se ha hecho la revolución alguna puta vez, soy libre) (Asear por necesidad médica la palabra escrita. Cerrar la puerta, apagar la luz, dejarse ir en la cama mientras se sueña que nadie va a
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Golpear aquel tablón de madera vertical. ¡Pom, pom! ¿Quién es? “Perdóname, se te olvidó la almohada”: Quiso decir la daga. “¿De veras que no necesitas el sacapuntas?” Me niego a contestar. Tengo que aprender a quedarme solo para que ellos, a su vez, entiendan finalmente el significado de querer estar solo. ¡Cuántas veces no les habré explicado ya que yo solo uso tinta negra! Sacaputas, definitivo. Pero ella sí que lo sabe. Sí, ella, mi sombra, esa silueta mareada que hace que mira al horizonte cuando golpeo con rabia la pared. Algunos comentarán con micrófono en mano que no se trataba de mi sombra; no, era un malta servido en vaso fino. “Sin agua ni hielo, por favor”. Yo, por mi parte o mis partes, comentaré que se trataba solamente de un recuerdo infantil que me perseguía porque yo nunca había logrado reinterpretarlo. Cuando yo era poca cosa –cinco años y unos meses, digamos-, le arrancábamos la cola a las lagartinas en las dunas de una playa de San Fernando. La cuestión era calcular cuánto tiempo el rabo seguiría coleteando. Metafísica de la tortura infantil. ¿Y cuántos años llegaríamos a vivir nosotros? Ahora me persigue una cola que parece borracha. Ella ha aprendido a llamar a la puerta. Tal vez se lo haya enseñado mi sentimiento inconsciente de culpabilidad. Si tuviera nombre, la llamaría La Benito. Se desconoce todavía si los rabos de lagartija tienen también apellidos: La Benito Musso… No hay documento oficial que pueda demostrarlo. Apología del terrorismo –me gustaría explicarle a mucha gente en-red-ada que terrorismo se escribe solo con una erre doble y que erre doble se escribe con una erre duplicada, y que ésta, a su vez, se escribe con un par de erres también-: mi sombra pudo no haber nacido. Aquí podría añadir que mi sombra pudo no haber nacido de no ser por… cualquier cosa. Apología de la angustia: Se me olvidó ir al aseo antes de encerrarme para siempre a escribir debajo de una colcha. Lo mejor de El Quijote siempre fue la bacía. Antes, en el milenio que se nos fue, cuando las sombras no me acorralaban porque yo no había tenido tiempo aún de emborracharme, pensaba que el casco del loco de la Mancha era un orinal. Ahora podría mear en él con extrema facilidad. Tal vez haría como mi sombra y miraría al horizonte mientras descargaba orina en la bacía manchega para evitar así cualquier sentimiento de culpa. Quizás de asco. Por muy ateo que me guste declararme, la imagen del Crucificado sigue emocionándome. La mejor manera de evitar su sonrisa es no sentir nunca ningún remordimiento, decía el Padre Genaro. ¿Sabía este cura lo que andábamos haciéndole a las lagartijas? Otra manera efectiva de que Jesús se mosquee es acompañarlo en su miseria. Falsa literatura: manos en la nuca si se escribe mal: el Sena: la Primavera del 68 francés: ningún vestigio para la posterioridad: más presencia tuvo la lagartija: o todavía tiene: la cola: ¿seguro que no quieres una goma de borrar Milán?: ¡que me dejéis en paz de una puta vez!: ¡Jesús!: ¡déjame tranquilo tú también!: algunos psiquiatras intentarán explicar esto cuando yo ya no esté o sobre como una consecuencia clara de mis arrebatos infantiles: pobrecillos, nunca probaron el Bushmills Black Bush: me gustaría comentarles que los rabos no los arrancábamos con las manos: un golpe directo y seco: un palo o un canto afilado: solo las lagartijas más aburguesadas derramaban sangre: la mayoría eran todas de clase trabajadora: músculo y una fe
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inaudita en una causa que parecía haberlas abandonado con la muerte de Marx y de Engels: sí: todo músculo y cerebro: mas no se imaginen el mío: porque es una mezcla de feria ente apéndices y colesterol: siempre he mostrado más masa cerebral en el hígado: The Macallan: 30-year-old: Double Cask: 2021: 70cl: 43%: 4.110 libras esterlinas: una de las muchas ventajas de asistir a las sesiones de AA1/2 es que al final de cada una nos premiamos con un botellín: uno, nada más: ¿veis qué fácil es volver a casa?: va a llover: en la habitación: desempolvaré el paraguas de cama: creo que anda metido debajo de la almohada: según la Organización Meteorológica terrenal (O.M.T.) el periodo de tiempo clásico es de treinta años: yo le añadiría otros 25 años: más que nada porque me apetece incluir esa temporada de mendigo que pasé en Aviñón mientras pensaba en décadas pretéritas prolíficas. “Prolífico” viene del latín y expresa la afición de ciertos individuos inocentes a esconderse en catacumbas porque piensan que vendrán tiempos mejores. Preguntémonos: ¿tenían almohadas y edredones en las catacumbas? Preguntémoselo al Páter Genaro. “¡No tenéis ni idea de nada de nada! ¿Pero qué narices os enseñan en casa?” A naufragar. “¡Así no habrá nunca cielo que quiera acogeros!”. Pobrecillo, quiso decir campo universitario o colegio mayor de la Obra. Decía Monseñor que el significado real de todo arte revolucionario solo podía ser encontrado en las nubes. Otro al que no se le entendía nada. “Monseñor, dígame una cosa: si es verdad que en las nubes se pintan cuadros, ¿por qué entonces no prohíben la aviación?”. “Y si es cierto que Neizvestny exhibe con asiduidad envidiable sus esculturas en el cielo, ¿por qué se permite el uso de ovnis?” Quién no crea en Dios ni en el derecho de las lagartijas a reclamar aquello que anatómicamente les pertenece, que crea en los marcianos. Yo, ante todo, creo en la almohada, palabra de etimología asceta, “mujadda”. Mi depresión es posterior a cualquier clasificación etimológica. Al árabe andalusí poco tengo que recriminarle, pues. ¡Ay, el juez! ¿A quién se parece el juez? ¿A Lissitzky? Veamos: tubercoloso, tirando a calvo, o calvo convencido, le gustan los jerseys anchos de lana y de cuello alto. Parece que tiempo atrás le interesaba ser capitán de submarinos. Quizás que lo hundieran, para que su viuda sintiera lástima por fin. No sonríe nunca, no lo echa en falta. Aunque, antes de ser ahorcados, algunos reos gritan al vacío que han visto sonreír al señor juez. Yo, por mi parte estúpida e interesada, creo que se parece a un Gil de Biedma con diez quilos menos. Nutrición soviética. “Comemos despacio porque nunca se sabe”. ¿Se sabe qué? “Sepa usted, señoría, que no fue nunca mi intención insultar a Abderramán III. Lo que sucede, o me sucede, es que me gusta soltar gilipolleces que solo el sacapuntas entiende”. Veredicto: culpable. Sentencia: media docena de golpes inesperados en la puerta. Toc-toc. ¿Quién huevos es? Los Pistones: Y no sé cómo voy a escapar, y no sé cómo voy a escapar… Vuelve Lissitzky. No se siente del todo cómodo. Su submarino no logró tocar fondo y por eso quiere apuntalarme. “Si usted se hubiese enamorado alguna vez le habríamos rebajado la condena. El narcisismo institucionalizado entre cuatro paredes añade años”. Yo he amado mucho, aunque me equivocara de número de teléfono y de lagartijas. Tal vez lo hice a propósito, como quien quema el ajo antes de echarle el arroz a la cacerola de mamá… o como quien pinta
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con los dedos para entender a sus hijos… o como quien folla con los ojos cerrados porque sabe que no se lo merece… Como el que folla en la cárcel, ¿me entiende? “Yo no entiendo nada, caballero. Aunque soy consciente de que se trataba, en definitiva, de un recuerdo infantil. Es una lástima que la amnesia siga siendo la única terapia que funciona con los nenes que, como usted, se han negado a crecer. ¿Pero cómo me ha dicho que se llama?”. Lagartijo González, hijo de Héroes de Baleares y de Arturo Soria, y llevo cuatro pintas y todavía no he conseguido sacarles efecto alguno. “Señor González: así se explican ese tipo de escritores que argumentan que escribir bajo los efectos del alcohol es, en suma, otro estilo diferente y válido”. Otro estilo de cagarla, añadiría yo sin reservas. El heskritor borracho: “Lo que más detesto de ti, asquerosa sombra, es esa manera tan fácil que tienes de empatizar -¡verbo nauseabundo! ¿Acaso ha perdido ya toda su validez psicológica el verbo simpatizar?- cuando me emborracho y sigo escribiendo. No se te ve mover ni un músculo. Cuando les confieso a mis amigos que escribo cuando bebo, algunos de mis amigos se molestan y me llaman inocente Aunque suelen esperar a que les convide a una ronda primero“. En el elemento nuclear y repetitivo de gran parte de mis frases encuentra el crítico la raíz de mi hundimiento. No es extraño que este tipo de explosión atómica de dibujos animados deje en la cuartilla aquello que los ciegos llaman concavidad impredecible, y nosotros, los afortunados con el mal de la vista sobreestimada llamamos alcantarilla abierta y mal vigilada. Debajo de una de éstas vive el esquritor cuando se emborracha para justificar el pecado venial de la esquritura nefastamente aprovechada. Parece que a este borrachín le complace la idea de afincarse en los subterráneos de la ciudad. Asegura que ahí abajo se duerme mejor que en la buhardilla. La rata le consuela –si usted se ha preguntado alguna vez adónde ha ido a parar todo “ese” alcohol, solo tiene que comentárselo a los roedores-: “Ahora se vive mejor aquí. Usted no puede ni imaginarse las cosas que nos caen aquí abajo”. Nunca le ha gustado esa palabra: “cosa”. Raramente la usa. Él. Yo. En 1966, Neizvestny hizo un excelente dibujo de una figura en el infierno. Ese boceto se parece a esa palabra: cosa. Ésta reside en la cueva número 6761, a dos puertas de la cueva de Faraday. Dice John Berger: “Aquellas formas que carecen de la emoción a la que eluden son formas prestadas de otros artistas y, por eso, nunca serán asimiladas, solo exageradas”. Debería explicárselo a la rata: “Yo nunca seré como tú. Qué decepción, ¿verdad?”. Por razones puramente geográficas –le conviene, of course-, ella solo entiende el inglés. Cuando a un anglosajón se le habla en otra lengua, o te expulsa del país o te ningunea. No me disgusta ninguna de estas dos sentencias. La del magistrado me pareció leve, como el chillido de una lombriz violada por un caracol tuerto. Quién sabe, tal vez sea porque echo de menos el garrote vil y aquella imagen en blanco y negro de Arias Navarro llorando como un nene tonto. Seis pintas. Remata Berger: “Si la función de todo análisis crítico fuera explicar y descifrar con precisión el significado de la obra completa, estaríamos hablando, entonces, de un sabotaje, de la destrucción del arte mismo”. Esto último parece que nos conforta a los tres: a la rata, a mi sombra y a mí. De todas formas, me gustaría que Berger lo rema-rematara. ¡Y os juro que lo hace! “El centauro por fin se asemeja a una bestia aborrecible. Ya nadie podrá sugerir que 112
es solo una simple interpretación de la naturaleza del hombre”. No, ya nadie. Ni tampoco aquí abajo, en el sórdido celeste de la cama, mientras voy despejando como mejor sé toc-tocs con una Dunlop sin cuerdas que me había regalado por Reyes mi agüela cuando ella creía en mí, por un lado,… y detestaba a su hijo, por otro, el de la aversión, supongamos. “Ratoncito Gonsales, cuando tengas algún problema en casa del bruto de mi hijo te vienes a mi casa, te metes en el estudio del tío Nicolás, cierras la puerta con esta llavecita y te acuestas en su diván. Te prometo que no le daré al toc-toc”. Siempre que yo me presentaba en paracaídas en casa de mi querida agüela/abuela con los morros inflados ella me compraba un helado en la Plaza de Dalí. “No es extraño”, al habla mi psiquiatra, “que usted siga asociando ese ´coñazo´ del surrealismo con los mamporros de su padre”. “Vamos a ver, listillo. Primero, el surrealismo dejó cosas muy interesantes que todavía me emocionan -¿puedo usar la palabra correrme? Y, segundo, lo de las leches de mi padre es pura ficción. ¿Cuánto le debo?” Me gusta ser un adicto con una clara disposición a disimularlo. Volveré a la consulta de Antonio Storr. 7 pintas… 7 pintas y dos sorbos… No sé por qué, o así lo estipula la pésima cerveza inglesa, me da ahora por pensar en Alfonso Reyes –ya hablaremos otro día sobre el genial pívot formado en la cantera del Estudiantes-. Como la clientela del pub sigue preguntándose en qué cojones estará pensando éste que no para de escribir y dibujar monigotes –“¡mira que le hemos explicado mil veces que si aquí no se viene a criticar, se viene entonces a ser critique!”-, o así me hace entender la paranoia Cantinflas de la séptima pinta, me envalentono y me subo a la silla para explicar a todo aquel que esté dispuesto a escuchar porque la crítica ya no le da para más, que el escritor regiomontano (del corso, “rey” y “del monte”) pensaba que las personas tenían tanto aguante que hasta les sobraba para ofrecerles un poquito más todavía a las sanguijuelas que les estaban dando por culo. Nuestra supervivencia consiste, opinaba Reyes, en pronto saber que ese gusano anélido asqueroso ni es tonto ni desconoce las leyes del abuso o aprovechamiento desmedido del gusarapo que se hace el lila: “¿Me entiende usted, señoría? Sé que no se lo pongo fácil. Lo admito”: “Yo solo entiendo lo que dice el Código. Queda claro que usted sobre fallos dictados no tiene ni pajolera idea”: ¿Cómo coño se cortará el bacalao?: Lo que de verdad le apetece a cualquier roedor es poder enamorarse: Sin embargo, es consciente, claro está, de que cuando él se enamora el gato sonríe por primera vez: Si algunos nunca nos enamoramos es porque no nos interesa que el enemigo sonría: “¿Y por qué me pegas ahora? ¿No ves que soy feliz?”: “Te pego simplemente porque me apetece, porque eres mi hijo y te puedo, porque me jode que sonrías cuando…”: el ejército rojo avanza imparable hacia Berlín: “Si te caen mamporros cuando repasamos las asignaturas que te han quedado para septiembre es porque nunca te atreverías a hacer nada”: El principito Michkin: “Te pego porque toda la mierda que pones en el tocadiscos no suena a Granados ni a Los Panchos”: “Te pego porque solo lees la columna del horóscopo de El Alcázar”: “Y porque creo en Arias Navarro el Extraterrestre y tú lees el Víbora”: “Y también porque dice Don Genaro que tu pecas, ¡y con distinción!”: “Toc-Toc”: “¿Quién es? –si se tiembla, debería escribirse así: ¿?Quién es¿?-“: “Bengt Ekerot. ¿Te apetece una al parchís?”: “Depende. ¿Viene Bibi Andersson
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contigo?”: “Nah, solo Max”: “Pues que te den por culo, chalado. Déjame en paz”: 9 pintas: Dicen que el brandy, si se consume con moderación –“Don Genaro, yo no entiendo eso de la moderación. ¿Le importaría explicárnoslo?”-, combate el daño en los tejidos: Qué pena que no haya aprendido nunca a pelear con nuestros viejos ni con los curas del colegio: No, le apetecía llevar la contraria: Como todos los inventos franceses: Aunque en este caso se tratara de la creación vinícola de un iluso comerciante holandés que se dejó caer por Cognac: Mas eso no te lo contarían nunca los franceses: Como tampoco contaba nunca Don Genaro nuestros logros: Al único cura que quise de pequeño (entiéndase, desde que salí de un vientre familiar sin pedir nada a cambio hasta que hice la mili- es al de mi primera comunión: Mi abuela apareció vestida con una camisa de flores y pantalones ajustados: Caso único en una época en la que todos los delanteros de fútbol tenían chepa y fumaban en el descanso: Creo que ese día me enamoré de ella: Espero que este detalle no haya ofendido a la rata: Aunque si se siente ofendida me la trae floja: Últimamente entre la sombra y ella me tienen frito: Dicen que yo debería escribir sencillo: Que sería una prueba de madurez irrefutable: Mi sombra se envalentonó ayer y le robó la estilográfica a su compañera: “Veamos…”, dijo: “…Escribamos sencillo: Entra un niño en su casa y le pregunta a su madre si puede irse al bosque. Ella no le puede escuchar porque se ha puesto los auriculares que le ha regalado su marido Boris para que lo deje tranquilo cuando juega el West Ham por la tele. El niño sale de casa y a la media hora ya está en el bosque. Sobre el tallo del pino más alto y anciano cuelga un cartel que dice en letras rojas: Noticiario Matute: Aquí sucede lo de SIEMPRE. El niño lo lee y regresa a casa sonriendo. “¿Dónde has estado?”, le pregunta Lauren, su mamá. “En clase de idiomas”, responde él, La madre le acaricia la cara y le planta un beso en la mejilla. “Mamá, ¿por qué SIEMPRE güeles a bacalao”, pregunta el niño sin apartar la mirada de las baldosas del suelo de la cocina. “Porque ya sabes que a tu padre le encanta comer SIEMPRE lo mismo”, soy libre) (Según iba expresándose con el corazón –tal vez un tanto anaranjado, hemos de admitir- el tristón de Hrabal para contarnos por lo bajito, como acostumbraba y porque así hablan los neurasténicos, aunque esta denominación ya no esté en uso, que aquellas personas que alguna vez habían sufrido un ataque depresivo partían con ventaja porque sabían entender con exquisita facilidad la música de Mähler, Rachmaninov y Tchaikovsky (algún capullo le ha quitado la t inicial), entró en la taberna donde platicábamos uno de esos personajes históricos bajitos, bigotudos, calvos y gordinflones que tienden a aparecen en los libros de historia porque les apasiona hacer un uso pésimo y antidemocrático del uniforme militar que lucen, y gritó a escupitajos involuntarios “¡algún día llegará -suelen llegar siempre, pero bueno- que mis compañeros se rifen a balazos esa presunta inteligencia superior de ustedes, trotskistas de mierda!”. Como quedaba claro que ese día ya había llegado en el calendario personal del tocino coronel, desenfundó su sable de oficial del Décimo Batallón del Regimiento de 50 Reales de Artillería y se lío a espadazos con los allí/aquí presentes, empezando, como era lo lógico desde el punto de vista táctico –hay pocos oficiales de alta graduación que prefieran el punto de vista romántico-, con aquellos contertulios que tenían fama 114
de hablar tan bajito que solo las moscas curiosas podían entenderlos -¿encabezaría esta clasificación Khale al-Asaad?-. “¡Que no se mueva ni dios!”, ordenó el enano uniformado mientras le clavaba la punta del sable en la garganta a Prokofiev. “¡Y ahora a por los que usan micrófono y altavoz! -¡qué lástima que el páter Rogelio solo saliese de su cuarto del Colegio Mayor Albalat para impartir clases o para comprar a escondidas bombones en Trufas Martinez!-, gritó seguidamente el calvito militar mientras evitaba a toda costa cruzar pupilas y corazón con ninguna de sus víctimas potenciales porque así mataban y matan todos los héroes menguados. Cayó Pepe Gotera y cayó el Padre Miguel –éste odiaba los cilicios y las pastelerías, que conste para los anales de la narrativa semificticia-. Nuestro iracundo colega de página limpió el filo de su arma letal en la capa del asesinado y único sacerdote decente de la ciudad que nos quedaba y se dirigió a paso lento pero marcial hacia la butaca reservada para el Excelentísimo Cerillero Anarquista Alfonso González Pintor, detrás de la cual escondíase, tal vez temblando, o, mejor dicho, temblando sin reparos, para qué mentir, la figura de un metro y ochenta seis centímetros del ensayista especializado en ciencia que no requería prueba explícita -¿quién cojones desea escribir ninguna mierda imparcial sobre los efectos del consumo excesivo de absenta en las corridas de toros, por ejemplo?- Anacleto, un playboy que podía, y a veces así lo hacía porque para eso nace listo uno, presumir de un coeficiente de inteligencia privilegiado en una república de gente bajita que lo era por razones puramente déspotas desde el punto de vista evolutivo, histórico, político y social. Y es que ni la dieta ni el salario parecían haber dado para más, es decir, para más centímetros y musculatura, hecho éste que, como excepción a la regla anatómicamente preconcebida, parecía haber ignorado Anacleto al esconderse detrás de aquella butaca claramente diseñada para contertulios insignes que en vida no pasarían nunca del metro cincuenta de estatura, por lo menos mientras su país no se aliara a ninguna comunidad de estados desarrollados económica, física y moralmente. Muerto Anacleto de un simple sablazo perfectamente ejecutado siete centímetros por debajo de su sobresaliente tupé, el gerente del local, personaje que no conocía otro oficio que no fuere el del despachar licores y barrer huesos sobados de aceituna, y en vista de que, de seguir, aquel asesinato en masa seguramente implicaría que él tendría que buscarse otro forma de pagar deudas e hipotecas, se armó de valor y agarro por la cintura a la mujer más bella del planeta, es decir, la jarra de sangría, y se la estampó en la nuca al mismísimo enajenado coronel que esa sobremesa andaba atacando a la clientela, independientemente, según creía justificadamente el dueño y amante accidental de la jarra, de lo poco que habían consumido hasta la fecha esos clientes, ya muertos o no, en aquella taberna que le pertenecía y a la que algún cándido tertuliano había bautizado como “nuestro segundo hogar”. Cuando llegaron los guindillas de la Brigada Superior de Inteligencia Objetable, yacían sobre el suelo encharcado de la tasca los cuerpos de cuatro, ¡ya por fin!, ilustres intelectuales. Sobre la poltrona del enigmático anarquista cerillero descansaba eternamente (cueva 8989333, sala vigésimo cuarta) el cuerpo del coronel. Parecía que sonreía levemente, comentaron en la prensa local los estudiantes interinos encargados de la sección de sucesos. Sobre las rodillas del
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homicida, como deseando simbolizar aquello que solo los muertos conocen, reposaba el tupe seccionado con toda su masa craneal correspondiente de Anacleto. Desde aquel desagradable incidente, me negué a ser carne de tertulia nunca más. Más tranquilo se estaba en casa escuchando los partes meteorológicos y los resultados del furbo acompañados de una copa de whisky, sin duda regalo de navidad de algún conocido que nunca tuvo la suerte de saber expresarse de otra manera que no fuere obsequiando la amistad con el más sabroso de todos los líquidos mefitofélicos. Pero antes de acabar permítanme que les cuente que la ironía, esa vieja desdentada y sifilítica que sabe reírse únicamente cuando algo no le ha hecho gracia, supo facilitarme una ruta de escape de aquella matanza al comprobar ella que porque solo mido 1 metro y 48 cms mi empaque anatómico era perfecto para esconderlo en el barrica vacía de Jerez Villafranca del Penedés y Asociados que algunos clientes desconsiderados usaban en aquel local como escupidero. No me vio nadie, fue una zambullida ideal. Creo que parte de mí, especialmente ese lote que antes detestaba escuchar la radio o ver la tele porque prefería leer libros sigue todavía ahí adentro, soy libre) (Pues que andaba yo haciendo que leía esta mañana mi manoseado tomo de Paterson –“It is dangerous to leave written that which is badly written…”- en el jardín de un coqueto café de Brighton y que a la cuarta o quinta arremetida de reojillo –pocas coas me atraen más que una mujer que se bebe apaciblemente en público un café a solas mientras piensa, aparentemente, en aquello a lo que los bárbaros llamaban las musarañas, y Fogwill, por su parte, el dominio del reparo- cayó de una de las últimas páginas del poemario de W. Carlos W. –“… A chance word, upon paper, may destroy the world…”- una nota mía redactada vaya a saber usted cuándo (quizás ya en el infierno) –Era una mujer cebollona que se volvía calva al acostarse. Con gafas de metal que se ensanchaban siempre que te cobraba, sus ojos rojos funcionaban como bombillas automáticas cuando se apagaba la luz…- que, además de demostrar con sinceridad palpable el pésimo efecto del abuso de la cafeína sobre la caligrafía –“Watch carefully and erase, while the power is still yours, I say to my self…”- contenía una escueta descripción de uno de mis encuentros en mi Bahía de Cochinos personal –vestía trajes caros comprados en Decomisos y una ropa interior que solíamos arrancar a mordiscos la clientela más encolerizada por motivos puramente personales…-, reseña que al leerla esta mañana no me produjo, por otra parte, asco alguno, tal vez porque de reojo yo seguía mirando –“…, for all that is put down, once it escapes, may rot its way into a thousand minds…”- y poca atención a aquella nota yo seguramente andaba prestándole –Ella hacía pesas, o eso me había creído yo. Sobre su musculatura exagerada y tensa nos permitía a los estudiantes más “aventajados” (según ella) que, después de consumir el acto asexual del desprecio contra uno mismo, apoyáramos la frente si nos atrevíamos antes a cantarle algo en italiano- o tal vez porque iba yo a matar dos pájaros y cuatro tazas de un tiro e incluirla en este cuento para rellenar, como siempre me ha parecido, lícitamente página y vacíos… –“… the corn become a black smut, and all libraries, of necessity, be burned to the ground as a consequence.”- … abiertos con total naturalidad en mi tenaz existencia anglosajona de paisano… siempre de paso…
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– Para aquellos que aspirábamos a ser poetas (en mi caso, mucho años y paro me llevó entenderlo- La Caputo era una fuente de ingresos necesaria en una ciudad acostumbrada a arrancarle al cielo lo poco que le quedaba de conciencia. Murió en 1993. El cretino de Dios no tardó ni dos semanas en contármelo por llamada a cobre revertido. ¡Por qué cojones funcionaría tan bien la telefónica inglesa!-…aunque evitando a toda costa cualquier desnivel –“…Tra la la la la la la la la… La tra tra tra tra tra tra…”-, soy libre) (Cuatro de cada cinco clientes del pub de Hull Ye Olde Black Boy podría jurar que a la segunda copa Larkin acostumbraba a encerrarse en el retrete para no salir del mismo hasta que no se sintiera satisfecho con el monólogo en alto que el bibliotecario de Coventry mantenía consigo mismo, siempre con los pantalones y los calzones de tergal bajados, por supuesto, y las cachas calentando la taza de un retrete, por lo general, seco y ciertamente inodoro -todo depende del grado de aceptación alcohólica personal-. A cuatro de cada cinco clientes nadie les había explicado de peleles que entrometerse en asuntos ajenos no era de su puta incumbencia. En suma, “¡no te metas donde ni dios te llama, cojones!”, tal y como quedó constatado que le dijo Antonio Tejero Molina al primer marqués de Gutierrez Mellado el día de la reputada intentona fallida. Toc-toc…
¿Está libre? ¿Hay alguien ahí? ¿Me podría abrir la puerta, por favor? Mire que no me aguanto más… y voy a tener que usar la farola de ahí afuera…
“Querida taza de loza esmaltada donde descansan, siempre invisibles y tolerantes, millones de micropartículas residuales de urocromo y demás: yo ya no leo. No me creo el camelo de los libros. No son más que otro laxo paliativo con el que olvidarnos temporalmente de la desilusión. ¡Detritus inmunda!... (añádanle cinco minutos más). Para qué hablar sobre el cielo y el infierno si parece que nos hemos acostumbrado por fin a vivir en esta desidia superficial que es nuestro limbo terráqueo. He de juraros que yo ya había rogado antes de nacer que me dejaran vivir en el firmamento, y que, si no quedaban plazas allá arriba, por ser yo hombre/bebé de extremos constatados, el infierno tampoco es que me desagradara tanto; mas me acusaron, y con razón, de ser hombre/bebé de nulo dogma, y mi súplica quedó hecha un pedo en aquel ambiente sacro con olor a incienso y Baron Dandy. Así pues, mis viejos, consagrados los dos a la disciplina elemental de joder en vida, prefirieron el puteo, entregándome con vida en 1922 a este limbo nauseabundo de la mediocridad que se relativiza a diario puramente por razones comerciales. No tardé demasiado, es verdad, en aprender a mamar de los errores ajenos cometidos en mi entorno –la onda corta de la radio fue uno- y parece, según cuentan mis biógrafos –pijos alienígenas con los que solo merece la pena comunicarse a cobro revertido-, que pronto supe también valorar todas las putadas a las que me vi sometido en el hogar paterno desde una temprana edad, porque uno, tímido y tartamudo por dentro y por fuera, nunca ha de olvidarse de dónde viene y, peor aún, hacia dónde nunca se aproximará. Claro que sería injusto culpar únicamente a mis
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- padres. Allí afuera, en aquel jardín de tan arrogante hierba alta, sigue colgando a secar el sostén rosa de la tía Mildred… (añádanle otros cinco minutos más). Conocida de sobra es esa capacidad que tienen las ratas aburguesadas para conservar y pelear por algunas de las costumbres más ridículas que hemos heredado en este país. A nadie que haya leído y entendido alguna vez a Wordsworth le debería sorprender que, cumplida la decena, yo ya creyera más en mi pesimismo ecuánime que en los detalles celestiales de un ser supremo y cursi, por ejemplo, o que, a la tercera o cuarta polución nocturna mía, empezara a entusiasmarme la idea de gritar para todos, mas sin salir nunca de mi habitación, que el único matrimonio –¡himeneo perpetuo!- llevadero era y por lo visto sigue siendo, según nos delata la programación televisiva, el consumado con la almohada. El descaro de ésta se puede percibir en mi primer poema publicado, una helegía con h de huecograbado infantil que la revista del colegio The Conventrian (debería añadirle alguna falta de ortografía) publicó sin mi permiso porque había quedado un hueco libre en la página dedicada a ese deporte para pusilánimes ridículamente uniformados llamado xxxxxxx (no seré yo quien le dé publicidad). La miopía también se la debo a mi compañera sentimental de la parte superior de la cama. Y a la ella, otra vez, el que me consideraran inepto para toda actividad emprendida con belicosidad y charreteras… (añádanle tres minutos y cuarenta y dos segundos más). He de decir que mientras en el infierno hablamos con toda la naturalidad que su inagotable llama permite y en el cielo otros hablan por ti, en la tierra se ha aprendido a sobrevivir a pesar de esa puta facultad que tiene el mono erguido y caminante de expresarse y comunicarse con los demás; dar el coñazo, en definitiva… (añádanle dos minutos y siete segundos más). ¡Ay, limbo mío! ¿A qué viene tanta reseña? (pedo: ventosidad gaseosa. Pregunta alguien en la WWW, un farero que acaba de perder su torre, posiblemente, que cómo es posible que el cuerpo pueda generar algo con un horror tan “horrible”). ¿Y para qué tanto análisis si yo solo necesitaba que me estudiaran a mí, como individuo, no como poeta, como jirafa arrinconada por elección personal en la esquina de un circo dominado por la sonrisa falsa del chimpancé que follaba ignorando las leyes de la inercia?... (añádanle siete minutos y treinta y tres segundos más). He de confesar que me molesta ver que a Milagros le escandalice que yo haya pagado 890 libras por un borrador de la nota de suicidio de Evelyn, el Waugh, pero que ni se inmute ella cada vez que descubre, según ella, de “casualidad” (“Te dejaste el Amstrad encendido. Me sequé los moscos con uno de tus kleenex, me senté en tu silla de cuero, le di a la palanca ubicada debajo del asiento para subirlo 30 cms, encendí el monitor y me di cuenta que tu ordenador seguía encendido… tal y como acostumbras a dejarlo siempre que te agobias cuando dices que estás escribiendo”), mi pasión por esos gustos eróticos inusitados que tienen los japoneses de mi edad… (añádanle ocho minutos y cincuenta y siete segundos)…”
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- Oiga, ¿va a salir usted ya, o qué? ¡Que la cola llega a la barra, fuck´s shake…! - “Pero volviendo al tema de la inercia (nota para el alcornoque Harold Wilson: Inercia: dígase de esa necia incapacidad que tiene usted de modificarse por sí mismo, ya sea en estado de reposo, ya sea en movimiento)… Pero volviendo al chimpancé con pantalones vaqueros… Pero volviendo a mí mismo… Pero volviendo de paso… como se vuelve a la cama porque nuestro coeficiente de inteligencia no nos da para más y parece que no nos abruma la idea de leer las interpretaciones en cómic de las novelitas de Rice Burroughs… Pero como… - ¡Ya está bien, fucking hell…! - “Pero como iba diciendo, y como se presentará mi suicidio –hay inmolaciones que se ralentizan no por falta de coraje, como creen los especialistas del bostezo crónico, sino más bien por una carencia de alcohol de calidad-, yo ya no pierdo el tiempo ni el culo de ninguna botella leyendo un pijo. ¡No permitas nunca, exclamaba mi madre siempre mirando a las cortinas, que te roben el alma! Ese dios muerto a quien con infantil arrogancia adoráis me concedió la dicha de aprobar unas oposiciones a bibliotecario. Quedaba sentenciado, pues, que nadie podría ya robarme ni una pizca de mi abstracto espiritual. Eso, claro está, si yo me comprometía primero a cuidar con disciplina y esmero de varios millares de fichas bibliotecarias. Al pensar en éstas, y mientras me limpio el trasero, me digo que la única diferencia entre el sapo y la rana la encontraréis en la postura. ¿Aire o postura de quién?, no me preguntaréis nunca. De aquel que intenta averiguarlo, con frecuencia una entidad metropolitana pochola que, por ser abstemio –“yo no bebo nunca. ¡La naturaleza es mi coctel!”-, no comprenderá nunca que la música que sale de una capilla es bastante más provechosa que la fe que en ella supuestamente se derrama. El día en que erijamos catedrales para el uso exclusivo de aquellos creyentes que solo profesan la fe de la sinfonía -y de la siesta, añadiría-, en este mundo de chiflados barbudos solo le quedarán ganas de guerrear a los bolcheviques de mierda. ¿Para qué me iba a pelear yo si en este recinto se duerme como Dios? ¡Silencio, ese que ronca en la nave central es Lester Young! Yeats haría de… - Larkin, sepa usted que la policía está al llegar. ¡Y también hemos llamado a los bomberos!... - “… monaguillo… (añádanle nueve minutos y cuarenta y un segundos más). Contra el insomnio, aplíquese el cinismo. Contra Dios, la amiga almohada. Contra el matrimonio, una esposa católica y devota a la que no le tiemble el corazón cuando finalmente descubra que tu único dios tiene forma de sapo y piensa como tal. Contra una vida frustrada, una nómina salarial firmada con un lapicero prestado. Contra la imagen que
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- dice el espejo que desea proyectar, el objetivo de una cámara fotográfica que ha aprendido a soportar lo ridículo. Si hay algo que verdaderamente me toca los testicles es esa incapacidad moral que tenemos los viejos para no rebelarnos cuando nos meamos encima porque el lavabo queda en Paris o en la puta Calcuta. La vida, estimado papel El Elefante sigue exhibiéndose igual: feúcha y a posta. Querida Queen Nzinga: estas dos páginas que algún día leerás, no las disfrutarás tanto como te hizo gozar en nuestro último encuentro en el Jardín de la Paz mi historial pornográfico. ¡No tienen precio!, literalmente speaking, soy libre) (Miedo al silencio… Voy arrancando páginas que me han llamado la atención de libros que me interesan para usarlas de marcapáginas en otros libros de lectura también apacible. Al final, tengo tantas dentro de ese libro en cuestión y ocupan tanto espacio que siempre acaban por los suelos entablando amistad, digamos, con pulgas, migas de pan, tabaco de liar, pelos y todo aquello a lo que nunca le ha asustado ser cómplice de la gravedad en casa. Veamos un ejemplo: estiro la mano izquierda y agarro el primer libro que veo. Alfonso Reyes, Cuentos. Prólogo de Alicia Reyes, Editado en México en el 2010 por Lectorum. En su interior, añadiéndole un par de docenas de gramos extra al peso del libro cuya página a leer me marcan encontramos un calendario en ruso de las Aerolíneas Soviéticas de 1974 que extraje de un libro de aprendizaje supuestamente acelerado de la lengua de Ajmátova; encontramos también otra página bastante arrugada de un ensayo de John Berger en la que se puede ver una fotografía de la escultura Cosmonauta de Neizvestny, y dos páginas en blanco, claramente seleccionadas por su calidad y textura para dibujar cuando me aburra en algún pub de tanto beber por mi cuenta, y posiblemente extraídas de un tomo del primer tercio de siglo XX que se había editado en la antigua República de Weimar; y, por último, ¡eso espero!, otra página separada de una biografía de Panero con un retrato suyo realizado al óleo por Álvaro Delgado en 1996 y en la que se puede leer en el reverso una nota mía, escrita en un bar –huele a eso-, que dice “La nada son todos los muertos, aunque algunos vivos a ella ya se hayan aproximado. ¿Para qué acelerar el proceso? Disfrutemos de la vida, con o sin muertos aprovechados”. Ahora bien, ¿cómo enlazar lo anterior con lo que íbamos a utilizar para rellenar el cuento de hoy? Podríamos hablar de la sonrisa imperecedera de aquellas personas que lo han visto y probado todo en esta vida, todo lo malo que este mundo asqueroso puede ofrecer. A diferencia de aquellas otras personas que han visto o probado únicamente una porción de la mierda global y que todavía lucen cara de susto, estos otros sonríen invariablemente, ya sea cuando aparece o reaparece el Hombre del Frac, ya sea cuando duermen y entran en un estado de profunda relajación, o cuando llaman a la puerta y es el comisario político escoltado por dos secuaces gorilas, o cuando se yace desnudo en la mesa de mármol helado de las torturas del infierno. No hay manera de que se les cambie la expresión, y esa sonrisa los acompaña a todas partes y en todo tipo de situaciones, dando igual que la circunstancia sea satisfactoria, o sea pésima y dé puta pena o terror. “Yo sonrío porque ya lo he visto todo”, intentaba Levinas explicarle en vano a su
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confundida sombra. Miedo al silencio… Ahora parece ser –lo cuento porque acabo de rozar con los dedos de mi pie desnudo una nota que dice así- que mi objetivo esta mañana al sentarme delante del triturador digital de textos e ideas era charlar sobre la faceta más democrática de la vida: su final. Aunque me parece más lógico indicar que eso no es completamente cierto porque de lo que sí que quería hablarles yo hoy era de la cosificación: llámese a esa etapa en la vida en la que ya no nos sorprende un pijo que en un momento de auxilio, al gritar, nos responda una voz que suene a la de una persona que contesta a un telefonillo. “No se preocupe, la ambulancia está al llegar”. En tres minutos estaré muerto. Me daré por cosificado antes, o sea, cuando se abra una nube y desde el cielo responda una voz de telefonillo. “No se preocupe, a todos les llega su hora”. ¡Si por lo menos me dijera algo el de la ambulancia! Pero ya veo que me he cosificado y que solo me va a hablar la que tiene vocifonillo. “Ya está, ya está. Cierre los ojos y deje que le lleven”. Miedo al silencio… Cuando éramos cuatro, al encargado de las farolas lo conocíamos todos. Ahora que somos diez, hemos permitido que nos reconozca un artilugio electrónico al que al parecer se le da de puta madre almacenar y tratar información (inclúyase aquí carpetas guarras) mediante unas operaciones matemáticas que nos suenan a chino a la mayoría de las personas reconocidas por la citada máquina. Aunque sea cierto que la nostalgia no es prolífica en su quehacer diario, no es menos cierto que su voz es lo menos parecido a la del vocifonillo. Miedo al silencio… Estoy de a acuerdo con Levinas: si no supiese ser trágico no podría adaptarme. El mal es inevitable: sin él no habría hormigas ni telescopios. Miedo al silencio… Una gran atributo de la condición humana: la llamada telefónica –“No se preocupe, a todos les llega su hora”- en plena siesta, erótica o no. Miedo al silencio… El inconsciente es un perfecto narrador objetivo. Lo que la mano haga o deje de hacer se acoge a una moda de la que soy partícipe de una manera racional que, paradójicamente, carece de toda objetividad emocional. ¿Qué quiere decir la verdad?, pregunta la del vocifonillo cuando mi corazón está a punto de capitular. Cuéntemelo cuando mi sonrisa duerma. “Pues quédese tranquilo y siga roncando”. Miedo al silencio… La locura comienza cuando nos roban nuestra primera almohada “¿Qué le pasó, Zambrano? ¿Por qué está usted tan rara?”. “No lo sé, parece que un intruso entró en la alcoba cuando las dos roncábamos y nos birló nuestras almohadas”. Una almoada sin h intercalada (almohada sefardita) también es un hurto. Miedo al silencio… “Mi obra”-a Borges se le saltaban las lágrimas- “me la tradujeron a la mayoría de los idiomas. Les faltó traducirla al original”. Miedo al silencio… El 10 de enero entran en el aula 19 de la facultad de Ciencias de la Información los Faldas Rosas. Al mando, pistola en alto, pero no muy en alto porque se le podrían ver las bragas, el General Teodoro Mena y Causal. Se llevan al profe orador y a 23 alumnos. Lucir lacitos en las barbas y vaqueros desteñidos no ayuda. Antes de soltar el general su primer disparo al techo se le había oído decir al catedrático arrestado “Queridos alumnos y alumnas: hoy hablaremos sobre la almohada, de su enfoque metafísico y de sus hipotéticos vínculos con la ausencia real de ruido en un mundo dominado por la felicidad refleja”. Su cuerpo mutilado fue encontrado siete meses después en un descampado de Arturo Soria por un grupo de
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chavales de corta edad. Era un sábado de julio y los niños jugaban a los piratas en aquel terreno de próxima especulación inmobiliaria de la social democracia capitalina. Como el estado ecológico del planeta seguía dándonos igual, la gente no tenía reparo y continuaba tirándolo todo en cualquier espacio geográfico que pareciera muerto. Claro, a nadie le interesaba explicarnos que la tierra nunca muere; mueren las personas y sus mascotas. Los cuatro chicos jugaban a darse de golpes con un par de almohadas. Dos de ellos capitaneaban una bañera convertida en galera por arte estrictamente de la imaginación infantil. Los otros dos intentaban asaltarla usando dos almohadas sucias y con moho como arma de capacidad disuasoria suprema. El abordaje parecía inevitable. Yo era Black Sam y a nadie le había contado todavía que Anne Bonny y yo éramos pareja. No, negativo: aún no me masturbaba. Emilio protegía la proa de la bañera y yo la popa. El plan era en un primer momento permitirles que nos dieran de almohadazos y contraatacar cuando menos se lo esperaran –“¡Os vais a cagar ahora!”-. Abandonamos el barco de un alirón y salimos corriendo tras ellos gritando obscenidades dignas de un chaval avispado que ya sabe cómo hablan los mayores –“¡Te cortaré los cojones!”- Desde el suelo, Julito agarró una bolsa de basura negra y me la lanzó a la barriga con tanta fuerza que la bolsa se partió nada más salir volando. Yo juraría que mi amigo se tragó parte de su contenido. Pero solo los trozos pequeñitos. Tal vez un dedo, tal vez dos. Ya no jugábamos a los piratas. Acabábamos de entrar en clase de álgebra ya que nos apetecía en ese momento contar cuántas bolsas negras parecidas había a veinte metros a la redonda. Se me ocurrió sugerir que abriéramos las que pesaban más. Como aún no nos habían dado clase de anatomía humana, sugerí que aquel pedazo de un cuerpo mutilado que acababa de desprenderse de una de las bolsas más gordas era lo que algunos detectives llamaban torso en la tele. Creo que Jesulín vomitó, aunque después se negaría a admitirlo. ¡Menos mal que no vimos ninguna cara de un muerto! Con aquel torso ya teníamos para veinte pesadillas y alguna que otra meada nocturna en cama. Lógicamente –los niños también saber pensar- volvimos inmediatamente a nuestras respectivas casas a la velocidad del silencio. “¿Pero te vas a dar un baño ahora?”, me preguntó mi mamá. “Ya sabes que a tu padre le fastidia que se gaste el gas así por así”. Yo creo que lo que más le jodía a mi papá era tener que cambiar la bombona. “¡Joder, si es que no para uno!”, era su frase favorita. Miedo al silencio.., Digan lo que digan los hippies de la Ibiza 92, la vida solo es interesante cuando ocurre algo dramático o brutal. Sí, es cierto, ante tal espectáculo algunos lloramos e incluso se podría estipular que también nos acojonamos, aunque parezca contraproducente, pero todo esto forma parte de esa terapia esencial que se necesita a la hora de combatir el miedo o la frustración que conlleva una vida mediocre o vulgar. ¡Dame carnaza!, exclamaría Caravaggio. ¡Danos gravedad!, matizaría a gritos Einstein. Miedo al silencio… Asegura la gente que sabe llevarse por lo que les dicta el corazón cuando nadie les molesta que la infancia sigue sin tener presencia o parrafadas en el guión de la película diaria. Parece que al Proyeccionista General y a sus adláteres no les interesa que se manosee el sistema jerárquico establecido. Claramente, eso es una injustica contra la que debe rebelarse la persona que se cree democrática y puede, pues,
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presumir de ejercer un control total sobre su sistema cardiovascular igualitario. Este tipo de humano –aquí podríamos incluir también a las abejas y a las urracas- entiende que respetar la opinión y el comportamiento infantil es un requisito ineludible para el progreso de la civilización. Miedo al silencio… Pobrecillo nuestro profe orador. Lo habían torturado tanto –el “método del teléfono” es uno de los más sencillos. Consiste en dar de hostias en ambos oídos con la palma abierta- que cuando lo iban a descuartizar porque no había manera de hacerlo callar se dirigió al sargento que empuñaba la sierra mecánica, modelo Kagoshiro FM567567, y le dijo: “No se puede entender el concepto de la justicia social si la libertad que ha de acompañarla no se ha concebido desde el más estricto y puro sentido de la humildad”. Desvariaba. Como todos los mamíferos que se vuelven locos por presión ajena, había recobrado al final el sentido de la verdadera y única razón. Me pregunto si el sargento verdugo habrá llorado alguna vez. Quién sabe, le gustaban las rancheras. Miedo al s-l-nc--… soy libre) (Que andaba Milagros escribiendo mentalmente su columna diaria sobre la figura del chaquetero –hombre que roza la cuarentena y media hipoteca pagada ya, y que cambia de bando político por razones fiscales más que nada- en la historia de su nación y que preguntose ella si no estaría la persona usurera como tal –dos de cada tres aseguran haber pasado por el CEU- emparentada zoológicamente con el macaco Rhesus porque, después de todo, ambas criaturas de Dios destacan en teoría –digo teoría porque seguimos esperando a que alguien nos demuestre lo contrario- por su avaricia infumable, por proteger, a golpes o no, tanto aquello que supuestamente les pertenece como eso otro que no. ¡Devuélveme mis cacahuetes, cabrón! ¡Mamá, mamá, ese señor me ha robado mi helado! ¡Julio, no hagas ruido, que viene el cobrador de la letra! Por razones que allí, en el hemisferio cerebral derecho de Milagros, quedaría tonto explicar, se puede argumentar que, una vez en el infierno, nadie osaría entrar nunca en la cueva que el macaco y el usurero –“¿incluir también aquí al chaquetero?”, se preguntaba ella- tienen designada en el ala norte de la galería 134.232. ¡Para qué dejar que le roben a uno lo poco que le queda! Por otra parte, y acababa ya porque sus hijos le habían regalado la colección completa en Betamax del programa La Clave, de Balbín, y no había tiempo que perder, nunca hemos descubierto, aseguraba ella, la razón por la que no nos place hablar sobre las costumbres y la presencia de animales en el infierno. Aquel que piense que Moby Dick fue directamente al cielo es un irresponsable moral, soy libre) (Mierda. Y palo. Palo largo y grueso. Palo más largo que grueso. Digamos, más largo que gordo asqueroso. Con forma un tanto irregular pero cilíndrica (de no ser así sería un pedazo de un marco de ventana, por ejemplo), suele ser de fácil manejo manual, incluso para nuestro primo feote y peludo, el Pan troglodytes. Si no me creen cuando les digo que su uso no es complejo, pregúntenle a cualquier niño que no haya descubierto aún los encantos del universo de los videojuegos. Pero, ¿por dónde íbamos? Ah sí, palo largo y gordito asqueroso (“¡este no sirve ni para portero escoba!”) con clara tendencia física cilíndrica y que se deja manejar fácilmente. Alguien, tal vez otro adulto más frustrado, lo corona con una mierda. La mierda, como se sabe y saben los leones del Parlamento, se pega a cualquier cosa. Para jodernos el inicio de nuestra madrugadora jornada laboral, también
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se pega a partes varias de nuestra hundida anatomía. Suele hacerlo a los dedos de la mano que asea cuando no llevamos en el cuerpo ni medio sorbito de café y hemos decidido cinco minutos antes (treinta, si se pasa ya de la cuarentena) deshacernos de ella de una manera poco original (sentarse en una taza para evacuar detritus personales carece de todo aspecto insólito) en el cuarto de baño a las 6:45 de la puta mañana en día laboral. “¡Me cago en la puta, qué asco!”. El papel higiénico no daba para más, se había hecho el tímido o el patoso. La consecuencia lógica, aunque ficticia, sería ahora pensar que parte de esa mierda desalojada le colgaba de las yemas de sus dedos de santo de ciudad al Padre Miguel, por ejemplo y por utilizar aquí a uno de nuestros protagonistas, aunque tal vez cinco o diez años antes de entrar en el Seminario Conciliar de Barcelona. Obviamente, hoy en día (¡para eso es cura’!) él ya no suelta tacos o solo hace uso de ellos en el confesionario (“¡tienes que dejar a ese animal, coño! ¿No ves el daño que os está causando a todos en casa, jolines?”). Mas volvamos a dirigir nuestra atención al palo en cuestión. Añadamos un mierda al palo para que en éste quede pinchada. Juzgado Decano, Gran Via de les Corts Catalanes, 111, 08075 Barcelona. 0935548821 (¡ni se molesten!): “Fíjese usted, señoría, que el padre de nuestro sacerdote pecador, Don Miguel Alonso (visigótico) Flores (asturleonés) cuando se enfadaba con nuestro cliente (algunos carcas llevan enfadados toda la vida) porque su hijo no daba para la Academia Militar y, ni en sueños, para la Escuela de Notarios, le gritaba, siempre desde una habitación contigua “¡si es que eres una mierda pinchada en un palo!” (le abro este paréntesis, señor juez, para indicarle que si ese día al chucho viejo se le había templado el nervio porque el equipo de fútbol de la familia había ganado sustituía entonces la palabra mierda por caca -¡si es que eres una caca pinchada en un palo!-, aunque a nuestro futuro sacerdote dicho agravio seguía afectándole por igual porque, con o sin victoria del equipo de fútbol adoptado por la familia, solían ser el prólogo a unas broncas caseras interminables en las que solo tomaba la palabra y soltaba los insultos una única parte privilegiada, digamos que la que se afeitaba más una o dos veces al día, grescas todas que algún vecino ilustrado podría haber convertido sobre el papel en un sainete de cierto éxito si las horas perdidas delante de las 365 líneas Telefunken se lo hubiesen permitido, rapapolvos todos entre un simio superior, anatómica y logísticamente hablando, y otro inferior, aunque poco a poco fuera ganando en musculatura -entiéndase “poco a poco” como la medida de tiempo relativa que iba a controlar cuántos años más tendría que soportar el Padre Miguel a esa edad antes de poder plantarle cara al primate vilipendiador y mandarlo a una mierda –perdóneseme la expresión- más grande y apestosa que la del palo picador, y todo quizás tras meterse primero por las narinas 0,5 gramos de coca comprados en una esquina sin nombre ni bofia de la calle del Doctor Aiguader al Paco el Guineano -pocos se interesaron nunca por su verdadera nacionalidad-, exactamente trece minutos y catorce segundos antes de haberle rogado al párroco de la iglesia de su vecindario que respondiera por él, diese fe -nunca mejor dicho- del reclamo espiritual de su persona, Don Miguel Alonso Flores (la variante De la Flor es también correcta) y jurase, sin perjurar, que el aquí o allí firmante había claramente escuchado la 124
llamada del Señor, que entendía también lo que Dios iba a exigirle, y que parecía, cómo no, dispuesto a entregarse por completo a la causa de la sotana -un año propedéutico, cinco años de filosofía y teología aparentes y un último año en una parroquia de mierda-, por lo que le ruego y solicito a usted la aceptación de mi amigo recomendado como seminarista mayor en su Seminario Conciliar, comprometiéndose, tanto el candidato como quien le recomienda, con las normas de funcionamiento y los requisitos de idoneidad -actitud, capacidad, competencia… enchufe- que pudiera necesitar toda cacarrutia para poder esquivar así una cualquiera de las embestidas de la punta de un cilindro irregular de madera visiblemente más largo que grueso, señoría)”, soy libre) ( NOTA. Adjudiquémosela al diario de escritor de Naranjito: Pastor Transhumanista. ¿Qué cojones es el transhumanismo? ¿Y qué es la Iglesia del Transhumanismo? El nuevo Satán. Apoyan el uso extremo o radical de la ciencia y de la tecnología con un único objetivo: vivir eternamente. Pero, ¡ojo!, que el infierno (¿cielo?) se está quedando vacío porque ya nadie ni quiere ni puede quedarse embarazado (neutral, como aplicable a ambos sexos o a todos los sexos que existan o se estilen cuando la teoría sea aplicable). 0 gestación por persona. ¿Para qué, si todos seguimos siendo niños? La maternidad se verá como una enfermedad, la persona que la adopta como un leproso que prefirió ignorar las nuevas tendencias. “Caray, parece mentira que todavía utilices teléfonos inalámbricos. Acaso no has oído hablar nunca de los…” ¿Pero cómo reaccionaría el diablo? ¿Se infiltraría en la Iglesia como hiciera otrora con el mundo de la política, las artes y el deporte?, soy libre) (Era una mujer cebollona –me parece a mí que esto ya lo hemos escrito antes-, calva cuando se dejaba besar en la cama, con gafas de metal que sobresalían espeluznantemente cuando nos quería cobrar, y de ojos rojos que funcionaban como bombillas automáticas al apagarse la luz de la habitación. Vestía trajes caros comprados en decomisos y ropa interior que ella permitía a los clientes más ricos que se la arrancaran a bocados. Hacía pesas, o eso creíamos una mayoría, y sobre su exagerada y tensa musculatura dejaba ella que los estudiantes de informática apoyáramos la frente si le cantábamos una canción. La Toja se decía llamar. Cuando me hice escritor en Inglaterra porque yo tenía que definirse de alguna forma para evitar hacer el ridículo con mis amigos creativos en noche de paga y parranda, la primera vez que me emborraché con sidra aguada al tumbarme en la cama de mi pensión de muertos ambulantes en el exilio un tocamiento manual sexual se me frustró porque había pensado yo en ella y me había dicho que la pobre no era más que una fuente de ingresos necesaria en una ciudad de cielo bajo palpable y sedentario: Madrid. Murió en 1988, según me contó Dios en una nueva postal enviada sin franquear, soy libre) (Escribir es un coñazo, que no te engañen, joven. Él salvaría únicamente las notas que escribe en la ciudad, cuando se siente libre porque la presión de la silla queda aún bastante distante y la cafeína lo ha invitado a uno a rellenar cuatro o cinco líneas, una media parrafada que después no solo le va a conceder un sufrimiento insuperable, sino que además le va a invitar a apagar el procesador de textos infértiles porque dará por hecho que la tele tendrá algo bastante más interesante que ofrecerle a él, Evelyn, el Waugh. Una alternativa menos desgastadora, está claro. “¿Sabes una cosa?”, le 125
preguntó a Dios a la cuarta copa convidada, “Si escribo es porque estoy hasta las narices de ti. Me encantaría morirme cuanto antes”. Pero leamos su penúltima nota –sí, sigue vivo-: NOTA: Escena de suicidio un tanto peculiar: ¿Quién? ¿Y qué banda sonora? Blues. Blues en sol mayor, séptima (G7). O tal vez en una nota diferente. Jimmy Witherspoon y T-Bone Walker. ¿Mujer protagonista? Lauren me interesa como nombre de mujer. Se acerca desnuda a la bañera (es la primera vez que se quita toda la ropa antes de meterse en el baño. ¿Por qué?), se corta las venas de la mano derecha (es zurda) antes de probar el agua con los dedos del pie, evitando que ninguna gota de sangre (agua, sales, proteínas y evocación) se desparrame sobre el suelo de baldosas del lavabo (la tarea de desinfección, desinsectación –¡putas moscas de los cojones!, sanitización postmorten tiene que ser mínima. ¿Existe el karma? Por otro lado, no se le debería dar carroña a la prensa local. The Argus, 23-07-2081. Encuentran el cuerpo sin vida de una monja en un piso de protección estatal contra los abusos del dogma. Según una de nuestras fuentes –imagínese el lector o la lectora a un policía corrupto a nómina-, la víctima se habría quitado la vida tras mutilarse primero la lengua, la nariz y las dos orejas con una navaja de afeitar Wade & Sheffield que ella habíaadquirido horas antes en el mercadillo vintage de New Ship Street. Al entrar el propietario del edificio a la escena del suceso pudo encontrar desparramados por el pasillo del piso estudio de la fallecida los órganos seccionados citados…). ¿Pero por qué hablo siempre sobre la muerte y el suicidio? ¿Porque este mundo no da para más y hay que evacuarse como sea? Escena patética y un punto surrealista. Algún pedante diría “bizarra”. Presta atención a la descripción –en este preciso instante es cuando el escritor o la escritora empieza a aburrirse. Tal vez hasta se diga él o ella que la programación televisiva requiera cierto análisis improvisado- . Una vez muerta, aparece viva y tumbada sobre una cama rosa en una cueva del infierno. En el lecho de al lado yace roncando un ciego que roza los ochenta. ¿Van los animales al infierno? Definitivo, algunos incluso acompañan a sus dueños. Un gato blanco le lame la calva a su anciano compañero de celda. Los dos se llaman Borges, el viejete, y el micifuz, blanco. Algún día -¡siglo!’ los tres platicarán sobre los procedimientos de verificación de las inteligencia terrenal competente y también sobre Andrónico de Rodas, si es que a nadie le ha dado por roncar primero, lo cual nos parece inverosímil. ¿Quién fue Andrónico? Sigamos con la prensa local: “Según la Oficina Regional Para la Prevención del Suicidio de la Población Devota, una de cada cuatro monjas…”. Y otra vez: “Según la Oficina Regional Para la Prevención del Suicidio de la Población Devota, el suicidio es la segunda causa de muerte más común en la comunidad religiosa, siendo la bulimia nerviosa la primera…”. An´ if I never get my revenge, evilness will carry me to my grave. Now I´ve been havin´trouble, ever since I´ve been grown, soy libre) (Gauguin. Bigote de carnicero. Nariz romana. Si no se ha bebido antes, su napia carecería de cualquier ideal de belleza. Mirada de descontento. No se fía del viento –ciertos hábitos faciales no se cambian ni con autorretratos. Gorrito de turco. Subido al mástil mayor del Royal Clipper, los cormoranes y las gaviotas más interesados por el cotilleo marino podrían asegurar que este artista parisino tampoco se fía de la
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tropa. Micrófono en mano conectado a una batería de recarga solar. Micrófono de condensador de diafragma pequeño. Micrófono de segunda mano adquirido en el mercadillo solidario de Saint Pierre. “Le digo una cosa: le doy nueve dólares por ese micrófono y dos bocetos de unas paisanas”. Disentería y sífilis. El capitán del velero lo sabe y por eso le ha permitido que campe y escale a sus anchas. A un mono loco mejor ni tocarlo. Sería como darle un mordisco en el culo a Satanás. ¡Qué ganas tienes de bronca, hoy, coño! Me recuerda a mi hermano, siempre buscando pelea cuando nos emborrachábamos por la Gran Vía. La última vez que lo invité a cervezas y coca estuvieron a punto de darle un navajazo en un bar de la Ballesta. “Oye, dile a ése que como no se calle me lo voy a pinchar”. Dios, ¿cómo se llamaba ese local? Cuando hacía que estudiaba Políticas, mi hermana La Liebre servía copas allí. Creo que lo regentaba el batería de la banda ésa que le cantó a Santiago Ulises Montero. ¡Qué apellidos! ¡Qué envidia! Eugenio Enrique Pablo Gauguin enciende el micrófono y nos cuenta algo. ¿A quién pelotas le podría interesar un pepino? ¿De dónde vendrá esta expresión? Seguramente de otro mercadillo. “Me importa un pepino -¡mira que están malos y sobrevalorados!- que haya llegado usted antes. ¡Aquí es donde pongo siempre mi puestecillo! ¡Llévese sus cosas o le meto un navajazo!” El soberbio español y su falaz aflicción. Algo sobre él comentó en La voluntad nuestro Azorín. Debería perder el tiempo y buscarlo en Google. Debería dejar de escribir y dedicarme al cultivo de ciclo largo para conseguir olvidarme de una puta vez de rellenar páginas en blanco. ¿Y para qué escribes?, me preguntó medio bostezando una periodista escocesa en una habitación del Z Hotel londinense. Ella acababa de entrevistar a Irvin Welsh; yo, seguía en paro, aunque nunca me atreví a confesárselo. No me extraña que nuestra relación no lograra superar la Navidad. Aunque también es cierto que a ella la gustaba que la pegaran en la cama antes de follar. Me enseño a usar una paleta y una fusta. ¡Y yo que pensaba que el empleo de la violencia nos impulsaba directamente hasta el infierno! Desde entonces no soporto que nadie me toque. Eugenio Enrique Pablo Gauguin se ríe de mí. De vosotros también. Oigámosle: “Y yo os pregunto una cosa: ¿estará el usurero –dos de cada tres se licenciaron en Oxford- emparentado zoológicamente con el macaco? Con un despego que roza el insulto, estas dos criaturas de Dios protegen a muerte tanto lo que en teoría –digo en teoría porque seguimos esperando a que alguien nos demuestre lo contrario- les pertenece como todo aquello a lo que a otros ambos han churimangado. ¡Devuélveme mis cacahuetes, cabrón! Por razones que aquí quedaría tonto explicar, nadie osa hoy en día a entrar en la cueva que los dos comparten en el infierno. ¡Ni se os ocurra meteros ahí luciendo un par de vaqueros nuevos! ¡Pero qué haces, mamón! ¡Si me los ha dado Adolf! El usurero respondería que, al entrar en su cueva, el sujeto o alma en pena visitante se sometía automáticamente a un impuesto sobre el textil valorado; el macaco, por su parte, no diría nada, se los robaría y le añadiría un cate en el cogote. Pero, antes de que se nos olvide: ¿alguna vez os habéis preguntado por qué nunca se habla sobre la presencia de animales en el infierno? ¿Adónde creen que van a parar las polillas cuando se chocan contra las bombillas? No, seguro que nunca os lo habéis preguntado, se os ve muy liados con el cálculo del rumbo de la nave. Y es
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que os habéis olvidado de Jung. Escuchadme con atención, os lo repetiré yo: ¡El inconsciente es el inconsciente! ¡No intenten describirme…!”. Eso mismo ordenó el capitán del Royal Clipper a su tripulación: “A éste me lo dejáis en paz, que paga bien y come y bebe poco. En cuanto atraquemos en Puerto Chiapas lo colocamos en un baúl y le dejamos en la aduana”. Todos los años, cuando llega otoño, miembros del taller de Educación Ambiental del Puerto de Chiapas liberan en la playa miles de ejemplares bebés de Tortuga Golfina, la especie más pequeña de las tortugas marinas. El jueves, yo hacía que escribía observando de reojo un documental de la National Geographic dedicado a este tipo de tortuga. Como me había ahorrado cuatro cuartillas viendo aquel programa, me envalentoné e hice un dibujo de la cara de uno de estos reptiles. ¡Dios, si es que se parecen a Paul Gauguin!, soy libre) (Desde ese preciso instante en el que ella enciende su teléfono portátil –lo sacó del frigorífico porque el niño no dejaba de llorar y había que anular de alguna manera aquella intromisión acústica desgarradora-, ella se somete al encanto de pensar a corto plazo. Nunca antes en esta época hemos conseguido entender peor a la enfermedad de la inteligencia. ¿Para qué, si la farmacia sigue de guardia? “¿Me da un Dolotil, por favor? Es que, verá usted, llevo dos días con un dolor reflexivo intolerable”. “Lo siento, aquí solo se vende alcohol”. “Bueno, en ese caso me llevaré una de esas botellas verdes tan grandes”. “¿Me enseña su carné de identidad, por favor?”. “No, no lo tengo. Lo he tirado, no creo en la identificación”. “Entonces dígame su nombre y deme una dirección”. “Creo que con Zambrano le será suficiente. Vivo en el barrio, y seguro que usted, si piensa un poquito y se deja de chorradas y de temerle a todo, me reconoce”. Por instinto, o tal vez porque la botella le había costado esta mañana medio sueldo, María, la Zambrano, piensa ahora que quizás es cierto que hay robots que lo pueden hacer mejor que nosotros. ¿El qué? ¿Follar? ¿Cocinar? ¿Editar un libro? ¿Recoger la pipa del girasol? Pensar, quieras o no, desgasta, y no sería justo ni aprovechable que aceleráramos ese proceso de corrosión orgánica. ¡No!, se dice levantando el único puño que no le tiembla. ¡Hoy que piense el autómata por mí! Lo saca del armario –de ese mismo guardarropa y calumnias que la había tachado de lesbiana cuando vivía en Roma -“Mira que te doy un guantazo, stronzo!”-, lo enciende con una palmadita en la espalda, le da el biberón antes de cambiarle de pañal, y le cede la palabra, el sudor de la vida y un 87.3% de su capacidad para aprender, comprender y razonar. Pero esperad un momento, que se nos olvidaba la contraseña. Imaginemos que ésta es una fecha de nacimiento: 1-9-6-7. El nene automatizado y programable piensa ya por ella. Veamos: antes de prometerle que él se consume si no sigue el juramento socrático del solo-sé-que-no-sé-dos-mierdas, le avisa que ella lleva consumido un 32% de la batería –gracias a Dios y a Tomokata Takahasi el autómata no sabe todavía que se refiere a su propia batería de plomo ácido no derramable-, que su novia le ha enviado un mensaje a las 04:45 –“Por favor, no te pierdas el serial sobre la corona yugoslava de la plataforma Itupy”- y un video obsceno a las 04:47, que el programa antigripe instalado sigue funcionando correctamente y que no necesita una actualización de momento, que tiene cuatro correos electrónicos sin abrir de la Facultad de Ciencias de la Desesperación y dos de la Comunidad de
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Vecinos de Escalera –“La cámara 37 Shanti Tech Dummy Dome del perfil avizor del bloque L ha captado esta madrugada la figura de un joven claramente sospechoso que a paso lento y siempre con ambas manos insertadas en la bolsillos de sus pantalones azul de deportes Paridas, parecía (la democracia acabó cuando todo empezó a parecerse a nada y nada a todo) estar examinando la puerta de entrada a…”-, que hoy ha caminado ella exactamente 257 pasos menos que ayer a “esta” misma hora, que 17 personas, mejor dicho, que 17 autómatas legales han etiquetado ya como favoritos dos de los clips de contenido y duración ridículos que ella ha subido recientemente a Tit-Cock, que…, que…, y que, aunque le vaya a costar admitirlo, ella ha envejecido a un ritmo bastante más rápido de lo que aconseja la cadencia biológica de la vida, tal vez porque, como sugirió Cleveland Abbe el lunes pasado en una charla en el Instituto Neoyorquino de Meteorología y Otras Ciencias de Dudosa Reputación y Exactitud los días son ahora más cortos y hemos perdido, pues, nueve minutos de cada hora. Antes, parece que piensa María, la Zambrano, cuando el manejo y manipulación de autómatas era cosa de las universidades norteamericanas y coreanas, su efectividad quedaba normalmente en entredicho. Un sistema robótico de última generación está claro que no puede garantizar el que su amo no vaya a sufrir ningún daño biológico o psicológico durante y después de esa primera etapa de familiarización mutua. “¿Cómo desea usted que la llame? ¿María? ¿Señorita Zambrano? ¿La Zambrano? ¿María, la Zambrano?, ¿o prefiere que la trate de usted?”, soy libre) (tarjetas postales que no hemos podido enviar porque: a) solo queda dinero para pipas; b) el dueño del estanco en el que se compran los sellos es un tipo insolente que se cree amo y maestro del arte del cotilleo y la ironía dudosamente fina; c) ya no existe el oficio de cartero porque correos se ha digitalizado completamente; y d) la calidad de la nueva tirada de postales holográficas grabadas con película supuestamente fotosensible deja mucho que desear. QUERIDO GAUGUIN: Hopper llegó a admitir años más tarde en una entrevista con Charlie Rose que se había equivocado cuando le exigió a Lynch que le cambiara la bombona original de helio por otra de nitrito de amilo. Imagínate, ¡el psicópata de Frank Booth con voz de pito! ¡Mummy, mummy! Lunático 3.0. QUERIDA LAUREN: Permíteme que desconfíe de ti cuando me aseguras que sobre la vida no sabes nada. Eres una de las pocas personas que sabes hacerme reír, eso solo lo consigue la gente que algo puede contarme sobre este mundo de locos. Cuando contra nosotros se estrelle el asteroide final tú serás la única culpable de que yo me despida sonriendo. QUERIDO YO: Es incuestionable argumentar que la terapia contigo sí que ha funcionado, aunque solo te haya servido, como aseguras tú, para averiguar quién no has sido nunca. Digo yo, después de tantas sesiones, ¿no crees que sería lógico exigirle a la terapeuta un pelín más de concentración? A ti te encantaría averiguar quién es esa persona que se esconde detrás de la alopecia y la úlcera de duodeno. QUERIDA ZAMBRANO: Como dices tú, la capacidad de poder observar hasta el más mínimo detalle es única de nuestra especie, los percebes. Claro está que lo difícil es saber describir lo observado sin hacer el ridículo o que lo corran a uno a palos. Ahí, obviamente, el crustáceo cirrípedo tienes todas las de perder. QUERIDO ADOLF: Si no vale y no tiene precio
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aparente, róbalo. Si vale algo y parece o sugiere que no es gratis, róbalo, también. Así levantaron su imperio la liebre y los Hell´s Angels. QUERIDA NOELIA: Me gustaría que cuando retomemos las sesiones a la vuelta de las vacaciones el enfoque de la terapia sea preferentemente sobre quién soy yo como percebe adulto de 54 años, y no como hasta ahora, es decir, quién no soy, no me gustaría o me atrevería a ser. QUERIDO ANACLETO: ¿Cómo es posible que me confieses –como presiento, con lágrimas y mocos colgando- que estás listo para enfrentarte a una nueva etapa de tu vida si una mayoría –con ser uno más basta- de la gente que te conocemos piensa que tú nunca has logrado superar tu primera etapa, llamémosla fase precámbrica o proterozoica? Tus constantes faltas de “hortografía”, tu miedo a encarar una ecuación de primer grado cualquiera - 6yo – 3 = 2yo + 5- y tu obsesión infantil por los tebeos que todavía te regala tu padre al salir de misa del Pinar, ¿no te parecen ya prueba suficiente? QUERIDA QUEEN NZINGA: Te lo pido por favor, no te enfades conmigo si te confieso que le deseo lo mejor a mi última novia –ya me he enterado de que os veis una vez al mes en la Via del Corso- siempre y cuando ese mejor no lo sea del todo. Qué incongruencia, te dirás, sí. Pero es que ser mediocre en todo razonamiento es para algunos de nosotros una forma más de nadar a salvo cuando se bucea a contracorriente. ¿Me entiendes? QUERIDO VELAZQUEZ: No se echa de menos ningún ensayo más sobre la naturaleza del miedo. Sobre ese tema se ha contado ya todo lo que necesitábamos saber. Por otra parte, sería conveniente, tal vez, que se nos presentara más información acerca de la capacidad que tiene el hombre de olvidarse con excesiva facilidad de no recrear situaciones personales que deriven en miedo o nos expongan a él. Solo un psicópata no sentiría nunca pánico al apretar el gatillo de su rifle a medio metro de la cabeza de su próxima víctima. Si el ratón se niega a salir de su agujero lo hace porque no le apetece un bledo asustarse otra vez. Conoce el tema, por lo menos adjudiquémosle ese atributo. QUERIDA GELI: Un ratón es un mamífero roedor de tamaño y cara ridículos que folla como lo que es y vive en cualquier lugar que no sea el suyo porque solo así consigue causar miedo. Según la página de psicología gimnástica del Mundo deportivo, soñar con estos cabrones de cola repugnante y dilatada quiere decir que el caballero o la dama soñadora sufre de estrés en la vida de los ojos abiertos. Qué mamón el ratón, siempre causando ansiedad y miedo, ¿Sabías que estos cabrones se guían usando sus putos bigotes extrasensibles? ¡Qué inmundicia! Si tuviera un rifle de munición inagotable me liaría a acribillarlos a balazos. QUERIDO PROKOFIEV: Te pido de, de, de todo corazón que ignores a esos papanatas clarividentes que explican la presencia en los sueños de ratones blancos -¡qué bien quedan en un laboratorio de cremas!- como una supuesta demostración a nivel del subconsciente de la personalidad bondadosa de la persona durmiente. Según ellos, estos ratones mierderos blancos indican, cuando se sueña con ellos, que la persona destaca por tener un corazón decente y que se preocupan con exceso por aquellos individuos que más lo necesitan. Bulo, mentira exponencial, o un disfraz que se coloca el ratón para tomarse un descanso. Un artificio oportunista –no te olvides que no hay ganancia sin careta- como las palomitas que se cocinan en el microondas o las novelas de Nick Cave o de Lou Reed.
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QUERIDA MILAGROS: Tienes razón: los viejecitos también tenéis el derecho a protegeros como sea. Si alguien os trata mal en la residencia, no utilices para defenderte una lámpara porque suelen romperse con exasperante facilidad. No, mejor sería que usaras uno de esos zapatos de tacón medio que te pones para ir a misa los domingos. Apunta al ojo o a la coronilla cuando estén desprevenidos. Cuando pase a verte a final de mes te los inspeccionaré. Si necesitan un reparo, me encargaré yo de llevártelos al zapatero. Me voy. No te olvides: ¡al ojo o a la coronilla! QUERIDO CIUDADANO RECONVERTIBLE: Seguimos sin ponernos de acuerdo: el inferno está ubicado en la City de Londres, una milla cuadrada plagada de cuevas iluminadas con luz artificial roja donde a diario diablejos como Eichmann, Kissinger, Murty, Botines, Bezos, Musk y Patán, el Perro Pulgoso compran y venden pecados por valor de medio trillón de almas, prácticamente la suma total de los errores mortales que circulan en la oferta pública de nuestro planeta inocentón. Haces bien fijando tu residencia moral y fiscal en Washington D. C. QUERIDA ISABEL: Esa chispa que tiene tu hermana Noelia es una fusión emocional de genio y locura inclasificable. No intentes imitarla porque nos defraudarías tanto a mis lectores inexistentes como a mí. QUERIDO ARTECHE: Me voy consumiendo entre versos. Te dirás, ¡qué hortera es! Querido Arteche, como la mano de Espriú, me voy consumiendo entre versos. Sueño que los dos nos besamos en una esquina de La Alameda de San Fernando y que, después de despedirnos, nuestra amistad se deteriora porque las ratas se han atrevido a interpretarla. “Si se quieren, será porque a los dos los despidieron improcedentemente de esta vida asquerosa”. Ahora lo único que me satisface es beber para olvidar –“beber por recado celestial”, decía Mágico González- y como un cosaco desahuciado porque los cementerios me excitan. QUERIDO DIOS: Muchas gracias por la bodega, mañana buscaremos a un caricato competente que sepa regentarla. Hemos pensado en Leviatán, ¿qué Le parece a usted? QUERIDO POPOLO: El cometido principal de los andrógenos –hormonas fachas y guarras- es instigar a escondidas el desarrollo de los atributos sexuales y cochinos en el hombre, es decir, la barba, el tono de voz, la anatomía del puño y los pelos de la nariz. Aunque no les de miedo esconderse en un armario, suelen ir a misa para complacer a Dios y a su próxima víctima. y también para autogenerarse en los testículos una vez acabadas la confesión –“Padre, me confieso de haber comprado el Lib y haberlo escondido en el retrete de la chacha”- y la comunión reglamentarias. Según explicó usted –si no lo recuerda, permítame que aquí se lo repita- en su penúltima charla en la Facultad de Medicina de la Universidad Pontificia de Chuquisaca, la regulación de los andrógenos que se dejan acompañar por la caspa y por unos bigotes selváticos depende exactamente del funcionamiento riguroso de aquellas partes de la camocha humana y varonil que, habiendo recibido una presión involuntaria mas brutal del individuo que la porta, se ofrecen para estimular su producción ignorando, a la vez, cualquier exceso en el control de calidad y cantidad. Yo me pregunto -¡y tenga usted en cuenta, por favor, que normalmente no me permito ninguna divagación personal!-, ¿por qué será que los maromos más guarros que he conocido o eran científicos facciosos o eran ex adictos a una confesión extrema? KERÍO PADRE ROJELIO: Le
131 hescrivo hakuesta postal pa hagradeserle de to korason hel a verse portao tan mal con migo kuando yo hera hun chiko hinosente y habandonao. Grasias ha zus tortas i ha hesas hotras kosas guarras ke usted hacía konmigo hen la zakristia del Kolejio Mallor Mirakeflowers llo lla no kreo en na. ¡No puhede husted ni himajinarse lo livre ke me sihento haora! Disen ke lo pehor der hinfierno hes ke huno no se kema nunca. Espero que usted ya haya podido dar fe de ello, hijo de la gran puta. QUERIDO FRAY ESCOBA: Diversas zonas que visita la tristeza: el armario, la cuenta del bar, la habitación a oscuras de un niño cuando sus padres duermen la siesta, el rincón del la calle que la mendigo cree suyo, la sombra del árbol más cercano a un centro de desintoxicación, el hueco de una vaina de un proyectil lanzado a bocajarro o cuando uno cumple años, el lado inverso del infierno y la sonrisa irreconocible de Pity Álvarez. Todo parece indicar que el orfebre de Efeso tenía razón: “Podra la bida yamarse hasí, pero ke no nos hengañen por ke la hunika rehalidad hes… la muerte”. El tocador de una adolescente ingenua, otra zona diversa más. Hasta pronto, amigo mío, soy libre) (ESCENA: ser peripatético o no. El ilustre profesor de dibujo y caricaturas del Instituto de Artes, Ciencia y Tecnología de Malta Miguel Ángel Merisi da Caravaggio se queda en casa viendo un partido de hockey sobre hielo. Flames 3 – Golden Knights 2. Sus alumnos salen al campo convencidos la mayoría de que su profesor les espera en alguna colina para, cuando menos, justificar con argumentos convincentes y creativos, el pastón desembolsado por sus padres en matrículas académicas, alquileres, manutención, libros de textos, papelería, abortos, bebida y drogas. ¿Vendrá pasado de copas hoy también? ESCENA: Tres tristes tigres, página opaca. ESCENA: nieva con contundencia sobre esa página negra. . La señora o señorita que inventó el gorro de lana se frota las manos. ESCENA: en Malta no nieva nunca, aquí sí. ESCENA: éramos pocos y parió la abuela, decía mi padre cuando le entregábamos las notas. Mi hermana María y yo habíamos aprendido a falsificarlas a una temprana edad. ESCENA: mi padre no era tonto y se le iba la mano con nosotros dos. ESCENA: de veras que no hace falta que se le añadan pulgas al perro rabioso. ESCENA: por ser mayor que yo, a ella le caían más tortas. ESCENA: Thelonious Monk, Between the Devil and the Deep. Aparece Yuste, maestro del joven Azorín en La Voluntad. Le han ofrecido el puesto de Caravaggio, mas ha exigido que primero le dejen espiar a sus futuros alumnos. Lo hace escondiéndose detrás de un castaño de Indias. ¿Por qué se le permitirá la entrada a alumnos con pantalones vaqueros agujereados? Yuste, representante supremo intelectual de la absurda y casposa nostalgia, es consciente de que nunca habrá un puesto fijo ni un salario que puedan garantizar que las nuevas generaciones vayan a interesarse alguna vez por lo que él tenía que decir dos o tres décadas atrás. Se retira a paso lento hacia el hall de la universidad. ESCENA: Termina el encuentro de hockey y Caravaggio reaparece. Lleva puestos un gorro y una bufanda de lana del equipo local, los Calgary Flames, un conjunto de la División del Pacífico. ESCENA: entusiasmados, sus alumnos salen corriendo a recibirlo. ¿Traerá chocolates de Valleta? No, viene a hablarles del tipo de cerveza que comercializan en el único bar de la ciudad que se ha olvidado de reservar el derecho de admisión. Al milanés no hay cristo que quiera dejarlo entrar en un bar.
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Aunque es cierto que paga bien y que convida con generosa facilidad, su carácter excesivamente temperamental hace temblar hasta a esas barras que ya lo han probado y visto todo. “No me haga repetírselo, por favor. Si quiere usted entrar aquí, ha de hacerlo escoltado por una pareja de gendarmes”. ESCENA: me gustaría pensar que así no hay quien pierda. En su panfletada sobre la II Revolución Yanqui, nos cuenta Gore Vidal que a San Pablo se le notaba cara de migraña aguda cuando hablaba sobre el vicio abrasador de sus congéneres. Esta escena, que nada tiene que ver con las anteriores, claro está, me recuerda a la cara que puso otro eminente profesor mío cuando supo que mi padre era aquel mismo gorila, más o menos adiestrado, cuyos bíceps y pectorales volvían loco a este maestro mío. “El origen de mi pérfida migraña no es, pues, lo mucho que me gustaría tirarme a tu padre, sino lo poco que me interesas tú como estudiante mío”. Pobrecito, lo único que tenían en común era el ser tocayos. “¡Como te atreves a comportarte así en mi clase de geología!”, me gritó una vez mientras me agarraba por el cuello con su mano velluda y de un empujón me empotraba contra una de las paredes del aula. A mí estas cosas me hacían gracia, sobre todo porque yo sabía que de un codazo –mi padre insistía en que todos en casa, incluidas las niñas, aprendiéramos Tai-Jitsu- podía deshacerme de él y de su peluda nariz setentera. “¡Eres el hijo de don Juuuuuliiiiiioooo, parece mentira!” ESCENA: Cuentan las malas lenguas anabolizantes que Caravaggio se hace depilar de arriba abajo antes de preparar un lienzo. También cuentan que a algunas mujeres y a algunos hombres de orientación interesante les fascina eso. A mí me jode, todo hay que admitirlo, porque antes de follar o de buscar con lupa, mejor dicho, la posibilidad de aparearme con otro ser solidario, por instinto me siento obligado a rasurarme el pubis y los malditos pelos de la nariz y de sus primas de al lado, las orejas. Siempre acabo llorando, aunque sería difícil que las sombras de casa pudieran escucharme porque antes de arrancarme la masa invasiva de pelos presuntamente innecesarios –alguien debería recordarle a los nuevos puristas del exhibicionismo corporal que esos pelos tienen un claro cometido protector desde el punto de vista evolutivo- abro todos los grifos del baño a tope y tiro de la cadena una veintena de veces. ESCENA: No es un peripatético, no; nunca lo ha sido. Hablo del autor de Baco y del David con la molondra de Goliat. Cuadros, estos dos, por cierto, con los que se inicia el cine moderno. Ni Perros de paja, ni French Connection, ni leches. ESCENA: Antes de obsequiar a cada uno de sus estudiantes con un bombón de chocolate negro y ron más explotación laboral del tipo diez euros a la hora, el cineasta Caravaggio le cuenta a sus alumnos que, aunque la barba siga estando de moda y algunos se hayan hecho veganos porque solo las legumbres y las verduras merecen que las maltratemos, ya nadie quiere ser como Aristóteles. Un alumno, posiblemente, y perdóneseme la expresión, hipotermizando, se atreve a confesar que cualquier elemento frívolo de su vida quedó en entredicho desde que comercializaron el último modelo de la Pleiesteishion. A su profesor, que piensa ahora que lo están hablando de la privatización de una galaxia desconocida, se le ocurre decir, sin hacer asomo alguno de estrechar medio centímetro cúbico de masa cutánea, que todos deberían ignorar aquellos ciudades y aldeas en donde al sargento Pablo de Tarso llegaron a confundirlo con un
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chulo de putas. “En Éfeso, queridos estudiantes, lo corrieron a patadas”. En Éfeso, estimados lectores inexistentes, todavía existe una baldosa que muestra la silueta de un pie, un agujerito y una fecha flecha que apunta a algún sitio. Si vas acompañado de guía, esta persona debería explicarte que esa piedra le indicaba al viajero –imagínese a un marinero que lleva embarcado varios meses- que si su pie le cabía en aquella silueta y tenía monedas suficientes para rellenar aquel agujero, entonces a mano izquierda había un burdel donde podría desahogar todo lo que la mar claramente no había conseguido templarle. ESCENA: Si algún cotilla de poca mierda le contara a Ángel Merisi da Caravaggio lo que Adolf todavía le obliga a hacer a su novia Geli en la cama, el pintor le partiría la nariz al austríaco de un puñetazo, soy libre) (“He de confesaros”, dijo con lágrimas en los ojos Prokófiev a un grupo de alumnas del Aula de Escritura Novel Zinaída Guippius que dirigía a tiempo partido su segunda mujer, Mira Anderson, “que la única vez que he podido demostrar que sabía lo que hacía con mi vida fue ese preciso día en que, a una temprana edad, le encontré lógica a mi vida gracias a lo que acababa de hacer yo en el cuarto de baño de la casa de mis padres en Smolensk: una cagada líquida explosiva de la que supe hacer responsable a un potaje de lentejas que había preparado aquella mañana nuestra cocinera y tutora de matemáticas Sofía Kolevsyavayaka. ¿Cuándo te veremos colocado en un empleo de verdad?, me preguntaba mi padre un día sí, otro también, y en diferentes pesadillas en las que él se me iría colando tras completar yo mi paso por el Conservatorio de Moscú. Me hubiese encantado haberle podido contestar alguna vez cuando aún vivía él entre nosotros, los grandes simios de la familia terrenal, que el día en que yo creyera que un trabajo de “verdad”podría llegar a hacerme sentir la mitad de hecho y realizado que yo me había sentido aquel día de evacuación infantil intestinal de heces líquidas y fulminantes, ese día yo no dudaría en seguir su consejo. Mientras a la hora de fichar ese sentimiento de autorrealización personal siguiera eludiéndome, yo, por mi parte, seguiría asimismo contándole a todo aquel que quisiera escucharme que no solo era yo, a mucha honra y con descarado orgullo, poeta y limpiador, repartidor comercial y poeta, sino que además no me cortaba un pelo presumir de serlo”. El mes con más jodida lluvia en la capital rusa es el de junio, con un promedio de 61 milímetros de pis celestial. Yo, que viví dos años en el Ferrol de Pablo Iglesias puedo asegurar que cuando llueve de un tirón una semana seguida el vapor de las nubes se vuelve marrón poco antes de condensarse, siendo el resultado una precipitación en masa de un conjunto ilimitado de gotas que al llegar a la superficie y humedecer a continuación el cuerpo y psique de los más jóvenes –los mayores dicen que ya han aprendido a resignarse- les hace pensar en la colitis, meteorológica o no, y en lo mierda que puede resultar esta vida cuando hasta el tiempo parece que te odia. Tres de cada cuatro de las alumnas quinceañeras del aquel curso de escritura burguesa aquella tarde de un 16 de junio de 1951 olían involuntariamente a mierda. Un pinchazo leve en el corazón –presagio anímico bombeado a destiempo al ventrículo derecho- le revelaba, aunque ella no estuviera dispuesta todavía a admitirlo, a Mira Anderson que aquella relación únicamente podría consolidarse a base de sacrificio, paciencia y saber hacer en la habitación que más grima le daba:
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la puta cocina. “A éste lo único que lo salva es una olla contundente”. Como ya hemos contado en una parrafada anterior, Serguéi Prokófiev muere dos años más tarde a los 61 años de edad el mismo día en el que se despide de este mundo boludo el camarada Stalin, concretamente un 5 de marzo, o primer día de la temporada de lluvias moscovitas,. “Lo que no entendemos todas es por qué tiene que traer ésta a su marido a darnos una charla hoy. Mira que con esta puta boñigolluvia ya tenemos suficiente, joder”, soy libre) (Pongamos por descontado que Adolf siempre llega tarde y cansado a su apartamento de la coqueta Prinzregentenplatz, edifio éste que en su día ocupará, por cierto, la Oficina de Finanzas de Munich. Como pudo exclamar medio millón de años más tarde Pepe Gotera al leer en El Alcázar que dicho inmueble seguía en pie: “¡Ya podían haberlo bombardeado los rusos, coño! ¡Si es que no sirven para nada estos bolcheviques de mierda!” No, Pepe, los rusos nunca entraron por Baviera. O tal vez sí, que ya no me acuerdo…. Parafilia, del Manual de Clasificaciones y Ritos Sexuales Indiscretos, Maniáticos e Insólitos de Epícteto, “para”, en el puto límite, y “filia”, amor. A algunos –hablo de nosotros, los gorilas macho- nos deleita el que se nos meen encima cuando nos hemos bajado los pantalones para hacer, parafraseando a don Rogelio, “cosas sucias”; a otros que les den patadas y tortas antes de eyacular: y a otros disfrazarse de bebés, y que les pongan talco en pito y cachas para que cuando el semen les salga por la uretra solo puedan acordarse de la cuna, de los pañales limpios y del pecho lechero de mamá. Por distintos motivos que de momento no vienen a cuento, ni a este tampoco, a Adolf le atraen esas tres opciones. Por Dios, qué guarrada. ¿Pero cómo es posible que a alguien le encante que se le meen encima? Permíteme que te explique, querido inocentón, que un urófilo es la persona a la que fascina la orina, que a un urofílico le gusta tanto mearse encima de alguien como que lo meen a él, y que un urófaga disfruta cuando se traga su pis o el de otra persona. Te aseguro que a Adolf le atraen también estas tres alternativas. Pero hoy, cansado y malhumorado –nada inusual, por otra parte, tal y como, si lo permiten, nos contarán las crónicas históricas algún día- no está para bromas. Entra en su cubículo de 900 pies cuadrados, tira la gorra, su abrigo de cuero y su ridícula pistola Walther modelo 8 en la única silla visible–como a Mark E. Smith, el genio de la banda mancuniana The Fall, no le gusta que las visitas se alarguen más de lo que le aconseja su paciencia de pastor alemán en celo- y despierta a silbidos a su sobrina Angela María Raubal, la Geli, quien gusta de aniquilar las horas de la negrura depresión escondiéndose debajo de un juego de sábanas blancas Dormisette, regalo del pícaro de Ernst Röhm. “Levántate, desnúdate y traéme el polvo de talco”, le ordena a silbidos intermitentes el cabecilla marimandón del Nationalsozialistillos Deutscheli Arbeiteblablabla. Como a nadie con algo más de 750 centímetros cúbicos de masa cerebral en perfecto funcionamiento y al que le hayan partido ya en más de una ocasión una costilla, se negaría a obedecer a su supuesto agresor pretérito, la Geli no nos deja en entredicho y se deshace de su camisón en un plis plas cuasi pornográfico, para meterse a continuación en el cuarto de baño y, al mismo tiempo que se lava en el bidé con la mano derecha lo que la religión sigue prohibiendo que se conozca a la perfección, con la izquierda saca de armario del botiquín un bote de ese mismo polvo blanco de silicato de magnesio sin el que su amante parece no saber vivir. Exactamente tres minutos y cuarenta y tres segundos después, esta niñata consentida e ingenua, aspirante a cantante de ópera, según dice, se encuentra delante de su veterano amante. Éste, al que en ninguna cervecería ni casa de putas le han enseñado nunca que para lograr un tanto de perfección al acometer ciertos actos eróticos un poco de preámbulo y liturgia nunca sientan mal,
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yace ya desnudo y, suponemos que caliente, cómo no, sobre el suelo del piso. Sí, es verdad que le falta un testículo, o, que sufre, como se la conoce en los círculos masónicos de la bata blanca, una criptorquidia aguda e irreversible, tal vez porque hace ya mil años le suspendieron con un muy deficiente en las pruebas de acceso a la Academia de Bellas Artes de Viena. Sí, es verdad que uno de sus dos cojones no ha querido nunca descender para mostrarse todo huevón y cachondo en la bolsa que le cuelga debajo del pollón, y que quizás todo sea debido, no a un suspenso en plastilina y acuarelas como se acaba de sugerir, sino más bien al caso nulo que le hacía su primer y único amor platónico, la vienesa Stefanie Isak, una alta y hermosa joven judía de la burguesía vienesa, Si a este dato le añadimos que los únicos tratantes de arte que le compraban al joven y deprimido Adolf sus cuadros profesaban en su mayoría la misma fe que la de la señorita Isak, no debería sorprendernos que su testículo no haya acabado nunca de decidirse a reubicarse correctamente. “¿Para qué?, ¡si a este desgraciao le sale todo mal! Mejor me lo ahorro”. Mira que nos ibas a meter en un lío grande, cojón soberbio. ¡Con lo fácil que sería que tú te comportaras como Dios y la avenencia testicular exigen! Ya ves lo que estás consiguiendo con tu necio y ridículo comportamiento… Lluvia dorada, caliente y un tanto apestosa de la señorita Geli sobre el torso, cuello y parte de la cara del hombre más cabrón que la historia moderna va a conocer. Algunos, claramente para aferrarse a una cátedra de historia bien ganada, suponemos, llegarán a compararlo con el georgiano Stalin. Mas esto aquí no nos incumbe. Su sobrina le ha hecho caso, lo cual quiere decir que en lo que va de día no ha visitado el retrete ni una sola vez. Tampoco va a vaciar la vejiga completamente, porque a su tío le gusta que ella se reserve un poco para que se lo suelte cuando le toque a él correrse. “Vete al armario de los uniformes de gala”, le dice el Bigotes Peculiares a su sobrina sin apartar la mirada del techo de escayola Torné, “y tráeme un pañal y la porra inca. ¡Y date prisa, niña!”. Según la página web Diapers Answers, el pañal básico de algodón es “relativamente barato, versátil, moderadamente absorbente, lavable y”, ¡menos mal!, “reutilizable”. ¿Adivinen quién le lava los pañales a Adolf? Así es, amigos. Total, para dos o tres cosillas de nada que la chica tiene que hacer durante el día. Qué le costará a ella perder media hora lavando un pañal. Eso sí, menos mal que nadie le ha contado todavía que los suecos ya han empezado a ensayar con un prototipo de pañal de celulosa absorbente y desechable. Pero como decimos, de momento tiene que acostumbrarse al de algodón. Tras secarle cualquier rastro de meada, rocía ella ahora el paquete y las cachas de su supuesto amante y amo con polvo de talco. La polla se le ha desinflado, lo cual resulta ser ventajoso a la hora de colocarle el pañal. “¡Cuidado con el imperdible, coño, que no sé cómo lo haces pero siempre me pinchas, bruta!”, le grita otra veza el bebé con sueños de dictador. Ella sigue sin decir una palabra, aprendió a callarse la santa boca el día en que su novio actual mandó a fusilar al escolta del que ella parecía estar enamorada. Teodoro Gilberto Morell, el médico personal y camello de Hitler fue el encargado de arreglarle la cara a nuestra soprano frustrada la noche del fusilamiento virtual de su amor prohibido. “Tómate estos calmantes vitaminados, te vendrán bien”, le dijo a ella el resignado matasanos. Y pregunto yo, ¿por qué no se dedicaría precisamente a eso, a matar a la gente tan sana pero despreciable como su único cliente a tiempo completo? Con la medicina de cabecera sucede a veces como con el injustamente llamado deporte cinegético: nos dedicamos a liquidar a las criaturas que menos se lo merecen. ¿Por qué no les apetece nunca cazar ratas y palomas urbanas, por ejemplo? Geli se
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sienta sobre el estómago del macho, levanta medio palmo las cachas, introduce ambas manos debajo del pañal y empieza a manosearle el cilindro guasón al pésimo juntaletras, autor del Mein Kampf. Nuestro frustrado acuarelista cierra por fin los ojos y revive esporádicamente una escena casera que claramente va a facilitarle la eyaculación, gracias a Dios y a los Anillos de Nibelungo –qué poco se ha escrito sobre la nieta nazi de Wagner y sobre las embestidas antisemitas del compositor de Leipzig-, precoz. Nos equivocábamos: ahora quiere que también le peguen. Mientras sigue sobándole con una mano, con la otra alcanza Geli la porra semirrígida de verdad y comienza a golpearle en las costillas. Cualquiera que alguna vez haya probado en la cama o el suelo de una sótano especializado para la ocasión la liturgia sadomasoquista sabrá que el golpeo ha de ejecutarse de manera progresiva, primero con golpes lentos y suaves, para ir acelerando, después, la marcha según parezca que las dos partes implicadas hayan alcanzado un punto de sincronía total. “Despacio, guarra, que no hay prisa”, podría matizar Adolf si le desagradara el ritmo establecido. Pero parece que no, y por una vez en su puta vida permite que el sujeto ejecutante lleve la batuta porra. “Más fuerte, amor!”. ¿Ha dicho “amor”? Caray, vamos progresando. Adolf ha capitulado, ha cedido el control y se siente finalmente vulnerable. Su mamá solía ofrecerle una teta cada vez que su papá, borracho profesional, les pegaba antes de volver a la taberna. Su mamá le entendía. Su mamá hablaba cristiano. Su mamá, la de la teta solidaria. “Más fuerte, por favor”. Geli agarra ahora la porra de prolipropileno con las dos manos y le pega en el tórax. El tórax humano contiene el corazón, los pulmones, la aorta, el esófago, y otras cosas que nunca llegué a memorizar en el instituto porque solo me interesaban las novelas de Sven Hassel, los discos de Derribos Arias y cualquier método nuevo improvisado que me pudiera facilitar el hurto de revistas asquerosas, tipo Lib, en el estanco de la viejecita Pilar, sito en la calle Magdalena de O Ferrol de Pablo Iglesias. Cuanta más agua se beba, mayor será el volumen de semen liberado. Bigotes Graciosos no bebe alcohol; solo té y varios litros al día de agua mineral Still Mineralwasser, expresamente envasada en la región volcánica de Eifel. Aunque a mí todo me sabe a grifo, eso del envasado mágico es lo que nos aseguran. Pero, como decíamos, beber más agua asegura una eyaculación del copón. “Méame, cariño”, dice el machito encelado casi llorando. Geli acerca su vientre a la cara del nene azotado y expulsa sin contenerse un pijo la orina reservada sobre el rostro del adulto que le partirá la nariz de un fustigazo un mes más tarde cuando ella le confiese, tapándose antes la cara con las manos, que se ha acostado con otro de los chóferes. Lluvia dorada y premenstrual sobre Múnich. El machito vienés, malacostumbrado para la ocasión, contrae lo que le queda de próstata y sonríe finalmente al sobrepasar el insigne punto de inevitabilidad eyaculatoria. Los gatos callejeros de la ciudad maldicen el día en que los humanos dejaron de correrse con terapéutica religiosidad. “Es de cajón: nos iría mucho mejor a todas las partes implicadas directa o indirectamente”, comenta mirando a luz de una farola el patriarca felino. “Y los políticos enervados ya no nos darían patadas “, concluye Lucifer, el gato mascota que acoge la puta madrasta de la más pija de las cenicientas. Si nunca se te ha colado por las exquisitas membranas timpánicas la versión acústica que hizo el malogrado Jeff Buckley de la canción Yeh Jo Halka Suroor Hae de Nusrat Fatah Ali Khan tampoco vas a entender por qué sonríe ahora temporalmente Adolf tumbado en el parqué emblanquecido de un apartamento, ni cuál es la explicación de que lepidópteros y roedores canten juntos en perfecta harmonía junto a la caldera principal del infierno en la noche que se hace buena porque el Redentor está a punto de nacer en una cuadra que regenta un tal Jean Baptiste de Lamarck en la aldea de las almas de los bienaventurados, según la Cosmografía
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satírica de Zakariya al-Qazwini. Déjenle sonreir, hostia, que anda la cazuela sobrada de sucedáneos de mal gusto…
Ye Yo Halka Halka Suroor Hai Yeh Jeri Nazar Ka Kusoor Hai Ke Sharaab Peena Sikha Diya Tere Pyaar Ne Teri Chaah Ne Teri Bekhi Bekhi Nigaan Ne Mujhe Ek Sharaabi Bana Diya
“Tráeme un vaso de agua y limpia el suelo”, ordena el amo de la corrida pasada por agua dorada. “¿Te vas ya?”, pregunta la esclava. “Sí, tengo una reunión en Berlín en el palacete del baboso de Göring. El partido necesita más financiación y Hermann ha invitado a una treintena de empresarios ricachones”. A dicha cita no acudirá Carl Friedrich von Siemens, que conste. “¿Te importaría dejarme más dinero? Es que necesito comprarme ropa interior”, pregunta la veinteañera mirando también a la luz de una farola de la calle. “¡Pero si ya te di para eso el viernes pasado! ¡Qué harás tú con tus bragas, joder!” Como la gran mayoría, follarse a la depresión, soy libre) (Antes de la última inundación el mendigo ya lo era. M-e-n-d-i-g-o, según la Hormiga Atónica, del latín mendicus, o individuo con alguna tara física que se gana la sopa pidiendo dádiva en la puta calle. Me gustaría pensar que una mayoría de neófitos supervivientes se lo rifan a él ahora, quizás porque él parece ser la clave de algo, de la solución de todos nuestros problemas cuando ya ni la astronomía, ni la genética, ni la física nuclear, ni la microbiología, ni muchísimos menos la fe pueden aportar una respuesta medianamente convincente. Veamos qué nos puede contar el mendicus, con o sin aluvión apocalíptico anterior. Aunque fastidia saber que resulta prácticamente imposible averiguar en donde esconde sus herramientas y pertenencias, ese mínimo recursivo reducido a lo esencial que siempre ha necesitado él para sobrevivir en la selva de mierda de los otros. Es lógico pensar, por otra parte, que su manual de supervivencia, aunque se niegue a admitir que es dueño de uno, lo guarde en los registros inexpugnables de la memoria individual. Tardará mucho tiempo en confesar que sabe un truco o dos. Quizás sea por eso que, más que observarlo, lo espían a escondidas y en silencio aquellas almas que han logrado finalmente soportar la frustrante monotonía que reina en el infierno. “¿Se has fijado usted, Listz? ¡Nunca usa antorchas ni velas! Parece un mono tarsero de Indonesia. Aseguran los idiotas que se lo creen todo que este tipo de alma macaca solo necesita para desenvolverse una octava parte de la luz que necesitamos los demás. Me pregunto qué es lo que hay que hacer para entrenar y mejorar la visión”. Romper unas cuantas bombillas. Por si lo desconocían, les cuento ahora que búhos, gatos, algún que otro escarabajo coprófago y medio centenar de monos tarseros vigilan el pórtico de la entrada al Imperio Infernal. Pero volviendo al tema de nuestro mendigo, a Salvador Espriu le molesta que algunos también quieran averiguar el secreto de su inextinguible existencia. “A los abetos y a los baobabs nadie les pregunta nunca nada… Mi padre murió en 1940. No soportaba que nadie dijera ninguna tontería a su lado. Para bobadas ya tenemos al chimpancé. Desde que murió mi padre he vivido siempre en el Paseo de la Desgracia y he sido botánico a la sombra y tez de ánimas que, bien por despiste bien por necesidad personal, han caído en desgracia. Con libertad y discreción me he
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forjado como lazarillo de espíritus. Un temblor insanable en la mano derecha es la huella que ha dejado la carga de esta insoportable antorcha del auxilio incorpóreo. Tal vez, también por descuido o quizás como gesto solidario con los humanos que facilitaban techo y comida, las ratas no abandonaron nunca la nave al sentir los primeros latigazos de la inundación final”. Necesito comentar aquí que, entre los cadáveres de los roedores que no pudieron evitar la purga de la lluvia asesina, se encontró también los cuerpos entumecidos y grises de Dios y del poeta J. C. Al examinar sus rostros con gafas lupa de gran aumento cósmico se pudo constatar que ambos habían muerto sonriendo. En el infierno también hay roedores, por cierto, aunque nunca han querido prodigarse espiando a las ánimas extraviadas del purgatorio. En eso y en su comportamiento exquisito y humilde se parecen demasiado al Enterrador General Espriu. Sobra decir que en el infierno unos cuantos sobrevivimos a base de imaginarnos que algún año -¡milenio!- se nos ofrecerá la vacante que ocupa ahora el poeta catalán. La sonrisa de la rata que lo acompaña parece indicar lo contrario. “Primero, tendréis que acostumbraros a las sombras de las llamas”, murmura evitando la resignación el mamífero roedor. Yo creo que primero deberíamos creernos que la muerte tampoco es un sueño. La narcolepsia es un trastorno neurológico crónico y cabrón cuya causa quizás sea esa incapacidad emocional que tiene la persona que quiere soñar de una puta vez de regular con normalidad de barrio y misa dominical los ciclos del sueño, del reloj despertador, y de gran parte de las angustias y desazón que se lleva a la cama, borracho o no. “Yo sé cuál es la realidad”, dice Espriu que machacó Teseo desde el otro portal, “y cuál es la pesadilla. No alzaré la voz. No es necesario para que todo vuelva a su debido orden. Enllà dels teus malsons, res no ha esdevingut de debò, Fedra?”. Notario y caballero de irrisorias necesidades, la soledad le protege, soy libre) (Lo ha vuelto a hacer: Borges se ha colado en mi cueva del infierno sin pedir permiso y se me ha sentado en el camastro. Este bibliotecario ciego e impertinente, único caso mundial que se conocía allá abajo de sapiens sapiens nacido ya alopécico y calvo, es un caballero de estatura media y sonrisa de interpretación relativa al que le gusta interrumpir innecesariamente y que se hace el ciego para evitar que así lo interroguen cuando su manera de actuar es contraria a todas o a una cualquiera de las normas cívicas consensuadas por la mayoría. Y claro, pedir permiso antes de acoplar las cachas sobre cama ajena es una de esas reglas. “¿Le importa si le caliento el colchón”; preguntaría, siempre educado él, Levinas. Pero este porteño, no; él va por el averno a su santa bola y nos interrumpe justo cuando sabe que vamos a regañarle. “¿Sabía usted que los etruscos creían en la vida después de la puta muerte y que tenían su propia versión del paraíso celestial y del infierno? También dicen que practicaban la hepatoscopia y la aruspicina. Si usted no es un necio que prefiere cultivarse analizando el movimiento de un pelotón de personas que persiguen un esférico de goma, debería saber que estas dos prácticas consisten, la primera en el ejercicio de la adivinación analizando el hígado de un animal sacrificado, y la segunda en la predicción mientras se estudia el vuelo de los pajaritos.” Pues no, no lo sabía: me gusta el fútbol e irme a tomar con la señora esposa un vermú después de misa dominical. “Vamos, que, como matizaría un joven Azorín en La Voluntad, usted no es exactamente un claro ejemplo de hombre-reflexión.” Al oír esto, Popolo asoma su inmunda cabeza redonda y señala: “En la página 267 de esa novela añadiría Azorín que él era un muñeco sin iniciativa y que el medio le aplastaba. A éste - dice el cabrón apuntando con su palma fascista hacia mí-, amigo Borges, le sucede lo mismo, aunque nunca haya conocido el medio porque siempre parece liado intentando descifrar lo que dice el manual de programación de canales televisivos.” Me levantaría y le daría un
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sopapo, pero ya se sabe que la violencia no es que no esté permitida en el infierno, es que no se consigue practicarla porque a todos, menos a Khaled al-Asaad, y desconozco la razón, cierto es, se nos ha negado la facultad de ocasionar cualquier daño físico o psicológico. Aunque parezca de película de dibujos animados, cada vez que una persona hace ademán de o está listo para soltar un guantazo, la otra mano, la pasiva, automáticamente agarra con fuerza luciferina el órgano corpóreo amenazante; o cada vez que una pierna se calienta y hace amago, o no, de soltar una patada, la otra pierna levanta el pie y lo hunde sobre el de la pata tempestuosa. Y en esas estamos, con la zurda agarrándome con violencia inusual la otra mano a la que se le había antojado abofetear la cara asquerosa de Popolo hace un momentito de nada, cuando Carole Lombard que, lleva un par de meses como perdida y vagando de sala en sala en busca de alguna respuesta imposible –“¿No sabrán ustedes, por casualidad, si sería lógico o no concluir que algunas cosas son imposibles?”- asoma su divino –no debería emplear este adjetivo- rostro en la cueva, sonríe y, acto seguido, escupe sobre el suelo de la misma poco antes de desaparecer nuevamente de nuestras vidas como mínimo, estimo yo porque ya lo ha hecho antes, medio siglo de duración infernal. Borges, sabiendo instintivamente que yo iba a comentar algo, exclama a continuación: “Ay, qué linda son estas mujeres etruscas. Dicen que disponen de una libertad mayor que las mujeres de los otros colectivos de nuestra época. En su tratado histórico sobre el auge y declive etrusco que se aproxima, comenta Ammianus Marcellinus el Manco que la fémina etrusca ejecuta las mismas labores que el hombre, incluyendo aquí la asistencia a orgías y la práctica de deportes como el salto de trampolín al vacío y las regatas sobre mares de nombre imposibles de…” He de confesaros que a mí me encantaría acostarme con la Lombard, aunque antes, según me han hecho entender a regañadientes un par de residentes veteranos más curtidos o fogueados que un servidor, yo debería superar lo que por estas tierras con inagotable olor a humo de elemento atómico número 16 se conoce como la Purga de la Carga Venial. No me pregunten en qué consiste dicho “laxante” físico espiritual, que bien es sabido que por aquí el personal más experimentado no destaca precisamente por hacer gala del don de la explicación ni del tutelaje altruista. Eso sí, me he propuesto averiguar como sea qué es lo que debo hacer para… número 1) superar dicha prueba; y número 2) lograr que Carol se sienta poderosamente atraída por este humilde, aunque tal vez inocente, servidor de ustedes, de ella y de Lucifer. A esta maravilla física terrenal a la que tristemente perdimos a tan temprana edad ahí abajo cuando el Douglas DC-3 en el que viajaba se estrello contra una ladera del Monte Potosí en 1940 y pico, parece que le apasiona el hockey sobre hielo. Sí, en el infierno también nieva, chicos y chicas. He de mejorar mi disparo de corta y media distancia. Lo apuntaré en mi diario. Sucio, sucio es el mundo; pero respira. Y tú, “Borges”, entras en “mi” habitación como un animal resplandeciente, o no. Antonio Gamoneda, Descripción de la mentira, soy libre) (NOTA: Tratamiento infantil. Quimioterapia. Sola o combinada con cirugía o radioterapia. “Tenemos que prevenir la propagación del tumor.” Bola de fuego que irá aumentando a medida que crece también la angustia de los padres. “Habrá efectos secundarios. No descarten la caída de pelo y las náuseas”. Pobre chaval, con su pelito moreno rizado y tan inocente. ¿Por qué no le habrá tocado a ella, a Queen Nzinga? “Seamos fuertes, amor. Dakari nos necesita.” Ella no cree en Dios, no puede. ¿Qué inteligencia supuestamente divina y superior permitiría una cosa así? ¿Y para qué? En la tierra no se necesita ser más resistentes aún: guerras, dictaduras y epidemias nos han sobrado toda la vida. “Con este procedimiento intentaremos acabar con las células cancerosas y que sigan creciendo.” Dicen que no es bueno que los padres lloren delante de sus
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hijos. Dicen muchas idioteces. Nos exigen que sonriamos y nos hagamos los fuertes a toda costa. Un optimista llamado Payaso. “Sí, es cierto. La quimio también puede dañar las células sanas. Especialmente las de la boca, la sangre, la piel y el pelo.” Cabello afro o crespo. “La quimio se la administraremos en ciclos. De esta manera las células normales podrán recuperarse hasta que comencemos el ciclo siguiente. ¿Desean preguntarme algo más?” Sí, por qué hay un crucifijo en el pasillo. Con este castigo ya es suficiente. “Pues a largo plazo no es extraño que aparezcan efectos secundarios crónicos como la infertilidad o un deterioro en ciertos órganos como el corazón o los pulmones.” Hospital MD Anderson Cancer Center. Houston, fundada en 1836 por su… puta madre. “No creo en Dios, siempre me ha parecido injusto.” Adonai, YHWH o como cojones quiera llamarse debería dárselas de buen doctor y responder asiduamente con seguridad y respeto. Sus pacientes se lo demandamos. Para eso pagamos y el seguro anímico anda ya por las nubes. ¡Y que sea accesible y respetuoso! “¡A mí no me vale con este puto folletito de Papás que tienen a un niño con cáncer!” Después de enviar a su compañera a recoger el auto, entra sola en uno de los lavabos de la planta y le da un cabezazo a un espejo. Creo que hoy no va a llorar. Dios, el médico especialista, le ha pedido que sea fuerte. El vidrio quebrado puede dar fe de ello. ¡Qué fornida es ésta!, exclamara desde una nube inalcanzable uno de los querubines escoltas de YHWH-Rapha o “el Señor tu sanador” lotero. ¡Tu puta madre! Según la Organización Mundial de la Salud, se calcula que unos 400 mil nenes y adolescentes padecen cáncer anualmente, siendo la leucemia, el cerebral, los linfomas y tumores sólidos los más frecuentes. “¡Hijo de la gran puta! ¡Y pensar que he llegado a pelear por ti!” Ndonga, su compañera sentimental desde que Queen residiera en Texas, le envía un mensaje. “Cuando estés lista, baja al coche. No hay prisa. Te quiero.” Hay muchas maneras de creer en Dios. Hacerlo con unos chorritos de sangre coagulada arruinándote accidentalmente la cabellera sea quizás la forma más sensata de hacerlo. “Yo soy el que soy”, respondió Dios a Moisés. Suena a canción de Cecilia, soy libre) ( Para no variar, Evelyn, el Waugh andaba poco menos que desesperado aquella tarde de abril de 1854 en su coqueto piso de Bergen. Llovía, dato éste poco extraordinario si tenemos en cuenta que en esta ciudad noruega la precipitación media era y sigue siendo de unos 2300 mm anuales y llovía y llueve más de 275 días al puto año. Los nativos de la zona que poco o nada más interesante con sus vidas deseaban hacer, contaban que habían visto llover durante tres meses seguidos. ¿Ustedes se imaginan qué agobio? Con el chubasquero de un lado para otro todo el santo día. Ser pobre y estilarse unos agujeros en las suelas de los zapatos no sería una alternativa. Pero volviendo a nuestro autor, decíamos que esa tarde –¿había sonreído alguna vez? ¿Constaba en algún insufrible anal?- él no andaba ni para bromas ni para chistes, sofisticados o no, y que no debería sorprendernos si nos contaran que en pleno arranque cabronil se clavó en una rodilla la punta de su estilográfica Kaweco Classic Sport, color verde oliva de Huelva, regalo de aniversario de su santa querida santa y pacienzuda, y que pegó un grito bastante convincente –la beata que lo soportaba llegó a asomar la cabeza- y, acto seguido, porque así es la inercia del dolor, lanzó la pluma puñal por la ventana abierta de su lindo despacho sito en el 91 de la calle Sandviksveien –me sorprende que dicha calle no aparezca en la guía digital de Michelin. Hace siglos, cuando los músculos de la uretra habían finalmente empezado a traicionarle sin previo aviso, escribía en el pub siempre lo más cerca posible del lavabo. Pero, como digo, eso era antes, palabra ésta que acompañada de un “que” puede hacer la función tanto de conjunción adversativa (“antes que la deshonra en público, prefiero abstenerme de mearme encima”), como de temporal si es que se la quiere acompañar de un “de” también (“saldré pitando al váter antes de que la vejiga me
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quieren que les diga? Yo no enciendo un pitillo al deshacerme con prisas del pringado preservativo-. El invierno inglés puede resultar durísimo si no se tiene un duro. El invierno inglés es definitivamente durísimo para mucha gente. El invierno inglés, para aquellos que cayeron de adolescentes en el embrujo de cualquier disciplina creativa, es una putada. El inocente primate creativo, inglés o no, vive por lo general en un cuchitril de 4 x 2.5 metros cuadrados que calienta si le ha tocado la lotería antes –la lotería le puede tocar a cualquiera que cuando cruza la calle va mirando al suelo y se encuentra una moneda- introduciendo un par de libras esterlinas por la rendija de un contador situado generalmente en un armario cutre que sirve para todo menos para guardar fiel y eficientemente aquello que su diseñador tenía en mente al patentarlo. El invierno inglés es una putada cuando dentro de tu recinto de mierda huele a antártico y te despiertas temblando a las tres de la mañana. Parece que el calentamiento global no quiere arrancarse en las mezquinas habitaciones de los jóvenes cazadores de musas… frígidas. El invierno inglés es una perrada si te despiertas a las tantas de la mañana y te han dejado solo. Tal vez te lo merezcas, eso es innegable. Pero una notita de nada tampoco es que implique un sacrificio extenuante a la persona que se va sin decir ni adiós, ni leches. El invierno inglés es deprimente si sabes que la chica con la que te acostaste hace ocho horas se largó inmediatamente después de certificar con cara de hastío universal que te habías quedado frito. El invierno inglés te congela las entrañas cuando sabes que Ella se bajó al pub de la esquina porque le sobraba hígado, soledad y varias aurículas, válvulas y ventrículos amorosos que necesitaba estimular a toda costa. NOTA: Aprende a hacerte el dormido para poder así espiar a la persona a la que algún día o siglo tal vez llegues a amar y respetar, soy libre) (Qué necio… Una mujer que bebe sola en un bar reclama una novela, independientemente de lo que consuma, ya sea café o ginebra. Si es prostituta, le arrancaremos un centenar de páginas al manuscrito porque el tema puede resultar menos original, desgraciadamente. Ella, que, además de muchas otras torturas de la vida, se siente hastiada del cacaraqueo urbano y presiente que necesita falsos consuelos de última hora, entra en un bar anónimo de la calle Pintor Eugenio Enrique Pablo Gauguin y se pide una copa de Larios sin hielo. Sí, es cierto, en un local incógnito a una suelen mirarla al entrar, aunque la diferencia con otro tipo de bares que quizás parezcan más formales y presenten mejor olor y disciplina higiénica, es que en este tipo de bareto nadie chismorrea ni abre la puta boca para ofrecer al escaso público asistente la menor crítica envidiosa o rabiosa sobre el último cliente que acaba de entrar. Quizás estén todos enfermos de la vida y sean conscientes de ello. Si esto es verdad, se agradece, porque, diga lo que diga el fariseo de Anacleto, una no debería nunca sentirse obligada a acabarse la copa en dos tragos o al ritmo que le marquen el abrigo y un par de zapatos incómodos que se sienten observados. “Déjenme en paz. ¿Acaso no comprende que todos sufrimos de lo mismo?”, le exigían cinco notas de jazz a 75rpm a Antoine Roquentin en La náusea… de la vida que se duplica. El Bar que Ella ha elegido para olvidarse del bucéfalo que se le ha quedado dormido es un recinto que no supera los 10 metros cuadrados. Este dato –aunque no soy exactamente un calibrador de parcelas exquisito-, más que ninguno otro, explica por qué el dueño rechazó al concebirlo y estrenarlo colocar mesa ninguna en el espacio libre que sobraba –tengan en cuenta que, si no, para alcanzar el aseo, habría que especializarse a cámara lenta en los 110 metros vallas-. No, en aquella cantina solo había sitio para seis sillas de cuello y culo altos, cuatro de las cuales llevaban ya ocupadas de manera leal y permanente desde que se acabó la Tercera Guerra Civil del 82, año éste famoso que, además de un conflicto bélico entre codiciosos y fanáticos, nos regaló también una vergüenza ajena y chocha llamada Naranjito y
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una sizigia o alineación sincronizada de nueve planetas que parece ser que por una vez en la puta vida se habían puesto de acuerdo y se colocaron al mismo lado en relación con el Astro Dios Sol. Solo así se entiende que España se convirtiera, también en ese mismo puto año, en el miembro n.º 16 de la OTAN. ¡Pero si acabamos de salir de una tercera guerra civil! Pero en nuestro bar nadie habla de pistolas ni metralletas, y aquellas personas que pudieran presumir de mirar al cielo y saber nombrar cuatro entidades astronómicas al alirón, no dirían nunca nada porque no merece la pena y, además, al bar se viene a estar calladitos para que al ahogo de la pesadumbre vital pueda resultar más súbito y efectivo. Pero en nuestro bar solo se bebe cerveza y dos o tres licores –los británicos, que sobre aniquilamiento artificial del descontento personal se lo saben todo, llaman a este tipo de trago “spirits”, “espíritus”-, acompañándose la consumición, si su dueño se siente magnánimo –habría que preguntarse si alguna vez le ha interesado este vocablo- con una tapita de aceitunas raquíticas con güeso o un pinchito de tortilla rancia cocinada en pleno conflicto bélico. Como las servilletitas de papel siempre acaban en el suelo y él ya no está para encorvarse un güevo, corre a cuenta del cliente improvisar la manera más eficiente de erradicar cualquier rastro de comida que le quede colgando de la boquita o de la solapa. “¡Burro! ¡No te limpies con la manga! ¡Qué asco me das!”, acostumbraba a recriminarle a su mayordomo Antonio Tejero Molina en su celda del Castillo de la Palama. Mi padre fue a visitarlo un par de veces cuando vivíamos en el Ferrol de Pablo Iglesias. Mi padre coleccionaba fotografías firmadas de Tejero. Mi padre nunca entendería que yo pudiera acostarme con una chica como Ella. Mi padre no entendía nada, nada que no rimase con los versos devotos de la obra sin mortero ni casco de Monseñor Escrivá de Balaguer y Alvás y del cura Rogelio. Mi padre, qué portento. Ni él ni nadie que hubiese elegido para mantener en cinta a los demonios aquel bar de mierda de la calle del promiscuo Gauguin sabría nunca que la abuela, el padre y la madre de Caravaggio, por ejemplo, habían muerto de peste bubónica en menos que cantaba el gallo cabrón, y que por eso nadie debería sorprenderse si se le contara que este pintor de brocha estilizada fue boxeador antes de decidirse finalmente a mear sobre la tela de un lienzo desnudo, o que los insultos, también por ejemplo, “adefesio”, “rechoncho” y “vergüenza esférica nauseabunda” fueron solo algunos de los improperios que se vertieron en la sartén de la calumnia nacional cuando se dio a conocer públicamente a Naranjito en 1982 en las portadas de la prensa deportiva. Volviendo a Ella: le entusiasma este bar. Se dice que tal vez debería frecuentarlo siempre que el incesante ruido del compatriota y de los artilugios innecesarios que éste diseña se la colaran por la raja del coño. “Me pone una copa de Manuel Giró. Sin hielo, por favor.” Al dueño del antro le cuestan las palabras. Ya se lo recriminaba su mujer después del primer y único parto. A cinco duros la docena. Le da la espalda a Ella y se pone manos a la obra, siendo ésta última el resultado de desempolvar con una bayeta sucia la botella de espíritus reclamada, derramar parte de su contenido en el estómago de una copa, girarse y ofrecerle la bebida a la cliente siempre mirando hacia la puerta donde comenzaron la mayoría de sus problemas. “Yo quería ser carpintero”; le confesó hace 237 años a la única cliente con la que se atrevía a intercambiar palabras y alguna que otra mirada de desconsuelo. Por descontado queda que a ésta también se la habían quedado sobados media docena de ligues. Pero ¿a quién culpar? Cuando vivíamos en las cavernas se follaba para conciliar el sueño. “¿Me pone otra, por favor? ¿Cuánto le debo?” ¿Por qué canta un gallo? Porque desgraciadamente solo con un cocoricó enérgico se espanta a los monstruos. Qué necio, soy libre) (ANEXO OBLIGATORIO: Y he aquí que encontrándose Ella de charla con el maltratado espejo del bar se le acerca Arteche y le ofrece sin
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bandeja un buenas noches que ella no ignora porque, como buena calibradora que es de las recompensas arbitrarias del mierdero azar, presiente que aquello que se la pueda obsequiar después del saludo tal vez vaya a darle un pelín más de bienestar que lo que hasta entonces el vidrio parlanchín de aquella taberna ha sabido ofrecerle, y que nuestro caballero le muestra un pedrusco de hidrocloruro de cocaína, conocido como crack en aquellas geografías oscuras en donde nadie dice ser un santo, porque suena así cuando se calienta y se fuma, tíos, os lo juro, y que ella, o Ella, le contesta con una negativa que, para ahorrar espacio, aquí no incluiremos, no sin antes decirle que mejor ella se guardaría la roquita y otras más de idéntico tamaño y familia narcótica para cuando el cirujano le confesase que ya no se puede hacer nada, que el tumor se ha vuelto un incontrolado de narices y que, siendo optimistas –“¿Usted no cree en Dios, verdad?”-, quizás le queden a ella, Ella, tres meses de vida., y que Arteche, experto en casi todo hasta la fecha, es decir, hasta aquella, llamémosla, data, le contesta, siempre comiéndola las pupilas con lo que le queda de mirada, que, aunque él la entiende porque desde que comenzó el 82 ha sufrido ya la embestida humillante de varios quistes ignominiosos, decía lo de invitarla a fumar cocaína de quien es pobre porque no trabaja en la bolsa o en los parlamentos regionales, porque el placer compartido –siempre y cuando, claro, el reparto no se efectúe con un choco o una chocha sellado, sellada a una silla de cuelo y culto altos- resulta en un 78.83% de los casos un placer mucha más gustoso, valga la redundancia, si es que la ha habido, que creo que sí, pero es que a mí, damas y caballeros, me disgusta tener que editar nada de lo que escribo, digo, hago o pienso, y que ella, se disculpa ahora por lo bajito, que es como, según mi tío Nicolás, se dispensan los mosquitos si les ha caído un golpe y simulan que aún les interesa seguir vivos, y que Arteche paga lo que se debe y los dos salen juntos del bar sin despedirse porque nadie se, se, se, se había despedido de ellos en primer lugar, y, ya en la frígida calle de cualquier capital de provincias, él la agarra de la cintura sin pensárselo dos veces y a ella no la importa porque hay días que prefiere a un fresco y hay otros –tal vez sean mayoría- que prefiere que la dejen sola con sus libros y sus poemas inacabados sobre el desarrollo infantilizado de la afectividad, la sexualidad y la puta madre que nos parió a todas las que hemos llegado a pensar en algo alguna vez y no se nos ha quedado cara de sapo feo, rechoncho e iletrado que domina con su ausencia la parte de atrás de la clase, y que según iban/van bajando la cuesta de San Gregorio Magno con dirección a la Avenida de la Debatida Observancia, Arteche sonríe/sonreía porque sabe, sabía, sabrá, que no importa, importaba, importará un cojón que a él se le haya olvidado el puto mechero en casa porque ella -¿cómo dijo que se llamaba?- seguro que tiene, tenía, tendrá en casa cerillas o un mechero o algún/os objeto/s que al ser friccionado/s o manoseado/s produzca/n chispa y llama, ¡candela para quemar la roca!, y que mientras él se dice que sí, que todo es posible en esta repulsiva vida de centrales y filósofos retirados precipitadamente, ella, Ella, piensa instintiva mas irresponsablemente, quizás, en el Diccionario de Ideas Afines de Fernando Corripio que le regaló su mamá a modo de guasa cuando ésta se entero de que ella, Ella, quería ser escritora, y que de ahí, porque parece que le duelen ahora la mano y el corazón, pasa a pensar
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en su estela ((*) si es necesario, póngase una cruz: ELLA – POETA Y FILÓLOGA – FALLECIÓ EN UN LIBRO – EL DÍA 24 DE AGOSTO DE 1982 – Habiendo recibido a traición los Santos Sacramentos – D. E. P. – Su sobrina, blablablá… RUEGAN una oración y un poema de Bohumil Hrabal – El funeral tendrá lugar el día 29 de agosto, 1982, a las veintitrés treinta tristes horas en la Parroquia de San Epicomus Caméades, blablablá…)) y a su vez en lo que le rogaría a su mamá que le escribieran en la lápida del triste triunfo trillado final: LA VIDA RESULTO (sin tilde) SER ALGO QUE NO SE PUDO CERTIFICAR A VOLUNTAD, soy libre) (APUNTES, EXTRAVIADOS O NO -¿se dejaron en el lavabo de la taberna? ¿McSorley’s Old Ale House? ¿Cuántas copas se negó a admitir que había consumido? ¿Pegó bocado? ¿Bebió con el panzón vacío?-, MEDITADOS O NO, CORREGIDOS O-más bien que- NO, PARA UN POSIBLE DISCURSO de Teodoro Roosevelt EN EL INSTITUTO SECULAR DE DESENGAÑOS EXPERIMENTADOS, I.S.D.E, de Nueva York. Mozart, Concierto para piano número 18: “Fúndese el desánimo a 1670 °C (3038 °F)… En su estado pretérito, al que claramente no pertenecía, se comentaba que olía a helado de fresa y nata después de aquel plato decente de pollo asado que se servía en el almuerzo dominical… Dicho helado, comprado y apuntando en la panadería de Miss Edith Wharton, tendía, a nuestro pesar, a derretirse con extremada facilidad si el sermón del cura de la misa de 1 pasaba de los cuatro folios, cosa ésta nada inusual… “Padre, vengo a confesarme porque si no mi padre se enfada conmigo y me esconde la rescopeta Winchester que me regaló la agüela”… “Mamá, ¿es normal que a un niño le guste una persona mayor?”… “Teodoro, hijo: a ti lo que te viene bien es rezar más y dejar de leer las novelas de tu padre”… Cuando pasaban lista en clase por la mañana solo sonreía –se le notaba al decir presente. ¡Qué asco daba!- ese chico que, desde que empezamos con la trigonometría, ya había entendido que la puta función que nos regala el puto ángulo conocido, o puto seno, es la del puto arcoseno -¡qué asco daba!... Desde la chicha neutral de mi pupitre en la parte de atrás del aula, se me ofrecía una visión del futuro bastante decepcionante. Mi padre me lo había aclarado una sobremesa cuando disparábamos con la escopeta nueva a una lata de tomates y yo no daba una: “Teodoro, tu eres miope. ¿Pero sabes una cosa? Eso tiene cura. Mira, ponte estas gafas y prueba a disparar otra vez.”… Cualquiera a quien la reflexión no le hubiera dado grima alguna vez, podría afirmar que yo ya había asegurado antes que ese tal Adolf nunca iba a suicidarse, por muy enamorado que estuviese, tirándose desde un puente. Había quedado bien claro que el ejército germánico, el único que permitiría que se alistaran a él nenes con algún testículo atrofiado, frenaría con un sellazo bien dado en una cartilla de reclutamiento aquella intentona de inmolación de Adolf… Aunque mi miopía seguía agudizándose, me curé del asma a base de baños matinales de agua fría en el Little Missouri. A los 25 años cacé mi primer búfalo… En una ciudad costera del condado de East Sussex, conoció mi amigo Daniel a la única psicoterapeuta que no solo parecía escucharlo, sino que además sabía cómo hacerlo. Era ella una escocesa lindísima que en la cama le exigía que la maltratara. También le demandaba que no pusiese esa cara de sorpresa la próxima vez que le sugiriese hacer algo inusual en el
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dormitorio… Un punto transcendental: las luciérnagas no entienden de lógica. Otro: incluso en el lecho de muerte yo me mantenía en mis trece: tan importante como compartir ideas y saber escuchar, es guardar bien cerca una porra… Quiero ese búfalo y no pararé hasta que caiga. Pero también quiero Panamá… Este concierto para piano –según algunos especuladores de la crítica, obra de poca monta y clase- compuesto para María Teresita von Paradis, se divide en tres movimientos: Allegro, andante y las Badlands… “¡Pero para qué narices me cuentas tú eso ahora? ¡No ves que me quiero suicidar!”… “Perdona, pensé que te interesaban la gente de Viena… Pero si te pones así, mira, bajando por esa cuesta de ahí se llega antes al puente…” Tal era aquel doloroso contraste entre las putas ecuaciones trigonométricas y nuestras ganas de comernos el mundo y las praderas del lejano oeste que al final los colegiados celestiales eligieron llamarlo “el fuera de juego trigonométrico”… o desencanto del sistema educativo adolescente eyaculado sobre unas pegatinas de David Crockett… Un buen tirador olímpico debe presumir de poseer un estado psíquico excepcional que le permita, cuando compita cada cuatro años, inhibirse de cualquier problema marujero potencial que haya podido traer consigo en la funda de casa para poder así conseguir un estado de concentración perfecto… Eso mismo no podría decirse de las luciérnagas… “Vive y deja vivir. ¡Y arrima el hombro, coño!”, le ordené al único capataz con cara de besugo que contraté… “Live and let live”… Según el último estudio del emérito, mas generalmente invitado, profesor de la Facultad de Ciencias Zoológicas Peripatéticas de la John Hopkins, Pepe Gotera y Ápice, sobre la capacidad teutónica –mi vecina lo llama “cabezota”- que tienen ciertas moléculas orgánicas para convertir la energía química en energía luminosa… el color de la luz que emite la “cabecita” de la luciérnaga pudiera estar determinado por la estructura de la encima LUFIFERASA… a no confundir con la energía LUCIFERINA, ¡por Dios!, ni con el luciferil adenilato, of course, de naturaleza ciertamente artificial, postiza… ¡fingida!, al que bien se le podría acusar de ser el responsable directo de esos movimientos típicos torpes de la luciérnaga que, beoda y sin ningún escrúpulo creativo ya, elige chocarse contra una rama o contra la frente del vaquero que, sentado por una puta vez en el porche de su cabaña, no puede dar crédito de tamaña afrenta insectívora… “Teodoro”, exclama el tal Gotera, “las luciérnagas no son insectos, son…”, irritantes carteros comerciales alados con aspiraciones ridículas musicales que nunca han tenido un trabajo y acaban de abandonar el hogar paterno… desconociendo, al mismo tiempo, todos los principios que rigen el despegue, la navegación y aterrizaje insectívoro… “Mis vacas”, le ordené al negligente capataz abesugado, “llevan únicamente el sello de la cruz de Malta”… Se río de algo… Dudo mucho que fuera de mí… Porque de mí, contarán las crónicas, solo se reirán los vaqueros al verme aterrizar en sus tierras con mis pantalones de tela y mis gafotas de alambre, y los pijos republicanos de la cámara de representantes -¡J P Morgan!- cuando les hable en treinta folios cuidadosamente redactados sobre las reformas que la sociedad americana necesita si es que es verdad que querríamos ser la primera potencia mundial… Quiero Panamá y la fulminación de aquellos monopolios del ferrocarril, el petróleo y los bocatas de pastrami y pepinillo que meen sus beneficios sobre la
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cabeza inocente del afligido consumidor… Quiero Panamá y dejar de llorar por las noches cuando el fantasma de mi mamá se pasee libremente por mi alcoba a la hora número 5 de mi taciturno insomnio… Ahora nos contarán que la luciérnaga no es un insecto… Ya, ya… por eso no es infalible y maneja de una manera incoherente su helicóptero… Cuando era un pelele y todavía no sabía que las mujeres también tenían pelo como nosotros allá abajo porque me daba miedo perderme en los descampados en donde el gobierno socialista del champán y la expropiación no había edificado todavía inmueble alguno, mi tío Nicolás me contó que el primer helicóptero con pedal de timón fiable fue diseñado por un inventor español cuyo nombre nunca consigo recordar porque no hay internet en casa y pensar me da miedo y frío… Sesiones de bar impulsadas por la radio estatal donde se repasa con voz claramente imparcial los marcadores de fútbol, seguidos de un parte meteorológico acompañado ya sí con una dicción “claramente” neutral… Asambleas a distancia que invitan al suicidio… a chavales que todavía no conocen el significado de la autodestrucción… Atlético Alighieri 0 – Rabelais C. deportivo 2… Cota de nieve a nivel de provincia… En Cádiz no nevaba…Si ustedes pueden evitarlo, nunca golpeen a nadie. Pero si por alguna razón necesitan hacerlo, asegúrense de que el puño de la mano lo hace con la fuerza que se requiere para noquear a su adversario. Y es que, mis compañeros de esta Cámara de Representantes, si han de huir a pata, su presa debe primero quedar atrás bien amodorrada… Esa relación existente que existe entre la lectura regular de libros y el fortalecimiento de la moral del individuo lo vuelven a uno un ser manso… y soltero…Qué paradoja… Qué contrasentido… No me dejé querer… ¡Qué absurdo, Teodoro!.. No supe enamorarme… ¡Qué incongruencia, González!... Detestaba la afección… ¡Qué despropósito, Noelia!... Queríase solo así mismo porque se daba asco… ¡Qué contradicción, Boris!... Algún loco artificial que no había probado nunca el cóctel whiskey sour –aseguraría el muy descabellado que la clara de huevo le daba náuseas… Escribió en una nota desechada de Quantum Ai que las personas que viven en pareja engordan como ballenas porque hacen “muchas cosas juntos”, y aquí “incluyo” el papeo descontrolado… Por esa misma razón a ella se le conocían muy pocos amantes… ¡Qué desatino, María, la Zambrano!... “¡Quiera la suerte!”, exclamaba sin fundamento en el énfasis empleado el heskritó gaditano mientras se deleitaba con su primera nevada vista, “que yo no lea ningún puto libro!”… Porque entonces él no ligaría nunca… Soy yo, y acabo ya estas notas con potencial ilimitado para el extravío, el primero que siempre se acuesta y también el primero en calzarse las zapatillas. Llueva o no, cague o no cague, siempre termino lo que he empezado, y me da igual que se trate de una extenuante tarea o que se trate de un capricho mío más onírico. Así somos los de Dakota y los de Jaca. Sitting Bull os lo podría corroborar, queridos socios… Yes!, Sitting Bull, jefe de los Hunkpapa Lakota de Dakota. Me honra decir que fue su biografía uno de los primeros libros que leí cuando empecé a disfrutar mis jornadas de clausura infantil en mi dormitorio. Mi padre me acusaba de estar todo el “santo” día encerrado en mi cuarto. “Y además”, solía sentenciar él, “¿no ves lo tímido que te estás vuelto?” Las bofetadas no ayudaban un pijo, eso está claro. Obviamente, hasta que me hice
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vagabundo semiprofesional en Francia y, después, durante mi inextinguible periplo actual por estas tierras anglosajonas que tanto amor insólito me han obsequiado hasta la fecha, no ligué un “santo” pepino… Sale el macho de la luciérnaga a la calle con el foco encendido y con una única intención devorándole su ridículo intelecto: la reproducción sistemática abordada sin complejos de fealdad ni timidez. Porque nunca han leído un libro ni frecuentan en temporada estival las Badlands, todas las luciérnagas que se conocen hasta la fecha son escarabajos, soy libre) (ACC: (hora: 23:52:55) Avianca cero uno uno, está pasando ya Barahona. Proceda ya directo a CPL y continúe descenso para nivel nueve cero. CambioC1: ¿Cómo es? Directo a Papa.C2: Cuatro cuarenta y cuatro… ¡Ay, se fue para atrás! A ver si esto no va a trabajar. Pero es que no me entra esa posición…C1: Ah, no entra Carlos Papa, pero si puedes poner al va o are. ¿Cuál es?C2: Catorce cinco.C1: ¿No está ahí?C2: No está, era, la, la, la posición de Madrid. C1: ¡Ajá!... ¿Nos bajaron a nueve? C2: (hora: 23:55:48) Vamos a decir de esto que el cinco entró, lo deje en dos y le puse el baín en remoto. C1: Si entra, él entra. C2: Si entran todos, con éste nada más que se corra, entran todos.
(SIGUEN UNAS CONVERSACIONES ENTRE LOS MIEMBROS DE LA CABINA Y UNA AUXILIAR DE VUELO ACERCA DEL OXÍGENO QUE SE LE ESTÁ SUMINISTRANDO A UNA PASAJERA.)
APP: (hora: 23: 56:47) Avianca once, continúa en contacto-radar y está autorizado aproximación Barajas, pista tres tres, altímetro uno cero dos cinco punto siete C3: Cero dos cinco punto siete AUX: ¿Dijeron? C1: ¿Qué china? AUX: ¿Qué dijeron? C1: Ustedes se van trabajandito para Bogotá. AUX: ¿Por qué? ¿Y la otra tripulación? C1: Se van de Tripadís. AUX: Pero ¿por qué? Si ellos llevan más tiempo que nosotros. C1: Eso sí es cuestión de allá de los jefes. C2: (hora: 23:58:36) Vamos a trabajar dentro de un tres veintinueve con el localizador en ciento nueve nueve.
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C1: (hora:23:59:54) Descent-check, por favor. C3: Landing data. C2: (hora 00:00:05) Alcanzando nueve mil pies el Avianca… once. APP: Recibido. Está autorizado-aproximación, continúe descenso. C2: Continuaré para descenso, erre. C1: Altimeter. C2: Diez veinticinco… C1: (hora: 00:00:51) Listo para ILS. APP: (hora 00:03:29) Avianca cero uno uno aproximándose a Charlie papa Lima continúe aproximación Barajas tres tres y torre diez y ocho quince. C2: (hora: 00:03:50) Barajas, Torre, buenas noches el Avianca once. TWR: Avianca cero uno uno, buenas noches, autorizado a aterrizar, pista tres tres, el viento uno ocho cero, cero cinco. C2: (hora: 00:05:42) El localizador parece que si está, está mal. Espero. C1: (hora: 00:06:09) Bueno, bueno. C1: (hora: 00:06:14) Bueno. (Bocina desconexión piloto automático) N /I: Ochocientos. C2: (hora 00:06:18) Que dice el terreno coman… (Primer impacto. Pitidos de aviso de spoilers fuera, con avance de aceleradores… Hora: 00:06:22: Segundo impacto) C1: (hora: 00:06:24) A ver, a-pe-a. C2: (hora: 00:06:27): Comand…, soy libre) (Si no tuviera que soportar las gracias y los comentarios sarcásticos de sus amigos cuando vienen a visitarla, Ella llenaría su “casita” de muñecas de Famosa y de discos de Tequila. A todas las personas a las que nos fue robada parte de la infancia y de la juventud se nos debería permitir dicho tipo de pseudoterapia regresiva. Ni Dios ni mucho menos cualquier homínido debería creerse con la necesidad de hacer ningún comentario al respecto o de soltar una gracia con el tono ése que se usa en los bares cuando uno o una aparece, por ejemplo, con un nuevo corte de pelo bastante inusual. ¿Cuál es la explicación de que a muchos adultos les dé por coleccionar, casi instintivamente, artículos que, a primera vista, nos puedan parecer ridículos o infantiles? Esa misma vulneración sufrida de gran parte de sus años infantiles, creo yo, honestamente.”Hombre, Liszt, qué cromos Panini tan peculiares nos trae usted hoy!” Pero esta noche Ella ni iba a peinar delicadamente a sus muñecas ni iba a escuchar por septuagésima vez en lo que iba de mes el disco Fantasma de los portorriqueños Menudo en su pletina giradiscos y girareminiscencias malogradas. No, esta noche fría de un 37 de mayo de 2047 Ella se ha dicho que basta ya de una puta vez de ser una vaga y que hay que sentarse a añadirle una docena de páginas más, como mínimo, a su octavo intento de escribir una novela de la que pueda sentirse orgullosa por una puta vez en la santa vida. Ayudémosla un poquito. A ver, añadamos una cita de Scorza –yo colecciono libros, y me importa un soberano cojón que esto pueda ser un detalle regresivo también-. Por ejemplo… En Redobles por Rancas,
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tercera edición, Plaza & Janes, 1987, página 163, se puede leer que… “El púlpito prometía ahora la Cólera”, y que pregunta el padre Chasán: “¿Y quién osará comparecer cuando el Señor ordene levantarse a los huesos? ¿Los fariseos?... ¿Los que osan cercar el mundo? ¿Los que clausuran los ríos? ¿Los que tapian los caminos?” Nadie. En este planeta güevón no comparecería nunca nadie. Aquí solo asoma la cara el Enterrador General Espriu cuando la parcela necesita espacio y hay que hacer hueco. Bien, con eso y media docena más de páginas leídas ya tiene Ella suficiente como para sentarse en la silla ergonómica que la regalaron sus compañeras de la clínica de abortos cuando algún soplón cabrón les contó que “ésta” lo que verdaderamente “quiere hacer” es dedicarse a escribir “novelas”, y rellenar, pues, varias páginas digitales de un archivo abierto en el procesador de textos hace medio millón de años, era paleolítica. Veamos cómo lo ejecuta:
Enciende el ordenador portátil Compaq Presario A900 que le regalaron sus compañeras de tumba cuando algún cráneo cotilla adivinó que ella quería ser…
Se levanta y se dirige al mueble bar instintivamente para prepararse una copita de nada de ginebra. Solo una, de veras.
Antes de regresar a la silla ergonómica le da un chupito ligero a la copa. Valdría la pena matizar ahora que no suelen ser los escritores y los poetas gente que le limpien el polvo a ningún vaso o copa que haya sido destinado previamente para contener esa única sustancia líquida e infernal que no quiso estudiar Arquímedes y llamada Gordons.
En una nota adhesiva rosa fosforescente que inmediatamente pegará a dos dedos del tablero del portátil escribe: “Si vas a ponérselo en bandeja, por lo menos aprende a escribir como Nabokov. No todo debería sonarnos a Conrad.”
Se pregunta por qué le ha decepcionado tanto la segunda parte de Retrato de un hombre, de Perec.
Se pregunta muchas cosas, y éstas, las cosas u objetos invisibles creados voluntaria o involuntariamente para boicotear cualquier acción noble o imaginativa, acabarán triunfando.
Se prepara una segunda copa.
Una segunda copa que no tardará en recordarle que lleva más de doce horas levantada, que en la clínica siempre van a pagarla menos de lo que en ella trabaja y que, cuando se ha leído tal vez demasiado, lo peor que le puede suceder a una es que se le caiga la cara de la vergüenza –a veces, puntual y textualmente- al intentar escribir ella también algo.
No, esta noche ella, Ella, no va a escribir. A modo de consuelo, y porque hay que devolver de alguna manera a la cara a su sitio original, escribirá nueve notas relacionadas con el tema que hoy la incumbía pero que claramente no la motivaba. Con un poco de suerte y, siempre y cuando se haya vaciado la botella de ginebra en el retrete antes de calentarle con el trasero las entrañas a la silla ergonómica, las notas que mencionaremos a continuación mañana, o pasado mañana si es que el día anterior se marcó un nocturno con Panero y su gracioso amigo barbudo del Sacro Imperio Romano Germánico, esos
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esbozos, decimos, le van a levantar, prácticamente ellos solitas, tres o cuatro hojas a la novela. Ay, qué sería de nosotros sin una buena dosis de optimismo irracional. ¡Darwin seguiría escondiendo en el armario su manuscrito para no ofender a la devota de su mujer!
NOTA 1: Accidente aéreo a incluir en la tercera parte de la novela… Sobre la muerte de Manuel Scorza cerca de Madrid en el Boeing 747-200B, vuelo de Avianca Flight 011, un 27 de noviembre de 1983. NOTA 2: Salió del aeropuerto de Charles de Gaulle. Le despide Queen Nzinga, “¿Y por qué me llora usted ahora? Sabe que volveremos a encontrarnos allá donde siga la lucha y la esperanza no nos haya abandonado.” NOTA 3: En el avión siniestrado viajan también algunos de los protagonistas de los libros de este escritor peruano. Todos ellos, indios peruanos revolucionarios. Buscar sus nombres. NOTA 4: El vuelo había sufrido un retraso porque se iba a embarcar a los pasajeros de un vuelo cancelado de Lufthansa. NOTA 5: Mejorada del Campo, incluir: latitud 40 grados 24 minutos 12 Norte 3 grados, 26 minutos, 57 segundos oeste. NOTA 6: Añadir el informe del siniestro: controlled flight into terrain due to pilot error, navigational error, and ATC error. NOTA 7: Ocupantes: 192. Supervivientes: 11. Mueren también el novelista mejicano Jorge Ibarguengoitia, el escritor uruguayo Ángel Rama, la pianista Rosa Sabater, y la escritora argentina Marta Traba. NO incluirlos, porque solo se mencionarán los nombres de los campesinos peruanos revolucionarios y el del piloto. NOTA 8: Leer, y tal vez incluir, el fichero de la Aviation Safety: “Avianca 011 está pasando Barahona, proceda ya directo a Charlie Papa Lima, y continue descenso para el nivel nueve cero, cambio.” ¡Empezar la entrada con esto! NOTA 9: Comentario descabellado de Anacleto: ”No me cuente milongas, ¡fue un ovni!”, soy libre)
(Diario de las operaciones efectuadas por la Compañía del Segundo Regimiento de Zapadores en África. Años 1924-1925: Noviembre, Día 13, 1924 – Salimos con la columna. Llevo agregados la sección de Castrillón que pone la posición de avanzadilla de Zaira. ¡Cómo nos tiran! Tengo dos bajas: Teniente D. Felipe Farina Mouriño. Soldado Celestino Gamero, herido en un brazo. No podemos terminar antes de que se retire la columna y se quedan en ella el cabo Navarro y cuatro hombres para terminar la alambrada y el parapeto. Los recogemos al día siguiente. Se incorpora a la columna la sección de Peña. Noviembre, Día 14, 1924 – La sección de Peña reforzada por unos cuantos hombres míos. Hieren al soldado Luis Perpiñán. Nariz, poca cosa. ¡Bien han tirado estos malditos! Noviembre, Día 16, 1924 – Salimos con la columna. Se nos incorpora Mauriño. Tuvo que hacer fuego por descargas para que pudiese entrar la batería ante el fuego del enemigo ocasionando bajas. Herido: Cabo José Chumillas. Rodilla. ¡Cómo nos tiran los hijos de Alá! Terminada la fortificación, entramos con la columna en Meranah (¿?). 16:00, aquí encerrados con el Coronel González y González, sin atreverse a asomar las narices por el parapeto, soy libre) (Sumisión – sobriedad narrativa – brevedad en el pecado – la culpa se me enredaba
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adrede en las rejillas del confesionario – Padre, quiero confesarle eso que solo a usted le apetecería escuchar – escuálido rostro – ese de la absolución – somnolencia – como preso de una vergüenza alienígena – esperé a que descendiera el demonio a cocinarme – fogón y cuenta nueva – “La próxima vez que te ofrezcan una de esas revistas sucias di que no” – una ráfaga - “Si a mí no me ofrecen nunca nada. ¡Me las encuentro en el descampado que hay al lado de casa, padre!” –“Bueno, bueno. A mí no me grites” - ¿a quién si no? – “Perdón, don Rogelio. Es que en casa gritamos tanto…” – que solo se oía el silencio – C. G. E. – el sexto mandamiento – el único que me hacía feliz – Congestión de Garganta Espontánea – el sentimiento de culpa se acostumbra a lo que sea – es el que mejor comprendió a Darwin - en mi cabeza – nunca hervían los recuerdos - ¡no! – pasaban de un lado a otro de mi camocha – como un rebaño de ovejitas que se dejan llevar fácilmente – por otra que tal vez no sepa – que un chucho le ha ofrecido temporalmente un liderato falso – don Rogelio – ¿usted fue alguna vez coronel? – “¡Qué cosas dices, niño! ¡No tienes conciencia!” - ¿a qué vendría aquel reproche? – a colarse por una oreja escasos segundos antes de salir desmotivado por la otra – el pecado me ataba a una época – Naranjito ya era rey – y yo silbaba despreocupado una de Burning – ¿qué hace un gilipollas como tú en un sitio como…? - la armonía sucede a la desilusión - de un modo mecánico – como los futbolines que jugaban solos - maldigo mi falta de profesionalidad – al silbar – y Dios dijo – “¡Que toda la fealdad de la tierra atosigue a los niños!” – o algo de esa índole – aunque dudo mucho que Él – él – haya usado alguna vez – el verbo atosigar – porque siempre se deja en casa – el diccionario – y tiene que pedírselo prestado – al dios de la iglesia de los santos ésos del último día - ¡si será dejao! – puedo dar constancia de ello – no intentes atraparme, he aprendido a volar… - mas el nene – que no era tonto – aunque su maestro opinara – en voz alta – y quizás correctamente – lo contrario – aprendió a fruncir los labios – concluyendo dicha maniobra anatómica – por lo general en un silbido atenuante o paliativo – que en días de lluvia obligaría a Dios – dios – a dudar de Si – si – Mismo – mismo. “La próxima vez que te encuentres una revista sucia” – “la entierras” – eso es – que quede para la posterioridad – para esos marcianos grises – que también hacen guarradas – como las mías – que también se tocan – y permiten inconscientemente –que la sombra oscura y estentórea de la culpa –se asome sobre nucas ajenas casposas – “Ahora reza cuatro avermarías y vete en paz” – en paz y en armonía ya vivíamos en las cavernas – ¿verdad abuelo zapador? – qué mala suerte tuvimos – nunca llegamos a conocerte – moriste de cáncer y de malestar espiritual a una injusta temprana edad – aunque nos quedó un magnífico autorretrato pintado al óleo – que yo solía examinar con indiferencia infantil acelerada – cuando papá repasaba conmigo los cates del verano – y tenía – obviamente – prohibido – silbar –del aburrimiento – “¡Que no te enteras!” – sopapo en la nariz – sangre y mocos – Lorca y Galdós – Karamazov y Pnin – Caravaggio y Rubliov – y – “¡Que la derivada parcial de cualquier puta función con varias variables…!” –eso de “varias variables me sonaba redundante – “¡… es su
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puta derivada con respecto a una de esas putas variables, coño!” - ¿”respecto”? o ¿respeto? – porque ni él ni don Rogelio aprendieron nunca a silbar – eran monos de otra época –demostraban siempre muy poca fe en todo lo que decían – o argumentaban – profesor interino de mano fácil – y pastor “halitoso” en silla de ruedas – yo prefería un perro chiflado que se enamorara fácilmente – de las moscas que circundaban aleatoriamente mi mente virginal de chorlito suspendido con caótica regularidad – “¡Este macaco no se viene de vacaciones con nosotros este verano!” – ¡gracias a Dios! – dios - ¡por fin! – solo – roto – el niño González – jugaba con las chapas un torneo futbolístico infantil de chascos súbitos – se podría argumentar –(debería añadirle una diéresis) – “argüementar” – que yo aún no había aprendido a razonar – ni a desmarcarme por las bandas – cuando el jugador más hábil – normalmente un punk que leía a Paul Celan – cogía el esférico y me invitaba con una señal de cabeza a correr libremente por la lateral – antes de pasarme él la bola monocromática o no –“¡Seguid… ¡” – seguiz – “¡…Seguiz así, hijos míos!” – exclamaba Dios en un tono que siempre le había parecido al niño González brusco y tendencioso – Mas él no se daba por aludido – y seguía coriendo como un pelele desorientado por la lateral del campo de fútbol – la palabra de YHWH – pensaba para sus adentros – que es como pensar sin testigos – mientras fumaba uno de esos pitillos rubios de contrabando que su papá conseguía a un precio ridículo en la base naval – no le hacía a él eco en las paredes sangrientas del corazón – tampoco le vendría mal que se aprobase en el Congreso la apertura de un Tribunal Deontológico Cardíaco – aunque algunos políticos no sabrían ni cómo deletrear la segunda palabra – pero lo que estaba y sigue estando claro era y es que el corazón necesitaba y necesita conocer sus derechos – y - lo único que al niño González le interesaba – sus deberes - ¿Había que exigirle al órgano capitán del sistema circulatorio de penas y alegrías que se dejase regir por una conciencia moral?mo era posible que un tipo tan atlético y energético como Pepe Gotera no llegase nunca a superar la treintena? - ¿Deberíamos exigirle al corazón alguna responsabilidad? - ¿ética? - ¿penal? – más aún cuando se sabe que hay viejos en las aldeas que fuman lo infumable y se beben lo indefendible si se catara en cualquier tribunal profesional de “sumilleres” -qué asco de palabra – suena a colchón económico – “Ya…” – “ya lo sé…” – “caballero” –“Viene con manchas y pelos…” – “pero ni usted ni su señora van a encontrar nunca nada a mejor precio en toda la ciudad” – Ya se me ha desviado la punta de la estilográfica – La pobre necesita dos veces al día buscar moscas que la proporcionen alguna forma de entretenimiento mientras yo la abuso e ignoro sus sentimientos – “Nunca me has entendido…” – “Daniel” – “A mí me diseñaron para ser regalada en cenas de despedida” – “Si la persona celebrada es ilustre” – “Permito que en mi barriga inscriban en letras doradas su nombre y sus apellidos” – “Pero tú ni eres ilustre ni pareces blasonado” – “Pero tú solo sobresales cuando me abusas y violas” - ¿Por dónde íbamos? – Decíamos que el corazón de mi yo imberbe– cuando se ejercitaba como obstáculo – no había sonido ni alegría que al chocar contra él se repitiese tal y como parecía que hacía el eco de las personas y de los niños normales – Don Rogelio – por otra
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tuum – et in tabernacula tua – Pensé: Lo único que quiero – es quedarme solo – como Teodoro en su cabaña - ¡Y que me dejen en paz de una puta vez! – Pensó – él – Roosevelt – “Muriose en el Día de San Valentín mi amada Alicia en el parto de nuestra primera y única hija” – “Esa misma noche también moriría mi madre” – “Quizás presagiaba ella mi futuro dolor” – “Os diré una cosa: Quien crea en el amor es menester que lo haga guardando invariablemente una única bala en el tambor de su Remington” – “Añádanle otra bala más por si yerran con el primer intento” – “Don Rogelio, me gustaría preguntarle dos cosas” – Cosa 1: “¿Por qué son tan raras algunas madres?” – y Cosa 2: “¿Por qué alguna gente se suicida cuando está enamorada?” – “Me refería a las madres de este país” – “Porque las otras…” – “…las americanas de la tele…” – “siempre sonríen y se comen a besos a sus hijos” – “Don Rogelio” – “¿usted ve la tele?” – la tele - en el colegio mayor – a cuyos tejados me subía yo – lloviera o no – diluviara o peor – (dice la gente apocada y saturnina que el cometa KL1223 b acabará chocándose contra la superficie de nuestro planeta en el 2143) – para examinar a gusto el pubis de esas mujeres raras de mi país que posaban desnudas en trozos varios arrugados y sucios – de páginas furtivas de revistas guarras que yo me encontraba en los descampados – de Arturo Soria – antes de que el pelotazo inmobiliario nacional nos devolviera a todos los chicos a casa a jugar al Scalextric o a escuchar los discos de Tequila y de Mamá de nuestras hermanas mayores – Mas en el mentir sigo pareciéndome a Paco Umbral – Yo debería haberle confesado a don Rogelio que me había vuelto un experto en robarle revistas sucias a la viejecita del quiosco – Doña Pilar – si mal no recuerdo – una anciana bigotuda y con medio millón de arrugas en el rostro – La cual - en cierto sentido – se parecía a mi mamá – porque las dos hacían gala – o más bien intentaban disimularlo lo menos posible – de un afán ilimitado por abandonar este mundo cuanto antes –“¿Y tú?” – “¿tú estás listo también?” – No – todavía no – porque necesito un pelín más de entretenimiento – “¿Usted me entiende?” – No – él – como una mayoría de los hombres que solo vestían de negro - no estaban capacitados para comprender nada – Y fíjense ustedes que el macaco González tampoco comprendía ciertas cosas – como cuál era el motivo por el que todos los santos y estatuas de la parroquia le parecían unos chivatos de mierda – que no había pecado – por muy venial que fuere – que no se lo soplaran a los curas – Eso sí – las cosas buenas siempre se las guardaban –los muy envidiosos – “Danielito” – “me ha contado un pajarito que has vuelto a sisearle monedas de diez duros a tu papá” – Quejumbre – Rencor – Miseria – Residuo – Estremecimiento – Desaliento – Amenaza – Q.R.M.R.E.D.A. – El pequeñín – viendo que el sacerdote no le hacía ni caso – se entretenía contando las rejillas del confesionario – “Hay exactamente” – se dijo en la única parte de la conciencia que Dios no le había birlado – “157 ´abujeritos´ y 78 ´regiyas´ “- más de la mitad de la cuales – podría estipularse – fueron mancilladas por los remordimientos cuando este enano todavía creía en algo – Ha de añadirse aquí que del “zielo” – decía Gamoneda en alguna epístola: “no pongas lombrices en mi alma” – salían constantemente nuevos mandamientos – cada cual más ridículo – órdenes divinas que el infante González iría rechazando una a una con adulta indiferencia – “No comerás pescado cuando sí que haya que comerlo” – “No follarás si no hay testigos” – “No matarás si…” – si es que has caído tú antes – mas la gente podía decir todo lo que quisiese – pero él solo recibiría órdenes de su papá – y del Jefe de Estudios del colegio – personajillo éste – a quien también le excitaban las faltas graves de los chicos – personajillo el otro – que inclinaba la cabeza hacia un lado 30 grados – cuando te iba a soltar un bofetón con la mano opuesta al lado de la inclinación de testa - “¡Holgazán!” – cada vez que oía ese epíteto – él – el niño que ya no sabía llorar - también inclinaba la cabeza hacia un lado – tal vez buscando
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una dimensión diferente – donde se pudiese vivir más tranquilo – tal vez buscando a Venus – con su capa envolvente de dióxido de carbono y sus nubes letales de sulfuro – tremenda contradicción – “Allí no durarías ni medio segundo” – le dijo Jesulín - el listillo de la clase – “la cabeza se te quedaría así” – Bueno – por lo menos en aquel planeta no existían las plataformas artificiales que te animaban a creerte importante cuando estaba bien claro que ni lo eras ni lograrías nunca serlo – Pero digo yo - ¿por qué nos saldrán úlceras? – la explicación más convincente es la hereditaria – hay mucho cabrón y mucho amargado por ahí suelto – en el salón de casa – y en el retrete – aunque a González le que sin duda le atrae es la idea de que esa puta de la bacteria helicobácter pylon fue creada en un laboratorio venusiano –“Pues aquí no la queremos” – “Enviársela a esos amargados de la tierra” – “¿Acaso no es verdad que a ésos les gustan los pecados y el remordimiento?” – No – a él – a mí mismo – lo que de verdad le excita – es el aprender a reír a gusto - ¿Cómo se conseguirá eso?- Mira a su alrededor – Miro a mi alrededor – y recapacita – y recapacito – Las injurias no se nos dan mal del todo – Eso sí que lo domino a gusto – me digo – mientras hundo paulatinamente el cabezón en la almohada – “¿Tú sabes qué es la depresión?” – me pregunta el padre Miguel antes de ofrecerme un Fortuna rubio – No – Padre – lo que pasa es que mi papá – el verdadero – murió ayer por la noche – y por primera vez en la vida – (calada al pitillo y tos repentina) – creo que no he sentido nada - ¿Será eso pecado también? - ¿Habrá sido mencionado ya en la lista de los nuevos mandamientos? – Mira – Miro – el niño – yo – al cielo de reojo – Onetti me exigiría – nos exigiría – que me y nos compráramos un par de binoculares antes – “A vos lo que le apena es que el color de la mierda no lo disgusta” – La excreción es el resultado orgánico de coleccionar por impulso jaculatorias y objetos inútiles y más jaculatorias - ¿Qué pensaría de mí el diablo de haberme pillado infraganti sonriendo porque era evidente que me apetecía parecerme a otros chavales de mi edad? – “¿Pero qué haces…?” – “¿…niño insensato?” – “¿Se te ha olvidado ya la primera cláusula del contrato que firmamos?” – “Solo reirás cuando te creas superior a tus compañeros de clase y de calle” – “Perdóneme…” – “…Se lo suplico” – “Es que me tentaba la idea de la asimilación” – “¡Un día extra de penitencia en la caldera!” – “Te pasas por la oficina de Espríu y que te lo apunte” – Creo sinceramente que fue al salir de aquella ensenada infernal que dirigía el maestro catalán cuando empezaron a gustarme las mujeres esbeltas – No sé – ellas tenían algo de lo que las demás mujeres carecían – Para empezar un lugar físico y palpable en donde podían hundirse – mi cabeza –“¡Cabeza de chorlito!” - por ejemplo – y esa sonrisa patética que yo no podía controlar – La vida no es tan sencilla como suelen contarnos los telediarios y los comentaristas de fútbol – “A vos lo que le apena es que el océano no sea ocre” – “Vosotros tenéis un palito” – me dijo la primera vez que follamos – o me imaginaba yo que lo hacía – una puta de la Ballesta – “y nosotras una rajita y dos téticas” – Era ella una mujer treintañera esbelta que siempre se cubría sus enormes pechos con un jersey de punto de rayas gruesas blancas y negras –Vamos… - …que marcaba pezón fácilmente – y esto era evidentemente una estratagema comercial – Me llamaba el Estudiante porque yo siempre salía a trabajar de mi habitacioncita - sita en la pensión de Agustín el Gallego – con una carpeta en la mano llena de folios – “¿Adónde vas tan temprano…? – “¿… Estudiante?” – Nunca conseguí adivinarlo – he de admitirlo – cierto es - ¿Qué destino había elegido yo? - ¿Y para qué cojones apresurarme…? - ¿… si los simios siempre llegamos tarde a todas partes? – “¿Me invitas esta noche a una copa en el Cheval?” – Me había vuelto un experto en madrugar – porque levantarse temprano me parecía evidente que cancelaba temporalmente cualquier necesidad anímica que yo tuviese – “Mira Estudiante que esta noche
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me vuelvo tempranico a casa” - ¿Pero ésta tendrá casa? - ¡Si se pasa todo el día en esa esquina! – “Y no te me vayas con la Otero…” – “…Que ésa se pincha y te hurga en la cartera” – “¡Y se la ven las costillas!” – Los municipales ocupaban una oficinilla en mitad de la calle – A veces asomaba la cabeza un agente y le preguntaba a las chicas si querían una tacita de café caliente – Alguna vez me apeteció a mí asomar la cabeza también – pero en dirección contraria a la del agente – para preguntarle si Galdós había muerto ya – He de ser sincero y admitir que me entusiasmaba cuando los veía de paisano en el Cheval convidando a copas innombrables a legionarios retirados – a maridos sin techo aparente – a putas pasaditas de trago – a tres tristes tigres extraviados del Cuatro Rosas - y a algún que otro ángel despistado que… - o se había hecho el sueco… - o sueco entero era de nacimiento – “¡Hombre…!” – “¡… agente Hernández…! – “¡… esta noche invito yo!” – No… - …así no aprendía yo a hacer el amor – Pero sí – aquello sí que me ayudó a comprender que la soledad va por barrios – por copas – y por donde me salga de los güevos – “¿Has probado alguna vez a hablar con las chicas!” - ¿Quién me preguntó semejante obviedad? - ¿El cura bueno o el cura malo? – Fuere como fuere – o como fuese – o ambas – mi boca debió contestar alguna sandez porque los dos no volvieron a dirigirme nunca más la palabra santa del Divino Impostor – y mi sonrisa seguiría hundiéndose un poquito más en un par de senos –en geografía se usan éstos para describir “golfos” y “ensenadas”- enormes a los que les hacía gracia mi quebrada mueca de la felicidad – “Estudiante…” – “… hoy tengo que cobrarte un poquito más” - ¡Ni que anduviera yo emancipándome temporalmente con la Muerte…! - ¡…hostia!, soy libre) (Solo se la conocen dos amantes a Billie Holiday: Teodoro Roosevelt y el saxofonista tenor Lester Young. Con el primero la relación duró cuatro meses, cinco caídas de caballo en el rancho que nuestro presidente conserva en Dakota del Sur y seis sesiones parlamentarias en el Congreso; con el segundo, parece el tema cuece porque ambos se han acostumbrado a la aplastante tristeza que su relación impone. Como ya comenté en mi último artículo mensual para la revista del género Jazz Journal & Casual Militaria, esos músicos que tratan a diario a estos dos canijos chorlitos aseguran que no todavía no se han observado ninguna carencia afectiva de dicha pareja en público -¡todo lo contrario!- y que los demuestran a menudo unos niveles de confianza y respeto mutuos prácticamente insoportables hoy en día. Parece ser, según advierte L. M. Panero, que a Lester le encanta llamarla “Lady Day”, y que ella, por su parte, ha elegido el mote “Presidente” o “Prez” -¿seguirá acordándose de Teodoro?- para nuestro saxofonista de Mississippi. Esta noche tocan juntos en un club de Harlem. Les acompañarán Buck Clayton al coñazo de la trompeta y Teddy Wilson al piano. Supongo que pasarán lista y que despedirán la gala con la última canción que han grabado para la radio WBGO: This Year´s Kisses. A mí no me cabe la menor duda de que Larkin y Amis ocuparán la mesa más próxima al escenario. Tampoco de que se cogerán las manos debajo del mantel y que aprovecharán cualquier apagón de luz para colar un beso húmedo en la excitante, mas casual, oscuridad del recinto. “La última vez que hicimos esto en público”, le dirá Philip a su amante, “una puta vieja rancia y chismosa estuvo a punto de denunciarnos a Scotland Yard”. “Son todo viejas correveidiles en Coventry”, bisbiseará el otro. “Pídeme otra y sécate la mano”, sugerirá el preámbulo lascivo. (¿Por qué me gustará pasar frío cuando escribo? En invierno siempre lo hago con la ventana de mi escritorio abierta de par en par y la calefacción apagada; y en verano no me separo de la barriga expuesta del frigorífico.) This year´s crop of kisses is not for me, for I´m still wearing last year´s love… Antes de la última canción, Larkin y Amis tendrán una discusión. Esto que no falte, es parte del juego y siempre hay ciertas normas que deben ser respetadas
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con infalible unanimidad anglosajona. Luego se reconciliaran aprovechando que el exceso de amplificación acústica de los músicos ninguneará la efectividad luminosa de las delicadas bombillas de diamante plano superior del club. “¿Pero, Ramón, no te pedí que las cambiaras la semana pasada?”, le grita Boris, el altivo gerente del local, al único camarero que, gracias a su condición latina multidisciplinar, sabe hacer algo más que servir copas y sonreír cuando se le ofrece una propina generosa. Mientras el niño en mí se pregunta ahora cómo se besarán dos hombres, el adulto, por otra parte, le saca la punta con acuciante delicadeza al lápiz con el que su abuelo escribió su diario de campaña africana, se levanta y cierra la ventana con un golpe seco bien amaestrado. Si mis lectores lo vieran, alguno o alguna habría que aseguraría que el adulto en mí se siente bastante realizado con esa ejecución de un empellón perfecto. Y si se me permitiese la palabra, yo confesaría que no, que si me he quedado chito delante de la ventana supuestamente admirando el resultado de una maniobra violenta ejecutada a la perfección no era porque me apeteciera un pelín de adulación personal, sino más bien porque en ese justo y preciso instante solo me agradaba el pensar en los labios carnosos y morados de Noelia. Tal vez no sea necesario explicar ahora que cuando pienso en mis cagadas amorosas prefiero adoptar ese estilo de posición vertical inerte para evitar así que cualquier movimiento innecesario o cualquier acción improvisada inmediatamente después de cumplir con un objetivo –en este caso la meta era claramente cerrar la ventana de un golpe seco para dar así por finalizada esta fútil y sensiblera sesión narrativa- pueda inmiscuirse en lo que en ese justo momento la ley de los recuerdos haya deseado planear para mí. Como digo, si me apetece ahora pensar en la boca de una mujer, ni al corneta de Napoleón le paso una. Mi adoptada e improvisada condición de estatua temporal debería así hacérselo entender a ustedes, cojones. ¿Te enteras, Ramón?, soy libre) (Qué sencillo me resulta imaginarme al trovador Hrabal echándole la bronca a su huésped –dícese de la persona que se aloja de malagana en una mierda de casa que ni le pertenece ni le pertenecerá nunca- Prokófiev –sí, las palabras llanas que acaban en consonante se acentúan todas, coño-. Callarse la boca cuando no hay moscas alrededor no es tan fácil como nos explicaron en clase de la Señorita Margarita. Como víctima solemos elegir a alguien que poco o nada vaya a atreverse a responder, sea o no articulada verbalmente dicha respuesta, sea o no manifestada con un gesto físico efectuado para causar dolor. Resumiendo, que como esta tarde no hay posibilidad alguna de que le caiga una bofetada en su dirección, el escritor de Moravia va a decirle a ese mentecato ucraniano lo que le apetezca en un tono realmente inadecuado, el cual, no le cabe duda que considera efectivo porque sabe que le alivia y le hace crecer temporalmente en “este salón de esta casa asquerosa cuyas habitaciones me he visto obligado -¡forzado, aseguraría él!- a alquilar porque nadie vive de lo que escribe cuando se ha negado rotundamente desde un principio a dar charlas, a firmas tomos, a conceder entrevistas y a contestar a los correos electrónicos que su agente le lleva enviando desde que la parte supuestamente más necesitada se decidió a bloquear cualquier tipo de comunicación verbal, física y digital con seres conocidos y con aquellas otras personas, también, interesadas que deseaban serlo también.” Menuda parrafada. Concluyámosla imaginado entre comillas lo siguiente: “¿Pero qué haces, capullo? ¡Ese piano ni se toca! El cenicero me lo pones donde te salga del culo, ¡pero no encima de mi piano, joder! ¡Y esa planta ya me la estás sacando de ahí (pensaba el jovenzuelo estudiante Serguéi Seguéievich que no le iría mal una maceta con unas hortensias al tope del piano Petrof 1116e de la sala principal de tan “insípida” –así se la había descrito a su madre- posada) o te la tiro por el balcón! ¡Y que sepas
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que no quiero ver ni una puta partitura rozando mi piano! Te las guardas en tu habitación, que para eso es tuya… temporalmente.” Aunque los dos conocen a la perfección la importancia que el piano tiene en sus vidas, nos imaginaremos momentáneamente que solo uno de ellos –sí, ya saben quién- lo sabe. Veamos: “Mi piano no se toca. Mi piano es Dios. La única diferencia con los otros instrumentos musicales es que el día en que los alienígenas de Gamínedes nos invadan para exterminarnos a todos, además de nuestras fuentes naturales de energía y nuestros minerales, solamente querrán guardarse pianos. Asinque, entérate de una vez y, como ya te he rogado mil veces, ni me lo tocas ni me pones nada encima, cabrón. Esas teclas monocromas solo me las roza mi sombra, ¿comprendes? Con las macetas y los ceniceros haz lo que te salga de los mismísimos huevos, por mí como si te apetece tiráserlos por el balcón al vecino pesado del segundo. Pero como te vuelva a ver acercándolos a MI piano te reviento los...”, soy libre) (Emmanuel Levinas -los escritores que somos pobres lo escribimos sin acento- Notas para un posible quincuagésimo séptimo prólogo al libro De otro modo que ser o más allá de la esencia. 1928, cuecen habas y tocino en la gran cacerola nazi de Friburgo. “Aquellas personas que derraman cuatro o cinco lágrimas cuando ejercitan la carcajada van sobrados en el corazón de alegría y cierta satisfacción personal. Como no exite ningún otro medio de bombeo, hay que deshacerse de esas ingestes cantidades de líquido de la felicidad como sea. Fue Husserl quien sugerió que habitualmente ese tipo de persona padece algún trastorno de la personalidad, quizás del Grupo B, es decir, gente extroverdida, impulsiva y emocionalmente inestable. Todo esto, en sí, a mí me parece una contradicción... ¿Acaso pensaba el filósofo austríaco en su colega Heidegger? Fuere como fuere, nada mejor que el lugar elegido para el bombeo sea precisamente ese órgano que conviertre en impulsos electroquímicos la luz de nuestros días o radiación electromagnética del bien y del mal...”, soy libre) (Querido piojos que desde la cabezita descuidada y escolar de mis niños a la mía habéis arrivado: Hay un tipo de persona desgraciada con la que suelo encontrarme en el supermercado una vez al mes, quien, a mi escasamente docto parecer, destaca ante todo por contar con un pésimo olor corporal y, si se presta un poco de atención -ya, ya lo sé: ¡cosa inaceptable en la presente!-, destaca también por salir a la calle con lo primero, y claramente lo único, que ha encontrado en el armario, lo cual, toda vez traducido al lenguaje siempre subjetivo de la moda y modestia urbanas, pudiera interepretarse como que tal vez existiera una probabilidad fácilmente ecuacionable de que debajo de su abrigo nuestro individuo/a en cuestión haya cubierto, antes de salir, la mitad inferior de su masa física olorosa con un par de pantalones de pijamas sucios, y que siga, por otra parte y por costumbre, cubriendo la otra mitad de su fisonomía con la misma camiseta/camisa o idéntico jersey que desde hace medio siglo ha sabido soportar, porque para eso todavía no ha aprendido o le han enseñado a quejarse, la precipitación sobre su superficie textil de una infinidad de gotas rebeldes o torpes de sopa económica y de bebidas de soda cuya superficie cilíndrica se sujetan desde hace tiempo ya con pulso tembloroso y poca o nula atención prestada por parte del ente sujetador. No es extraño tampoco que nuestro encantador, aunque apestoso, ya digo, personaje... Me he pasado aquí: No digamos “apestoso”; cambiémoslo por un “inocentemente fétido”. Como decía, no es extraño tampoco que nuestro encantador, aunque inocentemente fétido, personaje luzca al natural también media o más uña del dedo gordo de un pie, la cual, como bien sabemos, sabe afilarse por su cuenta hasta que consigue con un poco de práctica hacerse notar por un boquete del mismo calcetín que hasta entonces la abrigaba y protegía contra el roce de la sandalia a la que se acomodaba a regañadientes el sucio sargento pie, y para finalmente lograr ella respirar así una
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porción de aire puro y público o, gracias a Dios o a que todavía ningún avispado se ha dado cuenta, aire aún no comercializado. Permítanme ahora que añada que una mera inspección de la vivienda de 2 metros cuadrados, y gracias, de la persona que nos incumbre (no estaría mal incluir en esta interrupción entre paréntesis su nombre: Franz Liszt) nos sería sufiente para entender que dicho mendigo accidental/transitorio hace tiempo que le trae absosluta-ta-ta-ta-ta-mente todo igual. Se ha dejado hacer, se ha dejado llevar y se ha dejado, también, comer por personas, agencias, entidades, piojos, pulgas y otras cosas y que nunca lograrían entender que el humano necesita realmente poco o nada para sobrevivir y para sobrevirlos a todos, y muchísimo menos para dejarse morir mientras se espera a ver si es verdad o no que la muerte nunca anuncia su primera y única visita. Como tampoco me apetece un pijo describirles ahora en qué consiste esencialmente la decoración y geometría de la destartalada cabaña de ciudad en donde nuestro desvalido Liszt, como digo, se deja sin inmutarse consumir, les comentaré únicamente que el Caballero del Frac se llevó tres meses antes todo lo que por la puerta pudiese salir, incluidas partituras inacabadas y ceniceros de platino falso, y que en la presente al “húngaro”, entre fastidiosas comillas, solo le quedan en su barraca cosmopolitana un colchón que comparte con pulgas y migas de pan, una paloma que se le cuela sin avisar todas las mañanas por el agujero del vidrio roto de una ventana, y un aparato televisivo que recibe su señal digital gracias a un sobrino suyo sagaz y manitas que sabía cómo manipular y convertir las ondas análogas, y que lo hizo al trueque por una envidiable colección de vinilos de la Deutsche Grammophon Records que no tardaría él en empeñar para intentar en vano sufragar así todos los gastos que conllevaban su adicción a la cocaína rosa o G.E.C., Gran Euforia Cristalizada, soy libre) (Una terca conversación previa propicia un nuevo e incomprensible acto en el sainete de la soledad del ordinario Popolo. Como me refiero a hacer el ridículo lo ideal sería que yo pasara al grano para limitar así cualquier elaboración que pudiera parecernos innecesaria. Ruega esta madrugada el citado ciéntífico facha e italiano en el grupo digitalizado de aprendizaje de ruso para principiantes al que presuntamente pertenece: “Busco a una chica rusa que hasta hace poco era mi novia y que me dejó por haberme reido yo de una foto que ella se hizo delante de un coche, modelo Bentley, creo. Se llama Tania, es rubia y tiene los ojos verdes. Si me oyes, Tania, me gustaría decirte que te quiero (en negrita) y que te echo mucho de menos (subrayado). Perdóname, por favor. No lo volveré a hacer.” Ya no se requiere desembolsar varios billetes de diez para ir al circo. Con pagarle una cuota mensual a un servicio de subscripción a una red social es suficiente. Antes, cuando el estado se encargaba de monopolizar todas las plataformas digitales que habían sido desarroladas para que sus usuarios compartieran gustos y opiniones, la clientela era claramente mucho más precavida. Es incuestionable que con la privatización de los canales digitales de expresión y poseo público poca gente se siente ya cohibida al exponserse ante los demás en dichos círculos artificiales. La figura del sabio mediador forma ya, tristemente, parte del ayer. Celestinas, curas, psicólogos, hermanos mayores y amigos de toda la vida engrosan ahora las listas del paro anímico. “Querida Tania: Vuelve a mí. Te haré esas cosas tan lindas que a ti te gustaban -¡ojo, en imperfecto del indicativo!-”, soy libre) (En la séptima pesadilla de lo que va de mes sueño otra vez que estoy muerto. Esta vez, Papá me llama a su despacho porque quiere hacerme un dictado. ¿De verdad estoy muerto? Me ordena que me siente en una silla con forma de tortuga y que se mueve despacio, y empieza a dictarme cosas. Sé que me va a pegar con la regla de madera que usa para sus dibujos lineales. ¿Pero no estaba yo ya muerto? Sé también que voy a llorar del miedo porque muchas de las palabras y frases que me
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dicta no las hemos visto todavía en clase de lengua de la señortita Teresa del Río. ¿Por qué no se afeitará nunca? No, no mi papá; la señorita Teresa. A mi papá no le gusta que yo llore y se enfada mucho más si lo hago cuando me dicta esas palabras tan difícles. Veo que mientras habla se le van cayendo (¿se escribe con y griega?) todos los dientes a cámara lenta. “Imbuirse de una conclusión... Dios nunca se inhibe... Algarabía secular (esta palabra yo la había escuchado antes, quizás en otra pesadilla)... La caristía no parece hallarse (¿se escribe con ele doble?) en un recinto óptimo... A flor de vista, la mente impenitente no logra... ´Me duele aquí´, le indicó señalando a su esternocleidomastoideo con el dedo ídice al médico que lo atendía un moribundo Khaled al-Asaad...” Papá ya me ha dado varias veces con la regla. Me pega en la palma de la mano. No sé por qué (¿se escribe junto?) pienso que el prefiriría pegarme en la cara, pero no lo hace porque sabe que mamá se enfada con él y luego hay follón en casa. “¡Mira lo que le has hecho al niño éste! ¿Cómo va a salir a la calle así?” Luego, ella se enfada conmigo y me dice que soy un bruto y que ya he puesto a papá de malhumor (¿se escribe junto o separado?). “Un paparalepípedo es una figura tridimensional que consis...” Ya se le han caído todos los dientes. Se acerca a mí y escupe cuando me habla. Tiene como gusanos de seda en la garganta. Parece que están dormidos. “Un lepidopterofóbico es un imbécil que le tiene miedo a las polillas y a las mariposas...” Cuando yo era más pequeño y no me atrevía a tirarme a la piscina, mi hermano Kingsley siempre me llamaba mariposa. “¡Y pobre de aquel que grite en la Coronación!...” Los gusanos de la gargantan empiezan a moverse lentamente. Creo que algunos quieren salirse de la boca de mi papá porque les apetece colarse en la mía. Mi papá coloca su boca al lado de la mía y empieza a dictarme en inglés. La evaluación pasada volví a supendir esta asignatura. “Remember, remember: I see you in Spetember!”, le encantaba gritarme al Teacher, nuestro profesor de inglés, cuando yo todavía estaba vivo. Decía Requena que el Teacher trabajaba por las tardes en el Pirulí de traductor o no se qué. Pero yo no me creía nunca nada de lo que decía ese chaval porque era un mentiroso asqueroso y siempre nos robaba el bocata que nos daban en el recreo. Mi papá sigue dictándome. Parece que ya no le quedan gusanos en la boca. ¿Me los habré tragado? “Death is supposed to do a head-count everytime one decides to... Insuline, antidepressants, Lithium...” A veces me dicta cosas en inglés y otras en americano. “Appetizer versus Starter, Sweets versus Candy, Biscuit versus Cookie, Nappy versus Diapper, Chemist versus Drugstore, Trousers versus Pants, Holiday versus Vacation...” Tiene gracia, en mis pesadillas, si estoy muerto, parece que entiendo mejor a mi Papá cuando me habla en inglés. “Arse, ass, cunt, motherfucker...” Aunque también parece que a mi papá no le hace ni “puñetera” gracia lo bien que le entiendo cuando me dicta en inglés. Intenta arrancarme una oreja a mordiscos pero no puede porque ya no le queda ningún diente. Creo que me apetece sonreir. Él sigue con su dictado. Como estoy muerto y en una pesadilla está claro que se me da muy bien el inglés, ya no quiero mearme encima. Antes, cuando yo vivía y mi papá me pegaba antes de ir al colegio y yo me meaba encima, me metía en el cuarto de baño del cole y escondía mis calzoncillos -”underwear”- dentro de las cisternas. Ahoa que lo estoy haciendo tan bien con el dictado me gustaría atreverme a mirarle a la cara para ver si está sonriendo un poco. Pero su boca sigue pegada a la mía y solo puedo verle los ojos. Me he dado cuenta que tiene un ojo de cada color -”heterochromia”- Uno negro y otro rojo. “One must never suck anything up under a blanket... Just imagine for a moment the growing size of your miniscule cock under the sheets...” Creo que mi papá se ha quedado dormido. ¿Estará muerto como yo? No me atrevo a mirarle a la cara. ¿Y si está despierto y me he equivocado? Yo siempre me equivoco, en casa, jugando al
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fútbol y cuando me dictan algo. Sí, siempre me equivoco, incluso cuando estoy muerto y dicen que ya no se siente nada. Son todos unos mentirosos, como el Requena. El Teacher no trabajaba en el Pirulí de la tele porque el único lugar en donde trabajaba y sigue trabajando es en mis pesadillas de muerto. “Some of this words and phrases that I shall dictate might sound fucking ridicolous, some abnoxious, and some...” Mi papá se despierta y se seca la baba con uno de esos pañuelos que le regaló por Reyes Mamá y que llevan sus iniciales: D.I.O.S. Me seca las lágrimas y me manda que me valla -¿se escribe con y griega?- a mi habitación. ¿A cuál? ¿A la de la cueva del infierno? “Revelation 21:8. ´But as for the cowardly, the detestable, as for murderers, the sexually inmoral, sorcerers, idolaters, and all fucking liars, their portion will be in the... in the... in the lake that burns with fire and sulfur, which is the second motherfucker´s death”, soy libre) (El infierno. Eso dicen. Cueva 377, planta 5.343. Nos mintieron: en el infierno sí que se sueña. Qué razón tenía mi abuela Pilar cuando nos aseguraba, siempre sin atreverse a mirarnos a la cara, que uno, vivo o muerto, no dejaba nunca de soñar. Tal vez sea por eso que ella se casó tres veces y que no le faltaron nunca ganas de hacerlo una cuarta vez más. La primera con mi abuelo Julio, un coronel ingeniero del cuerpo de zapadores que murió de ese tipo de tumor maligno que causa la tristeza cuando alguien, en su caso un dictador, lo despoja de todo, incluido el honor marcial. La segunda y la tercera con sendos millonirios que la abusaban y la hacían sentirse inútil. Mas ella siguió soñando, y yo recordando la última vez que, aún con vida, le escuché a alguien decir que había que aprovechar ésta -¡aquella!- porque solo se sueña una vez. Sí, se trataba de Martín el de Trebujera, un vendedor ambulante tuerto y, al mismo tiempo, bizco del único ojo operativo que visitaba el pueblo donde veraneábamos de pascua en pascua -claramente dependía del número de mozas que él había dejado preñadas en previas vistas- y siempre acompañado de la burra Meliá. Vendía el tal Martín a precio de ganga y sonrisas, según él, una pócima para cutis y “pompis desatentidos” cuya fórmula, decíal, solo era compartida por las meigas del arenal del Coigo y que consistía en una mezcla espesa de grasa de porcino, leche de la amapola de las zonas limítrofes de Asturias y León y unas gotas de líquido cefalorraquídeo (nunca especificaba cuántas) de buey de ría. “Damas, damiselas y damananitas: No se me averguencen y aproxímense, que les voy a ofrecer la mejor crema para la ´ipidemis´ que se conoce en nuestras lindas tierras y ´allonde´ de los océanos de mar abierto y navegable. ¡Por éstas que no se me arrepentirán, se lo juro yo! Ya saben que solo se sueña una vez.” Mentiroso de mierda, sinvergüenza, bergante de los cojones y granuja de os collón, ¡qué placer me causa verte ahora trabajando de alguacil por nombramiento satánico en esa planta vacía que se reserva en el averno para aquellso cojos que, en vida, lograron jugar algún partido profesional de fútbol. Todo lo que te apetezca contar ahora, amigo Trebujera, solo encontrara oído en las paredes mudas y al rojo vivo de aquella planta. Hala, por listo. Trece plantas más abajo, concretamente en la 5.330, comparte celda mixta el muy avispado con Geli. Cueva número 348, para ser exactos, soy libre) (Que: Habiendo Adolf espachurrado ya en lo que va de día 72 cuartillas en un noveno intento fracasado de comenzar el prólogo al prólogo de la segunda parte de Main Kampf … Que: Sintiéndose asqueado por el olor a carne chamuscada que pulula por la cabaña que comparte con Irmgard Furchner la Alimaña Mecanógrafa en... Donde: Un pedazo de infértil tierra inhóspita (seamos vagos en la matización), a 9 quilómetros exáctamente de Algarrobo del Águila, cabecera del Departamento Chical Co, provincia de La Pampa, 36°24′04″ Sur, 67°08′43″ Oeste... Pues: Sin molestarse en girar la cabeza para comunicarse cara a cara como hace la mayoría del los mamíferos pensantes... Va y: Le grita a la Alimaña que abra los ventanucos de la
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cabaña de par en par porque eso olor a carne quemada es insoportable... Y que: Ya está bien de cocinar carne en esta puta choza... Porque: Te he dicho mil veces, so bruta, que nuestra dieta estará basada únicamente en vegetales, legumbres y fruta... Y se puntualiza: ¿Te crees que soy tonto, o qué? ¡A mí no se me escapa un olor, bestia!... Y se concluye: Y no vuelvas a mezclar las sartenes, que las alcachofas de esta mañana tenían un claro sabor a cerdo de mierda... Y se añade a la conclusión que incumbe una postrera orden: Mañana me avisas al pampero ese de la aldea de abajo y le dices que “Dieter” le puede ofrecer unos pesos si se acerca y le echa un vistazo al tanque de presión de nuestro pozo... Y pues: Adolf prosigue con su escritura fallida... Y pues II: Irmgard se cubre el pelo y sale al campo a devorarse en paz de una puta vez detrás de un matorral cuatro de las cinco salchichas parrilleras que había cocinado y escondido en un bote de aceite de girasol vacío en el establo de la cabaña la noche anterior cuando su amo se encontraba inmerso en una de esas interminables partidas nocturnas de cartas que organiza el alcalde del villorrio con sus vecinos más ilustres o solventes. Y resumiendo: “Aquél que jamás haya estado al alcance de la atroz serpiente de la miseria nunca llegará a conocer (¿o reconocer?) sus fauces ponzoñas... NOTA: ¿Mencioné ya esto en Mi lucha I?...” “Insectos obcecados...” “Crónica es la decepción...” “Finolis...” “Soberbio...” “Y repipí...” “Ismaelitas, mahometanos...” “Bautistas, budistas y...” “El sefardí es el arquetipo de...” “Posiblemente...” “El pueblo germánico...” “No tenga la menor idea...” “De lo que en este libro se recomienda...” “Murmuro...” “Inmensidad de nuestra geografía...” “Analfabetos...” “Luciano Berio...” “Él y sus partituras...” “Directos a la cámara...” “Beckett, Stockhausen, Moondog, Ocampo, Lévi-Strauss, Luther King...” “Derbyshire y la Zambrano...” “Que lo acompañen también...” “Compatriotas: ¿Y qué me dicen de Ribeyro, Queen Nzinga y el negrito Fray Escoba?...” “Ha de reemplazarse con la coherencia creativa y plástica de nuestros...” “Ilustres maestros...” “La épica ha de prevalecer...” “No...” “Tiene que haber una inteligencia suprema...” “Me niego a creer...” “Que una anómala explosión cósmica...”
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“Sea la sola responsable directa...” “De tanta mezquidad...” “Antes preferiría culpar a alguien...” “Sea sobrehumano -este vocablo lo encuentra en el Diccionario de ideas afines de Corripio-...” “Sea incluso imaginado...” “Mudos de espanto...” “Fábricas desoladas...” “Con reminiscencia de...” “¿Qué podrían decir Krupp, Siemens y Thyssen si...?” “Al tener que retomar el tema de la interrupción voluntaria del embarazo -cuentan esos mequetrefes soviéticos de la OMS en un informe elaborado en septiembre de 1997 que seis de cada diez embarazos no deseados (¿consultaron alguna vez por igual medida a ambas partes interesadas?) se interrumpen voluntariamente...” (¿Me estaré volviendo loco?) “Queda claro que la fabricación y manipulación química o de síntesis en nuestros laboratorios...” “De cualquier material a un tamaño en el rango de la milmillonésima parte de lo que hasta la fecha se ha considerado un metro...” “Es un proceso más sencillo y económico porque no requiere un control exhaustivo en un laboratorio y los índices de reproducibilidad aunmentan, por su parte, considerablemente...” (Pedirle a Irmgard que me consiga cita en Santa Rosa para el lunes con el doctorSilberbauer) “Al tener que retomar el tema de la interrupción voluntaria del embarazo -cuentan esos mequetrefes soviéticos de la OMS en un informe elaborado en septiembre de 1997 que seis de cada diez embarazos no deseados (¿consultaron alguna vez por igual medida a ambas partes interesadas?) se interrumpen voluntariamente...” “Mudos de espanto...” “Fábricas desoladas...” “Con reminiscencia de...” “¿Qué podrían decir Lord Darlington, Lord Brochet y Lord Redesdale si...?” “Mi provisional enajenación pudiera encerrar en cierto modo...?” “Por lo que se refiere a la rama más sentimental de...” “Sí, somos los húngaros un pueblo de carácter eminentemente...” “Como animador de la vida nocturna que soy he de suplicaros que...” “Si yo me hubiera inhibido...” “Porque sabed que he sido considerado un predestinado...” “El eje de nuestra capital será la farmacia de las clínicas psiquiátricas...” “Ese ruido desgarrador en mi cabeza procede de...” “Desde entonces...” “El odio en el Reichstag se ha diversificado...” “Os preguntaréis si no soy más que un súdbito eslavo asociado al concepto de la alienación programada...” “Al tener que retomar el tema de la interrupción voluntaria del embarazo para matizar ahora que el 97% de los abortos en condiciones extremadamente peligrosas se realizan en esos países de subdesarrollo elegido...”
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“Yo quisiera ser civilizado como los animales...” “La-ra-ra-la-la-la-ra-ra-la-la-la-ra-ra-ratas...” “No me digáis que no provoca náusea y vómito no asistido saber que 70 y pico de millones de abortos al año...” “Y ballenas y sardinas desapareciendo por falta de escrúpulos digitales...” (Que le ordene esta vez 100 gramos de risperidona) “Errores no corrigen otros, eso es lo que pienso...”, soy libre) (Ike Quebec, Blue and Sentimental. Corte VI, Count Every Star. Lo principal, Philly Joe Jones a la batería: “¡Rigurosa independencia argumental!”, exigió la encargada del burdel a los clientes neófitos. Todos hacían fila delante de un grupo sentado de mujeres y hombres jóvenes, animales de cuatro patas y niños y niñas que no pasaban de los diez años. Después de pagar en la entrada, a los consumidores de sexo con merecidas minísculas se les atendía solo cuando alguno o alguna de las ofertantes dejaba de bostezar, para levantarse acto seguido y dirigirse hacia a él, ella o ello para murmurarle con una desgana ciertamente profesional que le/la/lo había llegado su turno. Sobra decir que más de la mitad de aquella clientela volvería a su casa esa noche de secano y maldiciendo el día en que su vida empezó a marcarse unos tangos tan mierderos. Y es que eso de la independencia argumental se llevaba a rajatabla en aquella morada del amor subastado, algunos juraban que incluso más todavía con aquellos que ya podían lucir galones de sargento sexualizado en combate. Pero, en fin, ahora nos resta mencionar que Epictetus el Turco podía confirmarnos que llevaba ya plantado en aquella fila de amargados disciplinados mas de dos horas esperando a que alguien o algo lo eligiese para abandonar la columna de los impacientes triunfalmente y no tener que dejar el edifico aquella noche con la cabeza gacha como un leopardo en paro o un político sobornable metido a bombero a tiempo parcial. Creo que esta vez el Turco se había traido un libro para poder mirar de reojo a sus rivales sin que se le notara con claridad. Después de examinar con detenimiento al enemigo usurpador y jurarse que esa noche iba a follar por cojones y por su amo Epafrodito, pensó injustificadamente, como razonan siempre todos los caracteres ficticios o no, que con unos minutos de lectura recobraría la calma e incluso podría llegar a sentirse medianamente realizado. Fijó sus pupilas cansadas sobre la página 343, a mano derecha, de La escoba del sistema del malogrado, pero no tanto porque seguía aún entre nosotros, autor californiano David Foster Wallace, y se dijo, porque de alguna maera había que matar el rato y/o calmar la frustración que siempre acompaña al vicio que no se atiende con la precisión deseada, que ahora sí, chavales, ahora sí que podía tener sentido el leerse unas líneas antes de follarse a la quimera, y que conste que no se refería a ese tipo repugnante de pez cartilaginoso que convive en aguas profundas con tiburones y rayas. O tal vez sí, quién huevos sabe ya nada, si la bruja digital nos lo ha soplado ya todo. En la página 344 de La Escoba le dice Rick a Jay que éste se está comportando como un canalla de mierda y que se las pire de una puta vez de vuelta a su barrio de los huevos porque el prefiere cualquier gilipollez ridícula al esa excesiva crueldad que exhibe Jay todos los días. Jay ni se inmuta y le responde que su colega Olaf Blentner le dijo una vez que lo real siempre molesta y que ese es el único motivo por el que a la mayoría de la gente le asusta el tratar con personas objetivas, racionales y sinceras. A lo cual Rick no sabe qué contestar , principalmente porque un marcapáginas le acaba de caer sobre la boca, enmudeciéndosela momentáneamente, quizás hasta la siguiente visita a este local de citas de su amo putativo quien, por su parte, no ha dudado ni un instante en hacer uso de aquel verdugo marcador justo al instante de sentir él que una cabra le acababa de morder en la pantorrilla para indicarle que le
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había llegado su turno y que la siguiese en silencio total hasta la habitación número 13 y 2/5 de la fríavertiente derecha. A Epicteto el Turco no le desagradaría en este preciso instante confesar a Rick y Jay que él nunca lo había hecho antes con un animal, y por descontado que con ninguno de éstos que luciese cuernos, mas todo sigue siendo relativo en esta puta vida de putas y putos, y con frecuencia descubrimos que hay que tener en cuenta a menudo el tipo de calibración sexual o procreadora que se emplee en cada ocasión que dispongamos para aparearnos por ocio o por exigencia mercantil, religiosa o social. Yo, por ejemplo, creo que lo hice una vez con una niña de nueve años que trabajaba de traductora en el consulado del número 20 de Draycott Place. Llegada o establecida la coasión, ella pensaría que se estaba acostando con un macho barbudo y sudoroso de once años que no lograba salirse de la posición que adoptaban los frailes de las colonias. Los dos, me imagino que reflexionaría aburrida la única lámpara en funcionamiento de mi pisito para amargados competentes, sito en el 35 de Islington Penistone Road, parecíamos un par de chimpancés juveniles que experimentaban con su torpe pero eternamente incipiente sexualidad, “y que valga la incongruencia”, señaló la única bombilla todavía en activo. Yo podría llamarme El Ciudadano Reconvertido, y ella, la niña que parecía que buscaba, mientras lo hacíamos o deshacíamos, en el techo de la habitación platillos volantes, aun siendo claramente consciente de su inexistencia, la Monja Lauren. “Rigurosa independencia argumental demanda la dueña”, le indicó a Epicteto la cabra justo antes de arracarle a mordiscos la tapa al bote de los condones a usar con devota efectividad. “Me ha contado mi colega Olaf Blentner”, se le escapó a Jay por el hueco microscópico que habiá dejado el marcador entre las páginas singularizadas de La Escoba, la cual ha de matizarse que no era la del Fray, “que la regente de esa casa de putas y putos dedica las noches de los domingos y fiestas de guardar a hacer agujeritos minúsculos en los preservativos con un alfiler de oro previamente bañado en agua oxigenada de la marca Alcomexita 337”, soy libre) (Ya pocos saben cómo se hace el papel casero. Les dices que van a necesitar primero pulpa de papel y se ríen de ti. “¿Pulpa de qué...?”. No, no es una fruta. Y sí, imbécil: pulpa de papel, un par de marcos, una sábana vieja, algún artilugio que haga de prensa, un mortero, clavos... Dejémoslo, que me duermo. Es el retrete medio cubierto de la celda en la que conviven como mejor pueden y se soportan Pity Álvarez y Bautista el Gangoso de Tunuyán (tal vez deberíamos mencionar aquí también a la rata Trismegista, un roedor milenario que vive de las migas microscópicas que se le caen a la hora del bocadillo a los compañeros de mazmorra) la zona que ha elegido el primero para secar a velocidad de tortuga ciega el pedazo de sábana blanca que usa para desprender sobre ella la pulpa de papel. Es igualmente aquella zona el único lugar en toda la prisión el que el músico argentino se siente con ganas de escribir algo, amparado provisionalmente por un panel oxidado -”Aquí estuvo Byron”, “Yo nunca quise a mi mamá”, “En Barriloche no crecen las flores”, “Donde se come no se caga”, “Donde se caga yo escribo”, etc.- y por esa presunta soledad momentánea que concede la deshonrosa labor del desguace fecal orgánico. Porque no nos queda más remedio, sean amenazas, sean gritos de dolor, o sea el lamento de la impertubable enajenación provisional, a los ruidos nos acostumbramos todas las personas. A las miradas ya no tanto, sobre todo si la pupila forastera refleja pelusa o “belicosidad camorrista”, como decía el tío Nicolás cuando se cagaba -insistimos con el tema- en la madre que parió a todos y cada uno de los gusanos grises que se habían despachado a gusto con su remolacha. Neutralizada provisionalmente la mirada ajena, Pity se siente con ganas de escribir algo hoy por la mañana. “¿Pero vos por qué caga tan largo?”, le pregruntó siglos atrás por primera y última vez el de Tunuyán. “¡La concha de Dios! ¡Porque vos y la fluoxetina me
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vais a arruinar el esfínter!”, habría exclamado él si le hubiese interesado un pijo mantener aquella conversación claramente carente del mínimo proceso reflexivo exigido. No, mejor se callaba y seguía a lo suyo. Léamoslo (si les apetece, me enchufan el adagio de la quinta de Mahler): “A nadie debería sorprenderle ya que de vez en cuando le apetezca matar a alguien si es que él/ella sigue todavía enamorado del olor de sus pedos más repulsivos. El gas, estimados oyentes de guante de seda blanca, es el comienzo de todo. Los asesinos en serie son conscientes de ello, por eso prefieren continuar alimentando su instinto criminal mitad natural, mitad elaborado. Lo que aquí propongo es que, al cumplir cierta edad, como medida adoptiva y paliativa desarrollemos una postura mucho más crítica con la opinión personal que tengamos sobre nuestras ventosidades gaseosas, sobre todo (sí, Adolf, se escribe separado) con aquellas que, apestando un tubo, demanden instintivamente nuestra atención cavernícola. Odien a sus pedos e ignoren cualquier provocación. El asesinato no puede sosternerse con una base sintética, si lo prefieren, soy libre) (Con tinta verde y empleando un código ortográfico desarrolado mientras pintaba matrículas de coches en la cárcel, Pity Álvarez anota para repasar cuando por fin se le haya dormido en la celda el Gangoso esta noche: ¿Cómo se manipula un arma? Limar cañón, etc. ¿Dónde adquirirla? ¿En la planta del Tres Patas de Chajarí? ¿Quién podría zurrarme? ¿Con quién usarla? ¿Con la esposa infiel o con el bergante que alimentó aquel adulterio? ¡Bang! ¡Bala directa a la frente? Si es cejijunto dispararle en la sien. A la salida del trabajo, cuando menos se lo espere. Primero irá al bar a beberse una copa de Petroni Blanco mientras se recrea mentalmente con la escena sexual anticipada. Digamos que está a medio centenar de sinapsis neuronales de besarle los pezones a la pelirroja fornicaria. Desearía que se llamase también Noelia, como su última conquista. Qué palabra más deseznable ésta, aunque su verdadero significado sea “frágil”, “inconsistente”, “quebradizo”... El sometimeinto, la expugnación, es lo peor de nuestra especie. Solo nos ha regalado esclavitud y abortos, dando igual que se proceda con éstos nacional, internacionalmente o en un dormitorio. El resultado es siempre el mismo: una interrupción apañada que beneficia únicamente a una mitad. ¡Bang!, balazo entre las cejas. Tira el arma y espera a que llegue la bofia. Siempre hay un vecino pegado a un teléfono. “Llamo porque acabo de escuchar un tiro en la calle. ¡Por favor, dense prisa!” ¿Y para éso le recortaste el cañón? ¿Para causar un gran destrozo estético? ¿Es que acaso la venganza, la represalia con agujero te sienta mejor? ¡Bang! ¡Bang! Y ¡bang!, soy libre) (ESCENA: Nocturno en Bristol. West India House. Yo diría que a cinco minutos del puente de Bristol. Atravesado éste, a diez minutos, inclinación sur y apuntando hacia el oeste, los juzgados por lo civil. Rudolf E. Fogwill tiene cita con una abogada de oficio a las diez y media. “Me ha traido toda la documentación que le pedí. El juez me asegura que con un poco de disp...” Pero no tiene prisa. Enciende un pitillo, exhala cáncer y observa a los paisanos. Una viejecita encorvada pasea a cuatro pijos chiguaguas que claramente la tienen dominada. “Mira, Patsy: aquí mismito me voy a cagar yo. Ya verás cómo esta vieja pasa de recoger mi boñig..” “Pero Diego, no seas así. ¿No vez que ya la han multado siete veces este mes los de la P.C.C.C.?” Patrulla Civil de Convivencia Ciudadana. “Qué se joda, que para éso nos tiene malcriados.” Rudolf apoya la espalda contra la pared de cemento económico del 3 de la West India House. “¿A qué hora dijo esa loca que me esperaba en la sala de visitas?” Enciende otro cigarrillo. El último le ha sabido a poco, el último no le hizo pensar en la muertre. Uno piensa en ésta con frecuencia casi obsesiva cuando tiene deudas inagotables. Uno piensa en ésta obsesivamente tanto en la vida real como en la soñada o literaria cuando le debe una cantidad de dinero vergonzosa a un colectivo de
168 pendencieros con acento y vocabulario proto-indoeuropeo, como mínimo. Debe añadirse que a éstos les fascinan las chaquetas de cuero negro y los collares de oro gruesos. Con ellos justifican una existencia que, por lo general, ha sido bastante precaria hasta la fecha. Algunos citan de memoria datos sobre el genocidio. Si se sienten inspirados y no les falta una botella de vino Yerevan, incluso se atreven a dar fechas: de 1917 a 1925, creo. Uno de estos osados macarras forma parte ahora del grupo de tres que se aproxima lentamente al punto preciso en donde Rudolf acaba con disciplina angélical su cuarto pitillo de la mañana. “Creo que me citó a las 10.10. Me fumo otro, cruzo el río y llego al juzgado con cinco minutos de ventaja. O me fumo dos y no aparezco nunca por los juzgados. Si ese imbécil del Borges me cogiera el teléfono, le pediría un poco de dinero prestado y huiría a Ajaccio. Pero el muy cabrón anda metido en un lío de cojones con lo de Rio Tinto PLC. y no se deja molestar. Y como dicen estos pordioseros de los ingleses, “on top of that”, además, últimamente le ha apetecido contar que se está volviendo sordo y que todo intento “plausible” de comuniicación con él debe hacerse por escrito. ¡Ay que ver, con la de cañas que me debe el muy hijoputa! Luego dice que se siente solo. Amigo, la amistad entre dos personas también tiene una base económic...” NOTA: Visión periférica nula. No existe el más mínimo campo de visión en los aledaños del foco central de su mirada. Ésta hace tiempo que ni comunica, ni expresa emoción alguna. Las deudas lo volvieron ciego, aunque no necesite todavía un bastón ni un chucho guía. ¿Para qué?, si se cagan en todas partes. “¿Qué, esperando a que abra el banco?”, le pregunta el más alto y fornudo de los tres gamberros. Rudolf no necesita abrir la boca, le sobra con agarrarle del cuello con una sola mano y apretárselo justificando con cada compresión manual su respuesta. No lo suelta hasta que recibe un primer disparo, La Ley Internacional de Armas de Fuego y Láser prohibía desde el 2029 el uso de escopetas de cañón corto siempre y cuando éste no se hubiese modificado con respecto a su longitud de fabricación. Ni puto caso. ¿Qué siente de verdad una persona cuando lo balean en el estómago? Déjense de fuegos internos infernales, por favor. El poeta se retuerce y golpea con la coronilla una farola. Qué golpe tan raro. Vuelve a estirarse y agarra el cañón de la recortada. Recibe un segundo disparo y cae al suelo desplomado. Un manantial de sangre roja rodea ahora a una cagada de perro. Si el espectador cotilla se olvidara por un momento de aquella imagen del cadáver que se acababa de adueñar de la acera, pensaría que aquel islote de caca bordeado por el verdadero líquido de la vida -déjense de boberías: ni agua ni leches. Es la sangre el líquido motor de esta puta existencia-, tenía su toque cabalista. Huidos los tres vándalos proto-europeos, al moribundo le sobran solo tres segundos para recordar antes de pasar al próximo tramo que los enanitos rubitos del cielo le hayan seleccionado para cubrir el hueco que ha dejado la muerte biológica de su fiambre cuerpo. Si lo dejaran hablar preguntaría para qué carajos era necesario empezar otra vida asquerosa en otro cuerpo. Pero está claro que en momentos trágicos como ese ni Dios te cede el turno. Parece que a última hora se le ha desbloqueado la visión periférica. Esto lo constatará a las 10.47 de la mañana uno de los peritos serafín del IETCFP, o, si les apetece, Instituto Estratal de Toxicología y Ciencias Forenses Paradisíacas. “A éste habrá que inyectarle unos miligramos de adrenocorticotrofina, San Pedro.” Aplausos. “Así se quedan en la tele”, confirma uno de los oficiales presentes en la escena del crimen. “¡Dense prisa, por favor! Parece que está muerto.” La mosca más desequilibrada, la que pensó que podría ser reina por un día si se apartaba momentáneamente de aquel cuerpo y topaba antes que nadie -las moscas siempre atienden la escena de un crimen en grupo- la cima de aquella isla de mierda ensangrentada, parece que no consigue despegar cuando uno de los barrenderos municipales de esta ciudad que
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saltar al vacío, aunque primero hubiera que sortear a curas, frailes y monaguillos. Gentes de mayores méritos y condición. Mayor mérito: la carrera diplomática; condición mayor: ser marqués... “refinado y atractivo”, pensó ella la primera vez que lo vio entrar por la puerta principal de la mansión alquilada de los marqueses. “Le daré tu nombre”, le dijo a su incipiente barriguita. Aquel noble diplomático no asustaba tanto. Tenía buenas maneras y sonreía cuando le apetecía algo de ti. La primera vez que la besó en el cuello la agasajó con una cena en el Club Gascon. Frase tonta de la semana I: “Así nos conocemos mejor.” Frase tonta de la semana XII: “En cuanto pueda enviar a Miriam y a los niños a esquiar a Val d’Isère,” o como cojones se escriba, “te llevo a nuestra casita de Florián Florián.” Tal vez no todos los mostruos lo eran tanto. “Éste tiene su lado dulce.” “¡Mira que te lo dije!”, le confesó a gritos la Marquesita a su confidente, la monja Lauren. “¡Sabía que esa zorrita andaba acostándose con mi Eustaquio!” La diferencia entre trabajar cuidando niños repelentes y mimados hasta la única saciedad describible y hacerlo en una tienda de pescado frito con patatas pasadas por un aceite de dudosa calidad y peor tono es, y digo bien, ese fácil acceso a la cocaína que obsequia, si se sabe tener la puta boca sellada, el empleo detrás de un tenderete. Bien es sabido por los amantes de las estadísticas elaboradas para estudiar los hábitos de consumo de la poblacióm mayoritariamente anónima (este dato no indica, claro está, que aquellos personajes públicos de rostro reconocible o no, queden excluidos), que Londres es la capital europea del polvito mágico de la planta de hoja ovalada. Cualquiera que asomase la cara en la tienda de Isabel al salir de la disco podría confirmarlo y presumir de ello si llevaba cuatro copas de más y le apetecía hacerse el salado. Sí, papá y Satanás, la mujer a la que yo quería tanto me enseñó a cortar la cocaína con anfetaminas. Qué ingenuo he sido toda la vida. Éste debería ser mi epitafio. Entre línea y línea esnifada, yo me preguntaba cómo era posible que aquella chica aparentemente dulce y sencilla supiese tanto sobre el consumo de sustancias ilíctas y, y ésto es lo que me destrozaba, sobre escritores oscuros de quienes yo jamás podía haber oido hablar antes. Y mire usted, señoría, que yo me alardeaba de haberme mezclado con regularidad con la nata y la crema (a veces también cortada como la coca, seamos sinceros) de la tropa de escritores exiliados. Después de follar extremadamente colocados, ella aprovechaba las caladas lentas al pitillo postcoital para hablarme de autores malditos que a mí, y todavía me cuesta admitirlo, siempre me sonaban a chino (desconozco si esta expresión ha quedado ya lógicamente excluida del vocabulario popular) Yo, callado como un chimpancé de poltrona ultrajada con violencia indefendible, encontraba consuelo intelectual declarando que otra noche más ambas coca y follada me había salido económicas. Villon, Ducasse, Parrilla, Desbordes-Malmore, Viñole (ella lo pronunciaba con acento en la e)...”¿Me invitará a otra rayita?” Y línea a línea regalada yo seguía preguntándome cómo era posible que ella supiese tanto sobre réprobos escritores y poetas si no pasaba nunca por casa. ¿Leería en la trastienda de la tienda? Yo nunca fui un celoso de mierda, pero si que es cierto que a veces me preguntaba si no se andaría ella acostándose con algún cliente culto que la mantenía informada a cambio de polvos improvisados en el almacén y, ¿por qué no?, gramos y más gramos de C17 H21 y N... o su puta madre. Lo que si que puedo confirmar, gracias a Cocainómanos Anónimos y a una consiguiente mejora parcial de la memoria, es que había un jugador de fútbol, cántabro retirado, del segundo equipo de la capital y corte que que viajaba dos veces al mes a Londres y que merodeaba la zona para que los nuevos repartidores de bolsitas de polvo blanco se familiarizaran con su cara, su bigotazo estilo teniente coronel facha de la guardia civil y el ancho de la palma de su mano. Interpelación número 1: “Isabel, ese matón íbero de los
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bigotes me suena un güevo. ¿Quién es?”; e interpelación número 2: “Isabel, esto de la coca ya sabes que me encanta... ¿Pero no te parece que nos estamos pasando un..., otro güevo?” Silencio. Y RUIDO. “A ti, Daniel, lo que te pasa es que no sabes cómo quererme de verdad.” Silencio. Y RUIDO II. “Puede que tengas razón, mujer. ¡Pero yo es que no puedo seguirte el ritmo!” Silencio. Y RUIDO III. “Eres libre de hacer lo que te salga de los cojones, amor mío.” “Cojones” y “amor mío” nunca se han compenetrado semánticamente. Silencio. SIN RUIDO. Esa noche yo sí que me hubiese tirado del puente, pero, además de tener que cumplir a la mañana siguiente con mis obligaciones de parado, entiéndase, dejarme asomar como una babosa desmotivada por la oficina de desempleo con la infértil intención de dar fe de mi insistencia en la búsqueda laboral, yo iba a pasar claramente de inmolarme porque, como todos los católicos no creyentes, yo seguía siendo un cobarde y no me apetecía un pijo ser testigo accidental de cualquier visita inesperada de un ser mitológico o celestial en el epílogo a mi suicidio. No, preferiría dedicarme a escribir, lo cual, era y sigue siendo prácticamente la misma cosa: una autodestrucción poco contundente, como este cuento que aquí les estoy presentando. ¿Hay alguien ahí?, soy libre) (En las tinieblas de la depresión -se equivocaba nuevamente una mayoría: el color principal de la mía era el azul marino- pude descubrir un infierno de pasillos inacabables y ocupados todos por aquellas personas a las que creí haber amado, odiado y temido alguna vez. En aquel laberinto de galerías azules se postraban todos inmóviles, saludándome cuando yo pasaba ante ellos de cuclillas y temblando. “No te preocupes,”, imaginé que me decía Einstein, “cuando veas pasar un rayo de luz, ignora la velocidad a la que se te aproxima.” Quise contestarle algo, yo sabía que no nos íbamos a llevar bien. Tal vez un chiste de Tony Leblanc encajaría perfectamente, mas no se me había concedido aún el don del habla en aquella hacienda endemoniada repleta de ánimas visblemente escarmentadas. Además, Lee “Scratch” Perry acababa de cubrir con su mano peluda la boca del científico ligón y éste simuló al instante que el sueño eterno lo había vuelto a momificar. Aunque quizás no venía a cuento, pensé que en el Caldalso las jerarquías se repetan con una rigurosidad irreconocible. “Maestro”, indicaba ahora Huddie Ledbetter agarrándome con firmeza del lóbulo de una oreja, “sígame por este pasillo. El Tren de la Puta Medianoche lo espera al final de la décima galería.” Y sin haberle cedido nadie todavía la palabra, William Blake, tallista sargento de Soho Hell, apuntalaba entonces mirando hacia el cielo -afirmativo, no es complicado ver esa cursilada de la bóveda celeste desde el infierno: “Vosotros los poetas, pertenecéis a la secta del diablo, a esa facción que demanda una extinción rápida y discreta.” “Si se me permite, yo añadiría”, agrega ahora asomando timidamente la testa su compañero de celda, Pity Álvarez, “que de vuestra inminente eradicación dependerá nuestra gloria imperecedera”... He aquí una tercera parte del chiste que en vano se me había antojado soltar. Tal vez sea necesario admitir que pudiera ser parte de una chirigota siria que, cuando yo no andaba tan abrasado y deprimido como hoy en día, o mejor, como en siglo en día, le había oido recitar alguna vez a uno de mis estudiantes: “Hola, a las buenas noches. Soy Khaled al-Asad y vengo porque alguien ha llamado al 085...”, soy libre) (Y... Y... Y... Y a este cuento han venido a aterrizar, superados por las penas, por el desaliento, las rarezas y cierta maldad, los protagonistas natos de mi aburrimiento y mis frustraciones, deseando ellos cuando me niego a dirigirles la palabra, que cuerda se les dé con exceso, mientras, en el cuento de al lado, disfrutando una mayoría de una salud mental impecable, lo admito, se exhiben un millón y medio de galanes y heroínas a tiempo y disfrute completos. ¡Qué injusta es la vida con los frutos inaprovechables de la tinta!, soy libre) (Un alcornoque inservible. Forgotten Bricks. ISBN 978-0-666-50845-1 y
174 molto vivare (27: 20) <<“¡Divina estatua ésta que nos ofrece el cielo!”, repetía Telémaco, el miembro más lírico -perdóneseme la pedantería- de aquel pelotón de escarabajos. Como quiera que este tipo de insecto arrebatador puede aborrecer plantarse a la sombra porque bien es sabido que por sus ridículos capilares corre sangre gitana y fenicia de islote fijo, esperaron a que el alcornoque se estimidara (este verbo y su correspondiente subjuntivo son exclusivos del diccionario Corripio para coleópteros y otras criaturillas misericordiosas) y recogiese, así, las ramas, facilantando de esta manera y no de ninguna otra una proyección total sobre su base de la lengua del sol, lapsus racional éste que iban a aprovechar Telemaquito y su cuadrilla para aproximarse a la peana del navajaeado difunto con la plástica intención de beneficiarse de la sangre derramada -ya en un claro y económico estado de coagulación casi perfecta- sobre la puta base, mezclando aquel líquido rojo vital, a su debido tiempo, con la arena caldeada de playa porque así, estimados lectores inexistentes, es como mejor se fabrican esas albondigas esféricas y esquisitas que, al parecer, son la única razón de ser de esta singular rama de los coleópteros. Sin albóndigas, no hay camino, muchachos y muchachas. “¡Manos a la obras, ladies and gentleman!”, voceó Hera, la única escarabajo que hablaba idiomas.>>; 4. Finale. Adagio lamentoso (35:37); <<Y he aquí, queridos espectadores, que el 5 de marzo de 1992 el pleno del ayuntamiento de Golpeyuri aprobó, con el voto de la mayoría simple de los concejales presentes en aquella sesión (no ignoren, por favor, que estamos hablando de un voto de corte personal e intransferible a soplos) retirar definitivamente lo que quedaba de la anatomía del artista escarmentado (por cierto, por acuerdo absoluto simple. Cuentan que solo se abstuvieron aquellos concejales, cuyas mujeres e hijas, hijas y mujeres, y tal vez algún que otro hijo, despistado o no, nunca hubieran tanteado/tonteado con el genio napolitano -otro día explicaremos aquí por qué a Caravaggio se le considera el inventor del cine), y contratar a una patrulla de obreros de profesionalidad contrastada y con conocimiento, a su vez verificado en algún diploma municipal, sobre el uso de cables tensores cuya finalidad había quedado claro que era cavar la tierra y arrancar cualquier tipo de árbol a cuyo estómago habíase empotrado con cuerda de soga cruel la espalda y el cuello del ajusticiado/a pendeje habitual. “Por favor”, señaló al concluir aquella sesión el concejal de Turismo, Playas y Charanga, un pazguato venido a más que había sido elegido en último extremo siguiendo el estricto sistema de voto D´Hondt (consúltese la página 37 del volumen Promedio Mayor y Asignación de Voto Local, Concejal o Regional de la División de Sucesivos Divisores Católicos, Fascistas y Colaboradores Populares)... “Por vavor,”, decíamos, “por vuestras madres, abuelitas y vírgenes adolescentes: ¡que no quede ni rastro de aquel árbol ni de ese diablo a quien en mala hora se le ofreció fonda, sopa y sábanas limpias!”. “¡Hijo de la grandísima meretriz!”, no era tampoco una expresión calificativa que no se escuchara con frecuencia en los plenos de aquel ayuntamiento clásico y pocholo. Añadamos que dicha expresión abrupta, según se quiera entender o leer, se le oyó en sesión por primera vez al concejal de Submarinismo Costero y Engordamiento del Porcino Hurtado, el excelentísimo señor Apio Atilo Marcelo, padre de la pelirroja Ilsa Koch, y esposo fiel, exagerado y a tiempo total, según creía y cree él, de la rubia tirando a morena Juana Bormann. >> “Me he dejado el alma y mi matrimonio”, entre lágrimas y algún que otro salivazo con sangre le confesó Tchaikovsky a Romanov, “componiendo esta puta -si a ustedes les apetece contar algún día o milenio cuántas veces aparece en mi cuento este agravio calificativo de corte dramático quizás logren algún día o milenio, también, averiguar qué es lo que he querido explicar en él- sinfonía. Ahora solo resta esperar que a Su Alteza le plazca.” A los que leemos más que el pijo preceptuado nos consta que
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el Conde Romanov no volvió a dirigirle la palabra, soy libre) (Al enano marquesito me lo quedé yo. Te regalaré un discurso, campeón: “Marquesín, ya sé que todavía ni puedes ver un carajo ni sabes decir nada congruente, pero te vas a venir con papá a Brighton porque tu madre no es que pase de ti, no; es que está muy liada con sus patatas fritas y su metódico trapicheo de bolsitas transparentes de plástico cuyo contenido, si es que te interesa saberlo, no es otro que la maldición de la persona moderna que desea sentirse temporalmente infalible y feliz en una sádica ciudad que no deae admitir el que sus habitantes, oriundos o no, sueñen con vivir en paz, ganar un sueldo decente, pagar facturas sin necesidad de temblar, dormir en una habitación que no huela a moho, y comer y pasárselo bien, ¿me entiendes? Pero tú no te preocupes porque tu mamá Noelia te visitará siempre que pueda y que el sistema privatizado de ferrocariles quiera comprender que la adquisición, a concurso o no, de una empresa que ha dejado de ser parte del sector público realmente no implica la reducción automática de una plantilla de trabajadores y tampoco el empeoramiento sistemático de los servicios ofrecidos. Como puedes ver, o, mejor dicho, oir, tu papá ya es medio inglés, su espirítu sarcástico le delata. Es triste, ya lo sé: ¡ni los chistes de Eugenio me hacen gracia! Yo, modestia aparte, volvería a probar con los Les Luthiers, pero en el Reino Unido por la Indiferencia los discos de importación cuestan una fortuna, tú también eres caro y, además, los ingleses, si se ríen, solo se aplican con las chorradas insulares. Eso sí, quiero que no te preocupes, que lo vamos a hacer muy bien nosotros dos solitos, que he encontrado una cueva pasable en Charlotte Street en el barrio de Kemptown donde tú y yo seremos soberanos y ni Dios ni Darwin se atreverían nunca a interferir con ninguna de sus típicas cláusulas incordiantes. “¿Pero este nene no tiene mamá?” “Es que su mamá es miembra honorífica del cartel de los Escobar Gaviria. ¿Me entiende usted? ¿No? Then go and fuck yourself.” Y tampoco te preocupes con el tema de los Dodotis, que yo me las apaño muy bien porque a mi padre no les gustaba un pijo andar por casa y, si al final lo hacía, era simplemente para obsequiarnos a los nueve meses con otro compañerito de habitación. ¡Si vieras cuántas cacas tuve que limpiar en la casa de Arturo Soria! El olor de algunas, he de serte sincero, tampoco es que me desagradara; todo lo contrario. Imagínate,¡habían tanto que elegir entre doce hermanos! Menos mal que a tu abuela nunca le habían caído bien las mascotas, porque a mí, lo que es a mí, “me”, “myself”, nunca hasta entonces me había convencido el olor a mierda animal. Como siempre me ha gustado aprender -más que nada porque lo que se aprende acaba siempre por olvidarse-, y tu tía Queen Nzinga se ha ofrecido a echarnos una mano y a enseñarme un par de trucos domésticos, según ella, “esenciales”, le he dejado una copia de la llave y cinco o seis facturas para que sea ella la que aparezca por la sucursal y le calle la boca con su pasta al tipo o tipa incordiante de turno. Ya lo aprenderás algún día, tesoro mío, ¡el orgullo solo es productivo cuando se intenta traducir el menú de un restaurante pijo! Pero como te estaba diciendo, tu papá proviene de una familia numerosa católica, apostólica y maternalmente balagueriana, y mi padre siempre fue un vago, siendo la consecuencia más directa de esa ambigüedad parental tan suya el que a tu papá no le asuste poner una lavadora, cambiar pañales, confeccionar una lista de la compra lógica y sensible, limpiar culos, fregar suelos, reparar un enchufe y descubrir la capacidad mental de un fusible, planchar uniformes escolares, cortar un flequillo y triturar fruta a la perfección para que el nene no se le ahogue cuando se traga sonriente una papilla elaborada con todo el amor, imaginación y juicios del mundo. Ya verás qué bién nos lo vamos a pasar los dos juntos, campéon.” Al tercer mes de nuestra odisea -reclamo nueve décimas parte de ésta para mí-, la soberana del pueblo Ndongo me regaló una mini nevera, un microondas de última gama
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y, mejor aún, thanks fucking God for that!, un esterilizador de botellas de biberón de la marca DiBrown´s plus Brown. A la semana el bebé había dejado por fin de hacer del vómito su pasatiempo más lucrativo y yo, por mi parte, podía finalmente dedicarme a mi distracción predilecta: la redacción, entre bostezos y exhalaciones al ralentí de un humo barato y cancerígeno, de antipoemas de tres minutos exactos de esfuerzo o acicalación mental lírica. Al cuarto minuto, esa criaturilla cuya funcionamiento orgánico dependía, según los manuales científicos de toda la vida y las religiones, del buenhacer y las horas de sueño efectivas de la persona encargada de su custodia, o lloraba y era asbsolutamente primordial hacerle una gracia, o pedía teta artificial de látex. ¡Si es que no me dejas ni escribir chorradas, hijo mío! A cotinuación una de esas fases insustanciales más, si me lo permiten, y empalagosas de mi vida de padre soltero o soltero en auxilio, si es que nos atenemos al estudio de la esencia intangible de todas las putas cosas:
Confesión dominical nocturna: Wagner me da dolor de cabeza. Añádanle además, si lo desean y parece que no les fastidio, una aflicción o suplicio de tiempo, de vida y de vagón sobrecargado con destino final Treblinka. Creo que Mendelssohn me entendería.
(Llora un bebé calvito a las 03:47 antes mierda meridiem), soy libre) (A recrear en cuartilla de calidad mejorable, siempre y cuando, claro, no me haya bajado yo al pub antes a malgastar lo poco que me queda de pasta y de literatura -¿Iba a decir de vida?: Aprovechando otra visita de su contertulio al inodoro de aquellos hombres que siglos atrás se vaciarían, y con qué gusto e indiferencia, en cualquier campiña del Señor, Anacleto le manga a Pepe Gotera, digamos que, aunque sea debatible, provisionalmente su cuaderno de notas. Imagínenselo: “¿Para qué pepinos andará este mequetrefe escribiendo notas constantemente? ¿Qué cojones tendrá él que contar? Veamos... Pero que quede bien claro primero que el único poeta en esta inmunda ciudad soy yo. Faltaría más...” Sería tal vez interesante especificarle antes al director de la obra de teatro -¡ustedes siguen sin enterarse de nada! A quién le puede sorpredender ya que nuestros políticos sea así- que Anacleto es tan ágil con la pistola como lo es desenfundando las gafas que con recelosa precaución esconde en el bolsillo interior de su chaqueta de pana marrón Democracia Social 1977. Por supuesto, a nadie le interesaría saber que el muy chorlito tiene una soberana miopía magna. ¿Quién cojones iba a contratarle si no, Borges? “Sobre usted, estimado detective, lo conozco todo. Ahora Borges solo necesita que le aclaren si esa incapacidad visual evidente suya va a comprometernos de alguna forma.” Pero volvamos a nuestro fisgón animado: “Leamos”, se le escapa pírricamente por el hueco libre que siempre dejan los labios cuando la persona se ejercita a gusto en una cualquiera de ese medio millón de situaciones desagradables que la vida en la ciudad nos presenta, siempre desde el más estricto punto moral, obviamente. “De éso ya no queda”; especificaría ahora ese percebe del Naranjito. ¿Se refería éste a esos códigos éticos tan rígidos que algunos de los personajes de los
177 dibujos animados se jactaban de seguir para evitar su extinción televisiva? Así les fue, a todos se los zampó esa pelandrusca de la Netscape. ¿Por dónde íbamos? O... ¿cuántas copas llevas ya, Daniel? Confesaba ayer un novelista fenicio en el periódico de la nación y de las expropiaciones consetidas por sus lectores progresistas que ahora que no bebe, él escribe mucho mejor. Puesto que a mí ni me lee ni me conoce nadie, yo me/le pregunto y escribo: ¿Y cómo escribía usted anted de beber, amigo? Pues éso, que íbamos por ese mismo renglón que les contaba a ustedes, acto éste que, por otra parte, es como cotillear con las musarañas, que estábamos con que depués de dejar que se le escapara un “leamos” por la alcantarilla abierta de los labios, y tras una súbita inspección visual con parada focal en la puerta de los lavabos de caballeros extintos o en sueños, Anacleto extrae el cuaderno de notas de Pepe Botella, se lo coloca en el paquete porque lo tiene plano, claramente, tíos y tías, y es evidente que ahí abajo esa libreta va a sentirse perfectamente acomodada, y lee:
Esminado es todo aquel poeta que pregone los méritos de su inspiración...
No, nunca le debería sorprender a nadie que yo me declara lesbiano. Y es que me gustan tanto las mujeres que parecen hombres como los canallas que exhiben un perfil clara y dementemente afeminado.
Aunque odio el sexo porque desde hace cien años temo que quede al descubierto mi verdadera y, quizás, única inclinación sexual, ante el beso yo nunca me deshago.
Cae en el vacío con olor a lejía económica de esta ciudad mi último lamento de poeta fontanero... Soy un portento de la naturaleza muerta: de vuestra lectura dependerá mi supervivencia vegetal entre simios de idéntica capacidad intelectual; de vuestro monedero, el tipo de paraguas que le compre yo a mi razón de ser. Al dios de la calderilla debo, por lo tanto, encomendarle mi atribulada existencia.
Piensa Anacleto que el punto 4 anterior no es tan desagradable como los tres anteriores. Piensa a lo idiota, matizaría yo, pero sale ahora Pepe Gotera del excusado -¡ay, si lo fuera de verdad!- y nuestro detective miope fisgón dee actuar rápido para evitar que le pillen con las manos en la masa del poeta fontanero frustrado. Al ver salir del inodoro a su compañero de tertulia, Anacleto simula instintivamente un ataque de tos descontrolada, y aprovecha dicha exageración sonora para rápidamente devolver el cuaderno de notas ajeno a la bolsa Adidas Olimpiada de Moscú de donde había sido extraído justo cuando la mesa ya no quedaba compartida provisionalmente...
LA INQUINA Obra de Teodoro Roosevelt
traducida del inglés por DANIEL GONZÁLEZ
ESCENA I:
ANACLETO: (dejó de fumar hace tres años. Sigue nervioso, es evidente. Mastica con enervante
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regularidad un palillo de plástico de polietileno de alta densidad, PEAD). Oiga, permíteme que le pregunte una cosa un pelín personal. ¿A usted qué tipo de mujeres le atraen? PEPE GOTERA: (posa con un tipo de delicadeza solo vista en los diujos animados la mano diestra sobre el interior de su bolsa de cuero beige, modelo Serapian North But South And East, y aprieta firmemente con la palma el cuaderno que ella supuestamente custodia con celosía patriótica, como barriendo para casa) Uy, la verdad, no me esperaba que usted me preguntara eso... ANACLETO: (Interrumpe, se lo merece. Aburrido como anda, buscará una excusa en 2 minutos y 47 segundos exáctamente para salirse del encuadre dramático y presentarse de un saltito en la Calle de la Ballesta) Está bien, no pasa nada. Si no desea contármelo, déjelo y pasemos a hablar de otra cosa... PEPE GOTERA: No es eso. Lo que sucede es que nunca me había imaginado que usted pudiera preguntarme una cosa así. Nuestra relación, aunque cordial, siempre se ha caracterizado por su carácter puramente formal. ¿No cree? ANACLETO: Querido amigo, permítame que le diga -¡y no se me ofenda!- que a usted lo que le pasa es que le asusta que alguien pueda descubrir qué se cuece en su linda mas hermética chola mental. Déjese llevar, camarada. Además, ¿acaso se le ocurre algún tópico más interesante? ¿La poesía? ¿La lírica de aquellos que se han sentido alguna vez en esta vida desencajados? PEPE GOTERA: Bien sabe usted que la poesía es mucho más que eso (Se le advierte en este preciso punto al director de la obra que eso mismo pensaba mi tío Nicolás sobre los bocadillos de nocilla bicolor). ANACLETO: (nótese que han transcurrido ya 2 minutos y 38 segundos) ¿Cómo el coito, entonces? PEPE GOTERA: (parece que suda, aunque el espectador necesitaría una lupa de manos libres para cerciorarse de ello) No, la eyaculación es simplemente la expulsión por parte del aparato reproductor de la cándida y líquida pócima segregada tanto en las pelot... (2 minutos y 47 segundos tal y como decíamos, soy libre) (Graffitti: pintura libre, incógnita y prohibida. Colmada de compuestos químicos volátiles, es también cara y tremendamente sucia si el artista anónimo que sujeta el bote y parece que no entiende a qué distancia del muro ha de colocarse, destaca por ser un torpe con las manos. Digamos que el mensaje de la descripción anterior prefería ignorarlo Boris Johnson: ¡él no tenía tiempo para esas pequeñeces plásticas! Para qué, si al volver a su oficina del parlamento podría ordenarle con contudencia Bullingdon -he de explicaros que son pocos los diputados ingleses que practiquen el ruego. La razón es bien sencilla: la mayoría fueron a internados de colegios privados- a la nueva interina, una licenciada española muy coqueta -¡faltaría más, si la eligió él guiándose como se guiaba siempre por lo que sus pupilas le aconsejaban!- cuyo nombre él nunca se dignirá a aprender -adjudiquémosle el pronombre “Ella”-, que le consiguiese rápidamente aguarrás o la “mierda” ésa que usen esos “putos gamberros” -fucking rascals!- de la calle para borrar las manchas de pintura de la mano y de las mangas de la camisa. “Ella” le contestaría que los artistas -¡cuidado con esta palabra, Ella!- callejeros desconocen el significado de la palabra camisa. Mas bien sabe esta esclava de la convivencia politicolibrecamista -¡por Dios y Juan Ramón!- que allí no se ha venido a abrir el hocico porque ésto queda sólo -¡ha vuelto el acento,
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aunque “solo” sea para evitar confusión semántica. Ejemplo: “Boris sólo trabaja solo sólo los domingos”- reservado a esos pijos ricos del espectro corrupto de la nación que consigan un escaño en el parlamento. Cuando sobre el curso bajo del río artificial más gris del mundo, o Támesis, flotaban únicamente pañales de algodón sin opción al reciclaje y ratas con una manifiesta tendencia a creerse las jefas de la banda, el rey Canuto el Grande de Dinamarca ordenó en el siglo XI de vuestra era que le levantaran un palacio, la futura sede geográfica del parlamento actual inglés y área, asimismo, especializada en incendios provocados, allí mismo, junto al banco de aquella apestosa piscina de lodo navegable. Pues bien, tal madrugada como la de esta mañana, exáctamente a las 05:57, si les interesa, y después de ordenarle a los dos escoltas que acostumbran a acompañarle cuando sale o dice que va a salir a hacer un poco de footing -los viquingos lo llaman jogging- que se las piren a pillarle una caja de galletitas -a quien mencione la palabra cookie me lo/la zampo- y un café negro bien cargado, Boris extrae del único bulto no visible de su fisionomía en donde puede todavía esconder aquello que necesita ser ocultado un bote de spray de pintura rosa fosforescente, lo aproxima a uno de los pocos muros originales del parlamento que sobrevieron la última pira -recuérdese que siempre le echan la culpa a los irlandeses- y escribe con mano espasmódica, o más bien torpe, seamos justos: “Lo que había de seguir ya se ha adivinado.” A mí, qué quieren que les diga, me suena transcendente, aunque es justo que también sepa admitir yo que me suena igualmente a algo que leí previamente -entiéndase, posiblemente esta semana- en un cuento perdido de Alfonso Reyes. Escribir mientras se devora libros no es contraproducente; no, es un plagio inevitable que endulza la natilla del ego, soy libre) (Roma. 24/08/1997. Querido Evelyn: Aunque esta ciática quiera matarme, hoy he conseguido juntar cuatro o cinco líneas. Considérate afortunado. Escuchando en el patio de nuestra parcela romana la que los sabios de la materia (todos aspiran un polvito rallado blanco que lo extraen del tabaco. Yo juraría que se lo arracan a la amapola) dicen fue la única sinfonía que Franck compuso, me he acordado de ti y de lo que me contabas en tu última carta. ¿Algunas vez te planteaste su redacción como un intento fallido más atenuante y válido de declaración de amor? Sabes perfectamente que yo nunca podría enamorarme de un náufrago. Si mi delicado cuerpo hubiese de caer en los brazos de otra persona, perferiría que éstos fuesen los de un loco, pese a que ello implicara el que yo tuviera que soportar en adelante el relativo calvario de esa persona amada que ignora haber perdido para siempre su centro y que supuestamente navega como un grumete fantasma entre su limbo particular y la vida. Yo me declararía su Sancha, y entendería por qué él había nacido para vivir (los enejenados desconocen el significado de supervivencia) muriendo a diario. Mas tú, estimado amigo y discípulo que has elegido una existencia, o subsistencia (¡no te me enfades!) en la que nunca se echaría en falta ni el exceso, ni el procrastinar (¡qué angustia de vocablo!), siempre serás dueño y señor de la tuya. ¡Mi loquito, no! Mejor aún, él nunca podría reconocerlo. ¡No me dirás que no es erótico! Te quiero, pero como se podría amar a una mascota (ya sabes que el odio que sentía mi madre por los animales lo he sabido compensar adoptando mil gatos callejeros romanos y media hermana siamesa que solo desea andar a cuatro patas). No te me enfades porque acabarás desperdiciando otro naufragio. María, la Zambrano, soy libre) (Ese zopenco del psicólogo canadiense Ronaldito Melzack se inventó la teoría de la neuromatriz para explicarnos muy vagamente cómo se difunde el dolor y se transmite por nuestro corpachón cachondo. Según él, el responsable es un sistema enredado en el que intervienen, como putas y putos cotillas de soportal que no tienen otra cosa que hacer, zonas del sistema nervioso, ya sea éste el central y periférico, o el
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autónomo, el endocrino o el beodo, mientras se dejan influenciar todas, tal vez al unísono, por cualquier chorrada emocional, genética, psicológica, del barrio o de tu papá. Fíjense que nunca se atrevió a mencionar, este cartógrafo de calabazas peludas, el papel tan determinante que, a mi parecer, ejerce la opacidad artificial forzada... Se me olvidó contaros que a mi papá le encantaban los dictados a oscuras (una sola bombilla de 16w entraba por descontado en la categoría de mortificación lumínica) en el estudio que siempre había tenido en casa. Además de usarlo para los dictados y la aplicación de castigos corporales, merecidos o no, lo empleaba para otras cosas sucias (no, no me refiero a la lectura de esas revistas guarras de importación que se prestaban entre algunos de los colegas de profesión) que hoy no me apetece contar porque, aunque ya estemos en primavera, hace un frío de cojones en Sussex, parece que va a nevar y con mi sueldo de intruso poeta irreconocible no me llega ni para pagar la factura del extornisionista gaseador privado. Como es lógico, un requisito fundamental para sincerarse cuando no queda más remedio (¡un cuento siempre lo ha sido!) que hablar sobre un tema desgarrador e inmundo es el tener la calefacción a tope. Y es que temblando no se explican bien nada. Digan lo que digan, esto lo saben bien tanto el torturador como la persona torturada. ¡Y no digamos los espectadores, accidentales o no! Y como a mi papá le entusiasmaban los dictados, y hace un frío de mierda, y habrá que rellenar página... “Pronto comprendió el poeta inglés Larkin que debía deshacerse de todo vestigio (¿se escribe con b?) de su... Hallar (¿hayar?) pretextos para un linchamiento público... Percepción... Guasa (¿güasa?)... No era un hecho excepcional que en el hogar del caballero del siglo XIX (no sé por qué, pero los números romanos siempre se me dieron bien) se linchara igualmente a los hijos... Ensoñación infantil... Se mostraba Liszt dispuesto a despedazar a dentelladas (¿el cuello de mi papá?) a sus abogados... Desestabilizar... (¿Dentelladas quiere decir a mordiscos?)... Al desgraciado Adolf lo (¿le? ¿Los dos?) carcomía el arrepentimiento... Le exortó (¿h intercalada? Siempre que la cagaba yo con una palabra, mi papá pegaba un grito y llamaba a mi mamá. “De verdad, ¡si es que no sé qué diablos vamos a hacer con este subnormal!”, era una de sus expresiones favoritas. Mi mamá solo sabía contestarle “Cálmate, Papá, que no es bueno enfadarse.”) Pepe Gotera a Anacleto a que abandonara todo intento de entrometerse en su vida de fontanero poeta... (La verdad es que yo aprendí más de poesía con los tebeos de Ibáñez que con los libros pesados que nos obligaban a leer en el colegio. Fíjate, Lauren, aquí va una de un tío coñazo que se llamaba Garcilaso. A coscorrones se apreden mal pero muy rápido todas las cosas:)... Y estábate mirando aquel tirano/que con acerba mano llevó a hecho/, de tierno en tierno pecho, tu compaña... Yace ahora desnuda y moribunda la última mujer a la que María, la Zambrano, había amado antes de su regreso a Roma... Y de vuelta en la corte, Diego Velázquez y su esclavo, se sonrojan cuando el Ausburgo (¿con h y sin la primera u? ¿Eran tamién nazis?) le muestra al sevillano estar enterado de todos sus romances extramatrimoniales... Cuando se quedan solos en la biblioteca del monarca, éste le sugiere que se deshaga de su esclavo... “Su Alteza”, exclamará Velázquez, “¡si le acabo de conceder la libertad!”... “¡Dios mío!”, arrancóse el pintor cuando se supo solo en aquella sala, “¿Habrá algo de una puta vez que no llegue a gestarse (¿con j?) a mis espaldas?”... Despojado ya de cualquier rastro de aflicción, pensaba ahora Don Diego Rodriguez de Silva y Velázquez que ese instinto asesino que él a duras penas podía controlar lo había cultivado durante su etapa de aprendiz en el atelier (¿qué narices será eso?) de Pacheco... Poner de relieve (¿junto o separado?)... “De verdad, ¡si es que no sé qué diablos vamos a hacer...!”... El anciano genio andaluz no para de repetirse... “Que sea ésta la última vez... Que sea ésta la última vez... Que
181 sea ésta...”... Ese sentimiento de culpabilidad solo podía aliviarse con más amor... Aunque éste fuese otro tipo de fuerza represora... (A mí me parecía que mi papá se había equivocado aquí con las conjugaciones. Se lo dije. Pero a mi papá no le hacía ninguna gracia que nadie le llevase la contraria porque... “¡A mí solo me lleva la contraria la santa de tu madre, ¿te enterás?” ¡Zas!... Yo, que siempre he sido un inocente de mierda, pensaba que para ser santo primero había que morirse. Aunque es verdad que a mi me gustaría que lo hiciese primero mi papá)... ¿Y?... (Y que las santas no chinchan cuando están frustradas con sus esposos)... ¿Y?... (Y que cuando mi mamá chincha a mi papá, hasta Kingsley, mi hermano mayor, se esconde en el armario de nuestro cuarto)... ¿Y?... (Y que no sé por qué razón te cuento esto, Lauren)... ¿Y?... Y que nunca me ha extrañado que la muerte prefiera quedarse corta cuando alguien se imagina que ésta va a ofrecerle una explicación... ¿Y?... Y que ELLA (lo escribo todo con mayúsculas porque todavía me da miedo) “se mostrará generosa con la aclaración”... Y que un ser confundido se sienta ahora a escuchar o a leer (a veces ELLA se explica y comunica por carta), y que ya puede él, o ella, o, si se es aogado, diputado o agente inmobiliario, “ello”, sentirse relativamente aliviado porque es consciente de que está a punto de descubrir que, al fin y al cabo, o más hacia el fin que tirando hacia el cabo, Dios (¿todo en mayúscula?) y/o la Naturaleza (solo una mayúscula) no son tan codiciosos como se ha repetido desde que aprendimos a garabatear en tabletas de arcilla porque la rueda ya se nos había quedado pequeña y algo un pelín más sofisticado parecía que andaba reclamando nuestra inteligencia supuestamente superior a la de, qué se yo (“si estoy tan solo”, agregaría Pepe Risi), una liebre, for example... ¿Y?... Y pregunto yo ahora... Y me contesto... Y que duda cabe que DIOS envidia esa faceta bondadosa que exhibe a diario su prima hermana la MUERTE... Y que a mi juicio ElLa se nos parece (si no me creen, mírense al espejo, por favor), porque como nosotros, es parca de palabras, nadie la (¿La?... ¿Le?) hace caso y se asemeja a un narcisista desequilibrado, incluso en esos momentos estelares cósmicos que exigen sobriedad de carácter y etiqueta... ¿Y?... Zoe le canta a Bloom, o tal vez sea a Stephen: Give a thing and take it back (mi papá vuelve a dictarme en inglés. ¡Si será cabrón!)/God'll ask you where is that (facilita)/You'll say you don't know (facilita, too)/God'll send you down below (¿al infierno?)... ¿Y?... Pues que ese sentido ridículo del fracaso que nos distingue, aunque sepamos ocultarlo temporalmente con compras, tatuajes y aficiones ridículas que ni el oso Yogui osaría tener, también, créanme, lo tiene eLlA... ¿Y?... ¿Y... qué... más... da?... Pleitisía... Jesto malébolo... Descrédito filosófico... Flaqueza de espíritu... Prayers that are still (esto me parece que se lo está inventando él/Él; pero mejor no le/Le, lo/Lo interrumpo para preguntárselo) shamefully little heard in Hell´s freezing corridors... Un deseo carnal irreprimible... “¿A qué debe hacer caso todo buen católico que presuma de serlo? (se me ocurre una chorrada: ¿a la Guerra Civil?), preguntó Naranjito a los escasos asistentes -en su mayoría gente hambrienta y tísica que no tenía donde carse muerta- a su liturgia de sobremesa... Aquellos ridículos feligreses que habían aprendido desmotivados a combatir el hambre y las ganas de robar algo con fe y excesiva contricción, decían de aquella mascota anaranjada y fofa que era, cuando menos, “vidente”... “No se consuela quien no pasta”, se le oyó gritar a Dimas desde la cruceta (hablando de Cristo, mi amigo del colegio, Adolfo, más tarde El Ciudadano Reconvertido, siempre lo escribía mal: Jesuscristo)... ¡Ay, las intromisiones en la conciencia artificial del ser que ha sido preconcebido a dibujos! (¿Anacleto o Boris?)... Había imaginado erróneamente L. M. Panero qe en el infierno se serían únicamente comidas caliente... De primero: Ensaladilla de langostinos. De segundo: Quiche de verduras con queso. De tercero: Pipirrana (llevará
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anfibios?) andaluza. “¡Tal y como la preparan en Jaén!”, profirió Rudolf E. Fogwill... ¿Y?... Palatino del verbo... Pronombres de objeto directo: Me, te, lo (le)/la, nos, os, los (les)/las... No me cabe ni una duda: fui un reflejo fúnebre de los excesos dramáticos de una realidad problemática... ¿Y?... ¿Es la palabra problemática un adjetivo o una putada?... ¿Y?... Guardaba Diego Velázquez en su biblioteca con una rapacidad idéntica a la que mostraban sus compadres de sangre y rito (¿roñosería vaticana?) tomos de Alberti, Leonardo, Vasari, Góngora, Quevedo e Ibáñez, y una copia con cubiertas de oro blanco (¡mézclenlo con paladio, so brutos!) de la Filosofía Secreta del curilla John López de Mora... A analizar: Antes de asesinar a mi padre, mi hermana y yo rezamos una oración en el ascensor. “Oh dIoS, que por mediación de la Santísima vIrGen otorgaste a sAn Josemaría, saCERDOte -o, para la censura, sa****te, que viene a significar lo mismo-, gracias innumerales e incontables...” ¿Y?... En esa misma cama desde donde partió hacia el averno el alma resentida de Velázquez, moría también Doña Miranda una semana más tarde... Les recomiendo que nunca usen un martillo. ¡Ese golpe seco mata por doble partida!... ¿Y?... “Quedo abatido”, escribiría Su Majestad en una nota... al serle comunicado que aquel medallón con el retrato de Inocente Inocente X que hasta el día de su defunción había lucido el pecho de la difunta era tan falso como su reinado... ¿Y?... Y yo de verdad os digo que deshacerse de un cadáver no es tan díficil como mil y un programa televisivos han querido resaltar... ¿Y?...”Sí, no voy a negarlo: en mi infierno hay calderas por doquier y aire acondicionado. Y fíjense ustedes que también cubrimos el suelo de los pasillos con moquetas de generoso grosor y de un color rosa inconfundible”, matizó Lucifer... Y a mi papá yo nunca lo/le quise... El diablo, que aquella mañana decíase sentir rumboso, puso un vehículo cósmico interdimensional a disposición de cualquier reo que pudiera presumir de conocer los garitos del Barrio de Salamanca en donde mejor cocaína se repartía... Y siempre que mi papá se iba de retiro espiritual todos volvíamos a relajarnos y sacábamos el Scalextrix y los discos de Mamá y de La Banda Trapera del Río... Fructi... (¿qué?)... ficación...Do not held in check your vice, Daniel... Confaovulación... Sepultura anónima... A human relic that belongs to a different era...Teknolejía y hensoñación... Sin-bolismos y su-versión... La sexta de Sivelius, compuesta cuando le ofrecieron queimada en el infierno, según Vritten, otro reo más maricón en las llamas... Como yo y como el enajenado adulto que me dictaba siempre de malumor... It is nor a tale neither a novel – just a bunch of raped pages badly conceived and organised... ¿Y?... Hinmaculado éL.. ¿Y?... So let me introduce to you the one and only Billy Shears...”Tú no tienes cojones”, le sussssssssssurra Claudette Colbert a Alberto Einstein antes de que den las doce campanadas. “Pero yo siempre te he preferido así”... ¿Y?... The lovers spent one more night together in Ginebra... Acaso para burlarse de seres a quien supuestamente quería, Daniel se tiró desde aquel horrendo puente de la M-30... ¿Y?... Y mi papá tuvo varias amantes, y para joderle bien se lo conté una vez a mi mamá, y él se fue a vivir con la agüela, y en casa pensábamos que aquello iba a ser el principio... del puto final... ¿Y?... Que por lo general siempre andábamos equivocados, Lauren... ¿Y?... & that woz a crucial part of what this tale woz apparently doing for his piteous responsiveness... ¿Y?... Y que, qué quieres que te cuente: siempre parece que pillan al asesino porque en la tele solo sacan el cuerpo de la víctima y nunca se atreven a mencionar que hay millones y millones de otros cuerpos desaparecidos... ¿Y?... Cabilación... “¡Este niño es un inútil de narices! De veras, yo ya no sé qué hacer con él”... ¿Y?... Hebocación..., soy libre----> Se preguntará algún día Belcebú, si es verdad que ni con coca consigue motivarse)
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(Si es menester asustar a la población, qué mejor que el cielo de la ciudad se cubra de súbito de un color amarillo verdoso...
VECINO 1: (tal vez la liebre que quería dejar de ser gregaria, Quién sabe, ¡ni el director de la escena lo tiene claro!) ¿Qué huevos sucede? Sí, qué güevos está pasando... VECINO 2: (Epicteto tiene que ser. Faltaría más): Pues está pasando lo siguiente, señorita: Si nos atenemos a lo que nos cuenta la escala de heces salida de la Universidad de Bristol a finales del siglo pasado (no se puede ignorar que hay siete clases de cagada), ese color amarillo denota un tipo de diarrea grave provocada por una aceleración inusual de todo lo que concierne al funcionamiento del proceso de digestivo, resultando dicho aceleramiento en una manifiesta e incorrecta formación de la boñiga final. Soy de la opinión que ese color celestial es el resultado de un exceso de grasa en la dieta de nuestros ángeles y santos. Es obvio que necesitan compensar su pésimo hábito alimenticio añadiendo carbohidratos por doquier. VECINO 3: (coloca la señora Milagros sus anteojos en su bolso plateado María Matacristianos que su hijo Boris le ha regalado para que ella no olvide nunca que alguna vez la quiso, y pregunta porque no hay vida si faltan las interpelaciones): ¿Entonces no se trataba de un ataque alienígena? VECINO 2: Señora, los marcianos no cagan; fue lo primero que modificaron cuando alcanzaron intelectualmente el tope de eso que ellos llaman la escala de la inteligencia evolutiva. VECINO 4: (Adolf, se le nota con prisas. Tiene cita con la psicoterapeuta) Pues qué fastidio, la verdad. ¡A ver quién es el atrevido que les dice nada a ésos de ahí arriba! (mira su reloj y abandona el escenario. Se dirije al metro. Estación de la película de El exorcista. Este pelele dramaturgo ha sido incapaz de localizarla. Se deja sin nombre, por lo tanto. Pero dejen que les cuente que Adolf sigue caminando sin apartar la mirada del cielo cagado. Al llegar a la boca del metro solo el vendedor de cupones allí plantado desde el final de la contienda bélica civil sabrá que aquel agujero es famoso por el número desorbitado de precipitaciones a ese chalado del vacío que en sus escaleras sufren aquellos viajeros que no prestan atención porque: 1.Van mirando su teléfono; 2. Leen el periódico como si la vida les fuera en ello; o 3. Jurarían, mientras siguen caminando sin prestar atención alguna a ningún obstáculo físico que pudiera precipitar un accidente fatal, que eso cielo de ahí arriba tiene un aspecto fatal. “Padre. ¿Puede ayudar a un antiguo monaguillo?”) VECINO 2: Yo, si ustedes me lo permiten, me ofrezco de voluntario. Total, no tengo nada que perder (sale del escenario y entra en el vestíbulo del Burj Khalifa. Le exige a uno de los botones -¿Jorge Luis Borges?- que le indique cuál es el ascensor más rápido y le ofrece, a continuación, una breve oración al presunto dueño de la Bóveda Celeste. Oigámosle rezar: You know I´ll be just thinkin´ about the good times, and assume that I once had. You know that I didn´t feel so bad ´til the good Lord sun went down...Santo Son House, se cree, soy libre) (Diario de las Operaciones Efectuadas por la Compañía del Segundo Regimiento de Zapadores en África. Día 18, noviembre de 1924. Convoy a Rapta y relevo de la guarnición. 60 bajas nuestras a la entrada del campamento. Construcción del blindaje del General. ¡Cómo caen dentro del campamento! Día 24, noviembre de 1924.
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Salimos para el Campamento de Maden a las 8 de la mañana, no cesa de llover, llegamos a las 9.20. Se retiran Sidi-Salim y Jacobi con artillería de montaña. Por la tarde al regreso del la columnna nos tirotean el campamento y hay un conato de chaqueteo. Carrasco salva la situación mandando emplanar una batería y romper el fuego. Se plantan 300 o 400 hombres de todas las armas, en especial Regulares y Tercio en Meperah donde dicen que el enemigo ha copado la Columna. Casares quiere fusilar a unos cuantos y el General (cuya vida guarde Dios muchos años) no le deja hacerlo. Así no es extraño que sucedan estas cosas. Día 29. Salimos con la Columna, separamos los pasos del camino de Maden a Meperah. Se retiran Nab-el-Kaina y las cuatro piezas de artillería de Fedan-Yebel. Rosal y y dos oficiales, uno de ellos prisionero, tienen una 60 bajas. ¡Fíate y verás!, soy libre) (Un toque neoclásico, como alentó Stravinsky... Un vagabundo en Nueva York pasea por Battery Park con un carrito de la compra. Al pasar a su lado, dos turistas neozelandeses le hacen una foto y le dan unas monedas posiblemente ya devaluadas. Acabada la impertinente sesión fotográfica, el más alto de los dos le pregunta al mendigo si alguna vez ha tenido motivo para sentirse patriota. Con su inmaculado dedo índice el ente turisticoinquisidor señala a la banderita de las cincuenta estrellas que el pobre hombre pobre lleva empalada en el mango de su carrito. ¡Quémala, quémala! El mendigo ignora lo preguntado, cuenta las monedas que le han ofrecido y sigue caminando en busca del tiempo francamente perdido. Quizás las palomas, compañeras de migas bastante insociables, seamos sinceros, lleguen algún día a considerarlo un miembro más de la pandilla. ¡Quémalas, quémalas! Al pasar por Whitehall Street un camarada le pide fuego con ese idéntico tono de muerto y relegado que siempre usan las personas que, tristemente, ya se han acostumbrado por fin a vivir en la calle. A más de un gilipollas le he oido decir que muchas de las almas ambulantes sin hogar prefieren vivir a la interperie. No, imbécil, no desean vivir en la calle. ¡Desean sobrevivir en ella! Got the light, buddie? ¡Quémala, quémala! Con una lentitud pasmosa que sin duda consideraríamos excruciante la mayoría de los que vivimos bajo techo, el mendigo número 1 se saca de un bolsillo del abrigo una caja de cerillas Derby de la extinta Fosforera Española y se la ofrece al mendigo número 2. Si pudiera todavía presumir de contar con un pulso medianamente equilibrado, él hubiese encendido la cerilla para ofrecérsela a la punta del pitillo que su aliado quería encender. ¡Quémala, quémala! Como Valentín Luis Jorge Eugenio Marcelo Proust tenía razón y el sabor de la Fontaneda puede cruzar el presente para empalmarlo con lo pretérito, nuestro mendigo, al olerle la peluca de fuego al fósforo encendido piensa impulsivamente en las dos veces que se le quemó su casa cuando era un chaval y el mundo aún no le parecía gobernado por patanes con complejo de superioridad terrenal. ¡Quémala, quémala! Cerilla número 1: Como su papá les había prohibido fumar en casa, su hermano mayor lo hacía medio asomando el torso por la ventana. Tanto dominaba dicha técnica que dejó de prestarle atención a las cerillas, acto egoísta éste que como última consecuencia tuvo el que una de aquéllas se le rebelara y se negara ese día a salir por la ventana cuando su dueño así se lo haía ordenado físicamente mientras le pegaba un empujoncito con los dedos apuntando siempre, al parecer, que es el peor de los pareceres, hacia afuera. Sí, al parecer vivimos entre doce tipos de razas alienígenas, unas más tontas que otras, otras más recatadas que esas “unas” gilipollas. Sí, al parecer la flota naval americana conocía de antemano lo que el generalato nipón había planeado antes de enviar a los kamikazes a desahogarse en Pearl Harbour. Sí, también al parecer ese chico había apuntado con una precisión incuestionable, calculando antes de dar el primero y único empujoncito la dirección del viento y la posible trayectoria que la puta cerilla tomaría al ser despedida por la
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ventana desde la punta de sus dedos de experto en partidas de chapas clásicas. Y no, a mi honesto parecer aquella noche ese fósforo había elegido dejar de ser un gregario con forma de palillo, ignorando al mismo tiempo todos los consejos de la concordia hogareña, y siendo el resultado obvio de dicho comportamiento gerrillero el que una de las cortinas, al verlo aproximarsele a una velocidad inusual y, ciertamente manipulada, lo acogiera con los brazos y todos sus pliegues abiertos. ¡Quémala, quémala! No es que no fuera verdad que el hermano mayor del vagabundo no pudiése creérselo; no, lo que sucedía es que el muy imbécil andaba tan sorprendido (bueno, más asustado que asombrado) que al ver las llamas recorriendo la jodida cortina de arriba a abajo y viceversa, se le palarizó el cuerpo y allí que se quedó plantado delante de la mismísima pira espontánea (¡al parecer!). Quién sabe, quizás pensaba él que era preferible morir calcinado que salir pitando a contarle a su papá que una cerilla era la culpable de aquel incendio que, con unas ganas abrasivas naturales de acapararlo todo a su paso, se estaba cocinando en su habitación. Mas el olor (más que nada porque no es inusual que no lo acompañe un manto de humo negro) del caballero Marcelo es demasiado intenso para que nadie pueda ignorarlo, y el padre del mendigo interrumpió su lectura habitual del periódico nacional nada más comprender que ese pestazo no provenía de la cuadra del burro del vecino de al lado, sino de una de las habitaciones de aquella casa que tanto esfuerzo y parné le habían costado. ¡Quémala, quémala! Salió pitando hacia el pasillo, entró en la habitación de la calamidad, según él, más cabrona del siglo, sacó a su estatua hijo a patadas y empezó a dar órdenes a diestro y sinietro, lo cual, ni se le daba mal, ni a nadie le había apetecido nunca pensar lo contrario. “¡Id corriendo a la casa del bruto del vecino y que traiga las palanganas!”... Perdieron su primera casa. De la quema no se salvó ni un busto de ronce que lucían en la entrada de Diógenes el Cínico, obsequio de su entrañable suegro a dos días de saberse robado de su única hija. Próxima parada, un pisito desamoblado en el centro de la ciudad. Dos años después, su padre ofreciose, al parecer sin previa meditación ecuánime sobre toda posible consecuencia directa de su comportamiento impulsivo, como escolta de un teniente general sublevado del cuerpo del Primer Batallón de Cosacos de Rostov del Don. Claramente, tampoco hubo la más mínima reflexión entre todos los miembros del Poliburó con derecho al voto y a la palabra (bien poca, todo sea contado) cuando en pleno decidieron por unanimidad enviar al paredón al militar y al padre de nuestro mendigo a una villa de mierda en la zona más humanamente límite de la region ártica. Haber pertenecido una vez a la clase aristocrática le salvó el pescuezo. En aquella devastada región con olor a escarcha sempiterna pasaron los dos nenes, el papá y la siempre feligresa mamá por mandato de la cristiandad ortodoxa, diez años de precariedad anímica, calorífica, cultural y material. ¡Quémala, quémala! Incendio número 2: Como quiera que en toda la cueva en la que residían solo había un enchufe, como quiera, también, que su padre tenía concetado al mismo la única lámpara que el Ministerio Para la Cuestionable Salud Mental de los Internos les había permitido tener, además de un amago de es-tufilla eléctrica que calentaba tanto como yo no copiaba en los exámenes de lógica de la facultad cuando era un chaval y no sé por qué diablos fui a la universidad si solo estaba preparado para beber quintos mientras escuchaba discos de Psychic TV, y como quiera, por último, que en el ártico o nevaba o llovía, y poco más, sobra decir entonces que porque había idéntica humedad tanto en el exterior como en el interior de la madriguera, cualquier empalme de un cable de estufa con el de cualquier puta lamparilla para conectar a continuación aquel embrollado de cables al único enchufe de la casa era tan imprudente como decirle a la Muerte a la cara en una noche de borrachera “a que no tienes
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nuevos u ovarios de asomar la cara.” ¡Quémala, quémala! Otra vez, lo perdieron todo, o lo poco que se les había permitido poseer: ese mamón del cortocircuito había arrasado con un par de lapiceros, unos ovillos, cuatro abrigos con más agujeros que la capa de ozono en los 80, una antología de poetas soviéticos leales al régimen, y prácticamente nada más. ¡Qué narices iba ahora el sisteman a hacer con esa familia de nobles e incompetentes zaparrastrosos! Menos mal que, contrario a lo que argumentaba el mandamás de la estirpe, sus dos vástagos no le habían salido ineptos, y que gracias a esa contrastada inteligencia -permítanme que les cuente que en este relato los tests para medir la aparente capacidad intelectual del Sapiens sapiens empezaron a usarse en el preciso instante en el que abandonamos la cueva porque se nos había antojado ser nómadas, o algo parecido- consiguió enviar al que se le daba bien eso del piano y la pianola al Conservatorio Estatal, y logró también para el que antaño fumaba a escondidas una beca en la prestigiosa Universidad de Estudios Modernos Atómicos del vecino país nórdico, históricamente otra colonia más de la nación que tenía a nuestra estimada familia en pañales y temblando, figurativamente o no. ¡Quémala, quémala! Para ser justos ahora deemos indicar que Serguéi Serguéievich Prokófievno aprovechó la única y última oportunidad que se le había ofrecido -es que, no le den más vueltas, el temblequeo permanente o te mata o te hace componer sinfonías, amigos- y del conservatorio pasó directo, gracias al monedero de tamaño celestial de la baronesa, exiliada en Massachussetts desde que Lenin se dejó bigote, Elizaveta Alexandrovna Demidiva, a la Escuela de Música de la Universidad de Boston, en la cual, obtendría Proko literalmente con los ojos cerrados y silbando una de Modesto Mussorsky, y tras graduarse Summa, Magna y Cum Laude del copón, la cátedra de la asignatura del Sistema Schillinger de armonía y composición musical. De aquel recinto facultativo él no se ia a mover, cojones. Tampoco creemos que se correspondiera ninguna vez por carta con sus padres. Lo que si se sabe (¡quémala, quémala!), y a ver si acabamos ya, es que un lunes 16 de abril de 2013, aproximádamente a las 14 horas y 50 minutejos, cuando se dirigía a comprar dos cafés americanos y no hace falta que le ponga leche, joven, uno para él y otro para la señorita García Valdés, la nueva responsable del departamento de Producción e Ingeniería Musical, una súbita detonación le voló una pierna, parte de una oreja y dos dedos de la mano izquierda, y... Lo que sí se sabe es que (¡quémala, quémala!)... Para cubrir los gastos de la asistencia emergente hospitalaria, las múltiples cirugías que su total recuperación exigían, la rehabilitación posterior y el constante mercadeo de opioides (¿dónde infiernos estabas tú, Arteche, cuando tanto te necesitábamos?) de prescripción claramente interesada y médica, tanto él como su excelentísima (lo era, de verdad, aunque sobre eso hablaremos en otro cuento) señora acordaron, porque no les quedaba otra alternativa, un nuevo plan de amortización de su casa, incluyendo en dicha estratagema desesperada el garage y una piscina anexa que siempre se dejaba cubrir por la puta nieve y cientos de ranas y ratoncillos congelados. Lo que sí se sabe es que (¡quémala, quémala!)... Habiéndolo perdido ya todo menos un número interminable de facturas médicas -sobra decir que en los EE. UU. no han comprendido todavía que en los países verdaderamente democráticos y modernos la sanidad pública además de ser una idea del copón, ni se toca ni se especula con ella-, de cartas amenazantes de lobos recaudadores y el deseo de rebanarse una pierna fantasma que parecía no haber captado aún el mensaje de su automática amputación por bomba original, su mujer no tardó tiempo en abandonarle, lo cual pudiera parecerme hasta lógico, llevándose con ella y con los tres nenes que hasta entonces habían mantenidos juntos, lo poco que de valor quedaba en aquella casa que ya no les pertenecía, incluyendo partituras y toda correspondecia firmada entre
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su exmarido y Rasmaninov -así lo he escrito siempre. ¡Estoy muy viejo ya para andarme con nuevas adapataciones ortográficas y otras milongas!-, Stravinsky, Shostakovich, y otros compositores rusos (¡quémala, quémala!). “Querido Dmitri Dmítrievich: Como dócil y, cierto es, pepino compositor que soy, he de confesarte que cualquier balance crítico de mi obra que quieran hacer Sergei Diaghileiv y ese torombola de mercado de tercera regional y de inteligencia por estrenar llamado Popolo no podrá nunca contar con mi...”... … … … … Y un vagabundo en Nueva York pasea por Battery Park con un carrito de la compra. Al pasar a su lado, dos turistas neozelandeses le hacen una foto y le dan unas monedas posiblemente ya devaluadas.(¡quémala, quémala!) Digamos ahora, porque viene a cuento, ya verán, que cuando no es el propio banco central (¡quémala, quémala!) de una nación (¡quémala, quémala!) la entidad -se me ocurren un millón de insultos más- que elige devaluar la moneda para aminorar por cojones las importaciones y avivar por pelotas las exportaciones con el único y triste fin de que los guiris se sientan más generosos al hacer la compra y ponerse el tanga, es de cajón o, por continuar con la analogía física, de cojón, que la devaluación de la moneda sea, entonces, el resultado de un déficit de güevos en la balanza comercial, una deuda (¡quémala, quémala!) provocada por unas cifras de importación bruscamente superiores a las de exportación y una vergonzosa desconfianza en la economía que siempre aterriza acompañada por la inevitable (¡quémala, quémala!) fuga de pasta al extranjero. Nadie cree en ti, y te echas a rogar o te pudres en la calle porque ni a su puta madre le apetece concederte un crédito, sinvergüenza de mierda. ¡Pero si yo no he hecho nada! ¡Pero si no soy más que un puto retoño de la adversidad! Da igual, macarra asqueroso. ¡Y te me vas a pedir a otras esquina, ya de ya! Algo parecido a una asquerosa desvaloración metálica le había sucedido a Serguéi. En éso, y poco más, compartían ahora el compositor y la moneda una idéntica familia léxica espiritual (¡quémala, quémala!), soy libre) (Una obtusa sobremesa de hace un siglo, cuarenta y dos años, y diez días más tarde a un hecho cualquiera que a usted le pueda parecer crucial o, cuando menos, sustancial (intente recordarlo, no me sea vago), nuestro nuevo y extravagante vecino, planchada a llama lenta su capa enorme de terciopelo rojo, cubría con su interminable silueta los cristales de la puerta del bar mientras parecía que andaba preguntándose antes de entrar en aquel local de paletos desagradecidos e incivilizados (de veras que bastaba con echarle un vistazo a las crónicas históricas de la región) si convidarles a una a sus recién estrenados paisanos no le pasaría factura gastroduodenal en alguno de los siglos que aún le faltaban por contar. 1, 2, 3, 4... 28, 29, 30... Se rascó con delicadeza su incipiente barriga (años más tarde se llegaría a decir de él que la comida basura y rápida abundaba en su caprichos alimenticios), trivializó vaya usted a saber el qué y con qué parte del lóbulo parietal, y entró en el garito yo diría que a cámara lenta, es decir, a 4 fotogramas por segundo, por si les interesa. Ni el ciego de la esquina de los escupitajos y los güesos de aceituna huérfanos osó levantar el cogote. Y fíjense que hasta el más matón de la clientela -¡eso decían!-, quien por lógica era también el posadero, acojonado como mi amigo Pepín cuando, pasada la medianoche en una acampada en Betanzos en 1989, vimos a la Santa Compaña (es completamente falso que vayan descalzos.Yo puedo asegurar que algunas de esas ánimas penitentes llevan calzado deportivo de marca. Eso sí, túnica negra la llevan todos), acojonado se coló, también con un movimiento ralentizado, en la cocina y de él no se supo nada más aquel mes. Menudo fanfarrón de mierda. Decía que había servido en el mismo regimiento de zapadores que el del abuelo. Ya decía yo que no me salían las cuentas. Una vez, sobrado de copas y falto de alivio digestivo, saqué un atlas que había robado de la biblioteca (siempre quise
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viajar, pero nací aletargado y remolón) y le reté a que me indicara dónde cojones/güevos estaba Alhucemas. No pasó de la Cordillera Penibética, el muy matasiete. Matasiete: según el Gran Diccionario de la Lengua del Conquistador, dícese del papanatas que hace alarde de valiente o presume de lo que ni es ni nunca tendrá, so idiota. Total, que este comportamiento poco varonil del patrón le arrancó un par de sonrisas sarcásticas a la merluza que el cocinero -¿dónde cojones se había metido éste también?- había planeado preparar esa mañana. Retomando el tema principal: “¿Pero qué narices pasa aquí?”, preguntó Lucifer. “¿Es que ya no se sirve a nadie o qué?”. Creo que el ciego había captado el mensaje. “Mejor que no se enfade”, se le oyó chapurrear con la boca apuntado hacia el suelo poco antes de levantarse (las colillas del suelo aseguraban que lo hacía media docena de veces al año como mucho) y dirigirse a la barra después de despejar a pataditas los huesos de aceituna que le bloqueaban el paso. Por primera vez en su mustia trayectoria minusválida iba él a servir una copa. “¿Qué desea tomar usted, buen señor?”, le preguntó al Demonio evitando a toda costa que la mirada del alma se le cruzara con la de aquel elegante mas siempre bestial y nuevo vecino. “Póngame lo que la vista le alcance a ver”, contestó sin apartar la mirada del respaldo de la cocina su primer cliente. “Marchando”, apuntó el atrevido ciego -sí, no nos engañemos: se trataba de Jorge Luis Borges- mientras se daba la vuelta y comenzaba a acariciar detrás de la barra las cuatro o cinco botellas que adornaban con aflicción centenaria la... “¿Pero es que aquí no sirven vino de garrafa como en el Bar Hrabal?”, inquirió el niño prodigio a quien Dios había supuestamente expulsado (yo creo que fue por consenso mutuo, pero vamos) de no se sabe bien qué cielo. No, no era recomendable para la salud terrenal en general decepcionar a aquel nuevo vecino. De ello podían dar buena fe y recuerdos indescriptibles tanto Boris, como Larkin, Pity Álvarez, Noelia y Evelyn, el Waugh, entre otros y otras. “Pues qué faena”, pensó el hombre de rojo. Eso del vino o del licor embotellado le causaba mala digestión. Demasiado refinado, cierto era. “Esta visto que voy a tener que llevarme a alguien esta tarde”, sentenció esta vez en un un tono claro y suficientemente alto. Algunos huesos/güesos de aceituna temblaban como sus primos hermanos los cacahuetes/cacagüetes cuando alguien los empaquetaban porque tocaba día de feria y cocheschoque (¿cuándo empezó a escribirse separado?). A mí es que tampoco me extrañase que el Demonio, ante la falta de vino guarro, se nos deprimiera un pelín. Y es que no hay nada más sexy (¿que usted cuando le permiten creérselo?) que una persona elegante comiéndose un bocadillo grasiento de calamares o pasándoselo de puta madre en un parque mientras se rulan unas litronas. Yo les propondía matrimonio a todos. Es justificable, por lo tanto, que aquella inadmisible decepción de la garrafa ausente impulsara al cojuelo a abducir a uno de esos gañañes esa tarde. Y no, no se crean ustedes que era obvio que se trataba de un acto vengativo. ¡Por supuesto que no! Aquello fue solo una medida higiénica necesaria. Y es que sobran, no me jodan, o sobramos, una gran mayoría del populacho. Al diablo hay que saber ganárselo. Si no, quedas eliminado del concurso, pedazo de zángano, soy libre) (“¿Qué será aquello que realmente enriquece al tejido de la sociedad?”, se preguntaba Ello delante del espejo que su eternamente frustrada mamá Milagros le había regalado la última, y prácticamente primera vez, en su vida de adulto amateur responsable, aunque claramente poco realizado. “Hay que ver que mal te sienta la barba”, le había recriminado tiempo atrás la autora biológica y natural de sus días. “¿Te has olvidado ya de lo que decía tu santo padre?: Si vas a dejarte la barba, que sea porque te lo crees, y no porque te guste hacer el vago.” A lo cual añadió ella: “Venga, llévate este espejo al piso y, si no te apetece afeitártela, hijo mío, por lo menos retócatela un poquito.”
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Ello tenía por sana costumbre hacer siempre que la escuchaba. He aquí la clave de su maldito éxito, damas y caballeros, aplicable también a cualquier relación amorosa, matrimonial y fiscal, faltaría más. Sí, mientras su mamá lo regañaba, el hacía que la información le entraba perfectamente por un oído y que, de alguna manera, parecía que estaba siendo procesada, como correspondía, por un cerebro, el suyo, que con demasiada facilidad tendía a distraerse con cosas que por lo general no solían hacernos grandes como participantes activos de la civilización. Mientras tanto, examinaba uno a uno con ojo avizor y deudas camuflándosele entre las olas peludas de aquella barba mal colocada, todos los cuadros de la colección de pintores italianos románticos del XIX con la que su mamá ocultaba el espantoso color original de las paredes de aquel salón donde acostumbraba a recibir visitas, incluidas las de sus vástagos, nietos y amigas de portal, calle y misa en la Dolores. “Por ése de Luigi Basiletti nos aseguramos como mínimo quince mil euros”, matizábale la baba ventajista que le colgaba a Ello. “Ése retrato de Antonio Puccinelli ni lo toques, que a mí me huele que es más falso que la cara pija de la luna.” Pero volvamos brevemente a nuestra araña y a su espectacular tejido social. Contábamos al inicio que tanto Ello como su barba parecía que andaban pregúntadose -yo, sinceramente, pienso que delante de aquel espejo la única pregunta, con su correspondiente respuesta acertada o barriendo para casa que le atraía era si alguna vez se parecerería él a Whitman, después, claro está, de haberse preguntado cuál era el lienzo de la colección de su mamá por el que más guita le iban a ofrecer en la Casa de Subastas Balclis-, siempre desde un marco ético, sobre la naturaleza de ese conjunto de acciones socialmente responsables que la persona, la empresa, el mundo cultural y el aparato público deben tomar para beneficio de la sociedad, y que, me aburrí como un oso en un desierto, y he de sincerarme ahora, Le he permitido a Dios que se salga temporalmente de su agujero negro para que, en vista de lo poco que puedo fiarme de Ello y de sus vacuas interrogaciones planteadas a menudo desde un enfoque esencialmente presuntuoso con el que quiere, aunque no lo sepa, o tal vez sí, justificar su asquerosa existencia de dandy chupamocos con un toquecillo de intelectual, y que nos cuente cualquier cosa que sepa rellenar página, y que, ¡curiosa es la vida de la tinta negra sobre cuartilla blanca!, ajustada a las leyes del azar y a sus regularidades cumplidas a corto o largo plazo, nos suene a que encaja perfectamente con aquello con lo que, supuestamente, Ello iba a ofrecernos como respuesta delante del espejo de las Hojas de Hierba del italianísimo Vittore Gruicy de Dragon. Por cierto, si alguna vez pasan por esa pijada de Milán, métanse en la Galería de Arte Moderna y déjense secuestrar con la conteplación de su paisaje otoñal Mañana. Al habla, pues, Dios nuestro y, cuando no llueve en el sur inglés, también mío, me encantaría imaginarme: What you wanna tell us today?... DIOS/GOD: YO SERÉ LO QUE SEA LO QUE MAS LES PLAZCA LLAMARME A ESOS NECIOS DE ALLÁ ARRIBA PERO MIENTRAS YO SEA YO Y NO TÚ O VOSOTROS EN MI GALAXIA SE HARÁ LO QUE YO ORDENE PORQUE SABED QUE GALAXIAS HAY MUCHAS Y CADA UNA PEORY POBRE DEL SUBNORMAL -sobra decir que no soy nadie para andar corrigiéndole- QUE OSE LLEVARME LA CONTRARIA Y POBRE TAMBIÉN DE CUALQUIER CUTRE IMITADOR QUE SE DEJE CRECER UNA BARBA BLANCA PORQUE DE ÁNGELES ES BIEN SABIDO QUE MIENTRAS ALGUNOS ME PIDEN MANÁ (¿QUÉ HAY DE COMER HOY PAPI?) OTROS SOLICITAN DIRECTAMENTE ENTRADA EN EL AVERNO (HOLA ME LLAMO BORIS ¿QUÉ LE PARECE A USTED ESTA BARBA BLANCA QUE ME HE DEJADO? ¡PERO QUE CONSTE QUE SOY ALBINO!) Y OTROS AUNQUE MINORÍA CONTABLE CON CALCULADORA CASIO CLÁSICA SON SIMPLE Y LLANAMENTE UNOS DESALMADOS
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PREPOTENTES QUE HAN SABIDO SIEMPRE APROVECHAR LA COYUNTURA PARA SEGUIR EXTENDIENDO LA PALMA DE LA MANO MIENTRAS CALIENTAN LAS CACHAS SENTADOS SOBRE SUS SACOS DE AHORROS Y GANANCIAS ILIMITADAS EXCLUSIVAS VIÉNDOME OBLIGADO A SOPORTARLES PORQUE ASÍ ME LO DEMANDA LA ENCÍCLICA INTERPLANETARIA Y PORQUE NO ME QUEDA MÁS REMEDIO YA QUE SABEN ELLOS QUE DESDE QUE SE SUICIDÓ MI BIENAVENTURADA ESPOSA COMO CONSECUENCIA SINO DIRECTA SI INMEDIATA DE LA FALTA DE ATENCIÓN QUE YO LE PRESTABA (NO SI YA ME LO DECÍA SAN NICOLAS: UN DÍA LA PERDERÁ Y ENTONCES YA VERÁ USTED COMO SE RIEN DE SU GLORÍSIMA EXCELENCIA) ME VEO AFLOJADO DE CATAPLINES PARA ARRIBA Y ESO LO SABEN APROVECHAR ELLOS MAS FIJAOS BIEN: DE VERDAD OS DIGO QUE AL PRÓXIMO QUE OSE LLEVARME LA CONTRARIA O APROVECHARSE DE MI LAPSUS DIVINO LE VOY A ENVIAR A MI HIJO J. J. EL GIGANTE DE GALVESTON O AL BLIND WILLIE MCTELL DE 1940 PARA QUE LE HAGA LLORAR SANGRE Y SOLO SANGRE Y PUS TAMBIÉN CON SU DYING CRAPSHOOTER´S BLUES JODER HOSTIA COÑO ME CAGO EN LA PUTA ¡DIOS! ¡SI SUPIÉRAIS VOSOTROS PEQUEÑITOS QUE ES COMO SABER ALGO SIN HABER LEÍDO NUNCA LA CARTILLA ESCOLAR DEL MI MAMÁ ME MIMA MUCHO Y EL PAPÁ PATEA PELOTAS POR PENA QUE YA DE JOVEN DESDE QUE ME ADJUDICARAN POR MANDATO ALEATORIO EL EMPLEO DE DIOS MI ÚNICO Y VERDADERO SUEÑO ERA DIVORCIARME DE VOSOTROS SEGÚN OS IBA YO CEDIENDO PAULATINAMENTE LAS JOYAS ENCANTADAS DE LA CIENCIA Y LA FILOSOFÍA Y MIRA QUE TODO ESO DE POCO O NADA ME SERVIRÍA PORQUE TODOS ABSOLUTAMENTE TODOS SIEMPRE VOLVÍAIS A MÍ TRAS COMPROBAR PASMADOS LA INESTABILIDAD TEMPERAMENTAL DE LOS TSUNAMIS -DEL NIPÓN “OLA DE PUERTO”- Y DE LOS VOLCANES DE MI ETERNO RIVAL VOLCHANUS -pocos sabíais antes que la superficie celestial queda ocupada prácticamente en su totalidad por un lago inacabable de agua verde cristalina, y que si es cierto que le sobran unos islotes es exáctamente ahí por donde se pasean y flotan Dios y su columna incorpórea de adláteres y consejeros psíquicos. Lo siento, me apetecía incluir aquí este ligero matiz. Tal vez os interesaba saberlo- PORQUE TODOS ABSOLUTAMENTE TODOS SIEMPRE VOLVÍAIS A MÍ COMO UNOS PELELES LLORICONES AL COMPROBAR DE PRIMERA MANO LOS EFECTOS SECUNDARIOS DE LA QUIMIOTERAPIA INFANTIL -es el invierno, al congelarse la masa acuática, la estación favorita de Dios y de su comitiva. Cuando se vuelan ¾ partes del año, a uno (Uno) le acaba tirando los paseítos lentos con las manos atrás por tierra firme- PORQUE TODOS ABSOLUTAMENTE TODOS SIEMPRE VOLVÍAIS A MÍ COMO UNOS MONIGOTES QUEJICAS CUANDO NI EL MÁS LETAL DE LOS PESTICIDAS PODÍA PROTEGER VUESTRAS COSECHAS Y FÍJATE QUE TIENE SOBRADA GRACIA CELESTIAL EL QUE SEA LA PUTA LANGOSTA UNO DE MIS ALIADOS MÁS EFECTIVOS TIENE SENTIDO QUE YO OS CONFIESE AHORA QUE DICHAS PLAGAS NO SON UN INVENTO MÍO PORQUE SI BIEN ES CIERTO Y ESO ES INDISCUTIBLE QUE YO OS DI LA SIEGA Y LA RECOLECCIÓN FUE EL CABRÓN DEL VIENTO QUIÉN SE ENCARGÓ POR SU CUENTA DE PASEAR A ESOS BICHITOS CON CARA DE PROFESOR CALVO Y MIOPE DE BIOLOGÍA JUBILADO ¡POR DIOS Y POR MÍ, O POR AMBOS! ¡SI ES QUE SIEMPRE ME ANDÁIS ECHANDO LA CULPA A MÍ! ¡A NADIE VEO YO ALLÁ ARRIBA ABRONCANDO A UN MICROSCOPIO O A UN EMBUDO DE CANTACIÓN -¿CÓMO SE DICE? ¿CANTACIÓN
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PREPOTENTES QUE HAN SABIDO SIEMPRE APROVECHAR LA COYUNTURA PARA SEGUIR EXTENDIENDO LA PALMA DE LA MANO MIENTRAS CALIENTAN LAS CACHAS SENTADOS SOBRE SUS SACOS DE AHORROS Y GANANCIAS ILIMITADAS EXCLUSIVAS VIÉNDOME OBLIGADO A SOPORTARLES PORQUE ASÍ ME LO DEMANDA LA ENCÍCLICA INTERPLANETARIA Y PORQUE NO ME QUEDA MÁS REMEDIO YA QUE SABEN ELLOS QUE DESDE QUE SE SUICIDÓ MI BIENAVENTURADA ESPOSA COMO CONSECUENCIA SINO DIRECTA SI INMEDIATA DE LA FALTA DE ATENCIÓN QUE YO LE PRESTABA (NO SI YA ME LO DECÍA SAN NICOLAS: UN DÍA LA PERDERÁ Y ENTONCES YA VERÁ USTED COMO SE RIEN DE SU GLORÍSIMA EXCELENCIA) ME VEO AFLOJADO DE CATAPLINES PARA ARRIBA Y ESO LO SABEN APROVECHAR ELLOS MAS FIJAOS BIEN: DE VERDAD OS DIGO QUE AL PRÓXIMO QUE OSE LLEVARME LA CONTRARIA O APROVECHARSE DE MI LAPSUS DIVINO LE VOY A ENVIAR A MI HIJO J. J. EL GIGANTE DE GALVESTON O AL BLIND WILLIE MCTELL DE 1940 PARA QUE LE HAGA LLORAR SANGRE Y SOLO SANGRE Y PUS TAMBIÉN CON SU DYING CRAPSHOOTER´S BLUES JODER HOSTIA COÑO ME CAGO EN LA PUTA ¡DIOS! ¡SI SUPIÉRAIS VOSOTROS PEQUEÑITOS QUE ES COMO SABER ALGO SIN HABER LEÍDO NUNCA LA CARTILLA ESCOLAR DEL MI MAMÁ ME MIMA MUCHO Y EL PAPÁ PATEA PELOTAS POR PENA QUE YA DE JOVEN DESDE QUE ME ADJUDICARAN POR MANDATO ALEATORIO EL EMPLEO DE DIOS MI ÚNICO Y VERDADERO SUEÑO ERA DIVORCIARME DE VOSOTROS SEGÚN OS IBA YO CEDIENDO PAULATINAMENTE LAS JOYAS ENCANTADAS DE LA CIENCIA Y LA FILOSOFÍA Y MIRA QUE TODO ESO DE POCO O NADA ME SERVIRÍA PORQUE TODOS ABSOLUTAMENTE TODOS SIEMPRE VOLVÍAIS A MÍ TRAS COMPROBAR PASMADOS LA INESTABILIDAD TEMPERAMENTAL DE LOS TSUNAMIS -DEL NIPÓN “OLA DE PUERTO”- Y DE LOS VOLCANES DE MI ETERNO RIVAL VOLCHANUS -pocos sabíais antes que la superficie celestial queda ocupada prácticamente en su totalidad por un lago inacabable de agua verde cristalina, y que si es cierto que le sobran unos islotes es exáctamente ahí por donde se pasean y flotan Dios y su columna incorpórea de adláteres y consejeros psíquicos. Lo siento, me apetecía incluir aquí este ligero matiz. Tal vez os interesaba saberlo- PORQUE TODOS ABSOLUTAMENTE TODOS SIEMPRE VOLVÍAIS A MÍ COMO UNOS PELELES LLORICONES AL COMPROBAR DE PRIMERA MANO LOS EFECTOS SECUNDARIOS DE LA QUIMIOTERAPIA INFANTIL -es el invierno, al congelarse la masa acuática, la estación favorita de Dios y de su comitiva. Cuando se vuelan ¾ partes del año, a uno (Uno) le acaba tirando los paseítos lentos con las manos atrás por tierra firme- PORQUE TODOS ABSOLUTAMENTE TODOS SIEMPRE VOLVÍAIS A MÍ COMO UNOS MONIGOTES QUEJICAS CUANDO NI EL MÁS LETAL DE LOS PESTICIDAS PODÍA PROTEGER VUESTRAS COSECHAS Y FÍJATE QUE TIENE SOBRADA GRACIA CELESTIAL EL QUE SEA LA PUTA LANGOSTA UNO DE MIS ALIADOS MÁS EFECTIVOS TIENE SENTIDO QUE YO OS CONFIESE AHORA QUE DICHAS PLAGAS NO SON UN INVENTO MÍO PORQUE SI BIEN ES CIERTO Y ESO ES INDISCUTIBLE QUE YO OS DI LA SIEGA Y LA RECOLECCIÓN FUE EL CABRÓN DEL VIENTO QUIÉN SE ENCARGÓ POR SU CUENTA DE PASEAR A ESOS BICHITOS CON CARA DE PROFESOR CALVO Y MIOPE DE BIOLOGÍA JUBILADO ¡POR DIOS Y POR MÍ, O POR AMBOS! ¡SI ES QUE SIEMPRE ME ANDÁIS ECHANDO LA CULPA A MÍ! ¡A NADIE VEO YO ALLÁ ARRIBA ABRONCANDO A UN MICROSCOPIO O A UN EMBUDO DE CANTACIÓN -¿CÓMO SE DICE? ¿CANTACIÓN
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O DECANTACIÓN?- CUANDO VUELVE LA SÍFILIS O LA CLAMIDIASIS, CABRONES! MIRA QUE LO DEJÓ ESPECÍFICAMENTE REDACTADO SAN MARTÍN DE PORRES EN EL DODECÁLOGO -UNA CRUZ FORMADA POR DOS RECTÁGULOS CRUZADOS ES UN DODECÁGONO. UN DODECÁLOGO ES UNA COSA BIEN DISTINTA, ZOQUETES- DE LOS SUSPIROS IMPROVISADOS CON TONO DE JACULATORIA O NO PARA SUPLICAR CLEMENCIA: CONSUMADA LA TRAICIÓN TERRENAL EN TODAS Y CADA UNA DE SUS MANIFESTACIONES DE TIPO CIENTÍFICA O FILOSÓFICA O ESPIRTUAL O POLÍTICA O SOCIAL O MEDIOAMBIENTAL LA PERSONA O ENTE INFIEL NO PODRÁ NUNCA RECONCILIARSE CON SU PUTO AMO SI EXPERIMENTA CON UN OPORTUNISMO SOFOCANTE CON LA INVOCACIÓN O CON LA PLEGARIA PORQUE EN VERDAD OS CUENTA ÉL -¡él!- QUE NO VOLVERÁ A PASAR EL CAMELLO BACTRIANO O EL DROMEDARIO O LA MADRE QUE LOS PARIÓ A TODOS LOS JOROBADOS A CUATRO PATAS POR EL OJO/OJAL DE LA PUTA “ABUJA” -no sé si yo debería contaros ahora que así hablan los niños consentidos a los que se les ha permitido cualquier capricho desde una temprana edad. “Y qué quieres que le haga, Juán. ¡Si siempre se le han dado mal los deportes y la gimnasia, y se siente excluido! Otra consola no le hará daño, creo yo.” “A Dios me lo pones de portero”, exige sin inmutarse en el patio del colegio, Juanito, el capitán del equipo de fútbol. “Fíjate si Él -¿él?- era matado que hasta Levinas, que lo más parecido que había visto antes a un esférico rodante era un plato de albóndigas de ternera picante llegó a jugar de media punta en el once titular del campo de concentración- DESECHAD PUES -siempre me Lo/lo he imaginado cañaílla castizo. “Dececház pues ece penzamiento...”- PENSAMIENTO VÁSTAGOS/AS MÍOS/MÍAS SEA DOMINGO O NO CEA FIESTA DE GUARDÁ -los peleles mimados se comen las letras porque de sobra saben que el regaño maternal suele ir acompañado de uno o dos regalos- PORQUE EN VERDAZ OZ DIGO LO QUE YA OZ DIJO EL PARE DER QUIJOTE Y NO CÉ A QUÉ VENDRÁ A CUENTO PERO ME DA ABZOLUTAMENTE IGUÁ ACINQUE OS LO CUENTO Y OS AGUANTÁIS: ENCOMENDAOS A MI DE TO´CORASÓN QUE MUCHAZ VESES ZUELE LLOVÉ MIS MICERICORDIAS EN EL TIEMPO KE EZTÁN MÁ CECAS LAS EZPERANZAS PERO AHORA ¿CÓMO PODRÍA YO EXPLICAROS QUE AUNQUE ME LO ROGÁSEIS EN LUSITANO -LA LENGUA MÁS ERÓTICA QUE CAYÓ DE BABÉ, POR SIERTO- YO VUESTRO PARE NO CAMBIARÍA NUNCA DE OPINIÓN? Y QUE CONSTE QUE NO SE TRATA DE UNA MEDIDA PUNITIVA NO EZ CIMPLEMENTE UNA IMPEDIDURA -DUDO MUCHO QUE CONOZCÁIS DICHO VOCABLO- AUTITIVA PCICOZOMÁTICA -ÍDEM- PORQUE EN VERDAD OS PREGUNTO YO HIJOS/HIJAS ZOBRINOS/ZOBRINAS MÍOS/MÍAS CUANDO EZAS BARBAS Y PELOS POSTISOS CUANDO LOS TATUAJES Y LAS BOCAS DE MERLUSA LAS TETAS DE PLÁZTICO Y Y LOS CULOS DRAMATIZADOS PACEN DE MODA Y ZOLO HAYA PLAZA EN ORIÓN PARA AQUELLOS Y AQUELLAS QUE SEPAN MOSTRAR CON ORGULLO INTERGALÁCTICO SUS IMPERFECCIONES SUS CALVAS Y SUS BARRIGAS ACOGEDORAS SUS ARRUGAS Y SUS LABIOS CAÍDOS DE MANERA NATURAL COMO CE PUEDE CAÉ UNA MANZANA Y CE CAE TAMBIÉN LA FE ¿VOLVERÉIS A MÍ ENTONCES? -ESPERAD UN MOMENTICO, QUE VOY A DARLE LA VUELTA AL DISCO DE CLIFFORD BROWN- ¿LLAMARÉIS A MI PUERTA CON LA CABESA GACHA Y EL RABO ENTRE LAS PIERNAS DE HORMIGÓN ARTIFICIAL? NO PORQUE ESTÁ CLARO -O ES DE CAJÓN COMO DISE ER PARRISIDA DER GONSALE- QUE RETOMARÉIS VUESTROS VIEJOS HÁBITOS SEAN DE FRAILE DE
192 MONJA O SEAN DE ÁRBITRO DE FURBO EN EL CAMPO MUNICIPAL DE PALMYRA Y SUOS BUSCARÉIS UN NUEVO CAMELLO INCORPÓREO QUE CEPA PAZÁ POR ALTO VUESTRAS EXAGERACIONES PLÁSTICAS Y CINTÉTICAS -he de señalar que justo en este “presiso” instante de su monólogo para oídos taponados por la desidia del vivir Dios/dIOS se retira entristecido a su cabina de sudoración etérea a 90°C, aprox.,y toma la palabra la germana Santa Hildegarda de Villain (en este punto voy a comentarles también que al hacer una búsqueda digital de las santas del santoral me topé con la página de la Santopedia católica y apostólica -¿será cierto?- y que, como el androide enanito que la dirige no supo darme una respuesta determinada, me regaló a cambio un par de mensajes automatizados que me hicieron sonreír. ¡Mira que yo lo necesitaba!: SANTOPEDIA: “No eres tú, somos nosotros. Esto es un poco difícil... algo no funciona como debería... ¡Disculpa! Por favor, vuelve en un rato, te prometemos que vale la pena. Si esto se repite puedes contactar con nosotros.” Machistas, podría pensar yo. Cuando menos, dejados del copón): ESCUCHAD BIEN PANDA DE DEJADOSDIGITALIZADOS CUANDO YO ERA UNA NIÑA HACE 73 SIGLOS -a Hilde le va la marcha sentimental- EL DE LAS BARBAS SE ME APARECIÓ EN EL ÚNICO RETRETE QUE HABÍA EN CASA DE MIS PADRES Y QUE COMPARTÍAMOS CON ASNOS Y CABRAS Y ME DIJO QUE ESCRIBIERA TODO LO QUE YO VIERA Y OYERA Y ME LO TOMÉ COMO QUE YO DEBERÍA IGNORAR DESDE ENTONCES A PESAR DE MI CORTA EDAD CUALQUIER COSA QUE OCURRIERA A MIS ESPALDAS O COMO DICEN USTEDES ALLÁ ARRIBA TODO LO QUE ME LA SOPLARA PORQUE SOLO ACTUANDO DE AQUELLA MANERA YO CONSEGUIRÍA MANTENERME A FLOTE EN ESE MUNDO EL VUESTRO TAN PORDIOSERO QUE MIS PAPÁS HABÍAN ELEGIDO PARA MÍ Y ASÍ FUE QUE A LOS OCHO AÑOS ME REGALARON A UN CONVENTO Y AUNQUE AÑOS DEPUÉS TUVE UN ROMANCE CON BERNARDO DE CLARAVAL UN TIPO CACHONDO Y CON UNA BARBA FINA QUE ASEGURABA NO HABER VISTO A UNA BELLA MUJER TAN BELLA VALGA LA REDUNDANCIA O NO COMO YO ANTES NUNCA ABANDONÉ NI MIS HÁBITOS NI EL HÁBITO VALGA LA REPUTANCIA O NO DE SER LA DIVINA CELESTIAL EN LA TIERRA Y MIS CONSEJOS FUERON BUSCADOS POR PAPAS Y MONARCAS GUARROS Y SENADORES Y VIUDAS Y CHICAS JÓVENES QUE AÚN NO HABÍAN LOGRADO ENTENDER ¡POBRECITAS ELLAS! QUE EL PAQUETE DEL RIVAL ES LA FRAGUA A LA QUE LA MÉDULA ENTREGA SU FUEGO Y QUE DICHA LLAMA SE LES CUELA POR LAS PELOTAS Y LOS HACE ARDER PONDEROSAMENTE INDEPENDIENTEMENTE DE QUE LAS TENGAN O NO PORQUE YO HE CONOCIDO A VARIOS QUE NO LAS TENÍAN Y QUE CANTABAN ALTO Y FINO PERO SEGUÍAN DESEÁNDOME COMO ME HABÍAN AMADO TAMBIÉN LOS ABUELOS BISABUELOS Y TATARABUELOS DE GREGORIO IX E INOCENCIO NO SÉ CUANTOS GRACIAS A CUYA ESTIMA Y REITERADAS POLUCIONES NOCTURNAS DE LAS QUE ME CONSIDERO CULPABLE TUVE LA SUERTE DE SER RECOMENDADA PARA UN PROCESO DE CANONIZACIÓN OYE PORQUE DEL MISMO MODO QUE UN HOMBRE CACHAS SOSTIENE UNA COSA EN LA MANO CONTRAE LA MUJER SU RIÑONADA PARA QUE CUANDO EL SEMEN HAYA CAIDO DONDE TIENE QUE PRECIPITARSE SE CIERREN TODOS ESOS MIEMBROS SUYOS QUE DURANTE EL JODIDO PERIODO DICEN ESTÁN LISTOS PARA ABRIRSE PERO ESTO NO TIENE SENTIDO Y NO SÉ COMO ENTRELAZARLO SI ES QUE ES ÉSTA LA EXPRESIÓN CORRECTA -”DÉJALO YA”, le ordena Siddhārtha Gautama, ¿NO VES QUE ESTOY DE
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SIESTA? APROVECHA QUE EL VIEJO SE HA RETIRADO, COÑO”- ES MENESTER APELAR A LA CONCIENCIA DE OCCIDENT...”¡CIERRA EL PICO DE UNA VEZ VIEJA LOCA!”... Las magulladuras espirituales terrenales, cree insistentemente Gauguin -insistentemente porque es la única manera de no volverse loco o paranoico cuando se habla en alto en un bar.“Larkin: Observe a ese chiflado, Borges. ¡La de gilipolleces que suelta!” Borges: “Sepa usted, caballero, que a Borges lo que más le enoja es que se le vea convencido en sus creencias y que nunca se contradiga como habitualmente hago yo”- no desaparecen automáticamente una vez que SE DESCIENDE AL cielo. En la casa de Dios también hay confesionarios, casas de retiro y de citas, como decían ustedes allá arriba cuando todavía les era obligatorio y casi necesario, vaya a usted saber por qué, llevar sombrero y pegar a los niños. Mas lo que de verdad quisiera yo contarles ahora es que, en poco, un nuevo siglo va a serle añadido al cronómetro empíreo. Poca cosa, esta añadadidura, cierto es, para aquellos que en este cielo nuestro no hayan logrado todavía despertarse. Ya saben ustedes que a ese sueño catatónico temporal lo llaman algunos el purgatorio. “¿No sería más lógico llamarlo el intermedio, joder”, interrumpe otro osado propagandista. Supongamos que se trata de esa liebre ingenua que quiso dejar de ser gregaria, “yo preferiría cualquier otra cosa a pasarme media vida y lo que le apetzca al Maestro en coma.” “Hija mía”, responde Dios desde la sauna mientras apunta sus morros húmedos hacia el cabezón de un micróno Sony unidireccional FV 365, “tú y todos los demás os vais a quedar invernando tanto tiempo como me salga a mí de los cataplines.” En este preciso instante, o siglo, a mí me apetece interrumpir la conversación de estos pazguatos para matizarles, porque se me antojado necesario, a ustedes, que en el cielo además de casas de putas, tenemos también lodo de sobra, paraguas, agentes del F.B.I., profesionales de la banca, y discos de vinilo rectangulares que operan a 173 revoluciones apolíticas por minutos, y pilotos ciegos de avioneta, y topógrafos mancos que trabajan a tiempo completo, y abogados de la rama sindical, y aceitunas con güeso, y promiscuidad, mucha promiscuidad -¿qué sale cuando se cruzan en la cama un personaje de los dibujos animados con un miembro impresentable de una secta religiosa? Un estudiante de Eton con acta en el parlamento inglés, por ejemplo-, y ganas de ser honesto por una vez en la puta vida universal, y economatos para ricachones en paro, y hambrunas, ratas y penicilina, y poligamia e incesto, y mapas y conjeturas, y bacilos y vacilación en cada respuesta, y azúcar que solo consumen los ricos y sotanos donde se experimenta con la fermentación prohibida de la patata, y sequías y planes hidrológicos, y medio millón de formas distintas de extinción, y, en el mejor de los casos -una ración en el Pardo de pez espada con alioli, acompañada de cerveza fría, si les sirve de ejemplo-, imagínense que Dios sigue de siesta -fácil tarea, seamos honestos- y los santos y santas aprovechan la oportunidad para olvidarse de todo y jugarse unas partidas de cartas -”¡siempre falta el as de bastos, coño!”-, y tragarse media botella de agua con vitamina c efervescente, y a Balzac le tienen prohibido la cafeína y a la reina Victoria el uso de la cocaína, y USBs de la generación 7.0, y ¿qué me pasa, doctora?, ¿por qué me ha crecido un parricida en la chepa?, y la médico no querrá contártelo porque se ha equivocado de profesión, y golpes de estado y regicidios, y evasiones de impuestos y capital elaboradas con tan poco disimulos que no asombran ya ni a su puta madre, y capitulaciones piadosas y reconversiones marranas, & there you 'ave it: we got News Corp & filthy tabloids, y cacos y policías corruptos, y no al revés, y carece de sentido que yo siga escribiendo, y en el cielo lo saben, y nunca habrá nadie allá abajo que desee besarme en las mejillas, y me daría igual que fuese barbudo o que se llamara Adolf, y ahora sí, ahora sí que podemos asegurar que
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Elohim-El Roi-El Shaddai-Yahweh Rophe el Sanador ha dado por conluida su siesta, y acaso un poquito de confusión, y “¿dónde estoy?”, y “esta Usted en Su casa”, y “Ay, sí, perdonadme. Si es que he tenido un sueño muy desagradable”, y soñaba él hace 1433 años con un golpe de estado, y en su imperio de la octava galaxia santos y comendadores divinos se rifaban en una esquina del agujero negro, sucio y barriobajero el puesto de mando -¡paletos! ¡Ninguno pasaría el examen de ingreso!- y Emma Darwin vertía una lagrimita porque estaba suficientemente familiarizada con los levantamientos, y Dios: “¿vosotros creéis en mí”, y ellos: “Padre, ¿cómo puede Usted poner en duda nuestra fe?” -¿porque la banca, la política, los deportes y los escenarios de cualquier estilo han tenido siempre, desgraciadamente, más importancia?-, y pienso ahora en esas quince mil ratas que viven como Él, como Dios, en uno de los templos dedicados a la diosa Kami Mata, y me pregunto si no deberíamos hacer algo al respecto, si una recortada usada discretamente no solucionaría algunos de nuestros problemas congénitos, y me pregunto también por qué algunos fieles aseguran que cuando la palmen pasarán directamente a ser roedores -¿y éso no te entristece, chaval? Si yo fuera tú invertiría todos mis ahorros en plantas de fabricación de células madre-, y, sí, es verdad, no te lo niego, no me asusta afirmar que si sigo escribiendo es simple y llanamente porque me he afiliado al club de las ratas, y gracias a ellas he de admitir que ahora aprecio mucho mejor la luz ultravioleta y las jerarquías parece que ya no me molestan en exceso, fíjate, y “señora editora, haré lo que usted ordene”, y “Daniel, ¿sigues confiando en mí?”, y por un momento que mediremos por el número de pestañeos que mis ojos rendidos ofrezcan en medio minuto, creo que estoy conversando con Elohim Darwin Mata, y fijaos bien: ayer por la noche no se le quemó la ketamina a Larkin al cocinarla en el pisito de su mamá porque por primera vez en trece y pico mil millones de años que le cuelgan a la Vía Láctea este bibliotecario municipal de Coventry prefirió la calidad a las prisas, y el problema fundamental es que nos sobran ingentes cantidades de masa espiritual como para andar creyendo en un dios cualquiera, y éste sería un final perfecto para este cuento, y no será a sí porque vivo, veo, leo, sufro, como, bebo, cago, hago cola en el paro y me parto la cara como el Cholo Alberto de Ribeyro para y por este libraco, y que sepáis todos y todas que con el mayor número posible de palabras he querido contar poca cosa, y me gustaría justo en este preciso momento rendir homenaje a la más hermosa de todas las palabras, y aquí la tenéis: experiencia, y mi interés puramente anímico por ella no ha enflaquecido aún ni medio gramo especulativo, y es que ella es para mí como una mujer atractiva e inteligente -¿lo fue alguna vez Maruja Mallo? ¡De la Escuela de Vallecas, tíos!- con la que sé que me obsesionaré porque nunca, nunca, never, pasará, gracias a la magia de lo irracional, de ser mi amiga a mi amante, y como me queda mucho por hacer y no desearía hacerles perder el tiempo y las gafas, o sorprenderlos con una invitación inesperada al bostezo, o sacarles de quicio cuando está claro que el quicio ya se les ha materializado, o qué quieren que les cuente, o si ya no le sorprende a nadie que yo sea el único vástago superviviente de un concepto belludo ontológico y extinguido, o la soledad, o la soledad por capítulos, o el densegaño por entregas que es como el efecto que nos produce cuando nos regalan un balón de fútbol desinflado -”Hostia, voy a tener que ir a la gasolinera a inflar mi incomunicación”-, o es que a usted le sobran páginas y manchas de tinta, o bendito sea Dios porque inventó el amanecer y el chaval que lo poblaba, oraba Hierro en la Universidad de Columbia, o yo que creía que lo que verdaderamente me sobraban eran las comas escritas al revés, o que yo me limitaba a redactar todo aquello que me había sucedido jugando con la pelota pachuca en el césped embarranado de Arturo Soria, o qué más vergas que Dios son las olas de pis de las piscinas climatizadas, o que los escritores también
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me Lo superan a Él en vagos, o que ya acostadito Bugs Bunny me echaba la bronca porque decía que yo era un resentido de mierda, o que ¡si no tengo dónde resentirme, dibujito de mieda!, o que tanto me había yo acostumbrado a esa privación de la cordura que me juré que nunca más volvería yo a escribir dos líneas juntas, o a no escribir, o el papel en blanco se me presentaba en forma de monolito, o las caricaturas de la Warner Bros, o de la Wagner Bros, todos nazis y con abrigo largo de cuero negro, o que Penélope Pussycat me había recomendado en Londres asistir a su consulta -pago mensual por adelantado y prohibido cancelar ninguna cita- y yo me enamoré de ella inmediatamente con tanta intensidad como la que demostró en su día mi superego cuando se acostó en sueños con Entidad Biológica Extracelestial, o que ella tardó un poquito más porque esas cosas solo ocurrían en las series de la HBO, o que duele la locura, o que me duele, o nos persique si no le hemos dado el mismo sentido que le dan ángeles, mártires y profetas, o cómo se nos pega como un chucho guarro y pulgoso la muy lapa, o con mecánica indiferencia, eso es, o ¿se irá de una puta vez si le doy un tortazo?, o ¿se perderá ella entra la multitud?, o la Séptima de Sibelius, o un pochett. memo adagio-poco affett.-poco a poco affre. il tempo al... o no me extrana que la clásica no le entre a toda la gente... il tempo al.. vivacissimo-rallentando al... o insania-vesania-manía en do mayor, o... “Daniel, si vamos a vernos, o lo hacemos en mi consulta o...”, o follamos en mi cama, o no sea usted un sibarita de mierda con su enajenación, o... es siempre relativa su difenrencia semántica con y... y soy libre, o aún no... y tras golpear levemente en los testiculos al defensa lateral izquierdo Levinas, Arteche se elevó por los cielos y remató con la cabeza directo a la escuadra de la portería rival, frustando, así, con su gol la tarde a toda la afición local que por última vez, según los anales divinos, se habría de congreg...” “¡Cállate la boca de una puta vez, chaval!”, grita Lucifer desde el interior de la celda privada de lujo que alquila en la tercera sala de la planta 3.567 de vuestro paraíso, soy libre) (The Durutti Column, Love in the Time of Recession. Soñaba a las 4:35 el poeta J. C. en su ranchito de McAlester, Oklahoma, la pasada madrugada que lo visitaban cuatro Señoritas del Frac, todas monillas, según él, no yo, con su permanente a precio rebajado sobre melena negra rizada y larga, cazadoras de idéntico color y piel sintética, por llamarlo de alguna manera, cara seria que claramente aseguraba un jornal, y que al abrir la puerta él y, después de la presentación mecánica de turno de las agentes visitadoras -”Hello, good morning. Is the Poet J. C. at home?” “Yes, it´s me. What you want? Hurry up, I´m in the middle of a meeting...” conmigo mismo- la que parecía más nerviosa de las cuatro - se decía él entre legañas y bostezos automáticos del subconsciente que esa chica tenía deudas de juego. A un ciego por vocación o hábito no hay dios que lo engañe- puso una peana en la entrada del rancho del versificador de soplos líricos insufribles, según la crítica, compuesta mayoritariamente ésta, seamos justos, por niños de papá que nunca quisieron que les llamaran abogados, notarios o senadores, como Dios y el capital parecían que solicitaban, y que al ver en aquello que, poco a poco, iba convirtiéndose claramente por capítulos minúsculos en una pesadilla la bota de cuero negro y de verdad -en la única tienda y almacen vegano del pueblo vendían calzado vegano. Él siempre se preguntaba cuando se plantaba exclusivamente por curiosidad delante del escaparate de esa almacén para optimistas con principios evolutivos si esos zapatos y botas sabrían tan mal como el tofu- de aquella veinteañera agresiva y endeudada posándose sin autorización previa sobre su suelo, intentó de un empujón cerrar la puerta, hecho éste que ejecutó penosamente pues tres de las cuatro manos diestras visitantes, acostubradas por oficio a reaccionar contra cualquier impulso físico o revolucionario de la persona morosa visitada habían aprendido de buena gana a adelantarse a cualquier
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movimiento, manual o no, que sobre ellas se intentara efectuar -vivían de comisiones, no me jodan-, y que la más seria, aunque también tal vez más sensata, le pidió con calma tras reprobar con la mirada a su parcial mas obviamente histérica compañera, que las dejara entrar porque ellas solo querían charlar con él sobre su “exorbitante”, según ella, deuda en el Apache Casino Hotel, para así poder llegar a un acuerdo y, quién sabe, incluso concretar oficialmente un plan de pago a plazos imaginados -hablamos de un sueño, no se olviden- a cinco bandas, y él, que llevaba sinceramente más de tres meses sin hablar con un representante del sexo opuesto, pensó que quizás no sería mala idea alzar entonces la bandera blanca de los lamparones de la paz y el diálogo, y que cuando así parecía disponeser a efectuar, la Señorita del Frac más impulsiva y menos tolerante con la mecánica social del diálogo le pegó tal empujón a quien hasta entonces había llevado la palabra y abierto esporádicamente con una empatía pretendida las puertas atrofiadas de la conversación que acabó ésta sentada de culo en el suelo de arena fácil amarilla del porche, aprovechando la chica asaltante para tomar la iniciativa otra vez, acto éste que en resumidas cuentas -¡por favor!- implicaba el verle a ella forcejeando otra vez con la puerta, las manos y el miedo del moroso visitado, acto éste que, afortunadamente para él, iba, prácticamente de inmediato, a reducirse a una pelea entre la chica con el culo de cuero negro literalmente empolvado y la loca que hasta hacía exáctamente tres segundos había creído que apretar violentamente con una mano la muñeca del moroso mientras con la otra lo intenta agarrar del cuello era también una solución lógica a sus problemas de personalidad, y acto éste que, por primera vez en lo que iba de semana, incitaría a los cuatro vecinos de la calle y algún que otro perro pulgoso a hacer público sus respectivos hocicos porque, sí, señor, si pasa algo ahí afuera mejor enterarse de primera mano que esperar a que te lo cuente Betty, la vieja que tiene un puesto de higos junto al único pozo del pueblo de agua potale, pero, claro, como todas las pesadillas lo son por alguna razón de naturaleza irracional y maleable, tan pronto como la chica previamente empujada se levantó y agarró a su colega por la melena, ésta se vio obligada a soltar a nuestro patoso poeta porque la única manera de contraatacar era mantener libres ambas manos y empezó a dirigir puñetazos perfectamente ejecutados contra la cara de su nueva asaltante con tal suerte onírica para J. C. que cuando ella consiguió encajarle un crochet o pegada semicircular que llega con perfección griega clásica a un lateral de la camocha de tu contricante si has sabido girar antes de soltar la mano golpeadora la cadera, el torso y el hombro con una sincronización certera demostrable, las dos ya andaban peleándose a, cree él, aproximádamente cincuenta metros de distancia focal lineal, si es que existe dicha medida o clasificación, y a dos palmos psicológicos de la carretera que cruzaba la calle, y miren ustedes si no se estaban dando de palos -¿dónde estaban las otras dos Chicas del Frac? ¿En otra pesadilla ya?- que a los cuatro vecinos cotillas y no sé cuántos perros curiosos se unió frenando en seco un automovil de chapa fabricada también con cuero barato negro que pasaba por allí por casualidad, y que en ese preciso momento de puro chismorreo foráneo en el que el piloto del vehículo sacaba su correspondiente hocico husmeador y un Motorola V3XX y RAZR y SUPUTAMADRE para sacarse unas fotillos con derecho a los 1500 megusta, un volvo rojo repentinamente embistió el culo mecánico de su automóvil Ramocín y lo propulsó por los aires causando tal estrépito en la escena y más allá, pero, ¡ojo!, siempre para adentro, de la frente sudada del poeta que éste se despertó de un golpe -los angelitos de los sueños siempre parecían preguntarse si el martillo de Dios les había servido alguna vez para algo, cojones- y temblando como no lo hacía desde aquel desafortunado día en el que se juró que no volvería a enviarle a su editora un puto
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manuscrito más de poesía, coincidiendo a su vez esa jornada, por cierto, y espero que no les moleste a ustedes que se lo cuente, con la última vez que el poeta J. C. se dirigió a una mujer... Soñaba a las 5:17 el poeta J. C. en su ranchitillo de boñiga pinchada en un palito que no daba ya para más de McAlester, Oklahoma, 46avo estado de la Unión desde 1907, la pasada madrugada que para ser poeta era suficiente con demostrar un buen dominio ilógico -¡no te mientas!- de tres virtudes elementales: la paciencia, la autodisciplina y un sentido del humor moroso y neurálgico a prueba de golpes y siniestros absolutos, soy libre) (Charles Mingus, Autorretrato a tres colores. Piensa la monja Lauren que lo único que tienen Dios y ella en común es esa relación un tanto difusa y pocha -yo pensaba que este adjetivo ya no existía- que ambas -entérense de una vez: Dios ni tiene barbas ni compra el Penthouse- mantienen con la bebida. En casa, ya sea en el número 2 de Terminus Street, Brighton, la una, o ya sea en el parque celestial, la Otra, las dos solo consumen cuando hay visita con la que se sientan cómodas emborrachándose; en la calle, haya o no plan, el ritual cambia completamente, es decir, a una pinta le sigue otra, y a ésta otra posiblemente una novena o décima pinta fatal de cerveza diurética británica. Desde que ella, por ejemplo, dejó el convento y huyó a la islita de la corona alemana, hasta la fecha no se conoce o reconoce todavía en los diarios de la juerga universal un solo día en el que ella y Ella hayan salido a copearse una o, como mucho, y a Dios dando, dos pintas solo de cebada pasada por agua, gas y levadura. O hay cruzada o te quedas en casa a que te lo cuenten los corresponsales cuasibélicos desde una habitación del únic hotel cinco estrellas de la zona conflictiva. Pero eso de andar bebiéndose un par de cervecitas -cervitas deberían llamarse- y luego a casa, nanay de nanay. ¡Que lo hagan los empleados de correos, si quieren! Ah, que ya no pueden, que los han privatizado. Pues éso, a Dios le sucede lo mismo. Cuando asciende al Bar Abel porque que se lo ha merecido, según quiere creer Ella, antes de salir por la puerta de servicio de casa -umbral de segunda clase que regenta San Pedro, como debería usted imaginarse- lo primero que hace es quitarse su reloj de las 157 galaxias a su mando y dejarlo en la mesilla de noche, día y sobremesa, también. “Hoy vamos a beber, y pobre de aquellas ingenuas que piensen que lo haremos con discrección o moderación. Ya saben lo que le decía el padre de ése capullo: “Si vas a dejarte la barba hazlo porque...” Pues aquí lo mismo: si vas a beber hazlo para que los cosacos del Ural no se sientan ofendidos.” Cuando se disfruta, el comedimiento debe ser cosa únicamente de santos y de políticos con vocación genuina y contrastada. Me gustaría pensar que lo contado en esta entrada improvisada en el patio de casa esta mañana mientras observaba yo cómo los abejorros habían empezado a dominar la copa de mi sauce, no fuese lo único que estas dos mujeres tan lindas -no deseo callármelo, lo siento- han aprendido de los ingleses, ángeles o no. Algo más, digo yo, deben de tener estos descendientes de las nubes, los britanos, romanos, anglosajones, nórdicos, normandos y pijos eternamente “elitizados”, si se me permite la expresión. Claro que tan poco nos va mejor en Iberia, las Galias, Papúa Nueva Guinea, o en la Isla de Sulawesi, joder, en cuyas cuevas, por cierto, todavía se pueden ver las marcas que los borrachos dejaban con las manos en las paredes de la cueva-bar antes de volver a sus respectivos hogares. Era lógico, por entonces -estamos hablando de hace más de 40 mil años- solo se conocía la fermentación del vino y, además, aún no había nacido el genio que inventó la copa o la taza. Todo, incluido el pis bienaventurado de la uva roja, se bebía con las manos, como hacían siempre los nenes pijos del colegio de la Monja Lauren que no querían arrimar la boca al pito desparramador de la fuente del patio de recreo, o como hacían en el cielo de ahí abajo los ángeles cuando no querían incordiar, soy libre) (Aunque parezca demencial porque un personaje de
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al calibre sexual debería prodigarse bastante más, a Fray Escoba únicamente se le conoce un amorío. ¿Qué cojones se creían ustedes? ¡Vamos ya, no me fastidien! Nunca he sido un cotilla, de hecho el chusmeo de noticias de barrio me suele provocar náuseas y no es raro, por lo tanto, encontrarme en el primer cuarto de baño que yo tenga a mano desahogando por la boca el contenido de mi barriga de carnicero feliz si algún cotilleo se me ha colado libremente antes por los tímpanos. Pero hoy voy a echar mano de la maldita excepción que parece confirmarlo todo menos que no nos merecemos nuestro par de orejas, para hablarles de la primera y única vez que Fray Escoba posó sus inmaculadas manos sobre el cuerpo de una mujer, y aquí he de incluir tetas, culo y la deliciosa apertura subcutánea del amor. Nuestro fraile mulato se lo merece. Al plato: Tan mal andaba de pasta la orden de los dominicos de Lima que el contable, Fray Juan Álvarez de Toledo Conquistado, no supo, por mucho que intentó toquetearse las neuronas, plantear otra cosa que sugirirle al prior de turno la liquidación y posterior fusión de su orden con los franciscanos del barrio rival de al lado. Como entre muchas de las facultades que exhibía Escoba estaba la de poder plantarse físicamente y a la vez en tres o cuatro emplazamientos diferentes, no pudo sino escuchar con aflicción contrastada lo que Toledo Conquistado le acababa de soltar al general de aquella, su casa y convento, y, esta vez, presentarse oficial y físicamente a medio palmo de los dos contertulios con una propuesta que haría feliz al cuentacifras, no me cabe la menor duda, pero no así a su fraile General -me parece que se llamaba fray Juán de Lorenzana y Peral-, siendo el contenido objetivo de dicha oferta del bueno del fraile el ofrecer sus servicios como esclavo a lo Kunta Kinte, digamos, para destinar el dinero recaudado con su venta o alquiler para el alivio pasajero -no seamos inocentes, leche- de las deudas del convento. Lorenzana y Peral no iba a tragar por ahí. No, mientras él viviera ni hablar que permitiría que su chico preferido acabase de limpiamulas en casa de cualquier virreiyito gallego de mierda. “Sería mucho más productivo”, le dijo a Escoba, “si te enviáramos de gira al viejo continente para sacarle cifras y donativos a esos mequetrefes racionalistas. ¿Me entiendes?” Pasada la semana, San Martín de Porres viajaba rumbo a las Alemanias -no han de ignorar ustedes el hecho de que los bárbaros contaban ya con veinte mil castillos y palacios en sus tierras imperiales; claro, que mejor sitio para pasar la hucha del Domund- junto a polizones y andaluces arruinados en la bodega del buque insignia de los caprichos navales españoles, La Santísima Trinidad, un navío, éste, con cuatro puentes y cuatrocientos cañones al que algún periodista católico, romano y apostólico afiliado a la Unión del Centro Democrático había bautizado en su columna semanal de El Liberal como el Escorial de los Mares. Era el arrendamiento del castillo con forma triangular de Wewelsburg, en Renania, la opción elegida por el sumo Capitán de Granjas y Huevos Envasados Heinrich Himmler -se cree que nunca llegó a completar sus estudios de agrónomos- para impresionar a los líderes y a los alumnos más destacados de sus Escuadras de Protección y Aniquilación Rotunda o Schutz-Staffell -SS, hablando en plata sangrante- antes de endoctrinarlos con los encantos de las creencias neopaganas y esotéricas germánicas. Fray Escoba, que de tonto no tenía un pelo rizado ni arriba ni tampoco allá abajo, programó una visita a dicha fortaleza del siglo XVII, siempre a sabiendas, claro, de que, aunque el color mestizo de su piel iba a jugar en su contra, podría claramente compensarlo con algunos trucos de magia espiritual ejecutados cuanto antes. ¡Qué placer y qué alivio ver las caras de asombro de aquellos oficiales vestidos impecablemente de negro cuando el fraile dominico se les presentó por primera vez levitando a medio palmo del suelo de mármol de la entrada! “Soy su siervo leal y he venido a distraerles”, dijo en el idioma del insufrible
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Hölderlin y con un tono realmente fantasmal mientras se elevaba un pelín más para añadir, si cabe, un poco de ilusión a aquel efecto visual tan inexplicable para aquellos que nunca hemos creido en nada. La hucha había empezando a llenarse. Cuando, aproximadamente, contaba ya en su baúl de viaje con una veintena de cepillos de donativos con forma cilíndrica llenos a rebosar de moneda germánica de oro, Escoba pudo por fin tranquilizarse y dedicarse, entonces, un poco a sus labores espirituales en la celda de lujo -es difícil poder asociar ambas palabras, celda y lujo, lo sé- donde lo tenían alojado. Su rutina era bien sencilla: rezar, alimentarse solo con pan y agua -añadamos aquí que Martín de Porres es también el primer mulato famoso vegetariano que se conoce-, dormir dos horas al día y, faltaría mas, levitar, levitar tanto como lo aproximara a él a ese círculo divino regenerativo que parecía habérsele escapado a ratos desde que las ratas de Himmler habían mostrado cierto interés, según su impecable conciencia de santo terrenal. Y he aquí -principalmente porque no sabríamos dónde incluirlo, si no- que encontrándose él inmerso en otra gala solitaria de flotación sin alas ni casco en el aire en el cícurlo galático central de su aposotento, y en postura completamente horizontal a dos metros y medio del suelo, que pasaba por allí y por esta página del cuento Ángela María “Geli” Raubal, edad 19, justos los que su tío y amante irate Adolf le llevaba de ventaja, tipo raro éste quien, por cierto y porque lo sugiero yo, le había rogado a Heinrich poco atrás, después de haber intentado la pobre el suicidio por tercera vez en lo que iba de aquel oscuro noviazgo entre tío y sobrina, que si podría encerrarla en una de esas celdas del castillo que él le había regalado hasta que se le pasara a ella su nuevo ataque mensual melancólico e inmolador; y he aquí, como decíamos o se intentaba decir, que pasaba por allí la Geli después de escaparse de su celda aprovechando que su guardaespaldas se había escondido en el sótano para echarse un pitillo -se notaba claramente que no pertenecía a las SS-, que esta chica, quien sobre amor profundo y magia sexual sabía bien poco, ante aquel espectáculo erótico que el santo había montado en su cubículo, no pudo sino aproximarse al ente levitador para rozarle suavemente la frente primero y después cualquier otra parte de la anatomía humana que facilitara el contacto físico ajeno, siendo el resultado directo de dicha fricción entre dos cuerpos el final de la levitación, la caída del cuerpo flotante al suelo todavía cálido de la celda y una chica que no había cumplido la veintena desnudánsode para cubrir el cuerpo semiinconsciente de Fray Escoba con su camisón de terciopelo blanco forrado y la cara del macho aplanado con dos ubres generosas de pezones rosas perfectamente simétricos. Él, que además de seguir medio convaleciente apenas chapurreaba el alemán, y ella, que ni en sueños podría haber imaginado antes que también se podía follar así, unieron sus cuerpos tanto tiempo o minutos sin cronometrar como al empinado falo del personaje masculino le apeteciera seguir reinando en el condado del sexo, fuera voluntariamente o no, fuera un acto brutalmento laico o no. “¿Qué hace usted, señorita?”, preguntó Escoba poco antes de experimentar por primera, y ya decimos, última vez en su vida santa los encantos de la corrida carnal. “No me diga que no le gusta, hermano”, contestó la mofletuda austohúngara tapándole la boca con la mano que le quedaba libre tras haber penetrado con el índice de la otra el orificio, en este caso masculino, por donde aseguran salen todos los residuos tóxicos de las lavativas. “Amiga, le aconsejo que abandone mi celda antes de que nos descubran y pueda suceder algo que no nos beneficie a ni a usted ni a mi orden religiosa”, sentenció, un tanto patético, coño, el güeno del multato. “No se preocupe usted, hermano, que yo me iré tan pronto como usted me devuelva lo que yo le he regalado”, rimó precariamente Geli. Era evidente que ella no saldría de aquella cámara mientras el dominico no le abriera a estirones ese trocito suyo de himen que tanto parecía repeler al
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verdadero amo de sus días e intentos fallidos de suicidio. “Fóllame, negrito, y te prometo que no me volverás a ver en tu celda.” Me gustaría poder ahora contarles cómo acabó este encuentro esporádico mas sumamente voluptuoso, pero créanme si les confieso que ni mi mueblebar ni un servidor parece esta madrugada que vamos a conseguir acordarnos de un pijo, soy libre) (Contemos la verdad: mucha hormigas quieren escribir, pero son escasas en número aquellas que saben y desean consagrarse primero. Consagración: leer un libro al día desde los 17 años hatsa los 32, como mínimo. En mi humilde opinión, Anacleto pertece a ese colectivo de juntaletras que no se frenan nunca cuando la ocasión demanda humildad artesana, aprovechando cualquier motivo, copa, fiesta o reunión para contar bien alto, y con el micrófono en la mano derecha si el colectivo oyente supera la docena de testigos, que, ¡por supuesto!, ¡faltaría más!, él es escritor y poeta -más poeta que escritor, matizaría yo, si es que nos atenemos al número irrisorio de moneditas que le quedan en la caja- y que lleva escribiendo desde que Cela plagió a ********** -no mencionaremos el nombre, y no porque no me apetezca, no; es que seguimos sin acordarnos y no me apetece un pijo indagar en la triple uve doble- e Ida Vitale buscará en México lo que la moral castrense uruguaya le tenía prohibido. Por supuesto, no omitiremos aquí esa afición casi ridícula que tiene Anacleto por las nuevas tecnologías y formas de expresión modernas, como si con su uso se pudiera acelerar la maldita consagración mencionada. Esta noche, por ejemplo, antes de sobar la almohada con todo el sudor acumulado durante la jornada en su agencia de detectives poetas, repasó su agenda Collins Classic Compact Day and Existence 233 con exquisita minuciosidad, como suele hacer cuando le sale con una naturalidad que arrasa cualquier molde sociológico cara de compañero frustrado en un pelotón de ciudadanos improductivos, y comprobó no sin asombro -nadie ha de asustarse ya por nada si cinco o seis horas diarias en el bar de abajo no se las va a quitar ya ni la mujer o el hombre más atractivo e inteligente de la galaxia- que le faltaba una tarea por tachar. Leámosla: Habla con ChatGP*TA. Pues que hable el chaval, que hable ya. Oigámosle:
ChatGP*TA:Escriba su mensaje: Anacleto: Dime ChatGP*TA. ¿Quién so yo? ChatGP*TA: Ya que soy solo un modelo de lenguaje artificial, ha de entender usted que no he sido programado para acceder a su información personal e identidad. ¿Le importaría contarme un poco más sobre usted, o preferiría que hablásemos de otro tema? Anacleto: Verá, mido 1m75cm, calculo, peso menos de lo que me recomienda mi tumba y y de media acostumbro a despertarme 3 o 4 veces por la noche. ¿Es sufiente? ChatGP*TA:No, necesitaría un dato más. Anacleto: Cuando vivíamos en la antigua casa de Coldean había un fantasma al que le entusiasmaba jugar con los juguetes eléctricos de los hijos de María, la Zambrano, mi segunda
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psicoactiva. ¡Que se lo pregunten a los caballos si no! ¡Lo felices y mansos que se ponen cuando están malitos y saben que el veterinario les va a anestesiar con este derivado mágico de la fenciclidina! El caso es que el trovador Hrabal y yo nos conocimos cuando él trabajaba de contable en el mismo museo público en donde yo me ganaba una pasta inmerecida controlando a voluntarios desganados -la culpa se la echaría yo a Brian Peno, Martin Part y Anish Kaput- mientras yo hacía que lo expuesto en las enormes galerías del aquel recinto público merecía la pena ser examinado por el ojo y lo que quedara de alma ajenos. “¿Te vienes a tomar una cerveza esta tarde?”. Yo no necesito más, así de simple y tonteras soy. “Por supuesto, Hrabal.” Ni que decir tiene, o eso mismo creo yo cuando me psicoanalizo sin permitirle a la cebada que interfiera un pijo, que a la tercera o cuarta invitación, yo ya me había apuntado -esta vez me tocaba a mí hacer de voluntario- a todo aquello que al ente invitador se le antojara invitarme y que no costara nada y que supiera elevarme a esas dimensiones psicomágicas artificiales a las que uno no llega por la cara, echándole músculo o trabajando en el mundo del espectáculo (deberíamos incluir un guión entre espectá y las dos síbalas siguientes.) Resumiendo: el camello de Hrabal, un camarero portugués de un restaurante con nombre de personaje de Walt Disney italianizado, se costeaba su propia adicción suministrando los encantos catalizadores de la misma distribuyéndela entre sus colegas y conocidos -no hace falta que maticemos que en el universo de la consumición no existen nunca, por razones de contabilidad, los amigos como tal- y que, claramente, dicho reparto se hacía a diario en sus descansos laborales con tanta facilidad y precisión que a la quinta caña con el poeta yo ya me había subido al carro de la keta -ya lo sé, nauseabundo- porque, hey -no vayas por ahí diciendo que...-, si te la ofrecen gratis muy tonto u obtuso tienes que ser para decir que no. Pero permitamos que sea el trovador el que hable ahora. Oigámosle:
(primera sesión de dosis de ketamina gratis más cuatro pintas y dos chupitos de tequila reposado) EL TROVADOR HRABAL: Oye, Daniel, ¿a ti te gustan las drogas?¿Te importa si me preparo un poco de ketamina en la cocina de mi casa? ¿Nos vamos?...
(penúltima sesión de dosis de ketamina gratis más siete pintas y un chupito de B52. Primer paso de borrachera nocturna) EL TROVADOR HRABAL: Oye, Daniel, te propongo un juego: la próxima vez que vuelva a aparecer Levinas -sin tilde, a lo inglés- por mi piso, como hace siempre, sin avisar, y sin traer ni bebida ni hostias, agenciándose la mitad de nuestra mercancía, le vamos a sacar el tablero del ajedrez de la Guerra de las Galaxias -al rey de las negras lo llaman Darth Vader. El fin del mundo- y le propondremos un juego de notaciones exponenciales. Quién sabe, tal vez hasta le cambia esa opinión tan nefasta que tiene sobre nosotros: Levinas, le preguntaría yo, ¿usted qué cree que ocurriría -he de avisarles que mi relación con la ketamina (en el idiona de las esquinas y de los gatos ingleses que lo ven todo porque sus ancestros fueron en su mayoría imperialistas y no les complacía que los vasallos imperializados les mangaran nada, la llaman “K-hole”, “K-land”, “Baby food” y “God”. Quién soy yo para contradecirles) es de dos rayitas y almohada- si en la primera casilla de ese lindo tablero de ajedrez de la Guerra de las Galaxias colocamos dos cubitos de quetamina de dos milímetros de altura cada uno, en la segunda, cuatro, en la tercera ocho, y así sucesivamente, o sea, doblando la cifra anterior hasta completar esta rutina exponencial en la sexagésimo cuarta y última casilla? Lo que quiero decirle, si es que no todavía no lo ha pillado, que lo dudo mucho, créame, porque usted lo comprende todo menos cómo
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funciona Tit-Cock, es si sabría decirnos cuál sería la altura exacta de la última o sexagésimo cuarta pila formada? ¿Qué? ¿Qué cree usted? ¿64 metros? ¿1 kilómetro? ¿100? ¿1000? Y aquí, amigo Daniel, es cuando se le pilla en bragas por primera vez desde que le conocemos, y le soltamos con voz altiva y una porción sana de orgullo matemático que, si nos follásemos mi techo y el tejado del edificio para permitirle el paso al exterior a la pila formada, ésta alcanzaría fácilmente la estrella Proxima Centauri. ¡Unos 4 años luz, colega!...
- (última sesión de múltiple dosis de quetamina gratis. De fondo, un disco de vinilo de los
13th Floor Elevators con huesos de aceituna, patatas fritas y colillas flotando sobre su
superficie y, claro que sí, rayado gracias a una intoxicación leve de ambos sus
desconsiderados oyentes tras una pésima cocción de la sustancia consumida por éste
que a continuación les habla): ¡Daniel, Daniel! ¡Despierta! (en mi sueño, inducido
exáctamente dos minutos depués de haber esnifado una tercera raya con olor a y color de
caca cristalizada en un diván del salón del piso del trovador Hraval, yo me encotraba
caminando descalzo por unas dunas en un desierto afgano. Y fíjense ustedes que andaba
yo tan calmado y satisfecho en aquel paraje onírico mas irracional que, incluso cuando
por el horizonte del mismo apareció cabalgando una patrulla de talibanes, sable en mano,
y gritando en una especie de persa afgano lo que claramente eran amenazas contra la
persona plácida y risueña que acababa de invadir un pedacito de tierra foránea con su
presencia de turista accidental drogado mientras los observaba a distancia, a éste que les
habla se le antojo en aquel sueño, sin saber bien por qué, que esos barbudos
intransigentes y violentos nunca lograrían ancanzarlo en aquel sueño si es que se dejaba
de pasotismos de espectador y se lanzaba a correr duna abajo. Moraleja: en los sueños
inducidos a Jack the Ripper se le puede dar dos collejas) ¡No estamos solos en el salón!
¿Lo ves? -al despertarme lo único que podía ver yo era a mi amigo el poeta de pie, medio
trastornado, y soltando a ciegas cuchilladas al viento con un cuchillo de disección
culinaria de pavos y otras aves de abusivo grosor e exigua inteligencia - ¡Hay siete
personas en la habitación y quieren asesinarnos! ¿Pero tú no los ves?... No, definitivo: yo no veía nada, solo al trovador Hrabal dando puñaladas al aire, y solo a mi ángel de la guarda -un tipo tan holgazán, loco y zarrapastroso como yo que me cobra por anticipado por los servicios prestados y que se llama San Macedonio Fernández, según dice la contraportada del único libro escrito que se le conoce, Los sacrosantos concilios anarquistas y particulares del romance Adiós al Hotel Almagro- agarrándome del pezcuezo y suplicándome que me largara de allí no fuera a ser que la punta de aquel cuchillo afilado -es el problema que tiene la gente que no cocina pero que, porque están de moda los concursos televisivos de culinarios, tiene la habitación en cuestión repleta de utensilios sin estrenar- acabará en una lateral de mi cuello tras previas impetuosas hincadas en el costado, el corazón, el vientre y, seguro que también en la zona genital. Como siempre he sido una persona muy solidaria, especialmente conmigo mismo, me largué de allí quince segundos antes de que San Macedonio me diera por causa justamente pérdida, dejando a Hrabal -si las cuentas no me fallaban, que suelo hacerlo con frecuencia, ya se había ventilado a cuatro de los fantasmas invarores- a su bola y nuestra amistrad, hasta entonces a prueba de bala, mas no de cuchillo de macarra con ambiciones Michelín, pasó directamente a un plano prácticamente inexistente al que no volví a
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aproximarme porque me gusta la vida, aunque tal vez sea una lata admitir aquí que también me encantan las drogas, sobre todo las que no cuestan nada o se consiguen invitando al personaje facilitador a unas pintas de meada rápida en el lavabo de un bar. “Cuando vaya usted a desahogar deudas y penas a un pub”, me había aconsejado en el Seven Stars de Holborn el imbécil de Borges -digo imbécil porque él no lo era, y yo sí, y a mí nunca me ha apetecido confesarlo. ¡Habrá que pasarle el calificativo a otro ser conocido, digo yo!-, “cuanto más arrime el codo infractor al excusado, menos lástima sentirá por usted sus calzoncillos”, o alguna soplapollez similar, soy libre) (Por Dios, se me olvidaba. A la única lectora -todavía por aparecer y por contarme a qué se dedica y en qué le gusta perder el tiempo que le sobra o le ha prestado el fiscal tributario- que le queda a este cuento visiblemente -tómesele a lo literal, señora, señorita- desproporcionado, me gustaría en este paréntisis contarle que yo ya no escribo, que éste a quien usted lee ya no soy yo, porque dejé de ensuciarme las manos con letras y puntos ortográficos nada más haber cumplido yo ese año siniestro que precede al de la treintena tras un alocado e intensísimo periplo de escritura tipo Talgo 250 que finiquité a lo bruto con una cuarta novela, la cual, para gozo paliativo de su dueño y maestro, depués de una segunda lectura final, me pareció honestamente que no soltaba ese tufo insoportable característico que sus antecesoras habían desprendido al releerlas cuando, haciendo uso yo de un optimismo virginal que afortunadamente ya no exhibo, se me antojó -¡qué haríamos con esta bola de mundo que vivimos si eradicásemos de un sopetón la presencia en él de toda la gente inocente!- que podían encuadrarse ya en la categoría de manuscritos listos para un posible envío remitido desde la oficina postal psicológica de mi habitación ridícula en una casa de huéspedes de techo de escayola fácil. Sepa usted, señora, señorita, que lo que usted se ha dispuesto a leer con toda la confianza que el tiempo perdido le haya concedido no ha sido, pues, nunca escrito por mí, y que si su espíritu inquisitivo le suplica -no consuma horas de su preciosa vida así, se lo pido con el corazón y el cogote desnudos- que dé con el nombre del autor -seguro que se llama Anacleto, Fosforito, Macedonio o algo que suene a dibujos ñonos y atrasados-, del presunto bípedo generador de este crimen sintáctico, y a usted lo único que le apetezca, al parecer, antes de salir de casa -¿vive usted también en una pensión de mierda?-, o antes de irse de copas en Intagram, o de acabar de una puta vez con este mundo de cacas- pérdoneme la expresión- es callarle la boca de una jodida vez a su ego litigante, tal vez podría usted, entonces, encontrarse con el auténtico creador moral -a veces psicótico, también, no lo neguemos- de este parto si simplemente lo abre con los ojos cerrados por la página 213 y deja caer la yema -¿tendrán yemas también los dedos de la peana? ¿Sabía usted que los herederos geográficos de Shakespeare, Milton y Scott Fitzgerald no tienen dedos en los pies? No, tienen otra cosa con nombre de sapo incómodo a la que llaman toe- del dedo índice de su mano lazarilla sobre el primer renglón al que a ésta le apetezca precipitarse. Ahí, estimada compañera inexistente, la espera el otro yo, el verdadero, el que se afeita menos de lo que los anuncios publicitarios recomiendan y paga sus deudas porque siempre se ha sentido cobarde y no le gustan los ruidos alienígenas detrás de la puerta de casa; al que no se le cae la cara de vergüenza cuando confiesa, por ejemplo, que ha empleado en esta vida bastante más tiempo leyendo, escribiendo, rellenando papeleras o cabreándose con su letra porque le parecía de fontanero de posguerra, que en un parque público dádole patadas a la pelota tonta con sus cinco hijos, por ejemplo, o enseñándoles a jugar, para que no le salieran tan catetos como él, al ajedrez de la Guerra de las Galaxias. “¡Que no, paletos, que en la defensa de San Jorge se sale primero con un puto 1 a a6, hostia!” Gracias por haberme permitido esta
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aclaración. Ya sabe, cierre los ojos antes, soy libre... Cuatro pintas y media de bitter Salopian Darwin´s Origin después: Mas se me olvidó contarle, antes de que usted se decidiera a usar su dedo índice como dardo de la indagación, que esta novela debe tratarla como si todo en ella, incluídas faltas de ortografía y desfases semánticos y sintácticos, absolutamente todo aquello que le da forma y angina de pecho encuadernado, si lo desea, es un puro invento, del latín Inventus, que como bien sabe usted, lo componen el prefijo “in” o “hacia adentro”, como las anchoas del cantábrico con ajillo y aceite de oliva extra , y “ventus”, que quiere decir “venir” o “mostrar”, aunque el significado original otorgado fuere ese de novedad reciente aparecida en la camocha del ente pensativo. Resumiendo, que no estamos quedando solos: una sorpresa con talante de juicio o reflexión que no disgusta, vamos. Ahora bien, como este invento a usted no la incumbe un pijo pues su concepción y pésima materialización sobre la cuartilla impresa solo pueden interesarme a mí, por ser el único beneficiario mental de su explotación, si es que alguna vez su efectividad -me refiero al tipo de eficacia psicoterapeuta, no a la comercial- queda demostrada, le aconsejo entonces que se aparte de él ahora mismo y que dedique sus horas libres -¿está usted afiliada a algún sindicato? Le recuerdo que el primer sindicato nacional fue el de la Associació Professional de Barcelona, fundado en 1868 ¡Ya han corrido porrazos!- a entretenerse con otros artilugios que hayan podido ser ideados para uso público en la intimidad. Ya, siento resultarle grosero, pero por descontado debería quedar que a mí no me complacería que usted adivinase la intención original de este cuentazo solo al acabárselo mientras le pregunta a las paredes del vacío existencial por qué ovarios ha perdido usted el tiempo con semejante bodrio narrativo. Aunque no es mi intención que usted me agradezca esta aclaración o aviso, sé que me comprenderá, créame. No queda, por otra parte -la del sudor y la caspa en la hombreras de la chaqueta de lana azul- la incógnita -ya que estamos en plan informativo, le explico que esta palabra viene de la etimología “incognitus”, o conocer con candado cabrón, dependiendo, claro está, de quien guarde o use la llave de éste- de tratar de averiguar -no hay nada mejor en la tele ni en Facecook- por qué he tardado tantas páginas en declarar este cuento invento de uso único y privado. Supongo que la explicación más lógica -no se olvide de aplicar, si le place, un método racional que se contradiga y le suene incoherente al analizar y presentar toda la información recabada- sería confesar -la Iglesia no se rinde nunca-, después de la derrota, que no es lo mismo perder el tiempo 8 horas y 32 minutos, que 14 horas y 23 minutos. No sea usted desagradecida, por lo menos le hemos ahorrado casi 6 horas de desperdicio a su apreciada subsistencia. Eso sí, lo único que espero es que, como un servidor, usted no sea una de esas lectoras cabales y exquisitas, mas incorregibles, que con leer una página al día del mismo libro ya se sienten agradecidos, culturalmente hablando. Eso sí que sería una verdadera pérdida de tiempo -del latín “tempus, temporis” que, usada por primera vez en castellano en 1155 en el Fuero de Avilés, surge... ¡Cállese ya, cojones!- condenable y con derecho a acusación popular, soy libre... Cuatro pintas y media de bitter Salopian Darwin´s Origin después, más dos chupitos de ThunderBitch, un intento fallido clamoroso de lío con persona del sexo rival, y, quizás, solo quizás, un gramo de quetamina esta vez bien preparada: Hola, buenas tardes. Déjeme que, antes de la insignificante puntualización que sigue, me presente. Soy Naranjito, nacido en Alquerías del Niño Perdido en 1981, según tengo entendido. Soy filósofo y escritor a tiempo compartido (las deudas y los del ayuntamiento también saben extender la palma de la mano), aunque dedico 42 horas semanales a dar clases de inglés en un colegio privado, privado de ilusión y metas en su docencia. Se me conoce un único libro publicado, un poemario a tres bandas, Hombre Korsakoff, del que nunca se ha vendido ni un solo ejemplar, no porque ya nadie lea poesía, lo cual es innegable, no me digan que no, sino más bien poque el editor se declaró en bancarrota el mismo día que iba a salir el libro y su contable (creo que su amante) le anunció que mejor se marchaban con el dinero invertido de vacaciones a Torremolinos. No creo en Dios, no me hace falta, tal vez porque necesite creer un
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pelín más en mí y en lo que leo e intento escribir. Inquiría ese jipi pijo con pelas del Bernard Shaw que si el cristianismo era tan de puta madre porque ni dios lo ponía en práctica. Lo mismo me ocurre a mí con la escritura, chicos y chicas. No tengo Internet, no necesito que nadie me localice digitalmente. No, prefiero los monólogos compartidos con altavoz en los bares y los cotilleos de peluquería. Algo de cierto tendrá lo que se cuenta sore mí en la cola de la pescadería. “¿Sabía usted, don Jorge Francisco Isidoro Luis, que Naranjito escribe en El Sol bajo seudónimo? Sí, es cierto. Se hace llamar Limonero López y tiene columna semanal.” Un dato más: cuando yo hacía la ruta de los vagabundos en Francia y pude observar que los gendarmes siempre recibían con pastores alemanes en las estaciones de trenes a los migrantes africanos que no tenían billete nunca osé decir nada porque yo también había aprendido a colarme. Desde entonces he permitido que la alopecia se afincara gradualmente en esa parte norteña del cuerpo que aseguran nos ayuda a pensar. Qué queréis que os diga, yo siempre le he notado más ejercicio de reflexión de índole intelectual a un cacahuete, de veras. Qué asco me da este mundo, soy libre) (Ironía del queso... Éso no lo he acabado de entender, pues lo escribí varios meses antes de sentarme a reproducirlo sobre la pantalla, lo cual, como sabéis, es como se redactaban antes las cosas. ¿Qué quise decir con lo de la ironía del queso? ¿Qué cuanto más se come ese delicioso manjar fermentado más le apetece a uno despedirse de esta orbe de mierda? Un momento, ¿no es éso una paradoja? ¿Cuál es, querido Anacleto, la diferencia entre una ironía y una paradoja? ¿De veras que te vas a poner ahora a buscarlo en la triple dole uve? Que no, muchacho, que no pierdas el tiempo así, que nos la metieron doblada (tamaño cetáceo, si es que no estamos refiriendo a la genitalia que se arranca con una violación, y no a la faca de Jose María el Tempranillo), que ambas quieren decir lo mismo, porque las dos te van a joder la marrana ofreciéndote lo contrario a lo que esperabas, como la banca y los compañías públicas privatizadas, así que... Sigamos. Desviemos la trama argumentativa con Arteche: La última vez que un colectivo de futbolistas profesionales osó rebelarse contra la persona a cargo de las finanzas del club al que pertenecían -digámoslo claro, el presidente- la única respuesta, afirmativa o no, que se les ofreció fue la que a continuación os cedo: “Admiro vuestro posicionamiento porque yo también vengo de una generación -creo que habían ganado la guerra escondiéndose en casa y robándole los muebles al vecino de al lado- en la que el honor y los principios daban nombre -¿Emilio? ¿Paquito? ¿François-Marie Arouet?- al hombre genuino”, lo cual, y sin que haga falta echar mano del sonetone, venía a decir que ellos no volverían a jugar en “su” equipo mientras él fuese el sumo directivo si es que no convocaban ellos antes una rueda de prensa para declarar que se habían equivocado, que se trataba de un malentendido y que todo ya había quedado solucionado puesto que aquella huelga no se la merecían ni el club, ni los leales aficionados, ni muchísimo menos “su” presidente. Ahora sí, procedamos con la ironía en cuestión, aunque un poco laxa, confieso: Aquel grupo de atletas que se habían negado a saltar al campo -aplaudamos el hecho de que siguieran entrenando puntualmente con sus colegas, faltaría más- porque, según ellos, se les debía cuatro nóminas y varias dietas fiscalmente indeclarables, no solo terminaron todos saliendo por la puerta de atrás del club, incluidos aquellos que por el número de años que habían servido a la causa deportiva principal se habían ganado, cuando se retiraran de los terrenos y de la collección de fútbol de Panini, un partido homenaje e insignia del club con oro y diamantes de procedencia innombrable, sino que además acabaron fichando por equipos de categorías ridículas y nombre gracioso -¿oyó usted alguna vez hablar del Racing Club Meadero de la Reina, por citar solo uno?-. A Arteche, por su decorosa parte, su agente le
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consiguió, prácticamente según salía el defensa central cabreado y fumando por la puerta del personal de limpieza del club, un contrato de dos años con derecho a otro tercero si los resultados y su comportamiento en la cancha acompañaban, en el Udinese de la Friul-Venecia Julia (¡qué coñazo! Con la geografía, se me antoja a mí que solo los franceses pueden ser aún más pesados) de la Serie B italiana. La ironía (¿por cuál vamos?): se podría estipular que aquel comportamiento noble y, por qué no decirlo, un tanto cabezota, si tenemos en cuenta que el pato salarial lo iban a pagar también esposas, hijos y las, y/o presuntas/os amantes que a más de algún jugador le habían adjudicado en la tertulia del Bar Abel, que aquella conducta insigne de los jugadores más veteranos (“¡Ya de la casa!”, exclamaban los aficionados casposos de la copa de brandy barroco, acompañada siempre, faltaría más, con un puro de hebra mal parida), su postrer castigo perpétuo y salida del club, cuando el hincha dormía la siesta eterna, a otros equipos de categoría inferior (¿oyó usted alguna vez hablar del San José del Malcocinado F. C. ?), conllevó automáticamente la entrada en el equipo titular dejado de toda una generación joven de jugadores que, como manda la lógica de la vida mercantil, no solo andaban mejor dotados de físico (¡la promoción de los complejos vitamínicos y las frutas exóticas!), sino que además poseían una técnica y una visión futbolística claramente modernizadas y perfectas para ese tipo de fútbol moderno que se jugaba en el continente desde que los bigotes amazónicos y las piernas velludas hacía ya, sinceramente, demasiado tiempo que habían pasado de moda; virtudes ésas de la técnica y la visión que cuando se exhibían en el césped solían facilitar directamente una escalada notable en la tabla de la clasificación y algo más que un empate pachucho a cero cuando se salía al extranjero a competir o hacer, que no deshacer, el ridículo -del verbo ridere, “reir”, y con un participio cachondo, o “risus”, de donde obviamente vienen “risa” y “sonrisa”, jajaja... ¡Qué pena dan estos íberos, Gerd!- con equipos que llevaban jugando bonito desde que Edson Arantes dos (sic) Nacismento Pelé empezó a tocar la guitarra. No sé si viene a cuento, lo sé, pero me va a quedar bien, ya lo veréis: “Un gesto de admirar, caballeros. ¡Siguiente! ¡Y me los (por aquella estaba de moda decir “les”) lleváis al paredón en cuanto se acueste el gallo, por favor!”... Tres cosas aprendió Arteche en Italia: A defenderse con el dialecto de la zona, a gesticular instintivamente como Carlo, Piero, Tiziano, Virgilio y la santa madre que los parió, es decir, juntando los cinco yemas de ambas manos mientras con éstas se hacen aspavientos ridículos hacia adelante y hacia atrás y sincronizados a una media de cinco aleteos por segundo y medio (las palomas, cuando están aburridas, se patean la calle imitando con el cuello dicho movimiento cuasi automático), y sin que faltase algún tipo de improperio o queja labial que solo los santos y las madres entenderían; y, por último, a agenciarse con una manada de contactos italianos eficientes (a su manera, claro) y leales (hasta cierto punto, por supuesto) de los que algún día podría él fiarse cuando les reclamara, tras previo pago por giro bancario, un maletín (dicen las malas lenguas que la cosa empezó a complicarse un pelín cuando algunos oficiales de las fuerzas de seguridad se dieron cuenta de que con aquel asunto la probabilidad, obetiva o no, de poder llegar a comprarse con vida un chalecito y un vehículo de ingeniería avanzada ya no les iba a resultar tan irrisoria) cargado con cierto disimulo pasajero de diez quilos de cocaína pura y que él se encargaría, toda vez retirado ya en el Barrio de Salamanca, de cortar y distribuir a su manera (¡algún puñetazo tendría que tener este cuento, digo yo!) por cinco de las capitales europeas del caramelo blanco y, a veces, también marrón si es que se ambiciona una súbita procrastinación. Eso sí, toda vez jubilado, él no soñaba con una vida de lujo asegurada por un lote millonario de procedencia ilícita. No, éso sería extremadamente perjudicial para la salud, principalmente
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porque intentar colarse a lo grande y matón en aquel mercado que controlaban desde poco antes de que Calvo Sotelo se colocara el chaquetón de General Brigadier de las Fuerzas del Despiste Transitorio, diputados, senadores, alcaldes, agentes de aduanas, jueces, inspectores jefe de la policía y de lo que se terciase, solía pagarse con una condena exagerada en el trullo tras previa expropiación de bienes, apellidos y de todo lo que sobrara de alma al individuo procesado/ajusticiado y codicioso. A mí, tu no me quitas mi suplemento, chaval. Ya me entienden. No, su único sueño, con permiso de la enviciada policía, era comprarse una casita de nada en Santillana del Mar para vivir en paz consigo mismo y con este mundo de mierda que tan nefasto se nos presenta a todos aquellos que alguna vez nos hemos creido el cuento aquél de que con mucho esfuerzo y dedicación se logra, a la edad relevante, lucir las canas y la barriguita sobrante con una chicha ecuánime y sempiterna hasta la tumba, por supuesto. “Yo solo aspiro a mojarme la peana algún día en el cantábrico, guapa”, le comentó entre lágrimas profesionalmente camufladas a Noelia la última que se vieron en un bar de una de esas cinco capitales europeas del infierno a las que se hacía referencia en la página anterior, según creo yo o me sugieren los kilos extra. “No te me enfades, Arteche. Es que últimamente se te ve muy apagado.” “Mortecinos lo somos todos los que alguna vez hemos cruzado temblando el puto Canal de la Mancha.” Y hablando de Londres, porque me apetece ahora soltarlo, cuenta la leyenda (¡buff, qué cansado estoy! Me levanto todos los días a las 7 -en verano, cuando el sol se hace el nervioso y el cartero le sigue la gracia llegando a casa una hora antes de lo normal, ya se me puede ver a mí descorchándome las legañas en el retrete. ¡Dos años y medio me ha robado en persona este cuento! Tráteseme con algodoncitos y copa gratis de mosto) que el rey Londun, al ver que sobre el Támesis flotaban con exquisita parsimonia peces y cisnes ignorando con desfachatez realmente codiciable cacas, compresas de algodón natural, puntas de lanzas quebradas, lonchas solidificadas de aceite multiuso y cualquier parte de la anatomía humana que les apetezca imaginarse, pensó que aquellas aguas iban a soportar todo lo que sobre ellas se levantase, tirara, cagara o meara, y que éso solo era señal de que allí mismito él, mejor dicho, sus esclavos y feudatario, podrían levantarle castillo y muro en menos que se ahogaba un pato intoxicado con el tufo de los orines humanos (no me ignoren, por favor, que tan pésima era la calidad del agua en aquel, todavía pueblucho, que hasta a los frailes más píos se les daba cerveza para calmar la sed). El ánade, antes de sucumbir, había demostrado historia y resistencia, dos cualidades intrinsicamente esenciales que debía atesorar el futuro monarca si deseaba conservar trono y las cachas. Tras este cuentecito histórico más o menos ratificable (para mantener un pelín de lógica ojetividad histórica, todas las naciones deberían redactar sus crónicas en la lengua del país vecino), le toca el turno ahora a Arteche: El trayecto pocholo Barrio de Salamanca – Londres (¿pillaron lo de Londun, verdad?) lo cubría nuestro estimado exfutolista en un Ford Cortina que cambiaba de color (¡mostaza no lo quería, por supuesto!)y matrícula por razones que hasta el más tonto de la clase entendería yque llamaba menos la atención que un güeso de aceituna en un banquete de un bautizo de internado para huérfanos de la Sección Femenina (mi tío Nicolás, parco como un búho en día de descanso, era patrón honorario o lo que fuere de uno sito en una de las calles más feas y sucias de la capital -personalmente, a mí todas siempre me han parecido un adefesio urbano que nadie ha querido nunca retocar-. Lo único que conservaba de aquel oscuro tema era una fotografía en blanco y negro en la que se le ve en primera fila regalando juguetes claramente ultrajados a un grupo de niños en Día de Reyes. Mi madre, nos enseñaba esa foto siempre que había que contar algo sobre nuestro tío). Pero, ojo, nunca cruzaba
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Arteche el charco insultando con un cargamento previamente camuflado su querido litoral Cantábrico. ¡Ni hablar! No, era mucho más sencillo y menos arriesgado subirse por los Pirineos y arrivar a Calais para plantarse en el puerto de Dover tras previo cruce marino de ese pedorro visual salino del Canal de la Mancha (¿quién cojones sería el cazurro que confundió Manche con “Mancha”?) en una de las vacas lecheras flotantes de la Compañía Naviera Peninsular y Oriental a Vapor... y a lo que acerara antes a sus magnates al oro australiano. El importe de la gasolina desde tierras galas a la capital de la golfa Albion lo abonaban, a veces a regañadientes, no lo duden, aquellos camellos ingleses y escoceses que a casa se llevaban más de cien gramos. “Hombre, Eógan -en escocés el 90% de los nombres viene o de “guerrero”, o de “ justo y valiente”-, no me pongas esa cara, fuck, que llevo más de once horas al volante y el culo se me ha quedado de madera. ¡Y la próxima vez no me vengas en chandal, wanker, que das más el cante que un bocadillo de calamares en un concierto de la sinfónica! ¿Qué te costará a ti vestirte como los camellos ingleses? ¿No tenéis tiendas de ropa decente allá arriba, o qué? Y te me pasas también por la peluquería, shit... Y no me vengas con anillitos y cadenitas de oro, twat... ¡Y te he pedido un millón de fucking veces que me vengas solo, cunt...! ¡Y cuando entres en el bar, arsehole, te tomas una en la barra antes de sentarte en mi mesa!... Y... Y... Y a mí tu no me jodes la jubilación en el Cantábrico porque antes te hundo la nariz a puñetazos, hijodelagrandísimaputamadreescocesaqueteparióadestiempoysubnormalizado”, soy libre) (Lo que no te cuenta el psiquiatra cuando te receta citalopram es que, a pesar de notar una clara mejoría, más o menos a las dos semanas, sí que habrá días sueltos, una vez experimentada la mejora, en que volverás a sentirte como una mierda, lo cual, te obligará a pensar que alguien o algo sigue engañándote y que de tu liza con las emociones y los recuerdos solo la suerte logrará sacarte. Ella, que de mi cuento parece haberse apropiado intelectual y narrativamente, se siente esta semana así. Ella, que desde el lunes únicamente ha salido de su habitación para examinarse en el espejo del baño sus sobresalientes costillas, nos cuenta hoy en mis notas la siguiente barbaridad: “¡Qué se sepa! --------> He escrito tanto que ya no puedo vivir sin papel, no sé. Quitadme todo, pero dejadme unas cuartillas y un lápiz. Le sacaré la punta con lo que me quede de uñas (la caspa y la piel de mis brazos se llevaron la mayor parte) o a mordiscos. Que me publiquen o no me trae sin cuidado; que alguien lea O NO (¿por qué lo habré escrito en mayúscula?) en un rincon remoto del planetón (¿habrá librerías en el infierno?) una línea mía no me podría importar menos; sobrevivir sin calefacción, a base de sardinas enlatadas (¿de veras que habéis sufrido vosotras más que yo?) y sintiendo a cada instante el golpe amenazante de la evicción no puede ni compararse con la angustia de saber que ya no volveré a ver ningún papel en blanco que desee solicitar para su superficie virgen mis frases y versos. Nunca seré feliz, eso ya lo demostré el día que nací; mas esta pesadumbre ritual mía únicamente puede hacerse llevadera si sé que duermo, descanso o simplemente me muero con un cuaderno y cualquier medio, sea precario o no, de escribir (sí, ya he probado a mezclar grafito y arcilla) a mano. Dios, Darwin y Satanás: esta puta vida de mierda vuestra me la entregáis con Staedtler y papel. El cuadriculado me toca el coño; estar loca, también. Chapman se cargó a Lennon, Hinckley Jr. la cagó con Reagan. Los dos tenían una copia de El guardián en el inmundo y níveo centeno de Holden Caulfied, un machito amargado y recluido que nunca había soportado que el amor de su vida (la hija de Eugene O´Neill) eligiera a ese cerdo de Chaplin. Entre Melville y Holden únicamente existe un desierto en cuyo oasis beben agua contaminada con la lengua colgándoles el dromedario Hemingway y el chacal Steinbeck. Quizás sobre un poco de líquido apestoso para
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Faulkner, aunque éso pueda parecernos un detalle demasiado generoso que, sin duda, a Holden nunca le apetecería tener con esta rata nauseabunda de Nueva Albania. Escribir: un vicio para locos que no creen en la cura. Ésta , y no los locos, siempre ha bordado el ridículo. Solo un necio se atrevería a soportarla. Háganme caso: nadie osaría ignorar a Madhama Gandhi Caufield.” Me gustaría enseñaros un dibujo que va a hacer ella de Salinger para que acompañe el texto que acabáis de leer. La editora me ha me ha preguntado si estoy loco o qué. Le he enviado un fax de vuelta explicándole que no todo en esta vida de letras y puntos seguidos pueden ser párrafos. El cuento ideal sería aquel en el que se omite cualquier palabra porque los dibujos ya le ofrecen a la lectora la trama con la que ella desearía enfrentarse si viviese en un mundo libre, diáfano y dilatado en todas las formas de juicio personal. Por paloma mensajera me contesta la secretaria de la editora: CUENTE LA VERDAD DE UNA VEZ: A USTED LA SINTÁXIS NUNCA LE HA INTERESADO UN PIJO PORQUE SIEMPRE HA PREFERIDO LOS TEBEOS QUE CIRCULAN PARA NIÑOS QUE TODAVÍA NO HAN APRENDIDO A LEER. Desde la azotea de casa, he replicado con señales de humo con forma de o gruesa de humo de cigarrillo que le quitara inmediatamente la tilde a sintaxis y que le dijese a su jefa que mientras no me diesen otro anticipo yo iba a seguir permitiéndole a otros chicos y chicas “como” yo que me rellenaran el cuento. Cuando ella sacaba el espejo para enviarme un mensaje indescifrable aprovechando que el sol se había echo el gallito esa sobremesa, he notado que ella también sonreía como nosotros, es decir, como los escritores que no saben que lo son porque la hoja les ha distorsionado cualquier percepción objetiva que de la realidad se les antojase tener. Tanto la sonrisa como la enajenación son las principales responsables de que las editoriales sigan a flote. Sobre Salinger dice Ella en mi cuento: “Holden les tenía fulminantemente prohibido a todos los editores que le retocaran una sílaba. Cuando Hotchner, uno de los curritos del New Ham Yorker notó que uno de los editores bebé le había cambiado el título a una de las historias del autor de Manhattan, se lo comunicó temblando, y éste le mandó, acto seguido y los que aún le quedasen, al punto cardinal más cercano al que toma por culo. Nunca más se volvió a tener noticias de él en aquella publicación mensual. Se aficionó con excesiva profesionalidad granjera al Zen y solo sacaría la máquina para escribirle cartas a estudiantes adolescentes que seguían todavía imaginádoselo tan apuesto y joven como en las escasas fotografías que quedaban suyas. ¿Sería por ese motivo que él nunca permitió que su retrato apareciera en las portadas o contraportadas de sus libros? Si alguien me cediera el micrófono en esta puta vida de mierda yo contestaría que no, que se equivocaban, que, como a todos los locos que lo son porque siguen leyendo y escribiendo, a Holden le asustaba la idea de que le detectaran su locura al observar el lector fisgón detenidamente en aquel retrato en blanco y negro del autor la enajenada desesperación que sus pupilas transmitían. Cuentan que en la Segunda Guerra Universal Holden participó en los cruentos combates en tierras luxemburguesas y en la liberación de los campos de concentración. Siguen contando estos pesados que se dedican a las irrealizables biografías que el haber sido testigo directo de tanta violencia y muerte inexplicables le afectó tanto que nunca logró recuperarse de la crisis mental que se trajo de vuelta a casa. Cuentan muchas gilipolleces todos, pero a ninguno se le ha ocurrido mencionar todavía que lo que verdaderamente mató a Holden fue la lectura de los mensajes de auxilio y desesperación que los internos de los campos de exterminio habían escrito sobre paredes y vigas. En su cabaña en Cornish -si os interesa, aquí tenéis las coordenadas: 43.512284°N 72.364945°W - guardaba una nota en su pupitre con la transcripción de un atroz alarido que Levinas había inscrito sobre la única pared de escayola que
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desea incordiarlos, se ha metido de lleno y a paso chacho en la habitación compartida de Ella. Sinceramente, no ha tardado el ilustre arqueólogo sirio en sentarse en la butaca que mi culo sebáceo le había dejado perfectamente alicada, para aprovechar acto seguido los 2,5ml que aún le sobraban a su académica estilográfica y rellenar unas líneas en el tomo III del cuento que, como un necio primate de ego, id y superego genuinamente chocantes o torpes, yo me había dejado a medio palmo del morfinómano cuerpo de la hermosa, aunque ahora convaleciente, autora de la parrafada dedicada a Madhama Gandhi Caulfield. Escribe el buen semítico levantino: “¡Qué se sepa!” -pregunto yo desde el camarote del marino más donjuán de toda la crónica naval universal: ¿que se sepa el qué? ¿Y por quién y a qué hora? ¿Entre bocadillo y bocadillo? ¿O narración y narración? ¿O quizás fábula y fábula? ¿La de la mona Chita al ver rodar un canto del copón en dirección hacia la testa de su despistado amo? ¿Entre juicio de Nuremberg y juicio de Nuremberg? ¿O ahora mismito, justo antes de soltar amarras y salir para el cabo Trafalgar? Pregunto, nada más. Si alguien lo sabe, que lo añada al epílogo, por favor-: “Existe en éste, mi cuento -¿? ¿? ¿?- dos colas del paro. A saber: la oficial o institucional -tómenselo como les plazca, con diario matinal, cervecita tempranera y aceitunas con güeso, si lo desean-, que incita a la mente idiota y casposa desde la distancia a insultar al decepcionado integrante de la misma -oigamos al señor Fulanito de Tal a tres baldosas de la cola (siempre a mano derecha): “¿Pero por qué no querrá este señor trabajar? ¡Si no cuesta tanto!”; o a Menganita de Tal y Tal: “No me lo puedo creer, ¡con la de trabajo que hay por ahí! -¿por dónde? ¿En casa de su suegra? ¿En Tusquets Editores? ¿En Dachau?-; y la cola del paro imperceptible (¡a ver cómo les explico esto!) de las insituciones oriundas desechadas. Dicha fila claramente no ha podido garantizar nunca ningún sibsidio de mierda (“pero yo puedo prometerle a usted que se va a tomar tres años de corte sabático para acabar esa novela mismita a la que tu almohada le ha ahugurado un éxito sin precedente”), ni que no haya bronca después en casa cuando su papá, su novio o su marido le pregunte si se ha fijado en lo bonito que se ha puesto el sol esta mañana para usted cuando ha salido de la oficina (de desempleo) con la certeza de que un nuevo puesto de trabajo sí que sí le iban a ofrecer porque usted es inteligente, linda y carece de complejos emocionales, a pesar de su lóngeva edad y de sus sueños abortados. Porque me apetece ahora contarlo, y la patética opnión de un cardiólogo patoso en una entrevista en el único canal teledeprimente digno de ser mencionado (¡no lo haré!) me acaba de invitar a apartar la vista de la cuartilla vacía, les digo ahora que a aquellos que con ingente desfachatez emocional argumentan que una vida eterna sería poco más que un aburrimiento pepetuo (¿qué narices sabrá usted, cirujano de mierda? ¿Acaso lo ha probado antes?), lo único que me se me ocurre exigirles es que se vayan a tomar por donde la poesía recitada pierde instantáneamente cualquier encanto (¿cuándo fue la última vez que aplaudieron al escucharle al rapsoda soltar dos rimas a pedos o sobre la caca?). No, lo que verdaderamente sería un coñazo de magnitud inmesurable es ver que en tu propia despedida funeraria destaca la cara de frustración y tedio de aquellos relativos, amigos (¡funcionarios o no!) y desconocidos por quienes, en vida, no sentiste nunca ni una pizca de simpantía. Si desde la otra vida, que la hay, ¡y mucha y contundente! (¿les he contado ya en este relato que desde ella se ven todos los episodios de la telenovela terrestre en blanco y negro y a 365 líneas?), se nos permitiese el uso de la colleja interdimensional, solo entonces podría este arqueólogo que a ustedes se dirije contemplar la idea de cambiar de opinión con respecto a una hipotética y eterna existencia terrenal. Pero, ¡por Dios y Allah!, ¿quién es el cazurro que podría aburrirse alguna vez si le ofrecieran la oportunidad de vivir eternamente en Karnak o en las proximidades de Machu Pichu
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o junto al Templo de Meenakshi? Personalmente, a mí lo único que me aburre es conversar con ese tipo de persona que parece haber nacido y sido educada solo para no cuestionar nunca la validez de nuestras ideas, sean de origen científico o no. Yo, como mínimo, exijo 25 milenios de vida. Me lo merezco, soy libre) (Amanecer del 12 de marzo de 1938. El ejército alemán entra en Austria Nazi Land. “Hasta los caracoles han salido a recibirles con esvásticas”, anota Einstein en Diario de Asuntos Terriblemente Ordinarios, Tomo II. Antes de ocuparse del siguiente tema, escribe en rojo: “¡La Alemania Nacional Socialista saluda a la austria (todos los nombres de los países son propios, y como tal, su primera letra ha de escribirse siempre con mayúscula. Todos, menos el de austria) ídem y a su nuevo gobierno nacional socialista! Heil Adolf!!” Y antes, también, de ocuparse del siguiente tema, escribe Alberto en azul: “Se sabe que hay dos tipos diferentes de tics nerviosos: los que se producen de forma involuntaria, y esos otros que se deben a deficiencias o deterioros en el sistema nervioso. Como se presupone, los tics suelen ser una exteriorización de la ansiedad, del estrés o de una fobia. La mía es la aversión a todos los molúsculos gasterópodos que salen a la calle con su espiral y concha vivienda a cuestas.” Si la memoria no me falla (suele suceder, como habrán podido comprobar ya), el Premio Nobel alemán termina la entrada de aquel 12 de marzo asegurando que Dios también tiene un tic y que, al parecer, se le activa en cuanto apaga la luz de la mesilla. “Yo, que he tenido o sufrido la desgracia de haberLo tratado en varias ocasiones (en la última intentó frenar con los rizos de la barba el avance de la ola colosal de un sunami que había causado una detonación nuclear en el archipiélago ártico de Novaya Zemlya), puedo confirmarlo. De todas formas, la neurología celestial siempre me ha dado sueño. Así que me bajo al bar Goyito de las Ramblas (¿pero tú no vivías en Berna) a tomarme unas cañas con Ortega y con Pestaña (le he suplicado que le quiten lo de “Nacional” a las siglas de la CNT), mientras espero a que algún merluzo castizo intente explicarme con objetividad dudosa y medio borracho en qué consisten eso de la “nobleza” del indomable toro y eso del coraje del personajillo con mallas ajustadas que lo torea con el pecho siempre apuntado hacia los tics de Dios”, soy libre) (“ESCENA”, dicen algunos, gente con la que he logrado familiarizarme, pero que todavía me resultan desconocidos. ¿Cómo es posible eso, si acabas de contar que ya te has familiarizado con ellos? Por la misma razón por la que uno le habla a la frutera de abajo pero todavía no sabe ni un pimiento sobre ella o su vida. Con los saludos, el “me lo apuntas a la cuenta de mamá” del siglo XX, o hablar del tiempo o de lo fea que está quedando el barrio gracias al nuevo gobierno municipal no es suficiente. Hay que entrar un poquito más a fondo, ya me entendéis. “Qué mala cara llevas hoy, Agustina. ¿Todo bien con Pepe?”, por ejemplo. O, si queréis algo un poco más fuerte, un “Pepa, tienes que decirle a tu hijo Agustín que deje de ofrecerles jaco a los chicos del barrio. ¡Están cayendo como moscas!”, tal vez os funcione mejor. Pues a lo que íbamos, “ESCENA”, escriben con mayúsculas ellos en mi cuento. Leámosla: Una cueva cualquiera del infierno. ¿Quién les habrá instalado a ellos un ventilador en el techo de su pocilga? ¡Si será posible! Tampoco es que haga un calor sofocante aquí arriba. Se trata de la gruta número 9.983, de la sala X de la planta 4.334.257, esa cueva que comparten -al parecer, solo al parecer, porque yo nunca he subido a esa planta y he de fiarme de lo que me soplan en la barbería de la mía. Además, si ya no podemos ni creernos lo que nos cuentan en el infierno, apaga y vámonos. ¿Vámonos a dónde, a Machu Pichu?- Walt Disney y Coco Chanel, y en la que los fines de semana se suele contar con la presencia siempre provisional de Hugo Boss, Henry Ford, Eduardo VIII, Pío XII, Ingvar Kamprad, Philip Larkin (¡ya va siendo hora y milenio de que aprendáis a deletrearlo con una sola
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ele) y el Padre Rogelio. Todas estas almas condenadas tienen algo en común: adoran el turrón de almendras de cantera de Alicante que les ofrece en bandeja de plata falsa, nada más entrar, el güeno de Walt. Lo curioso es que a ninguno les falte todavía muela o diente alguno. Yo he llegado a usar un tipo idéntico de almendra de cantera baja para reforzar el único muro de mi cueva que da al exterior cuando, en invierno, la humedad acumulada le pasa factura (¿al contable de la planta?) a las paredes del averno. Cuando parecía que viviamos una vida de verdad, en eso también nos llevaban ventaja los subsodichos personajes: ¡un buen dentista! El nuestro, a quien desde que lo encontró mi papá en los folios suplentes de las Páginas Amarillas, no lo cambiamos nunca (tampoco cambiaría mi padre, os lo juro. Había que asesinarlo, eso estaba claro), además de sacamuelas aficionado, era cómico a tiempo relajado en los dos o tres clubs de comedia que nos había permitido mantener abiertos el alcalde rojazo de mierda. Menuda paranoia política que sufría este mamón. ¡Hasta le prohibió a los fruteros y a los charcuteros hablar de política en sus respectivos establecimientos! “De mí, o se habla bien, o les monto un puticlub en el portal de al lado!”, escribió en una de sus primeras entradas de su diario de alcaldía selecta y “comiciada”, como creo que dijo en más de una ocasión. Eso sí, tenía algo en común con nuestro dentista y con YHWH: los tres nos duraron toda la puta vida, soy libre) (Uno de los personajes infiltrados en este cuento sale de casa. Porque hasta la fecha o página solo le hemos dedicado un par de entradas, pongamos que se trata de Diego Velázquez, que ya le han dado su licencia de pintor y que, aunque no esté relacionado con el tema que nos va a incumbir a partir de la parrafada siguiente, le acaban de convocar a la corte real, y él no se lo piensa dos veces y se traslada a Madrid, como se decía en el cole, a toda pastilla; concretamente al Alcázar, donde se ejercita ahora como funcionario de la corte, como administrativo y celestino del rey. Entonces, como hace bien temprano todas las mañanas, abandona su choza y mientras cuando cruza uno de los tres puentes que le habían levantado al pírrico Manzanares, se le enciende la bombilla que lleva medio escondida entre las plumas laterales de su sombrero. No se asusten, ni Edison ni el inglés Swan fueron los primeros; no, la bombilla eléctrica ya existía en el Barroco; lo que no existía era la publicidad en los periódicos ni en la tele o la radio, de ahí que el invento no recibiera la justa atención que se merecía. Pero sigamos. Justo cuando su peana hace contacto con las vigas de madera del castizo puente, se le enciende su bombilla, decimos. ¿Y qué ocurre entonces? Que cruza el río más desmotivado de la penísula y se planta delante de la biblioteca municipal donde se esconde de sus deudas y cubre las horas menos acertadas el Ciudadano Reconvertido. Entra el artista hispalense en la biblioteca, mas no sin antes haber esperado impacientemente a que se le apagara el filamento de la bombilla tras haberse sacudido el polvo de su capa de cortado y cosido pijos. Se acerca a la estantería de caoba de “Poesía Local” y elige un poemario de los tres que, hasta la fecha, la Orden della Devotio Moderna del Concilio de Letrán le ha publicado a Evelyn, el Waugh. Arranca Diego todas las páginas del libro escogido y se sienta en el suelo a esperar a que se le acerque a amonestarlo verbalmente alguien o algo, una polilla erudita, tal vez. Ya tenemos a un agente amonestador: el Ciudadano Reconvertido, que a paso lento más convencido se planta delante del abusador de libros y le pregunta: “¿Se puede saber a qué vino eso? ¿Acaso no sabe que escasean los libros de lírica bien o malamente rimada en esta ciudad? Hostia, ¿por qué no elige para sus caprichitos nazis la sección de jurisprudencia, por ejemplo?” Diego extrae del bolsillo de la capa una pistola de llave de rueda y, sin pensárselo lo que justamente ordena la conciencia, le vuela una rodilla al Ciudadano Reconvertido. Cuando te disparan en el fémur, no caes al suelo de rodillas, a no ser, tengamos en cuenta nuestros gustos
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personales más extraños, que te entusiasme el masoquismo.No, la postura lógica es la del herido que se sienta en una silla, por ejemplo, y que pega cinco gritos huracanados antes de desmayarse y abandonarse a suerte, la cual, evidentemente, ni es la suya, ni es la de nadie que no tenga alas y no viva en la casa de San Pedro. Por si ustedes no lo han notado nunca, les cuento ahora que las bibliotecas suelen estar siempre vacías. ¡Ni los mendigos las encuentran atractivas! Ni hablar, prefieren el metro, vagabundear por sus túneles mientras le cantan a la soledad en compañía de las ratas, sus únicos amigos... caníbales, por vendéroslo de alguna manera. Cuando por fin llegan los carabineros a la casi desierta catedral del conocimiento (¡no me miren con esa cara! Ya lo estaban antes de que se nos antojara autoeditar nuestros propios manuscritos), el sevillano les recrimina que no hubiesen llamado primero a los de la ambulancia. “Ustedes”, le comenta al sargento López-Montijano, “ya no se creen nada.” “Dése la vuelta y junte las manos sobre la espalda”, le ordena el suboficial a mando. Al sentir la presión de la zarpa velluda del sargento sobre su muñeca, la bombilla se le pone a Velázquez en modo intermitente. Nos falta comprender por qué. Mas también echamos de menos una explicación del motivo por el que salió esta mañana de sus cuartos con la bombilla encendida y a qué venía eso de andar desmigando libros y soltando tiros así por así a ciertos personajes de este cuento con ninguna atracción aparente por el masoquismo. Como soy un vago -ya lo decía mi tío Nicolás: “Ay que ver cómo es este niño. Es tan gandul que hasta las musarañas se le rebelan”- me conformaré con solo contaros que yo debería releer y analizar (en este puto exacto comenzaría mi archiconocida vaguedad intelectual) lo que acabo de escribir para poder encontrarle una explicación lógica y creíble a ese alumbramiento espontáneo del filamento de la bombilla de su chola cuando salía de casa esta mañana don Diego Rodriguez de Silva y Velázquez. Qué se le va a hacer, me conformo con añadir únicamente que algunas bombillas se encienden a veces por inercia; sobre todo las relacionadas eléctricamente con el morbo o la curiosidad sexual. Se me antoja comentar ahora también que este tipo de bombilla suele romperse con facilidad, como lo hacían igualmente las lámparas de escayola del pasillo de casa cuando jugábamos de enanos a ser una versión reducida de Esnaola, Stielike, Rojo y Arteche. “Mamá, ¿hay pegamento?” “¿Para qué, hijo mío?” Para que papá no me dé de tortas cuando mire para arriba. Como hay que ir acabando porque no me apetece darle la razón a Anacleto cuando me acuse luego de que siempre llego tarde, remataremos esta entrada dando un breve homenaje entre signos bien merecidos de exclamación a las bombillas -si hubiese aprendido a tocar bien la guitarra después de treinta años de fracaso instructivo, yo les compondría una blues suave de a cuatro tiempos por compás- de algunos poetas en paro y de la absoluta mayoría de los ángeles con síndrome de Down: “van siempre encendidas!”, soy libre) (Tal día como hoy, y como siempre, también, que no se ha dormido en una caverna porque el Smilodon se nos haya quedado anticuado, escribe Larkin en el tomo segundo de sus memorias, a publicar, si las cuentas no le han salido mal -la aritmética de buena parte de la población depende, en gran medida, de la afición que al alcohol y a otras sustancias paliativas de los efectos letales de esta puta existencia se tenga-, y yo en vez de mirar al techo sudado del pub le prestaba atención por una vez en la vida, en el otoño: “La joven alienada ha abandonado finalmente la casa. ¿Llamo a Mónica? ¿Le planteo un viaje a Great Yarmouth? ¿O mejor me cuelo en casa de Kingsley y me lo camelo con cara de niño malo y arrepentido? Solo su hijito parece prestarme atención hoy en día. El muy inocente piensa que así aprenderá él a escribir mejor. Bobo, sus padres nunca le mencionarion la palabra “talento”...
216 ¿Diferencia principal entre “ojear” y “hojear”? ¿El sentido nato de supervivencia (¿Anacleto?) y el sentido ilógico del ridículo (¿T. Roosevelt?)?... He descargado una copia ilegal de Encarta en la plataforma del Emule. Aunque el gobierno laborista y, principalmente sus donantes, quieran hacerme pensar lo contrario, todavía no me siento un criminal. Mañana me bajaré una copia de Adonais Photoshop. Me gustaría retocarles la cara y las tetas a Geli Raubal y a Ms. Mackereth . Después le propondré a ese gordinflón borracho que me han colocado de editor en el Daily Telegraph un ensayo sobre el impacto que genera la piratería digital. Tal vez le obsequie yo con una columna sobre Ben Webster. Nadie me lee, es razonable que no yo le cobre... ¿Llamo a Maeve? La única diferencia entre sus migrañas y las mías es la carestía intelectual”, soy libre) (El cura Rogelio. Panzudo y casposo. A su paso, deja un olor arraigado a Baron Dandy Parera 1923. Aficionado a la caza -¡a su botín!- llamaba los lunes al tío Nicolás para averiguar si ese fin de semana iba a ver montería o no. “¡Hombre, don Nicolás! ¿Cómo se presenta la semana? ¿Pero hay caza o no? Ya sabe usted que el Misericordioso no se lo perdonaría”, o alguna estupidez similar. Cumplida la quincena de años, gracias al aburrimiento que subvencionaban la asignatura de latín y los primeros acercamientos a la trigonometría, yo ya me había hecho experto en rotativas mentales. No tardé en encontrarle una a la ocasión: “CLÉRICO DE BARRIO MUERE ACCIDENTALMENTE ACRIBILLADO A PERDIGONAZOS TRAS SER CONFUNDIDO CON UN JABALÍ.” “¡Hombre, Popolo! Me ha contado un pajarito del barrio -una urraca, más concretamente- que este viernes vais para el Pardo.” Cuando yo trabajaba en el departamento de logística del Cuartel General de la Armada, todos los viernes subíamos en moto al Pardo a comer. Mi sueño no fue nunca en aquella época dejar de ser copiloto estatua de la BMW que manejaba mi colega Fernando; no, yo soñaba con sacarme la licencia de armas para presentarme por aquellos lares reales los fines de semana y esperar escondido detrás de cualquier alcornoque mudo y aliado a que se cruzara por el camino visual que compartían celosamente el punto de mira de mi Benelli Belmonte, con cañón para perdigones de 76 centímetros, y el de mis miopes pupilas, algún cerdo salvaje con sotana que hubiese recibido ya las Sagradas Órdenes. Gracias a la todavía existente en mi vida Providencia y al sentimiento de culpabilidad resultante de consumir regularmente ingentes cantidades de cocaína porque estaba de moda (con cierto retraso histórico lógico, es cierto), yo no duré ni dos años en aquel puesto de trabajo y el patán de don Rogelio superó, aun sin ser consciente de ello, su ejercicio cinegético de supervivencia. Después de cruzar por última vez la puerta de atrás de la oficina, me gasté mi finiquito en una semana y me planté en Francia con poco más que una muda, una tienda de campaña sin palos metálicos, las Meditaciones de Kafka, papel y cinco Staedtler HB perfectamente afilados. Quería ser vagabundo (“Ça va la route?” Je ne connais pas la route, cabrón), para aprender a escribir sudado, sucio, empiojado y apuntando siempre y, desde entonces, seamos claros, con esa mira microscópica irracional que era y sigue siendo, a mi pesar, la del odio almacenado con los años (los suspensos y las broncas infantiles no se olvidan tan fácilmente.) En Lille, por entonces ciudad sucia, gris y con colitis arquitectónica, conocí a un loco franco-belga que estaba enganchado a la codeína y que, meses más tarde, en Avigñón, quiso degollarme con un cuchilo de cortar patatas. Si me sobran palabras en otro capítulo y me han devuelto ya mis personajes el control narrativo de este cuento, tal vez os hable sobre todo (bueno, parte: hubo momentos completamente inconfesables) lo ocurrido con aquel hombre que hacía llamarse Frank Shatteman en mi periplo galo y en más de una pesadilla mía, también, soy libre) (Las ratas, las putas ratas, acrobáticas y científicas, las putas ratas, ágiles y daltónicas, las putas ratas, en vida y en
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pesadillas, las putas ratas, con ese desprecio inimitable que le demustran a lo lindo y lo sano... ¡las putas ratas! He muerto dos veces en una par de pesadillas. En la primera, una banda de vikingos invadía la ciudad y nos perseguían, hacha en mano, a todos los niños por el barrio. De un mazazo me mató uno barbudo y fofo cuando entraba yo corriendo al portal de casa. Me desperté de un salto cagándome en los dibujos de Vikie el Vikingo. En la segunda, ya de adolescente y obsesionado como andaba yo con las películas sobre la guerra de Vietnam, no me resultó extraño para nada que la lotería onírica me regalara unas cuantas pesadillas anualmente desarrollados a modo de guión en las junglas húmedas vietnamitas. Como también soy un cobarde pelele en mis sueños, al ver avanzar sigilosamente por la jungla a las tropas del Viet Cong que lideraba el temible comandante Trần Văn Trà, salí pitando para refugiarme en mi casita (no le pidan lógica argumental a mis sueños, por favor.) Cuando los oí entrar en nuestro domicilio, me metí en el retrete cagando leches. Justo cuando me disponía a saltar por el ventanuco, un cabronazo vietnamita me pegó un tiro en la cabeza y me dejó frito. Nuevamente, me desperté de un salto, aunque en aquella oportunidad me dije que tal vez debería troquear mis cintas de Vhs por una buena colección de lectura clásica y apacible. ¿No te han hablado nunca de Austen y de Tellado, chaval, o qué? Ayer por la noche, como anticipo a la visita que debía efectuar esta mañana al banco, soñé que una familia numerosa (¿falsificarían el carné de familia como hacía el viejo?) de roedores cabrones se había apropiado de mi casa, y que yo me escondía en el salón debajo de la mesa del puto ordenador armado con cuchillos de cocina y otras armas claramente inservibles que no voy a mencionar para evitar que algún lector logre descubrir lo ridículo que puedo resultar, esté soñando o no. Cuando creía que ellas, porque existía Dios y no era del todo cierto que Él nos había dejado a nuestra suerte entre ratas, dinosaurios carnívoros e inpectores de hacienda, se habían cansado claramente de mi casa porque de ella poca miga se podía extraer, deslicé ligeramente el mantel que le cubría la panza y las patas a esa mesa, debajo de la cual, andaba yo cagándome de miedo, y saqué medio ojo fuera para inspeccionar el horizonte de aquella puta pesadilla. Como era de esperar, y porque me había equivocado claramente en mi generosa valoración sobre el espíritu solidario divino, no tardó ni medio segundo mi pupila miope en toparse con la de la rata líder (hacía llamarse Stormin' Schwarzkopf) y las de las otras miembros de aquella repugnante panda, de aquel colectivo invasor sin escrúpulos que a nada que yo soñara un poquito más elegiría mi yugular como punto de partida letal ejecutorio. No me equivocaba, sobre mi cuello recayó toda la gracia mortífera de los molares e incisivos (¡aparentemente en crecimiento continuo!) rateril. Me desperté de un salto cagándome en el responsable único de mi ateísmo racional, apuntando poco después, todavía apestando a sudor, en mi diario o cuaderno de batalla de quimeras de cama, que lo que más nos aterra de las ratas es esa facilidad innata que las muy hijoputas exhiben a la hora de causarnos una muerte siempre lenta y agonizante. Este hecho pude constatarlo dos horas más tarde en mi reunión anual en una sucursal bancaria con un enpleado de la sección de cuentas corrientes, ahorros y hurtos de parné ajeno legalmente consentidos. “Dígame, señor Panero, ¿en qué puedo ayudarle hoy? ¿Le apetecería que repasásemos sus cuentas y ahorros?” “No, he venido a sacar todo mi dinero y los ahorros correspondientes.” “Bueno, bueno, permítame primero enseñarle un nuevo tipo de cuenta con giro indefinido que acabamos de...” La rata es omnívora y se alimenta de granos, frutas, carne y desperdicios anatómicos y anímicos de humanos visiblemente acomplejados y candorosos. Si tuviésemos cojones, las podríamos a todas en su justo sitio: el infierno, soy libre) (ESCENA III: Infierno. Cueva 323 de la planta 2278, ala sur. Sube el
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telón, mas lo hace torpemente. Noelia y Gutenberg aparecen tumbados en sus respectivas camas de cuartel. Al hablar, ni gesticulan con las manos ni mueven un músculo, permaneciendo siempre tumbados en un estado de catarsis muscular. Según el National Geographic, las momificaciones más antiguas se hicieron en la Europa mesolítica. Se equivocan, claramente. Colchas, sábanas y almohada son de un rosa fosforescente insultante. Las tres paredes de la cueva y el techo están cubiertos de papel de aluminio. Funciona el ventilador, funciona Dios desde algún escondite perfecto.
NOELIA (prácticamente a susurros. Continúa lo que parece una conversación milenaria). No te equivocas: el viejo murió cuando yo tenía 6 años. Apenas recuerdo nada de él. Algún viaje en un 600 a un pantano o a un castillo, y poco más.
GUTENBERG: ¿Y de qué murió, lo sabes?
NOELIA: No te (en el infierno todos, menos los niños y las mascotas, se tutean entre ellos) lo vas a creer, pero no lo he averiguado aún. La vieja nunca nos ha contado (el espectador debe entender que las familias van al completo al averno, de ahí que Noelia se esté expresando en pretérito perfecto) todavía nada de su enfermedad, aunque sí que sé por mis hermanos que el último año fue durísimo. A mí nunca me dejaban entrar en su dormitorio, ni me permitían el paso a aquella planta de la mansión donde decían que mi padre “residía”.
GUTENBERG: ¿Y sabes si se hacía caca encima?
NOELIA: (recuerden que sigue sin mover una pizca de músculo) ¿Peeerdona?
GUTENBERG: ¿Que si cuando convalecía se cagaba encima?
NOELIA: Oye, majo, cállate la boca que te denuncio por guarro.
GUTENBERG: Caray, no te pongas así. Ya sabes que esos temas siempre me han nteresado.
NOELIA: ¡Si nos acabamos de conocer, cabrón! ¡Yo qué coño voy a saber sobre ti!
GUTENBERG: Pero es que aquí arriba todo va muy deprisa y sobra con un par de siestas para conocerse.
NOELIA: Pues a mí me parece que no sobra nunca una mierda, y mucho menos cuando te apetece a ti preguntarme si mi viejo se cagaba o no encima mientras agonizaba.
GUTENBERG: Perdona, mujer, no te enfa...
NOELIA: (interrumpe, obviamente) Oye, ¿pero tú eres autista o algo parecido? ¿Te han diagnosticado aquí alguna vez?
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GUTENBERG: ¿Y por qué quieres saberlo?
NOELIA: Porque desde que te conozco -hace dos siestas- te noto emocionalmente deficiente. (Baja el telón. El ventilador deja de funcionar. Dios nos miente), soy libre)(Escrito en la pared de un lavabo de bar de la calle Dorotheergassede la capital de (¿cuántos “des” necesitas, joder?) Adolf. Leamos: “17/03/31. Lo siento, he de confesarlo: no me gustan los gordos. Lo he probado antes, es verdad, pero siempre he salido decepcionado. Como tampoco es que me luzca yo una polla que sobresalga por su grosor o tamaño, siento que cuando me dispongo a penetrar un culo seboso se pierde, para empezar, la mitad del orgasmo. “Winston, tendrías que comer más sano y hacer un poco de ejercicio. ¿Por qué no pruebas la bici que tengo en la habitación de la chacha?” No, mi paquete demanda una trasero correctamente envasado. Esto ya lo sabe Evelyn, el Waugh, y por eso me he ofrecido a ingresarle en su cuenta de Monzo´s mensualmente una cantidad fija para que pueda pagarse la cuota mensual del gimnasio, donde, por cierto, nos vimos por primera vez. Me gustan sus cachas, y disfruto nuestras folladas, de ahí que no me importe que él no tenga nunca pasta y que me vea yo obligado normalmente a correr con todos los gastos, porque, claro, él es escritor y vive del viento y de lo que le entregue a escondidas ese infértil sueño que algún catedrático maricón de literatura clásica le vendió mientras le manoseaba la verga. “Ay querido Evelyn, no dejes nunca de...” follarme. Pues sí, es evidente: si vamos a joder, no me importa que escribas. ¡Pero olvídate de las salchichas con patatas fritas, Ignatius J. Reilly!FIRMADO: Yo Muerto y en el Infierno. (*) Nota dedicada a Alois Hitler, agente de aduanas y maricón como yo, soy libre) (Mira, Miguel, como siempre me pides que te cuente la verdad, esta vez no voy a mentirte. Verás, el problema fundamental que creo que tengo con ese perro robot -ya, ya sé que no te gusta que use esa palabra- que hemos adoptado no es exáctamente lo que él pueda o no llegar a aprender algún día sobre nosotros y el peligro que esto podría representar. No, lo que me preocupa es que, conociéndome como me conozco, sé que al final yo le cogería cariño y, ¡ya sabes cómo soy!, acabaría tratándole como si fuera un perro de verdad, un amigo más. Rudolf, cariño, llevamos tres años juntos y sigo sin entenderte una mierda. ¡Y mira que no me gusta usar esa palabra! ¿Me estás pidiendo que me deshaga de él porque te apetece abrazarle o darle un beso? ¿Pero tú no ves que, por muy feo y mecánico que sea de diseño, es de lo más natural encandilarse con él? Por cierto, que poco ha avanzado la robótica en ese departamento. ¿Cuándo crees tú que empezarán los lumineras de Massachussetts a acoplarles piel y pelambrera parecidas a las de los chuchos de verdad? Ya veo que te ha conquistado el corazón y que no estabas refiriéndote a una posible predicción. Creo que lo mejor va a ser que no lo saque de la habitación mientras sigamos viéndonos en mi piso. Joder, no te pongas así, que tampoco es que me parezca... aún... tan real y guapo como sugieres. Nada, se acabó. ¡En su cuarto que se queda! Coño, estás irreconocible, Miguel. Cuando empezamos a salir juntos no eras así. De éso, a mí me parece que hace ya mucho tiempo. He madurado, como tiene que ser. Vale, vale, como quieras. ¿Pero podría dormir esta noche con nosotros? Te lo prometo, solo esta noche. Ni hablar, esta noche se queda en su cuarto, y mañana mismo lo devuelvo al batallón. Qué digo, ahora mismo llamo al teniente Roosevelt para que se lo lleven de vuelta esta noche al Regimiento de los Sistemas de Gestión de Batalla Avanzados. Por favor, Miguel. ¡Solo una noche! ¡Joder, si es que lo sabía! Sabía que adoptar un cibersoldado canino no iba a funcionar. Esta visto que la puta simulación no es lo nuestro. ¡Una noche, nada
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más, curita lindo!, soy libre)(Diario de las Operaciones Efectuadas por la Compañía del Segundo Regimiento de Zapadores en África. Día 29, noviembre de 1924: Salimos con la columna, separamos los pasos del camino de Maden a Meperah. Se retiran Nab-el-Kain y las cuatro piezas de artillería de Fedan-Vebel. Se funam una compañía de Regulares Rosal y 2 oficiales, uno de ellos prisionero. Tienen más de sesenta bajas. ¡Fíate y verás!... 1, 2 y 3 de diciembre de 1924: Permanecemos en Meperah bloqueados por el temporal de lluvias. Dedicados al apeo de árboles para leña y demás chapuzas... Día 4: No se sale por la lluvia. Se retiran por la noche y por sorpresa Kalin y Nuhandrí. Aparece en escena el cébre sargento Ramos, ¡el “éroe” de Cala! Le hemos calado: los verdaderos “éroes” son el cabo del tercio y el puñado de hombres que han ido a rescatarles... Día 7: Salimos a las 8 de la mañana para Muíry, acompañando las piezas de Kesil. Llegamos a las 2 de la tarde y acampamos. Se retiran Ferba y Salinas. Un desastre, se fuman a casi todos los del Tercio que allí quedaron, soy libre) (Que habiendo alcanzado la pupila y la masa cerebral del lector o lectora el ecuador del cuento -aquí, o se deja olvidado el tomo en el excusado debajo de la pila de las bragas y los calzoncillos sucios, o se sigue con la lectura, ordene lo que ordene el armatoste televisivo-, el autor de aquél fue contratado y extraído del infierno como quien le saca con los dedos pringosos una aceituna a un bote, para suplicarle al lector o lectora -al editor, primero, si ha sonado la flauta y ya no estamos en paro- que siguiera leyendo porque ya verían ellos cómo la narración a puntito que se encontraba ella ya de aclararles la trama de la misma a medida que fueren cayendo las páginas como se caían hace no tanto las del Internet, o caen todavía, por ejemplo, las del testamento de una familia cualquiera cuyos miembros sepan de antemano que ninguno de ellos va a salir un poquitín más rico tras la lectura obligada de un documento legal obviamente innecesario. Sigan ustedes, pues, leyendo, porque menos da una horchata en invierno. Eso sí, he de advertiles, antes de dar por concluida esta breve intromisión narrativa, que ningún problema de la sociedad actual (¿de veras que no sabían ustedes que los modelos de aprendizaje automatizado existían ya desde hacía un güevo de tiempo?) les va a ser clarificado y, por descontado, solucionado, con ninguna de las intervenciones, claramente azarosas, que deseen tener los cuarenta y pico personajes que dan vida y hemorragia a este cuento. Mas eso es de cajón, ¿verdad?, soy libre) (CONFESIÓN FIRMADA EN EL INFIERNO POR EL SÚBDITO POPOLO DENOSE DÓNDE. EN LETRA MAYÚSCULA Y CON AXTERIXCOS (dícese del signo ortográfico auxiliar en forma de estrella que algunos utilizan para señalar una forma voluble de razonamiento. No confundan con el otro signo de parecida y ortodoxa ortografía ):
(*) QUE AL CUMPLIRSE UN MES DE MI LLEGADA, EL DEMONIO ME HIZO SABER CON MANIFIESTA SEQUEDAD AL ARTICULAR QUE HASTA LA FECHA YO NO LE HABÍA CAÍDO BIEN A NINGUNO DE LOS OCUPANTES DE LA PLANTA INFERNAL CONPARTIDA. “POPOLO, HÁGAME CASO, POR FAVOR, QUE AQUÍ MANDO YO: A USTED LE CONVENDRÍA VIVIR EN SOCIEDAD Y RELACIONARSE CON EL RESTO DE INQUILINOS.”
(*) TANTO ARRIBA COMO ABAJO MI ENTUSIASMO SIEMPRE HABÍA SIDO LIMITADO. HE DE ADMITIRLO.
(*) CUANDO SE REUNÍAN LOS DOMINGOS PARA LA SOBREMESA, DIOS Y EL DEMONIO COMÍAN CON DELECTACIÓN. QUÉ ASCO ME DABAN. 221 (*) SER IMPERTURBABLE
(*) ÉL
(*) DIOS
(*) SIEMPRE LLEGABA TARDE A LOS POSTRES
(*) AUNQUE ME CUESTA RELACIONARLO EN EL PLANO EMOCIONAL, LA SENSACIÓN DE FRUSTRACIÓN DE DICHA TARDÍA LLEGADA ME HACÍA RECORDAR A CUANDO EL CONTABLE ME ENTREGABA A FIN DE MES EL SOBRE Y LA ÚNICA MANERA DE AGRADECÉRSELO QUE YO PARECÍA TENER ERA LA DE FIJAR MI MIRADA DETENIDAMENTE SOBRE EL RIACHUELO DE ARRUGAS MORADAS QUE CUBRÍA SU FRENTE. “POCHOLO, ALGÚN DÍA ME VA A CONTAR USTED POR QUÉ NUNCA ME MIRA A LA CARA.”
(*) PODRÍA FACILITAR YO EL CONTACTO DE NUESTRAS MIRADAS, MAS ESTABA CLARO QUE AQUELLAS ARRUGAS, POR SER EL ESPEJO MENOS VALORADO DEL ALMA, ME RESULTABAN MÁS EXCITANTES Y CLARIFICADORAS.
(*) LUEGO VINO FRANK BRIDGE Y NOS OBSEQUIÓ CON SU PROPIA VERSIÓN DEL MAR, CREO QUE EN 1911.
(*) LUEGO VINIERON LOS RAMONES Y AL ESCUCHAR BEAT ON THE BRAT YO DEJÉ DE SER POCHOLO, DEMANDANDO DESDE AQUEL DÍA FATÍDICO PARA MI QUEHACER MORAL CONSERVADOR QUE TODOS ME LLAMARAN POR MI VERDADERO NOMBRE, ES DECIR, DANIEL GONZÁLEZ.
(*) PERMITIDME QUE OS FACILITE AHORA UN DATO:
(*) DOS DE CADA TRES REOS ERAN INTERROGADOS Y POSTERIORMENTE JUZGADOS EN LA CUEVA 665.
(*) LA NÚMERO 666 SE EMPLEABA SOLO COMO ENFERMERÍA SI LA RECUPERACIÓN ANÍMICA Y FÍSICA DEL REO TORTURADO PODÍA SER NEGOCIABLE.
(*) LA CUEVA 667 LA COMPARTÍAN WALT WHITMAN Y EL MANDAMÁS GORDINFLÓN DE LAS BARBAS BLANCAS INFESTADAS.
(*) CUANDO YO LE OBERSEVABA DE REOJO PARA ANALIZAR LOS MOVIMIENTOS SIGILOSOS DE LAS ARAÑAS QUE LE COLGABAN DE LA BARBA, YO SOLÍA ACABAR PENSANDO EN TODA LA VOLUNTAD QUE YO HABÍA PUESTO CON VIDA A MI PÉSIMA AFICIÓN POR HACER LAS COSAS MAL.
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(*) SER IMPERTURBABLE
(*) ÉL
(*) DIOS
(*) SIEMPRE LLEGABA TARDE A LOS POSTRES
(*) AUNQUE ME CUESTA RELACIONARLO EN EL PLANO EMOCIONAL, LA SENSACIÓN DE FRUSTRACIÓN DE DICHA TARDÍA LLEGADA ME HACÍA RECORDAR A CUANDO EL CONTABLE ME ENTREGABA A FIN DE MES EL SOBRE Y LA ÚNICA MANERA DE AGRADECÉRSELO QUE YO PARECÍA TENER ERA LA DE FIJAR MI MIRADA DETENIDAMENTE SOBRE EL RIACHUELO DE ARRUGAS MORADAS QUE CUBRÍA SU FRENTE. “POCHOLO, ALGÚN DÍA ME VA A CONTAR USTED POR QUÉ NUNCA ME MIRA A LA CARA.”
(*) PODRÍA FACILITAR YO EL CONTACTO DE NUESTRAS MIRADAS, MAS ESTABA CLARO QUE AQUELLAS ARRUGAS, POR SER EL ESPEJO MENOS VALORADO DEL ALMA, ME RESULTABAN MÁS EXCITANTES Y CLARIFICADORAS.
(*) LUEGO VINO FRANK BRIDGE Y NOS OBSEQUIÓ CON SU PROPIA VERSIÓN DEL MAR, CREO QUE EN 1911.
(*) LUEGO VINIERON LOS RAMONES Y AL ESCUCHAR BEAT ON THE BRAT YO DEJÉ DE SER POCHOLO, DEMANDANDO DESDE AQUEL DÍA FATÍDICO PARA MI QUEHACER MORAL CONSERVADOR QUE TODOS ME LLAMARAN POR MI VERDADERO NOMBRE, ES DECIR, DANIEL GONZÁLEZ.
(*) PERMITIDME QUE OS FACILITE AHORA UN DATO:
(*) DOS DE CADA TRES REOS ERAN INTERROGADOS Y POSTERIORMENTE JUZGADOS EN LA CUEVA 665.
(*) LA NÚMERO 666 SE EMPLEABA SOLO COMO ENFERMERÍA SI LA RECUPERACIÓN ANÍMICA Y FÍSICA DEL REO TORTURADO PODÍA SER NEGOCIABLE.
(*) LA CUEVA 667 LA COMPARTÍAN WALT WHITMAN Y EL MANDAMÁS GORDINFLÓN DE LAS BARBAS BLANCAS INFESTADAS.
(*) CUANDO YO LE OBERSEVABA DE REOJO PARA ANALIZAR LOS MOVIMIENTOS SIGILOSOS DE LAS ARAÑAS QUE LE COLGABAN DE LA BARBA, YO SOLÍA ACABAR PENSANDO EN TODA LA VOLUNTAD QUE LE HABÍA PUESTO CON VIDA A MI PÉSIMA AFICIÓN POR HACER LAS COSAS MAL.
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(*) SI ME DEJABAN EN PAZ EN LA CUEVA Y ME PONÍA A SILBAR (¡NUNCA ME HABÍA IMAGINADO QUE LAS CANCIONES DE LOS RAMONES LLEGASEN A SER TAN FÁCILES DE RECORDAR ALLÍ ARRIBA!), MI TONADA BILABIAL EN CUESTIÓN YO LA SOLÍA SUSPENDER PARA DECIRME MOMENTÁNEAMENTE QUE TAL VEZ NO ME DESAGRADARÍA LA IDEA DE SER EXPULSADO... DE AQUELLAS TIERRAS APESTOSAS... O DE CUALQUIER PUESTO LABORAL... O DE CUALQUIER HOGAR... BAR... ¡O PLANETA!
(*) I TOOK THE LAW AND THREW IT AWAY CAUSE THERE'S NOTHING WRONG, IT'S JUST FOR PLAY. THERE'S NOR LAW, NO LAW ANYMORE. I WANT TO STEAL FROM THE RICH AND GIVE TO THE POOR... KEEP IT GLOWING, GLOWING, GLOWING. I'M NOT HURTING ANYONE. KEEP IT GLOWING, SMOKING, GLOWING. I'M HOWLING AT THE MOON...
(*) ESTABA CLARO, CHE, QUE PARA SER FELIZ ERA LÓGICO QUE YO EVITARA AL PRÓJIMO Y SOLO PRESTARA ATENCIÓN A LO QUE LA LUNA DESEARA CONTARME.
(*) QUE TODAS LAS COMPARACIONES FUESEN ODIOSAS ME SONABA COMO LE SONABAN A LAS GENERACIONES ANTERIORES: A CHINO.
(*) AQUELLAS SUCESIVAS EXPULSIONES FACILITARON MI ALEJAMIENTO.
(*) “HAY -EN SU CABECITA LO HABÍA ESCRITO SIN HACHE- QUE VER QUÉ ENVIDIA ME DAS: SIEMPRE ESTÁS SOLO Y NADIE DEPENDE DE TI”, ME ESPETÓ GAUGUIN PASADO DE COPAS EN MI SEXAGÉSIMO SÉPTIMO CUMPLEAÑOS EN EL RINCONCILLO DE LA CALLE DE GERONA. POR SUPUESTO, NI HUBO CELEBRACIÓN, NI SE ECHÓ DE MENOS UNA COTORRA QUE ANUNCIARA SUBSODICHA INSIGNIFICANTE OCASIÓN.
(*) DESDE AQUEL DÍA NO VOLVÍ A PONER PIE -PREFIERO LA EXPRESIÓN “PISAR PIE”- EN AQUEL BAR DE SEVILLA.
(*) CUANTO MÁS ARRIBA SE SITUABA AQUELLA CLIENTELA EN MI TABLA DE LA DIVISIÓN DE HONOR DE LOS MALDITOS ZOPENCOS PRESUNTUOSOS AFILIADOS, MÁS LES COSTABA ENTENDER EL POR QUÉ DE MIS PROLONGADAS AUSENCIAS. “¿ANDE SE HABRÁ METIDO ÉSTE? ¿LO HABRÁ FICHADO UNA TABERNA RIVAL?”
(*) EN ESO Y EN SUS PÉSIMAS MANERAS EN LA MESA SE PARECÍAN DEMASIADO A MIS PADRES.
(*) ALCANZADO FINALMENTE EL EXILIO, PRONTO PUDE CERCIORARME DE QUE ERA UN ERROR DOMINAR MÁS DE UNA LENGUA: LA MIERDA SE ME DUPLICABA Y...
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(*) ...Y EL CONTACTO CON LO AJENO SE AGRANDABA.
(*) YO HABRÍA SENTIDO LO MISMO SI DESPUÉS DE HABERME REFUGIADO EN UN BOSQUE REMOTO EL IDIOMA DE FLORES, PÁJAROS E INSECTOS NO ME HUBIERA RESULTADO YA DESCONOCIDO.
(*) “ESO PUEDE OCURRIRLE”, ME SUGERIÓ LA NOCHE DE SAN JUAN EL ENTERRADOR GENERAL ESPRIÚ EN LOS SOTANOS DEL CASTILLO DE SAN CARLOS DE LA BARRA, “A TODA SOMBRA QUE, DESGRACIADAMENTE, HAYA APRENDIDO A ESCUCHAR.”
(*) AGOTADA LA PACIENCIA DEL UNIVERSO CONMIGO -YO NO HABÍA CUMPLIDO TODAVÍA LOS CINCO AÑOS- EL DEMONIO DE LOS NIÑOS PEQUEÑOS ME ASCENDIÓ A PIRÓMANO.
(*) NO LO DEJÉ HASTA LOS QUINCE AÑOS, TRAS QUEMAR LA ENFERMERÍA DE UN COLEGIO PRIVADO DE MADRID.
(*) A LA REALIDAD ME DEVOLVIÓ MI PADRE, PERO AQUELLA VEZ NO A TORTAZOS COMO DECÍAN LAS PÁGINAS DEL ABC QUE ERA ACONSEJABLE USAR CONMIGO.
(*) DEBIÓ CREER MI VIEJO QUE EN CASA TENÍA UN ANIMAL. YA ÉRAMOS DOS. ¡QUÉ EMOCIÓN VERLE TAN ASUSTADO! AUNQUE HABLÁBAMOS UN IDIOMA DIFERENTE, LOS DOS NOS ENTENDÍAMOS A LA PERFECCIÓN. “EN MI CASA MANDO YO. EN TU CABECITA, DIOS SABE QUIÉN.”
(*) ESE INVIERNO DEL INCENDIO ENVIARON A TEJERO AL CONGRESO DE LOS DIPUTADOS. CLARAMENTE, LOS QUE COMPARTÍAMOS ESPECIE Y DESEOS TENÍAMOS UN ALGO DIFERENTE.
(*) TAL VEZ UNA PORCIÓN DE ASCO UNIVERSAL QUE SOLO SE ARREGLARÍA ARROJÁNDONOS VOLUNTARIAMENTE A LAS BRASAS.
(*) (CUANDO POR DESPISTE NARRATIVO PERMITES QUE TE ROBEN UN CUENTO, CUALQUIER TEMA DE CONVERSACIÓN ES BIEN SENCILLO DE PLANTEAR.)
(*) (CUANDO EL CONTABLE SE MOFE DE TI QUE SEPAS QUE TAMBIÉN SE ESTÁ RIENDO DE TODA HIPOTÉTICA REENCARNACIÓN.)
(*) DE LA NOCHE A LA MAÑANA, DE LA CERRILLA A LAS CENIZAS, YO HABÍA PERDIDO LA EXCLUSIVA DE MI INTELIGENCIA. YA EN EL MANICOMIO -¿EXISTE UN NOMBRE MEJOR PARA UN PRESIDIO DE LOCOS?-, NO TARDÉ EN COMPROBAR QUE ERA UNA PÉRDIDO DE TIEMPO COLOSAL EL SEGUIR MINTIENDO.
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(*) UNA VEZ EXPULSADO CON ÉXITO DEL INFIERNO ME SENTÍ OBLIGADO A DECLARAR QUE CUALQUIER FORMA DE REPRODUCCIÓN, ASISTIDA O NO, Y DE DISTRIBUCCIÓN, COMUNICACIÓN, DIGITAL O NO, O TRANSFORMACIÓN DE ESTE CUENTO SOLO PODÍA SER REALIZADA CON MI AUTORIZACIÓN, SALVO EXCEPCIÓN PREVISTA SEGÚN LAS LEYES TERRENALES. TODO AQUEL QUE ALGUNA VEZ HUBIERA NECESITADO FOTOCOPIAR O ESCANEAR ALGÚN FRAGMENTO DE MI OBRA PARA LAS TAREAS DEL COLE DEBERÍA PRIMERO SOLICITARLO POR CORREO CERTIFICADO Y FRANQUEADO AL ÚNICO RESIDENTE EN MI OFICINA ESQUINA, SITA EN LA TAVERNA, CON UVE, DE MADRÍ, ANTONIO SÁNCHEZ, TRAS PREVIO PERMISO DEMOSTRABLE OTORGADO POR SUS PADRES O POR CUALQUIER ALIENÍGENA QUE POTESTAD PATERNAL SOBRE ÉL O ELLA TUVIERE.
(*) PERDONEN, PERO YESQUE ME APETECÍA CONTARLO: EN EL INFIERNO COMPARTÍAN CÁMARA LESTER YOUNG Y BILLIE HOLIDAY. YO NO. A LO SUMO SE ME PERMITÍA PASAR UNA MEDIA HORITA DE NADA EN LA CUEVA DE OLVIDO GARCÍA VALDÉS. ASÍ FUE COMO EMPEZÉ -¡NO ME HURTEN LAS ZETAS, SE LO SUPLICO!- A ESCRIBIR ESTE CUENTO, PENSANDO SIEMPRE PRIMERO EN CÓMO ELLA LO ABORDARÍA PRESENTADA LA OCASIÓN: CON LA VOZ DENTRO DEL ANIMAL. ME VOY. SEAN USTEDES FELICES, AUNQUE NO SE LO MEREZCA SU PLANETA NI LA GALAXIA QUE EXTERIORIZA A ÉSTE.
(*) EN INGLATERRA NO HABÍA SALTAMONTES. HE AQUÍ LA EXPLICACIÓN DE MI TRAVIESO COMPORTAMIENTO, soy libre) (Según mis cuentas, lleva L. M. Panerotres años y siete meses encerrado en el manicomio -no, no hace falta que sigamos mintiéndonos: para la cárcel de los locos no existe un nombre mejor- de la Avenue des Alliés de Ettelbruck, Luxemburgo (incluyo aquí el número de Fax, por si lo necesitan: +352 26 82 2630). El enfermero encargado de la planta que él ocupa junto a otros 17 internos, un policía retirado a tiempo, a tiempo de no volverse loco él también, sabe que si al réprobo poeta le deja papel y lápiz (nunca se lo clavaría en el cuello, como ya intentara el poeta J. C. en su día en la infausta planta II. No, él prefiere los balcones y las azoteas) no se entretendrá, entonces, jugando con sus excrementos, ni tampoco se paseará por los pasillos de la planta gritando obscenidades (“¡Deja de follar como un loco! ¡Mi polla no necesita que la adopten!”) a los inquilinos supuestamente alienados mientras sigue jugando con su caca y a cada boñiga le da un nombre que escribirá con mierda sobre las paredes verdes agrisado del puto pasillo. A veces, cuando la mar de la locura se presenta chicha, nuestro poli enfermero, para matar las inagotables horas del trabajo más frustante que se haya conocido en este globo esquizofrénico, se sienta junto a su enfermo versificador y lee y relee las cuartillas que su inquilino de la habitación 32 de la planta IV ha arrojado al suelo al retocarlas por última vez. Claro, para qué conservar sobre la mesa o sobre la cama lo que ya se ha escrito. Eso solo acostumbraba a hacerlo el petardo autor del Canto General -me vais a fusilar, soy consciente. ¡Acaben con los banqueros primero!- Así descubrió la primera vez que se sentó junto a Panero a leer lo recogido que el personal de limpieza no se había molestado hasta entonces en fregar con lejía de la buena el piso de cada habitación. ¡Qué peste a calcetín usado y a peana sudada! Desde entonces, acostumbraba a dejarle, antes de fichar
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(*) UNA VEZ EXPULSADO CON ÉXITO DEL INFIERNO ME SENTÍ OBLIGADO A DECLARAR QUE CUALQUIER FORMA DE REPRODUCCIÓN, ASISTIDA O NO, Y DE DISTRIBUCCIÓN, COMUNICACIÓN, DIGITAL O NO, O TRANSFORMACIÓN DE ESTE CUENTO SOLO PODÍA SER REALIZADA CON MI AUTORIZACIÓN, SALVO EXCEPCIÓN PREVISTA SEGÚN LAS LEYES TERRENALES. TODO AQUEL QUE ALGUNA VEZ HUBIERA NECESITADO FOTOCOPIAR O ESCANEAR ALGÚN FRAGMENTO DE MI OBRA PARA LAS TAREAS DEL COLE DEBERÍA PRIMERO SOLICITARLO POR CORREO CERTIFICADO Y FRANQUEADO AL ÚNICO RESIDENTE EN MI OFICINA ESQUINA, SITA EN LA TAVERNA, CON UVE, DE MADRÍ, ANTONIO SÁNCHEZ, TRAS PREVIO PERMISO DEMOSTRABLE OTORGADO POR SUS PADRES O POR CUALQUIER ALIENÍGENA QUE POTESTAD PATERNAL SOBRE ÉL O ELLA TUVIERE.
(*) PERDONEN, PERO YESQUE ME APETECÍA CONTARLO: EN EL INFIERNO COMPARTÍAN CÁMARA LESTER YOUNG Y BILLIE HOLIDAY. YO NO. A LO SUMO SE ME PERMITÍA PASAR UNA MEDIA HORITA DE NADA EN LA CUEVA DE OLVIDO GARCÍA VALDÉS. ASÍ FUE COMO EMPEZÉ -¡NO ME HURTEN LAS ZETAS, SE LO SUPLICO!- A ESCRIBIR ESTE CUENTO, PENSANDO SIEMPRE PRIMERO EN CÓMO ELLA LO ABORDARÍA PRESENTADA LA OCASIÓN: CON LA VOZ DENTRO DEL ANIMAL. ME VOY. SEAN USTEDES FELICES, AUNQUE NO SE LO MEREZCA SU PLANETA NI LA GALAXIA QUE EXTERIORIZA LO EXTERIORIZA.
(*) EN INGLATERRA NO HABÍA SALTAMONTES. HE AQUÍ LA EXPLICACIÓN DE MI TRAVIESO COMPORTAMIENTO, soy libre) (Según mis cuentas, lleva L. M. Panerotres años y siete meses encerrado en el manicomio -no, no hace falta que sigamos mintiéndonos: para la cárcel de los locos no existe un nombre mejor- de la Avenue des Alliés de Ettelbruck, Luxemburgo (incluyo aquí el número de Fax, por si lo necesitan: +352 26 82 2630). El enfermero encargado de la planta que él ocupa junto a otros 17 internos, un policía retirado a tiempo, a tiempo de no volverse loco él también, sabe que si al réprobo poeta le deja papel y lápiz (nunca se lo clavaría en el cuello, como ya intentara el poeta J. C. en su día en la infausta planta II. No, el poeta de la calle Ibiza prefiere los balcones y las azoteas) no se entretendrá, entonces, jugando con sus excrementos, ni tampoco se paseará por los pasillos de la planta gritando obscenidades (“¡Deja de follar como un loco! ¡Mi polla no necesita que la adopten!”) a los inquilinos supuestamente alienados mientras sigue jugando con su caca y a cada boñiga le da un nombre que escribirá con mierda sobre las pared verde agrisado del puto pasillo. A veces, cuando la mar de la locura se presenta chicha, nuestro poli enfermero, para matar las inagotables horas del trabajo más frustante que se haya conocido en este globo esquizofrénico, se sienta junto a su enfermo versificador y lee y relee las cuartillas que su inquilino de la habitación 32 de la planta IV ha arrojado al suelo al retocarlas por última vez. Claro, para qué conservar sobre la mesa o sobre la cama lo que ya se ha escrito. Eso solo acostumbraba a hacerlo ese petardo del autor del Canto General -me vais a fusilar, soy consciente. ¡Acaben con los banqueros primero!- Así descubrió la primera vez que se sentó junto a Panero a leer lo recogido que el personal de limpieza no se había molestado hasta entonces en fregar con lejía de la buena el piso de cada habitación. ¡Qué peste a calcetín usado y a peana sudada! Desde entonces, acostumbraba a
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dejarle, antes de fichar todos los lunes, al encargado de la tropa de supuesto saneamiento general (un colgado que se parecía a Einstein en todo menos en su capacidad natural para la reflexión) una nota en la que sobresalían aquellas palabras que el enfermero siempre subrayada a doble línea para impulsar, obviamente, el mensaje que intentaba recalcar: “No olvidemos nunca que desnudo sobre un suelo sucio y apestosoBelgefor invitaba a sus discípulos a cultivar el vicio y la pereza.” Muchas eran las expectativas falsas del redactor de aquellas notas, estaba claro: “¿De qué cojones estará hablando el poli éste de mierda? ¡Estamos hasta los güevos de sus notitas!” Si somos completamente justos, deberíamos indicar precisamente en este renglón que se desconoce si el contenido de esas misivas es originalmente suyo o que si, por otra parte, es decir, por la de esa puta constante que continua recordándonos que no hemos nacido para escribir, se ha acostumbrado nuestro poli a copiarlo de las cuartillas de Panero, tal vez para darse cierta importancia intelectual, la cual, dicho sea de paso, en días de lluvia deprimente y pelea con la parienta él reconoce desganado que nunca atesorará en su cabecita de chorlito envejecido prematuramente. Yo, que también fui madero inhibido en el apartado erudito en una vida previa, me decanto por esta última explicación. A las pruebas me encantaría remitirme: “De mi cuerpo no puedo esperar nada, hace tiempo que lo perdí (“le”, en el original) o se lo cedí a la mala suerte que precedía a mis deudas y fracasos amorosos y, por qué no, también al calentamiento global y a las tres o cuatro guerras todavía en activo. De mi cabeza, gracias a que hace tiempo que ha perdido ella cualquier contacto con el cuerpo que otrora la sostuviera desde el día de mi nacimiento, sí. Por cierto, a ella, viuda de edad avanzada y a punto de jubilarse de esta vida, no se la conocen amigos ni relativos, por mucho que el espectro de mi mamá cuando se me aparece cada miércoles de la octava pascua quiera recordarme que nos queda -¿nos sobra?- un sobrino lejano con residencia de explotación y llantos en una aldea suiza cuya alcaldía ha vuelto a recaer en uno de los herederos de la impresentable de la Heidi. Sea como fuere, o fuere como debería ser, sería justo señalar que mi cabeza siempre lo ha preferido de esa manera, of course, porque quién huevos querría aguantar nunca su nefasta compañía si únicamente se la conoce por sus alaridos, escupitajos constantes y una capacidad encomendiable para mentir e nvolucrar en sus pifiadas hasta al más tierno de los pajaritos. Cuando se ríe en público (¿hay alguien ahí, delante de mis notas?) el efecto producido resulta asimismo devastador. La última vez que se le vio sonreír en plena Rue du Marché-Aux-Herbes la media docena de gorriones encantadores que le quedaban a la calle se nos mudaron al barrio de al lado. Y es que aquella carcajada inesperada suya nos sonó a todos los allí presentes a trompeta desafinada de la apocalipsis. Quién sabe, tal vez el quinto jinete había cursado medio año en el conservatorio antes de dedicarse por completo al hockey sobre cabezas rodadas. No, testa mía y de quien quede escuchando, la risa no es lo tuyo, ¿te enterás? Me hizo caso, que era y es como hacerse caso a uno mismo, proceso éste que consiste en evitar a toda costa compartir techo y circunstancia con cualquier extremedidad anatómica alienígena que insista que con su ayuda podría ayudarte a pensar o a ser un poco más tú mismo. El resto de mi cuerpo ya es otra cosa. He podido notar que después de cada batalla él siempre elige quedarse a mi lado. “Corta por lo sano, tío”, me encanta decirle, “y, y, y... únete a mí ahora que la cabeza parece que por fin ha comprendido que debe mantenerse sumisa y bien aledadita.” He de matizar que cuando me meto en el lavabo para limpiarme las heridas y aplicarme la docena de puntos de sutura correspondientes, mi cuerpo descabezado además de temblar incesantemente como un pelele excitado cuando ha pillado por sorpresa a Papá Noel bajando por la chimenea de casa, intenta sonreir con los dos únicos orificios que le quedan. Es
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tan inocente que nunca entendería que yo siempre le estoy observando. Me pregunto si tendrá alguna discapacidad mental, aunque me da miedo llevarlo al psicólogo porque éstos suelen acabar su consulta analizándome a mí y olvidándose del sujeto supuestamente afectado. Además, qué diría mi sombra si supiera que de cuello para abajo albergo a un niño con “problemas”, como decían las abuelitas de la Rue cuando en la calle algún chaval se comportaba de manera insensata, según ellas y el régimen bancario. Supongo que no me queda otra que imaginarme que mi cuerpo tiene un cromosoma extra en el corazón. Además, dicen que los niños subnormales (ya, ya veo qué cara me estáis poniendo) lo alegran con su prensecia la vida a uno, aunque a mí siempre me ha parecido que más que alegrarlo a uno lo que hacen es replantearte la vida de otra manera porque dejas finalmente de preocuparte por cosas (“Cariño, ¡si te he dicho mil veces que no quiero que nadie me toque mis papeles!” ¿Dónde esconderá la copia del Playboy en inglés?) insignificantes para que te concentres finalmente en todo aquello que importa de verdad: ¿la familia? Lo que sí es cierto es que mi cuerpo, por muy infantil e inocente que parezca o se comporte, sigue dándome paranoia. Cuando me tumbo en la cama para ofrecerle su turno al Temazepán, en más de una ocasión me he imaginado (yo podría decir “le he pillado”, pero voy a concederle el don de la duda) riéndose de mí mientras cotilleaba con su prima hermana, mi sombra. Aunque él sea un tonto de nacimiento, he de admitirles que me sigue tentado la idea de soltarle un cachete para que recuerde de una puta vez quién coño manda de verdad en nuestro hogar anatómico; mas está visto que eso del autocastigo corporal nunca me va a atraer tanto como le atraía a mi última novia escocesa. Si me lo permiten, recuerdo ahora cómo me dolía tener que preguntarle a ésta cómo era posible que le gustara que, como preambulo sexual, yo le azotara las nalgas hasta hacérselas sangrar; aunque no es menos cierto que lo que yo pretendía averiguar realmente al preguntarle semejante cosa es por qué cojones había que abusar de ella de manera consensuada si, por lo general, ella siempre acababa sobrerelajada depués de mis brutales cachetes y fustigazos (que conste que los látigos de montar ya los tenía ella antes de conocernos), y yo, por mi decepcionada parte, me quedaba sin mi orgasmo correspondiente. Pero volvamos al asunto que incumbe a esa solterona esquizofrénica que intenta posar, sobar y comandar desde la cima de mi cuello. He de contar ahora que ella, por las noches, cuando se tumba en la cama de al lado, padece terrores nocturnos. ¡Victoria! ¡No es de roca! Yo, como soy tan tonto y me da un tanto de pena, antes de acostarnos intento motivarla silbándole una balada cualquiera de los Silver Jews, su banda favorita. Parece que la tranquilizan, aunque sigue despertándose dando gritos a las 2 o 3 de la mañana. En más de una ooasión, pese a que yo no debería hacerlo, le he rogado que me cuente cómo se siente; pero está visto que le cuesta hablar del asunto, ¡incluso cuando se viene a emborracharse conmigo al parque y parece que nos divertimos viendo cómo juegan a cosas rarísimas los niños de los refugiados afganos!; sí, esas lindas criaturillas, desgraciadamente ya no tan inocentes, que parecen ser los únicos que hoy en día frecuentan los escasos espacios públicos que todavía no hemos permitido que se privaticen. “Mira, cabeza mía. Ese que salta como un loco cuando el columpio alcanza su punto máximo de altura creo que se llama Nasrullah y que es húerfano de papá y mamá. Qué pena me da (más bien qué lástima me causa saberme tan afortunado)... Y esa niña morenita tan tímida que siempre se queda atascada en el tobogán porque jala mucho se llama Farsiris y vive con una solterana local que solo abre la boca para ordenarle a la chiquilla que no se suba al tobogán otra puta vez.” Media hora y cuatro páginas de este cuento más tarde: “¿Pero a ti qué te pasa, calabaza mía? Ya sabes que, pese a que no nos llevemos tan bién como recomiendan las leyes de la anatomía social, puedes confiar en
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mí para hablar de lo que sea.” Imposible, le sobra el orgullo por los cuatro costados de su mollera. ¿Lo habrá copiado de mí? Ésta no se lo contaría ni a un psicólogo, aunque fuese abonada la sesión por lo poco que nos queda de sanidad pública. Allá ella, si quiere seguir al servicio emocional del dolor, yo ni voy ni sabré nunca cómo remediarlo. “Pues mujer, si es verdad que te gusta tanto el tobogán, súbete y déjame en paz. ¡Pero luego no me pidas que te eche una mano cuando te quedes atascada otra puta vez!, soy libre)(Combe Florey, Somerset (R. U.). 28/07/2023.
ChatGPT: ESCRIBA SU MENSAJE. Evelyn, el Waugh: Dígame, ChatGPT: ¿quién so yo? Respuesta: YA QUE SOY SOLO UN MODELO DE LENGUAJE ARTIFICIAL, HA DE ENTENDER USTED QUE NO HE SIDO PROGRAMADA PARA ACCEDER AUTOMÁTICAMENTE A NINGUNA INFORMACIÓN PERSONAL DE IDENTIDAD. ¿LE IMPORTARÍA CONTARME UN POCO MÁS SOBRE USTED, O PREFERIRÍA QUE HABLÁSEMOS DE OTRO TEMA? E: Verá, mido 1m75cm, calculo, peso más de lo que me aconseja mi ataúd y de media me despierto entre tres y cuatro veces por la noche. ¿Le parece suficiente? Respuesta: NECESITO UN DATO MÁS. E: En la antigua casa de Coldean había un fantasma al que le encantaba jugar con los juguetes electrónicos de los nenes. Por la noche, siempre los ponía en marcha y mis hijos salían corriendo a refugiarse en nuestro dormitorio. Por su físico y porque más de una vez le pillé sentado en nuestra cama de matrimonio entreteniéndose con los rizos de la cabellera rubia de mi segunda esposa, yo le calculaba unos cincuenta años. Respuesta: BIEN, CREO QUE CON ESO YA TENGO SUFICIENTE. E: Espere, espere, que se me olvidaba algo: Me he negado rotundamente a abonar de antemano £4700 por la primera edición de mi nuevo libro de poesía Lugares donde se librarán las batallas más importantes de la humanidad. Respuesta: VALE, CÁLLESE YA. LE REPITO QUE CON ESO ES MÁS QUE SUFICIENTE. VEAMOS: ES USTED UN SER COMPLETAMENTE INAGUANTABLE Y UN MISÁNTROPO ALCOHOLIZADO A QUIEN MUCHOS COMO YO NO NOS MOLESTARÍA CALIFICAR COMO LACRA SOCIAL Y TUMBA ECONÓMICA. ¿ALGUNA PREGUNTA MÁS? E: No, gracias. Ya está bien por hoy. Mañana seguimos. Salgo a tomarme una copa. Respuesta: LO SABÍA, LO HE LEÍDO EN ALGUNA PARTE DE ESTE CUENTO, SOY LIBRE (*) NOTA PARA LA LÍNDISIMA EDITORA: ¡Déjalo en mayúsculas, joder!) (142 años tuvieron que transcurrir en el infierno para que María, la Zambrano, descubriese que allí también podía morirse una. Como no compartía su cueva de la planta 2003 con nadie y apenas salía de ésta porque poco o nada de lo que fuera de ella se ofrecía conseguiría estimularla física o intelectualmente, era lógico, pues, que aún no le hubiese llegado a sus oídos ninguna información concerniente al asunto en cuestión. Además, aunque abundase el tiempo libre, en el infierno la mayoría de éste lo empleaba uno/a pensando de manera pretérita en lo que se había dejado allá abajo en la tierra. Parecía como si cualquier especulación o predicción acerca del futuro hubiese sido bloqueada
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desde el preciso instante en que el inquilino o la inquilina pensante hubiera puesto pie, cachas y espíritu en la fecunda morada del Demonio, con mayúscula. Mas en una de las contadas visitas de la ensayista andaluza a las duchas de ceniza y barro de su planta se le ofreció la oportunidad de compartir brevemente unas palabras con la compañera de chorro que en aquella ocasión le había tocado, una chica alta y morena que decía llamarse Enheduanna, o algún coño ortográfico parecido, que además de presumir a susurros -no esperen gritos ni micrófonos en el infierno-, siempre que la ocasión se lo permitía, de haber sido la primera poeta y sacerdotisa terrenal (“¡Y sepa usted, señor Khaled, que en Mesopotamia se me conocía como al Ornamento del Cielo!”), gustaba también contar a quien le apeteciese escuchar, porque la ocasión lo permitía, que ella podía atestiguar que había vida después de la vida... infernal. ¿Y por qué lo sabría ella? Porque en un viaje astral que tuvo mientras la quemaban viva, exánime, fiambre, inconsciente o lo que corresponda, en la sala de torturas de su planta tras haber sido pillada infraganti en el jardín de su zona recolectando trufas de celulosa y taninos, pudo ver a su papá (creo que se llamaba Sargón, o alguna mierda parecida) postrado con los brazos abiertos en el interior de una burbuja azul transparente que flotaba dando saltitos en el cosmos; pudo ver a su querido papaíto que tiraba del cordón umbilical de gelatina que ella sujetaba con ambas manos a una milla de distancia, y pudo ver, también, como de la boca de su papito salía una espuma rosa con la que gradualmente se formaban palabras que al ser unidas en la superficie incolora cósmica repetían una y otra vez idéntica semántica: “En Ganímedes tendrás otro templo... En Ganímedes tendrás otro templo... En Ganímedes...” Y qué suerte la de ella en aquel suplicio punitivo al que la estaban sometiendo en vida pero en el infierno, claro, que logró en su éxtasis abrasador aproximarse a un palmo de la cara del espectro de su progenitor para comprobar, una vez sus pupilas llegaron a encontrarse en la orbe, que en las de su viejecito se proyectaban escenas alienígenas históricas de un planeta que , aunque ella no sabría reconocer, reproducían la vida aparentemente plácida y radiante de aquel lugar de donde el Emperador Sargón, o alguna mierda parecida, repetimos, lógicamente era ahora orginario. “Qué horterada me está contando esta chiflada”, comenzó a pensar María, la Zambrano en la ducha de cenizas y barro. “Pero bueno,” se dijo también con cierto alivio, “como solo sé fiarme de los locos, por lo menos ya sé que hay vida después de la vida”... en el infierno, soy libre) (Me sacaba de quicio. Me parecía una chica detestable. Si algo teníamos en común era la afición que los dos compartíamos a acostarnos con jóvenes desconocidos. Ella creía que era inteligente. Por mi parte, yo creía que ella lo era realmente, aunque siempre se lo negaría o me abstendría a confirmárselo. Para qué, si en el establo nos sobraba con un único sabio, moi. Para conservar inmaculado mi liderato intelectual, yo debía concentrar todas mis fuerzas (me apunté al gimnasio de la sex-shop) en robarle el mayor número posible de conquistas nocturnas. Una técnica que yo empleaba, aunque ramplona o navajera, era esperar a que la nueva presa saliese de nuestro cuarto de baño para ofrecerle a continuación, con una infalible sonrisa de macarra espabilado que claramente acabará trabajando para la banca, un billete de 500 y algún cotilleo escuchado a la hermana de Lord Byron: “Me han dicho en el Spaniards Inn que esa loca del dormitorio de al lado solo se corre si se la cagan primero en la barriguita. Si no te interesa este billetito, tengo otros regalitos en el bolsillo del gabán.” Los jovencitos carecen de orgullo. ¡Cuánto les queda por aprender! “¿Cómo decías que te llamabas? Yo soy Boris, el novio de Isabel, esa perturbada que te espera en la otra cama. ¿Te gustan los opioides sintéticos?”, que era como preguntarles a la vez si no les repugnaba la idea de tener que correrse oliendo a mierda. “A mí me gustan otros juegos completamente inocentes. ¿Te vienes conmigo a mi estudio?” Qué
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desagradable es tener que dudar de uno mismo, de nuestras facultades o talento. Las dudas solo son efectivas bajo suelo, ¿no es cierto caballero Espriu i Castelló? Antes de aprender a conquistar a mansalvo, es necesario que uno aprenda primero a eradicar de un sopetón cualquier duda que tenga para enfrentarse, después, a su nueva víctima con total naturalidad. “Me tienes encandilado con tu cuerpo de socorrista. ¿Te han hablado alguna vez de las macrodosis -¡ojo, macro!- de psilocibina? Te puedo garantizar que se te pondrá la polla como la Aguja de Cleopatra.” Quinto hurto sexual. Ella me había birlado tres ese semestre, pero yo seguía coronando la tabla de las conquistas con un sólido 12. “No, el fetanilo es para simios. ¿Has probado ya la coca yen? Pero, antes, quiero que sepas que tu nueva amiguita solo folla con heroína.” De quicio y detestables. Sí, nauseabundos, tal vez por éso cada día nos queríamos más. Cuatro años juntos, ¡qué barbaridad! “¡Hombre, chaval! ¿Que te gusta la clásica? ¿Y cuál es tu compositor favorito?” Mozar, sin te de tarugo al final. Se lo pasé a Isabel, a mí no me interesaba. La morbosidad siempre demanda que se respeten ciertas cláusulas. “Sí, en ese dormitorio al final del pasillo. Que lo paséis bien. ¡Y no me hagáis mucho ruido que al portero le encanta dar parte al politburó! ¡Y las sábanas me las dejas en agua hirviendo en la bañera!” En el barrio, el personaje a evitar era Anacleto, un presunto intelectual de cuello largo interminable que nos espiaba desde su dormitorio con los prismáticos de su abuelo cuando cualquier indicio de actividad sexual en nuestro piso contrarrestaba su hastío trascendental. Me encantaba grabarle con la Sony Handycam Video 8, otro regalito más de algún constituyente conservador con ganas de ser alguien. Los domingos, siempre después de una sobremesa copiosa -¡no se cagan ilusiones, amigos!-, repásabamos las cintas que le habíamos grabado. “Está claro que ahí mismito estaba a punto de correrse”, podría ser una de las valoraciones de juicio hechas entre carcajadas. “Boris, osito mío, ¿y si compramos uno de esos focos de luz de estudio para que la imagen sea más nítida?”, podría ser otra cosa. “De eso ni hablar, que yo solo vivo de lo que me regalan”, podría ser yo. “Mira, mira que cara de extreñimiento agudo está poniedo ahora.” “Que no Isabel, que ese careto lo pone siempre.” El otro día mismo, por ejemplo, cuando , después de vaciarle en la cara la copa le ordené en el bar que se abstuviera de contar gilipolleces sobre nosotros en público. Definitivo, quedaba claro que le habíamos añadido un elemento extra a nuestro hemiciclo carnal, aunque eso implicara tener que hacer previamente una investigación de campo rutinaria. “¿Está espiándonos?” “Nah, creo que hoy tenía fútbol.” Además de poeta y fisgón sexual, era colegiado de categoría claramenete inferior de 22 monos sudados persiguiendo una bola en pantaloncitos cortos ajustados. Evidentemente, si ese día Anacleto se había vestido de negro, nosotros follábamos un tanto decepcionados, independientemente de la calidad de nuestra presa correspondiente. ¿Cómo era posible que un partido de furbo pudiese aminorar la naturaleza de un polvo? “Queridos, ¡si yo les contara!”, nos apetecía imaginarnos que respondería María, la Zambrano, nuestra vecina del quinto derecha. Mas ella nunca nos contaría nada, ni nosotros tampoco tendríamos nunca la sana inteción de escuchar a nadie. ¿Para qué? Ni esto es Montevideo, que según la Peri Rosi era “la ciudad europea con la porción más alta de intelectuales y poetas por kilómetro cuadrado”, ni tampoco Hawai que güay. No, aquellos era y es el averno, que además de ser pueblo de marchitas y cohibidas praderas que nunca le han sabido demandarle a las nubes una porción saludable de yerba verde, era y es un pedazo de terreno edificable que da vida, cuarto de baño y poco más a una letanía interminable de micos inclasificables que nunca llegarían a entender qie hay facultades mentales como la imaginación que también pueden ser fertilizadas con polvos y procacidad, soy libre) (He de admitir que
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de pequeñita no me daba tanto asco como me da ahora aplastar mosquitos. Éstos, junto con piojos, pulgas y otros parásitos aparentemente sin nombre ni clasificación monogénea o lo que sea, eran siempre los primeros en mi lista de preferencias de batida personalizada en nuestra casa de la Artecalle. A las moscas y a las cucarachas yo no las tocaba, más que nada porque o no sabían estarse quietas o dejaban un flujo de mierda (en el caso de las cucarachas era blanco, porque así lo era el color de esa sangre de mierda que las mantenía con vida con aclamada tenacidad jurásica) que luego insistía en infiltrarse en mis pesadillas de niña asesina acechada por los remordimientos. Ya viejecita -me quedan exáctamente 361 días para cumplir mi primera treintena- solo de pensarlo me entran arcadas. ¡Déjalos en paz y no mates más! ¿No ves que el negro empapado de rojo provoca vómitos, palurda? ¿Y qué me dices de ese complejo de culpa que te ahoga exageradamente? Dales un voto de confianza. Quién sabe, quizás así aprendan a leer y a escribir y acaben ideando su propio universo, un mundo en donde no haría falta la intromisión física. ¡Pero qué cosas más locas te cuentas, che! Ahora, ¿cómo enlazar ese episodio biográfico infantil con lo que os quería contar hoy? Prometo que no voy a aburrirles explicándoles detalladamente en qué consistía la técnica de la escoba y la zapatilla que empleaba mi viejo para despacharse a gusto con los roedores, los insectos y todas las otras criaturillas de Satanás que se nos colaban en casa reclamando con su inesperada presencia la sopa boba o de los peregrinos, como se la llamaba cuando éramos tan poco imaginativos que dormíamos todos en la misma cama y quedaban siglos todavía para que a alguien se le ocurriese patentar el primer desodorante de nuestra mugrienta historia. ¿Por dónde íbamos? Pues fíjense que no me acuerdo. Creo que háblamos de esa década de los 80 del siglo que ustedes prefieran (el mío lo dominaba un grupo variado de políticos sinvergüenzas -debería negarles la diéresis- que acabaron prácticamente en su mayoría haciendo que trabajaban como consejeros en las multinacionales a las que previamente se las había regalado la totalidad de nuestras compañías estatales) en la que los roedores, gracias al progreso de las inmobiliarias y de las trincheras colosales que aquéllas iban dejando en los descampados de mi ciudad, se creyeron temporalmente ciudadanos y, sin dar explicaciones, se colaban a diario -sería más correcto hablar de nocturnidad y alevosía- en nuestras cocinas, despensas, literas -todavía triunfaba la familia numerosa católica y falangista-, cuartos de baño, portales y sótanos. La verdad, algunos de estos roedores eran tan tontos que a menudo acababan disecados mientras esperaban inútilmente que algún ser de inteligencia menor les abriese por error la puerta del armario en donde se habían refugiado cuando escapaban de la escoba de papá o de los dardos que mis hermanos y yo les lanzábamos con melodramática puntería desde la copa de la litera. La última vez que mi hermano mayor Pity acertó con un dardo de triple cabeza que el mismo había diseñado, me ordenó que me pirase de la habitación porque iba a coser a navajazos al “puto” ratón. Sin rechistar, salí de puntillas a la cocina y allí me encontré con mi mamaíta batiendo huevos con una mano y con la otra redactando la lista de la compra como se decía antes, a la carrerrilla. “Mamá”, le pregunté todavía con el estómago un poco revuelto, “¿qué es eso de coser a navajazos”. No me hizo ni caso, no porque éramos tantos en casa que se había olvidado de que existíamos; sino más bien porque era de las pocas madres del barrio que fumaba y no le apetecía malgastar el pitillo que le colgaba de los labios. Ahora que me acuerdo, creo que esa expresión que mi hermano Pity utilizaba con excesiva regularidad cuando nos atrincherábamos en la cama de arriba de la litera porque tocaba campaña bélica con los ratones, yo ya la había leído en algún titular de la página de sucesos del único diario que se leía en casa (“¡Joder, otro pantanito más! ¡Si lo que necesita este país es a alguien que sepa
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vendernos más nubes!” Mi papá al habla). Esa expresión, para una niña tonta inscrita en un colegio de monjas todavía más cortitas que las chicas que ellas intentaban educar apoyándose siempre en la manipulación de hechos contrastados antes y hasta la extenuación por científicos, filósofos y politicólogos; esa expresión, digo, para mí nunca había tenido sentido. Y es que a navajazos se podía hacer de todo, menos coserlo a uno, hostia. Gracias a Dios -me gustaría confesaros que Él/él/ella o ello no existe. Espero que me creáis-, y después de múltiples tentativas interrogatorias en casa (“Niña, tú dedícate a colorear y deja esos asuntos para los adultos.” ¿Adultos, qué adultos? Lo más parecido que había visto a uno hasta entonces era el retrato de Fray Escoba en una estampita que me regaló antes de exiliarse la tía María, la Zambrano), pude leer y releer durante mi primer año de postulantado -sí, soy la monja Lauren, pernsé que lo adivinaríais-, en la biblioteca del convento de las salesas de Barcelona (algunos os habréis preguntado alguna vez por qué nuestros conventos y monasterios tienen las mejores bibliotecas y colecciones de libros antiguos del país; yo no) en un tomo de los Cuadernos de Etnología de la Institución Provincial “Marqués de Calatrava” que la expresión coser a navajazos aparece ya en 1635 en un fragmento de Coronas de Parnaso y Platos de las Musas, de Alonso Gerónimo de Salas Barbadillo -¿no envidiáis, como yo, los apellidos antiguos?-, concretamente en una parrafada en la que se nos cuenta que “Algunos acusan a vuessa merced de muy mentiroso... en alabarse de que goza lo que apenas ha visto -esto me recueda hoy en día a muchos de esos “influencers” gañanes-... porque vuessa merced mientras mas cose mas se descose, aviendo vivido de vestir, morirá vestido, y el que tuvo oficio de coser con agujas, le coserán a puñaladas”... O, por lo que a mí me incumbía de chica, y ya para contextualizar mi infancia y adolescencia, “la quemarán con sus cerillas.” Porque oigamos a mi vieja: “Niña, si es que te pasas todo el día jugando con los fósforos de papá. Ya verás como nos quemas la casa.” No se equivocaba mi ausente, aunque siempre presente, madre. Si no toda la vivienda, buena parte de la misma, quemadita quedó a mis doce añitos, cuando una noche más aburrimiento apostólico me escondía yo para fumar detrás de la cortina de la habitación del cazurro de mi hermano Rogelio y tiré la cerilla sin apagar por la ventana con un gesto de dedos parecido al que se hacía a las chapas cuando se remataba desde el área de tu propio equipo. Esa gracia mía nos costó a todos el vernos relegados (¡y sumisos!) a vivir en casa de la loca de la agüela (“¿Pero por qué la deja ir con pantalones vaqueros?”, le reprochaba mi viejo al güeno del yayo) un año y medio mientras una panda de albañiles gandules simulaban una renovación aparente del hogar incendiado. No debería negarles, por otra parte, o la deliciosa, que de aquellos años míos profícos o, si lo desean, y para ser justos, agilipollados, de navajera pirómana aprendí una cosa que todavía me provoca temblequeo cada vez que lo recuerdo: cuanto más colosal era la burrada que yo hacía, menos expansiva que parecía volverse la onda punitiva en su variante de cachetada veloz que mi papá elegía. ¿Sería porque su cuerpo, tras conocer mi última cafrada, no estaba recibiendo un flujo de sangre adecuado? Creo que a éso lo llamaban estar en estado de shock. “¿Cómo dices? ¿Que la niña ha quemado la casa?... ¿Que la niña ha robado la Vespino del hijo del portero?... ¿Que le ha partido la ceja con una china a la jefe de estudios?... ¿Que le han encontrado una navaja con sangre en el vestuario?... ¿Y de quién son, si no, esas revistas guarras en inglés que hay escondidas encima del armario del retrete?”... Tuyas, cabrón, que las intercambiabas con tus compañeros de gabinete y juergas siempre que volvíais del extranjero, y qoe yo me las encontré en tu despacho miestras fisgoneaba y me olvidaba provisionalmente que en esa habitación me tocaba hacer por mandato divino y escolástico los putos deberes del
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bachillerato. Tal era la frustración de mis viejos con ésta que les habla que toda comunicación entre ellos y su mal parida hija empezó a consistir en un simple conjunto de expresiones de ira y frustación con la mirada mecánicamente ejecutadas y, siempre, en un absoluto silencio. Creo honestamente que mis padres pensaban que yo estaba loca, lo cual, queridos lectores adolescentes, pudiera ser la forma más efectiva de evitar que a uno lo castiguen corporalmente. “Déjala, ¿no ves que está chiflada?” Ahora bien, me pregunto si es por eso que, hoy en día, cuando me toca enfrentarme a cualquier situación que vaya a ser secuestrada irremediablemente por la opresión o la violencia, yo me decante a menudo por el uso efectivo de medidas disuasorias de naturaleza claramente enajenada, evitando así, al defenderme, un empleo íntegramente físico o violento. ¡Pues claro que sí, idiota! Yo he visto en Inglaterra, por ejemplo, en plena manifestación desautorizada (¿queda alguna que ya no lo sea, Mr. Kissinger?) a una patrulla de policía acorazada Robocop retroceder porque una de las manifestantes se bajó las bragas (creo que salió de casa con ellas puestas) delante de ellos y empezó a defecar con las cachas bien abiertas en la mismísima acera por la que se suponía que los cerditos de negro mecanizados nos iban a cortar el paso. “Oye, monja Lauren, ¿y tú por qué siempre sales de casa con un rollo de papel del culo en el bolso?” Porque... “¡Menos policía y más algarabía! ¡Menos policía y mejor repostería! ¡Menos policía y más borrachería! “Menos policía y en los postres yo no...!” me cagaría, soy libre) (Viejecito, no hace falta que pasee más. Vuelva a casa y descanse. Por la noche vendremos a recogerle. No coma nada, por favor, que al infierno se viaja mejor con el estómago vacío. Y no se olvide de dejar la puerta de casa abierta. Otra cosa, si riega las plantas antes de acostarse, se lo tendrán en cuenta. Venga, regrese ya. ¿Cómo dice? Sí, sería conveniente que finiquitara su cuenta con el panadero. Pero con el frutero, nanay, que a ése le queda poco también. Y no, no se preocupe por el de los periódicos porque es un vago impertinente y nosotros no nos ocupamos de los holgazanes. Por lo visto tienen un plan distinto ideado para ese tipo de gente. Ya ve, a algunos les ha tocado nacer con suerte. ¿Que cómo me llamo yo? Mire, don Serguéi, en esta tarjeta van incluidos mis datos personales. ¿Le gusta? Ese bordado tan divino está fabricado con sangre de oro líquido y polvitos de plasma de Sirio. Ya sabe, la Alfa del Can Mayor. Sí, huélala si le apetece. Qué olor más encantador, ¿verdad? Hala, marchando, que se le va a hacer tarde y con prisas también se llega mal.
Salvador Espriú y Castelló Sumo Enterrador General Orden del Liberador Cósmico S. M. salvadorespriuicastello@f.u.all.com, soy libre) (Un engañabobos. Engañar, del latín de aldea “ingannare” (camelarse con trolas de primera división a un memo), a partir de “gannire”, o aullido repelente que da un chucho cuando se le patea en los güevos porque uno anda mosqueado en el curro o con la parienta. Bobo, de “balbus” (tartaja), poco más... Efectivamente, poco más hasta que él sale de una pesadilla imaginando que alguna grieta ha debido de quedársele abierta en el inconsciente. Ni con cuatro tazas seguidas de café va a conseguir que se le cicatrice. Debería llamar al albañil (en los edificios de más de dos plantas siempre se utiliza esta expresión. Llama la atención el hecho de que a ninguno de los inquilinos no le haya importado nunca un pijo aprenderse primero el nombre del obrero en cuestión). Éste , el que acaba de visitarlo tras previo pago abusivo en la red de los tramposos digitales, se llama... ¿?, y vive en el barrio de ¿?, un arrabal “coqueto”, como dice uno de los periódicos fachas del
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país, que puede presumir de ser la zona urbana en la que mejor dicen que se aplica el razonamiento lógico u objetivo. “A usted”, susurra el “albañil” mientras se coloca perfectamente su lápiz marcador en la rambla de su hélice orejuda derecha, “desde que cobró su primera nómina oficial y aprovechó para salir pitando de casa de sus padres, no han parado de tomarle el pelo. ¿Acaso le puede extrañar ya a nadie verlo a usted exhibiendo por la urbe semejante alopecia prematura? Tal vez se la merezca, y eso es lo preocupante. Aunque, estoy seguro de que usted ya lo sabe, es contraproducente seguir culpando a los mismos canallas de siempre. Elija un nuevo decorado.” Volvería a la cama, mas se le da muy mal también el bricolaje especulativo que precede al sueño. Además, ¿qué nueva excusa prodría inventarse hoy para librarse otra vez del yugo laboral? “Verá, usted, don Bohumil: cruzaba yo esta mañana el puente austrohúngaro de Palacky cuando un grupo porcino de cuatro o cinco individuos del tipo ibérico colorado se plantó delante de mí y me acorraló aprovechando que ya nadie pasea por aquel puente puesto que todo menos usted, yo y la secretaria parecen haberse digitalizado, ¿me entiende? Cual no sería mi sorpresa cuando comprobé que mi puño derecho se creyó dueño directo de mi instinto de supervivencia, lanzándole al cochino rostro de uno de los porcinos avasalladores un hook con tal destreza pugilística que el pobre guarro no pudo sino...” No, en su familia el único trolero eficaz era su hermano mayor J. C. A nuestro patético protagonista solo se le daba bien leer tebeos de Julio verne y Emilio Salgari y jugar al Atom Zombie Smasher. En esas estaba, es decir, salvando civiles en una zona plagada de zombies precariamente programados, pero 732 años depués de haber intentado durante escasamente medio minuto idear una excusa de ausencia laboral que, por otra parte, nunca llegaría a salir de su boquita de chorlito poco apañado, cuando de un plumazo, digamos, subsistencial, la totalidad de sus cicatrices desaparecieron de un porrazo, si es que es correcta la expresión. Si no recuerdo mal, en ese preciso instante él andaba haciendo la cola de la cola de la cola VII del paro a cuatro manzanas y media del Instituto del Empleo y las Desgracias Sin Licencia del Distrito 3. Si sigo sin recordar mal, un caballero digital lo hizo sentarse cuatro horas después delante de una pantalla y le dijo en un tono moderado, democrático pero artificial: “Para evitar cualquier interferencia natural, acerque el rostro a mi holograma, por favor. Muy bien, estupendo, ya estamos todos. Al grano, Ciudadano Reconvertido. Verá usted: Seamos lógicos, ¿cómo cree que yo le podría ayudar a encontrar el puesto de trabajo que desea?” ¡Ay, si todos estos fucionarios cibernéticos fuesen como la puta Pollyanna de la BBC! “Hombre, la verdad, aunque ya estoy mayorcito, a mí lo que me encantaría sería ser es astrónomo para investigar y aprenderme de memoria cualquier dato sobre Ganimedes. Dicen que los habitantes de aquella luna jupiteriana tienen un sexto sentido que les permite ver la cuarta dimensión matemática. Algunos lo achacan a que su glándula pineal duplica en tamaño a la nuestra. Pero bueno, siguiendo con su pregunta, si usted, señor funcionario digitalizado, pudiera indicarme la mejor manera de que mis sueños...” Otro buen día, precisamente en la prórroga o tiempo añadido al año que seguía a aquel que había calado 732 años depués del ficticio incidente porcino-violento en el puente de Palacky, nuestro Ciudadano Reconvertido, así por así, y que conste que no soy robot que sepa exigir explicaciones, decidió que desde entonces él se conformaría con simplemente poder satisfacer las demandas ecuánimes de la gente de bien, aunque lo fuesen poco y se le asemejaran. El por qué o cómo llego a tal conclusión me parece irrelevante. Lo que sí me parece lícito añadir en este preciso momento es, por ejemplo, un... “Hombre, de sobra saben ustedes que yo ya estoy muy mayorcito y que me conformaría con un trabajito de mierda como fregar platos en el uno de los múltiples Café Casto de la ChatGPT. ¿Se me entiende?” Sí, se le
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entendía, cosa ésta que no se podría decir de otras personas o entes cibernéticos con documento nacional de identidad verificable espiritualmente. Fíjense ustedes si se le entendía bien que medio milenio más tarde nos lo encontramos ya, un tanto senil, es verdad, pero nos lo encotramos, que es de lo que se trata, joder, en la cocina 315 de la planta 1228, ala este(40° 24' 59'' N; 03° 42' 09'' E) del infierno. ¡Marchando una de callos adefesios a la brasa con salsa reflexiva sobre la esencia atrofiada del humano y su universo! ¿A que no sabían ustedes que en el averno también hay cuarto de la basura? “Oye, Ciuda, a ver si le pasamos la fregona a ese suelo que huele a tufo, chico!” Si a final de cada siglo los oficiales de planta no reciben queja alguna y dan su vistobueno, a los encargados de la limpieza les rebajan medio milenio de condena. Dato similar no aplicable a esas alimañas encargadas de la despensa, porque bien es sabido y ratificado por la plantilla de directores y presidentes honoríficos (¿podrían imaginarse ustedes a los bonachones de Balzac y Emilia Dickinson dando órdenes alguna vez?) que éstas expolian lo que no está escrito o preconcebido, aunque parezca ilógico, pues por aquellas tierras de pirómanos con licencia comer, lo que es comer, solo lo hacen los ángeles y aquellos santos que en algunas de sus previas existencias han pertenecido a la orden Fransciscana. ¿Pero también hay ángeles y santos en el infierno? Hay de todo, vidas mías. Que cada cual se las apañe como mejor pueda o sepa. Pero de vuelta al tema, ¿entonces para qué necesitan esas alimañas de mierda desvalijar la despensa si no comen? Por cuestión de instinto, claramente. Luego se deshacen de lo robado tirándolo por las alcantarillas de las aceras de la planta en la que trabajen, aunque algunas son tan vagas que con insultante regularidad van dejando la comida sisada por las esquinas, no siendo infrecuente para el testigo oportunista que sale a pasear para matar el tiempo avernal el encontrarse con pedazos de longaniza podrida, por ejemplo, desplazándose, con la generosa ayuda, claro, de los gusanos que la correspondiente putrefacción alimenta, lentamente por el adoquinado infernal. Otra cosa que me apetecería averiguar, antes de claudicar por hoy y por el milenio, es por qué hay cámaras de seguridad y vigilancia en las bibliotecas del infierno. ¡Si están siempre vacías y ya no sabemos leer! Es obvio que la puerta la dejan abierta adrede, como también debería serlo el hecho de que si ese adverbio de intencionalidad se escribiera separado (“¿A drede me a gredes, Satanás?”) entonces la puerta de la biblioteca se cerraría automáticamente y de golpe para que con el portazo (¡Ojo!, todas las puertas, excepto las de los confesionarios, están blindadas con acero, hierro y aluminio) involuntario correspondiente se pudiese conseguir despertar la atención de algún analfabeto con talante inquisitivo desmotrable. “¡A portazos volveríamos a educarnos!”, me gustaría que profetizara Gengis Kan. Cueva 7713, planta 328, ala sur, por cierto. ¿Qué quieren que les cuente? A mí, cuando Borges me pasa por la rejilla de la celda la bandeja de la comida (no olviden que siempre entra y sale vacía) y nos quedamos mirándonos fijamente, sé inmediatamente que a los dos nos gustaría volver a aprender a leer. Mi-mamá-me-mima-mucho-mas-maliciosamente. Cuando uno se ha quitado un peso de encima (“Sabemos que usted degolló a su jefe después de haber ahogado al golden retriever de éste en la bañera del apartamento donde supuestamente usted lo cuidaba mientras su superior se ausentaba para cobrar un cheque que a usted le debía. Se le condena a 433 siglos de penitencia, sirviendo dicha pena en la cueva 956783 de la planta 4545. ¿Tiene algo que declarar?”) ya puede él hablar sobre cosas más serias o gratificantes. Citemos un ejemplo: “Oye, Milagros: ¿a ti que te parecería si le pidiésemos al coordinador de planta que nos dejasen practicar con las cartillas infantiles de Pituso? Vamos, que tampoco se trata del Paraíso Perdido ése, ¿no?”, soy libro) (Con la primera nómina de trabajo se inicia el proceso imparable de
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comprensión discapacitada, inconsciente e involuntaria. Me explico: lo primero que noté al llegar a la Gran Manzana Putrefacta fue que, cuando me refugiaba (como buen extranjero que era con una paranoia razonable que nunca iba a ser bien acojido) en los parques para matar el tiempo en las horas de recreo de múltiples puestos de trabajo precariamente retribuídos, todos los niños allí presentes me entendían perfectamente cuando su corazón infantil e incorrumpible les invitaba a entablar diálogo conmigo. “Mr., me gustan sus zapatos. ¿Quiere un caramelo?” Mi exagerado acento hispano junto con un inglés limitado gracias a una anquilosada docencia escolar recibida, nunca llegó a parecerme un incordiante obstáculo cuando yo hablaba -¿balbucear con barbas?- con los neoyorquinos pequeñillos. Ahora bien, ¡cómo cambiaba la fastidiosa coyuntura si el compañero de una hipotética conversación resultaba que, como un servidor, también necesitaba afeitarse todas las mañanas! ¡Y cuántas veces tuvo mi orgullo fenicio que tragarse la rabia que me provocaba esa cara de gilipollas rancio y de estantería vacía que me ponían los adultos siempre que yo les contestaba -nunca iniciaba yo el charloteo porque el complejo de evadido de Alcatraz me ha acompañado desde que me pagaron mi primer sueldo y nadie parecía quejarse- y su cerebro estancado se negaba a comprender porque ellos ya no sabían cómo plantarse ante esta vida de mierda como un niño. Que si “whaaaaat?”, que si “what the fuck, man?”, que si “tienes que hablar más despacio porque no se te entiende un pijo”, que si “fuck me, Nicolashhh, no hay dios que se te entienda un cojón”, o que si ´habla con ése de ahí, buddie, porque no me entero de una “shit”'. Poco importaba la calidad de mi vocabulario -ampliado paulatinamente, seamos claros, de la mano de Beckett, Joyce, Elliot, Pound y la Dickinson-, ellos y sus neuronas cavernarias no andaban por la labor porque al pensionista interno con forma de neuronita que debía emprenderla nunca se le había aclarado antes -¡ni tampoco, por supeusto, más tarde o en el siglo XXLII!- que todos los acentos foráneos y sus verisimilitudes, además de enriquecer la lengua, la universalizan, lo cual, créanme, tiene demasiado que ver con el hecho de que, terminado un primer contrato inicial de seis meses, la nómina siguiente que prometía dos años de tranquilidad más o menos contrastada, consolidaba de alguna forma esa incapacidad personal -tal vez vengativa, por razones que por ahora ignoraremos- para no entender ni jota cuando llegaba la hora fatal o accidental de entablar una conversación con un agente foráneo. He de confesar, porque de excepciones sobrevive este planeta, que con los viejecitos que yo cuidaba para rellenar de una manera honrosa la bolsa del robo de la renta, y con los ángeles que padecían alguna enfermedad mental o tenían discapacidad psíquica demostrable, yo me entendía espectacularmente. Tal vez su proximidad espiritual, o como cojones os entusiasme describirlo, a otras dimensiones más gratificantes y mágicas facilitaba la plática, soy libre) (Nota hallada en el aseo del piso que, en el Callejón de Don Álvaro, conservaba para sus conquistas nocturnas la liebre que quiso un día dejar de ser gregaria. Nota encontrada por Vincent Kamwendo, un malauí indocumentado de 23 años, licenciado en Tecnologías de la Información por la UNIMA y limpiador de retretes y otros artilugios extranjeros contaminantes en la actualidad. Nota arrugada y sobrada de manchas sospechosas, como ordena el protocolo dedicado a los apuntes literarios que se espachurran y abandonan en el aseo tras una segunda inspección intelectual. Porque le gustaría dedicarse algún día a lo suyo, o porque necesita mejorar econocómicamente para empezar de una puta vez a enviarle pasta a su familia, Vincent está aprendiendo la lengua a una velocidad encomendiable. En la nota, escrita con la característica premura de la mano de un aprendiz de escritor que sigue creyendo que todos los días se puede tener una buena idea, se distingue claramente lo siguiente. Escribámolos en cursiva: Holden Caulfield. Tipo ácido. Un
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amargado que muere solo. El subnormal que levantó el cadáver anotó que tenía sonrisa de limón exprimido. No consigo entenderlo. Fue la hija de E. O´Neill el amor de su vida. Pero la nena se casó con ese viejo tronera y verde de Charles Spencer Chaplin. Mi agüelo pertenecía a un estilo de generación victoriosa cuyos miembros bípedos, por cabezonería patriótica, se creían con el derecho lingüístico a pronunciar por cojones todas las consonantes y vocales de los nombres extranjeros, aunque la etiqueta políglota lo desaconsejara. Charles era “Charles”, y no “Chals”... Entre Melville y yo solo existe un desierto. En su oasis de agua putrefacta sacian la sed mi camello (un peñazo figurista e hiperrealista que imita malamente a Antonio López), Hemmingway y Steinbeck. Quizás le cedan el turno a Faulkner, aunque tal vez ese sea un detalle altruista que a mí, como autor, no me apetecería tener con este machito de Nueva Albania... Es indudable que a mí también me volvía loco aquella chica. Hay muchas cosas que me vuelven loco. Para empezar, las tortugas y los sorbitos que se le pegan a las putas pajitas. “¿Le importaría dejar de hacer ruido de una puta vez en mi cabeza, señorita?”... En la filosofía oriental encontró Salinger una manera eficiente de liarse con todas las tortugas de edad complicada. ¿Sabías que los quelonios son reptiles? ¿Que qué es un quelonio? Tal vez lo que me inpulsa a escribir. Pero yo no sé escribir. Los músculos de las extremidades de la liebre contienen hemoglobina. Los míos, una pésima dicción y una sintaxis aporreada. No da ni para limpiarse el culo con estas notas que escribo mientras cago... o me cago en la envidia que me da no saber escribir tan bien como Larkin. Sus columnas dedicadas al jazz son una joya. Las mías, las que dediqué a Alice Coltrane y Lee Morgan e intenté venderle a La Nación de Milei, una soberana boñiga. Debería dedicarme a escribir sermones de iglesia populares. Ahora que están vacías, seguro que no les importaría pagarme unas monedas -con un bocadillo de heno y media jarra de vino de eucaristía tal vez me conformaría- y que sabrían perdonarme, también, mi indiscriminada promiscuidad, soy liebre)( CIV
VELÁZQUEZ
En un brevísimo correo electrónico me contabas que te habías transladado (sic) a Caesar Augusta porque Badaliaucu se te había quedado, tal como ya habías augurado, “canija”, tan pequeña o insignificante que en un descuido, mientras paseabas antes de partir por la Avenida de Federico García Lorca (“Este paisaje gris que me rodea. Este dolor por una sola idea. Esta angustia de cielo, mundo y hora...”), te la habías tragado al inhalar su oxígeno por última vez. Claro, cómo soportar algo que siendo parte circustancial (sic) de ti irremediablemente acaba paraciéndosete. ¿Podría la atmósfera de una nueva localidad contrarrestrar (sic) ese efecto psíquico contraproducente causado?¿Merecía la pena intentarlo? Hay que ver qué cosas digo: no me entiendo ni cuando estoy dormida. Te mudaste a Augusta y, según me cuentas, aunque los primeros meses notaste una mejoría general, recién pasado el año empezaste a sentir cómo un flemón extremeño -en otro email ya me contarás qué diferencia existe entre las excreciencias (sic) internas de aquella región y las de las otras de la península- que aumentaba paulatinamente de tamaño comenzó a apoderarse gradualmente de tu anatomía, y aquí, según tú, habría que incluir asimismo a hormonas, glóbulos, proteínas, vasos capilares... y, ¿por qué no?, te preguntas, a la venerable caspa de Dios, las neuronas. Si nuestros escasísimos lectores no estuvieran tan
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pendientes de aquello que se va a contar sobre ellos y ellas en las plataformas, y le dedicaran más hora a la lectura y a la contemplación en puto silencio y sin selfie de las obras de arte, tal vez lograrían, entonces, imaginarse el calibre de ese bulto que, según tú, controla actualmente tu cuerpo y psyque (sic). Pero qué se le va a hacer, ¿eh?, ¡menos se les pide a nuestros senadores! Sé que vas a leer este correo como quien se da la vuelta en la calle para examinarle el culo a otra persona: con detenimiento exagerado y ganas irracionales de balbucear un “me quedaría contigo, pero me esperan.” Sé, también, que la tierra no es plana porque cuando follábamos en tu ático de la Calle Nerudova yo no te hacía caso y abría los ojos para ver desde el cráter lunar alcanzado ese mar de nubes grises que a menudo cubría Praga. Y sé que nunca volveremos a vernos porque este transtorno (sic) mental que me persigue tiene ya poco de transitorio y, además, según me comenta mi compañero de cama, parece que le he caído de maravilla al psiquiatra de la planta. ¡Si vieras lo lindo que es! Un metro y noventa y pico de planta, y delgadito y desgarbado como Nick Cave cuando solo se alimentaba de hormigas en Berlín. En el primer aniversario de mi llegada a este hotel de locos a tiempo presuntamente parcial, el loquero me regaló un mapa de alunizajes. “Yo cuando estoy triste”, me dijo mientras evitaba que nuestras escépticas pupilas se encontraran, “elijo al azar uno de los mares de la luna y lo observo detenidamente antes de cerrar los ojos e imaginarme que hacia allí me aproximo. Al finalizar mi expedición espacial, rara es la vez que no lo hago sonriendo. Vos deberías intentarlo.” Qué ingenuo, todavía no le habían contado que los gritos de desesperación de los reos de la mente obstruyen cualquier trayectoria.
Te quiero.
Queen Nzinga, soy libre (sic) ) (Un resacoso Boris a uno de sus hijos ilegítimos, concretamente a Christopher Timoteo (del griego, regalo de Dios, o petardo obsequiado, según se mire o les plazca contarnos); edad 19 años; vicios, el crocket y la caza nocturna, con o sin escopeta, como su padre: “Mira, Chris, tú a tu padre no le vas a enseñar a follar. Ese tipo de chantaje vas y se lo haces a tu madre. Por cierto, ¿cómo dices que se llamaba?” “Helen Wheeler”, contesta el chico empalmando su respuesta con una declaración de un tinte claramente agónico que a mí me sonó a lo siguiente: “Pero, papá. Yo solo quería... formar parte... de tu mundo.” A empujoncitso en la espalda, saca de su despacho Boris al desdichado vástago. Menudo derrotado. ¿Pero qué te creías, que todo es tan sencillo? -los Leño estaban equivocados-. Además, si a tu bendito padre nunca se le ha pasado por su nevada calabaza contactarte, ¿en serio crees que el muy imbécil lo haría ahora? Macho, no es por nada, pero a tu edad ya va siendo hora de que te espabiles. En los milagros únicamente creen Anacleto y el Gotera. Venga, coño, ¡con un par de huevos! Un paso al frente y a alistarse a la Légion -¿cómo hostias se escribe la siguiente palabra? ¿Con la ce ésa que lleva muleta? Probemos...- Française. “Ni mi mundo ni cojones”, le espeta Boris al cerrarle la puerta en la cara, “Mi partenón lleva cerrado -el original tenía puertas, no lo olviden- desde que salí de Oxford. En él solamente entran aquellos -”aquellas”, clamaría lo que le queda de moral- que tienen algo positivo o lucrativo que aportar...”... me, o le, o ambos fatigosos pronombres de objeto indirecto. “Si no me quiere en su vida”, le cuenta cuando sale a la calle Christopher al primer árbol con el que se topa que esté dispuesto a escuchar la queja humana, “tendré que acabar con él. Lo haré por mamá y porque el mundo tiene que conocer nuestra historia. Tú me entiendes, ¿verdad, amigo cedro?” Si su presunto contertulio accidental estuviera dotado con el don de la escucha de
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gilipolleces arbitrarias, le contesraría que él solo entendía del tráfico de Londres, de tipos de meadas caninas, y de algunas hipotésis peculiares que en más de una ocasión le habían planteado antes de potársele encima la docena de borrachos de medianoche que le quedaban a la capital. ¿Cuántas veces no le había prometido yo, por ejemplo, revelarle la fórmula secreta de la hoja ideal e imperenne si se ofrecía él a ayudarme de alguna manera contrastada en mi contienda personal contra mi excesiva consumición diaria del equivalente al whisky DYC de la prole de a pie de los Windsor? ¿Cuántas veces se calló la boca el hijo de su cedra madre? ¿Y cuántas veces ese pedazo de chorlito con aires coníferos no habría...? Dejémoslo, no seamos irresponsables y retomemos el cuento. Sigamos. “Aunque preferiría callármelo”, dícese ahora el grandullón albino mirádose a la cara reflejada en uno de los sietes espejos que le sobran en el despacho, “estas conversaciones con bastardos me dan dolor de tronco.” Cuando piensa en su tropa ilegítima (quítenle 365 días al año), Boris siente lo que delante de la portería de fútbol del patio escolar de los mayores conocíamos como “escalofríos”. “Fuck, ¿por qué coño se parecerá tanto a mí?” “Es lógico”, contesta lo que le queda de conciencia a la civilización, “eres bien albino y fofo, y tu líquido seminal no te lo perdona.” Ni puto caso. “Siempre me he preguntado cuántos albinos con el pelo castaño habrá”, apunta, mientras se olvida temporalmente de los espejos, en sus memorias medio vacías. Si les interesa, les comento ahora que Harper & Harper IIle ha entregado finalmente un generoso avance. Las ventas quedan aseguradas conociendo el dato siguiente: el aspecto más interesante de los ciudadanos con vocación, sea paleta o no, conservadora, es que siempre permanecen leales a su voto, lo cual, podría entenderse como que se tragarían, literalmente hablando, cualquier cosa, sea bodrio o no como cualquier volumen de memorias, que sus líderes les echaran en la olla arrocera. A nuestro exagerado bufón solo le falta elegir un escritor “fantasma” con el que su bola de sebo cachonda y rubia pueda sentirse a gusto. Él había pensado en su nueva y vigésimo tercera secretaria, una chica de la Asociación Para la Educación de Mujeres de Oxford (AEW) que destaca, aunque aburra por ello, por sus aspiraciones literarias, y a la que él había elegido personalmente basando dicha selección en el resultado positivo que le había causado el examen sexual de la fotografía de la chica en un primer rastreo visual a una lista especialmente preparada para él por uno de los interinos de mierda gratuita de Westminster. “Pero Boris,” intentó reprimirlo el ministro Hancock en su día, “¿tú por qué nunca escoges de las listas que confeccionan los pringados del gabinete de selección del partido?” “Porque siempre me colocáis a las adefesios o a las que hablan más de lo que aconsejan las putas políticas de austeridad e integridad de nuestra capilla tradicionalista, imbécil. ¿Tú qué te crees”. El ministro tampoco cree en nada; ni en la amistad ni en la familia, ni en las costumbres o normas que regulan las acciones del individuo, ni en el servicio al ciudadano o la construcción de una sociedad más justa y pacífica, ni... en la puta madre que lo parió a destiempo. No, si de verdad cree en algo que a él pueda antojársele digno u honorable, ese algo solo puede tener la forma de un liguero de Suite Privee o de unas medias negras de malla, siendo las de muslo alto las que mejor se adaptan a su concepto personal y positivo de la fe. Qué cojones os estoy contando ahora. “Creo que se ha reconocido el caso de un jugador de cricket australiano albino”, anotará Boris en sus memorias cuando mejor le plazca, “que se teñía el pelo de negro y que, como en su día le obligaban a hacer a Nat King Cole antes de salir por la tele de los blancos, pero con la intención claramente opuesta, usaba el maquillaje de su mujer para exagerar su falso bronceado si daban el partido por la News Corp Channel ∞ .” En fin, retomemos ahora la trama del nene albino ilegítimo. Contemos que en su habitación alquilada de
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mierda (mídase el nivel de estiércol arrendado y emparedado en cuestión comparando, para ello, el tamaño de la pieza, el olor a pis alienígena en la moqueta, el número significante de tiras que cuelgan de cuatro paredes supuestamente empapeladas, las manchas negras con forma de colonia de hormigas que invaden progresivamente los cimientos del aseo, el olor a tabaco y vómito de las cortinas selladas con descontento al vidrio de la única ventana existente; sí, ¿por qué no?, mézclese todo lo anterior con la descarada velocidad a la que sube el alquiler en Londres -capital del Infierno, como ya os he contado antes- porque a ningún concejal de urbanismo le apetece ya interferir, hostia, que para eso se inventaron las comisiones y los regalos empapelados con seda), sí, en esa misma alcoba arrendada, planea con calma y resignación, llamémosle Boris II o Borisito, el asesinato de Fofo I. De momento, ni se imagina que la nueva secretaria de su papá, cuando la corneta del tiempo lo ordene, será su cómplice. Lo que si sabe es que, si bien preferiría usar un rifle de largo alcance porque es innegable que no se le dan mal, él, por su contundencia y celeridad en la maniobra, ejecutará la tarea con una granada de mano (fíjense que no se pueden lanzar a más de 35 metros), explosivo éste que él calcula arrojaría a unos cinco o seis metros de distancia durante una cualquiera de esas charlas generosamente pagadas que da su viejo mensualmente en el National Conservative Club de la Kensington Palace Gardens. Como en cuestión de aforo ocupado dejan bastante más de desear de lo que dicta el deseo innato a escuchar las gilipolleces humanas (cualquier daño colateral, tanto él como quien escribe, creen honestamente que la familia, novios y novias, e hijos ilegítimos afectados sabrán algún día perdonárselo), allí dejan entrar a cualquier pelagatos al que no le moleste pagar las 200 libras que cuesta la entrada, independientemente de la orientación política de individuo abonador o de si demuestra o no una clara propensión a quedarse sopa a las cuatro líneas recitadas. Siempre que se hayan considerando antes las leyes de la gravedad y de la trayectoria de la granada eficientemente lanzada a mano, él se sentaría en la tercera fila a mano derecha. Obviamente, llevaría peluca (si se niegan a creerme ustedes, puedo ahora mismo asegurarles que las cabelleras de pelana natural o sintética que se venden actualmente son increíblemnte realistas y, por consiguiente, dan el pego de sobremanera y ya a nadie le sale la risita al contemplarlas sobre testa ajena. Por favor, visiten la página web de Pelucas Online); obviamente, también, llevaría idéntico tipo de guantes de terciopelo negro que esos que se estilan ahora en la serie holográfica de moda de detectives del canal telecibernético 334, Asesinatos y Parricidios Con Marlowe. ¿Pero dónde güevos va a coseguir ese mequetrefe una granada de mano?, puede que se pregunte ahora alguno de mis inexistentes lectores. En una sociedad de un elitismo arraigado casi cómico como ésta, la de los Sajonia-Coburgo-Gotha, les juro, porque he sido testigo directo de ello gracias a este don tan mío que me luzco de saber ganarme la confianza de los indeseables, sean ricos o no, sean, o pueden que siempre lo vayan a ser, fachas, que conseguir un revolver, o una granada, o un mortero, o un lanzador autopropulsado de desgracias y mierda, no suele demandar, toda vez, como digo y recalco, infiltrados en el selecto círculo de la tribu conservadora con parné, ni un excesivo esfuerzo ni un control de seguridad exhaustivo por parte de la parte anfitriona. Contactos, es todo lo que se necesita; contactos y la facultad de saber montar una fiesta de calidad incuestionable en la que no falten ni drogas de última generación de un pelaje exquisito, ni hombrecitos o mujercitas que a las dos copas y media raya sepan ceder sus cuerpos con una soltura soberbia sin cobrar nunca nada a cambio. Ah, se me olvidaba, si tu apellido o los rumores que circulan sobre ti y tu ilegitimidad natal contrastada coinciden con el de alguno de los ricos y pijos asistentes a la parranda, la invitación a ese estilo de orgía facha y chic está
justos, también de la viejecita congoleña que, hasta el mes pasado, le alquilaba la buhardilla de la pensión que ella regenta -¿Ana Ozores y el cura que no pudo zamparse?-; una alcobita de nada que nuestro escritorcito rechoncho llevaba medio año sin pagar porque, ante todo y ante esa nefasta posibilidad de ser algún día un escritor reconocido, había que invertir las cuatro perras que, según él, le pagaban en el Correo Extremeño, en copas, cigarro y derecho a sentarse a la mesa en las tertulias literarias del Café Sierra de Gata Escacharrante, y porque sabía que a su benévola casera no le gustaba que a sus escritores, a los que daba techo y sopaboba africana sin pensárselo dos veces o las que imponía la típica frustración de la ética personal, la palmaran del hambre o del frío a la interperie como ese papanatas del Carpanta: “Cien palabras -incluyamos los sustantivos de mierda-; todas, sin excepción, apuntando a las cosas esenciales de mi vida en general. Repasemos: Compasión (siempre mínima), parálisis, ágrafo (1 + 7 + 19 + 1 + 1 + 6 + 16 = 1 + 7 + 1 + 9 + 1 + 6 + 1 + 6 = 32 = 3 + 2 = 5 ---> factible relación simbólica con la gracia de Él); narrador (en tinta azul de bolic Bic de capucha con agujero en su tope para que los niños tontos que se la traguen puedan seguir respirando mientras sus papás esperan ansiosos la llegada de la ambulancia privada), crónica, crítica, despiadada, repulsión, reproducción, copia, arquetipo (¿el del cabrón prusiano? Wernher von Braun = 24 + 5 + 19 + 14 + 8 + 5 + 19 + 23 + 16 + 2 + 19 + 1 + 22 + 14 = 6 + 5 + 10 + 5 + 8 + 5 + 10 + 5 + 7 + 2 + 10 + 1 + 4 + 5 = 6 + 5 + 1 + 5 + 8 + 5 + 1 + 5 + 7 + 2 + 1 + 1 + 4 + 5 = 56 = 5 + 6 = 11 = 1 + 1 = 2 ---> representa la dualidad, la armonía y la comunicación, en pareja o no, o entre mi mesilla y ese cabalero que se hace pasar por mí. Al número dos Se le relaciona también con la unión entre lo material (¿una salchicha robada al charcutero?) y lo espiritual (¿el sabor de aquélla cuando nadie sabe que se ha robado para sobrevivir?); dilatación, escorbuto, hasta, aquí, podía, llegar, sobredosis, nada, demasiado, extraño, recriminado, neurosis, Talgo, fluvial, sinónimo, de, pecado, virtud (¿capacidad que pudiera tener el lector más técnico para reinterpretar al acordeón el bolero incluido en la página en negro de Tres Tristes Tigres?), chowcito, lúgubre, constataba, sobrevolando, glaciares, llamativa, indicaría, escalofriante, colina, iluminada, novicia, género, fantástico, Cortázar, círculo, rojo, sobre, fondo, blanco (en tinta negra de boli Bic robado al alumno que se dejaba pegar porque era bajito y pachucho porque en casa no tenían ni pa´ leche condensada ni hostias. Dicen que su papá estaba en la cárcel -léase El exilio interior. Cárcel y represión en la España franquista, (1939 – 1955), de Gutmaro Gómez Bravo- porque era un rojo sindicalista de mierda, y que su mamá no le leía cuentos porque no sabía leer y trabajaba fregando escaleras en la calle Trinquete de Caballeros), presidiendo, su, fantasía, infernal (9 + 14 + 5 + 19 + 14 + 1 + 12 = 9 + 5 + 6 + 5 + 10 + 5 + 1 + 3 = 9 + 5 + 6 + 5 + 1 + 5 + 1 + 3 = 35 = 3 + 5 = 8 ---> equilibrio, armonía y la ley universal en el karma. Número de ustedes, porque se les relaciona con la luna y se les ordena que se disfracen de árbitros para hacer de jueces con silbato y tener que soportar los insultos de la grada cuando se enfrentan en el rectángulo de la pasión el pensamiento materialista y esos dibujos animados en blanco y negro que el espiritualismo patrocina); exenta, llamó, papá, articularé, mientras, vosotras, exteriorizaréis, aflicciones, ciernen, carne, güeso, glenohumeral, gusanos, mentalmente, hablaba, Ferrol, paradójico, para, doxa, ico, cómico, aterrador, detestaba (el aceite de ricino, la manaza belluda de papá metiéndoselo a la fuerza por su pequeña boca infantil. “¡Que te lo tragues, he dicho, Lauren!”), intuían, cuenta (en ésta se cae en sueños. Al despertarnos solo recordaremos que dicha cuenta iba entre signos de exclamación), calderas, donde, niños, exentos, dolor, deshumanizante, arponera, yo, quiero, ser, arponera, bocajarro, soltar, verdades, a, tiros, odio, aborrecimiento, aversión, 242
rencor, inquina, repulsión, ¡saña!---> de origen incierto, tal vez del latín, “insania”, locura, o tal vez de “sanies”, sangre adulterada, enviciada, baba de serpiente, veneno de araña, lapo pringoso de Él, soy libre ---> 12 + 9 + 2 + 19 + 5 = 3 + 9 + 2 + 10 + 5 = 3 + 9 + 2 + 1 + 5 = 20 = 2 + 0 = 2 ---> letra Bet en el alfabeto hebreo, la suma imposible, porque a “1”, que lo es todo y único, no se le debe añadir nada. 2, polarización y oposición fundamentales, número fatídico, pedo de chocolate... Yo diría que fue Satán”, libres no lo somos) (Pocos podían imaginarse -la cifra oficial de supervivientes a la apocalipsis nuclear del 2071 era de 572 ejemplares de Homo sapiens computerisabilis o ser vivo pluricelular digitalizado- que a Ella le aterrorizaran las entrevistas. Su agente, una señora completamente calva -discúlpenme que abuse de paréntesis, pero es que ni yo mismo me aclaro ya. Éste, concretamente, lo he abierto para especificar que los nuclidos radiactivos militares sueltan ondas electromagnéticas de alta energía que al encontrarse con células vivas, además de destrozar sin pedir permiso cualquier enlace químico existente entre ellas, dejan al organismo bípedo portador de las mismas calvo como el culo de un bebé de antaño- las pasaba canutas, expresión ésta considerada en los anales como la favorita de su difunto padre, un coronel de Infantería de Marina que siempre había demostrado mucha facilidad tanto para soltar guantanzos como para afiliarse como supernumerario a cualquier culto religioso y selecto que pudiera presumir de contar con basílica en ciudad santa y personal de limpieza foráneo acreditado en sus colegios mayores. Cada vez que un periódico o una de las escasas revistas digitales que seguían en funcionamiento -todas, claro está, dirigidas ya o por robots o por cyborgs precariamente remunerados (“Mira majo, si te portas bien y haces lo que se te ordena, no te enviaremos a TOI 700 e”) se interesaba por la obra de la escritora fenicia y manifestaba por correo holográfico dicho interés solicitando a la agencia que aseguraba representarla una entrevista cara a cara o a software, como demandaba la etiqueta literaria, Ella desconectaba su teléfono digital y acampaba debajo de la cama hasta que su tripita, una bolita de nada compuesta de fibras y tubos vagos poco exigentes como las olas del Mediterráneo, le solicitaba bocado o tentempié. La última vez que la entrevistaron -si no recuerdo mal en el espacio cultural del Microprocesador Crítico de Radio Nano-, a la pregunta de la ilustre periodista feminista Monstserrat Roig “¿cuándo sintió usted por primera vez la mortífera llamada de la literaruta?”, Noelia, siempre mirando hacia la puerta de salida, solo supo contestar con un... “Perdón.” Y es que ella siempre se había creido poca cosa -no mencionemos al Coronel otra vez, por favor-, y esto lo sabían todos los que la conocían -no olvidemos tampoco que apenas quedaban medio millar en el planeta-, incluido el espejo de su escritorio, un señorito de provincias encorvado y rallado que la acompañaba desde que ella remató su primera novela, El triángulo de tus bermudas. “Soy tan poca cosa”, le había confesado, “que hasta los caracoles podrían superarme con la poesía que deja su inmunda trazada”, y fosforescente, después de la hecatombe apocalíptica, por cierto. Pero güeno, gracias a Dios o a lo poco que quedaba ya de Él -¿hemos aprendido finalmente a redactarlo con minúsculas?-, durante aquella última entrevista con la Roig, al parecer Noelia consiguió relajarse algo cuando, en una de las escasísimas veces que se atrevió mirar a su entrevistadora a la cara, adivinó instintivamente que, como hacía ella desde la primera vez que se escapó de casa de su papá militar, su entrevistadora solo lloraba en la ducha. ¿Pero no habían prohibido terminantemente las duchas? Desde luego que sí, pero a las
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dos ya les daba todo lo mismo. Ésto también supo verlo Ella... Noelia, soy libre) (Aunque llevo varios años ya evitando plantarme delante de un libro, esta semana me he refugiado en la lectura que, según los críticos de la radio pública, debería interesarme, para olvidarme temporalmente de Lauren y de su nuevo novio, un pendejo suizo que afirma ser ingeniero “microelectrónico”, he querido entender (“Daniel, ¡si es que él si que sabe aportar y desarrollar soluciones!”, me he imaginado que ella me decía mientras, con lágrimas y tres cubatas, yo le rogaba que me concediera una segunda oportunidad... o una tercera... o una cuarta... o ¿será posible que he vuelto ha perder la cuenta?); un angel divino, alto, políglota (una ventaja en este país de analfabetos), deportista (los ingenieros ya no fuman; no, prefieren imaginarse en marte), romántico y con ahorros, que, como sabéis, es una disciplina deportiva que ya pocos practican. Pero decía yo que he buscado en la devoración por complejo de libros un remedio contudente y veloz para olvidarme de alguien que no me merecía, y que conste que no lo digo solo yo, que lo dice también mi ego y la hija del boticario. He aquí la parte fundamental de mi croquis del olvido: si le dedico diez horas al día a leer y, por ejemplo, a analizar (sin envejecer en el intento, por favor) el mamotreto (viene del griego clásico, y viene, también, queriendo decir “criado por su agüela”, osea, hecho un gordinglón del carajo porque las agüelitas solo saben criar nenes rechonchos. “¡Todo un bulto regordete, este niño-libro! Deberíamos apuntarle a aikido.”) que supuestamente contiene las memorias del editor Osvaldo Lamborghini, y que, como decía, me fue recomendado el viernes en un programa de la radio pública que dirige el crítico porteño Rudolf E. Fogwill; si le dedico, entonces, diez horas diarias a la lectura de la barriga de ese nene voluminoso, estoy convencido de que a la semana de haber seguido con disciplina teutónica (¿debería dejarme un bigote ridículo?) dicha rutina escolástica (no olviden que la mía propone lo contrario a la medieval, entiéndase, ni explica nada ni exhibe razonamiento lógico alguno, aunque le sobren argumentos contradictorios. Perdónemen esta macedonia de paréntesis) a mí ya no me dolería tanto la separación, ya que, y aquí viene lo gracioso, estemos muertos o no (no pasen por alto que yo sí que lo estoy; sí, aquí justito, en mi cueva glacial de la sala 64), solo hay otra que cause más pena que una ruptura amorosa entre dos personas que se quieren pero que nunca han sabido expresarlo: perder el tiempo de una manera esperpéntica mientras se sobrepasa cualquier límite que haya sido preestablecido por convenio no escrito por una masa de gente también partícipe directa de otras pérdidas de tiempo ejemplares. Semihundido en el sofá del cuarto de estar de mi casa de la Wardour Street (¡los ingleses por fin hemos descubierto el encanto terapéutico de las persianas!), cada vez que le he dado una calada al pitillo (“una de las cosas que más me gustaba de ti, Danny, era esa facilidad que yo envidiaba y que tenías antes para dejar el tabaco”), he aprovechado la luz naranja que expulsaba la punta del pito para añadir una línea, por muy pírrica o cancerígena que fuese, a una biografía imposible que yo mismo me he planteado para contrarrestar, sea dicho de paso, el efecto negativo que la lectura recomendada anda ejercitando sobre mi corazón roto. En resumen, que yo también sé escribir memorias, aunque nunca me hayan pertenecido. Veamos: 11:52am. Calada. <<Me llaman Mieczyslaw Weinberg y nací un 8 de diciembre de 1919>>... Calada... <<Compositor polaco>>... Calada... <<”¡Lo que usted ordene, Jaruzelski!”>>... Calada y quemada leve de labios. Enciendo otro Camel sin filtro... <<A mi haber, 26 sinfonías>>... Calada...<<17 cuartetos de cuerda... una treintena de sonatas varias, siete operas y múltiples bandas sonoras>>... Pasa el acorazado móvil de la basura. Me pregunto si éstos también entraban en el plan original de Dios... << Hasta entonces, mi canal de Tit-Cock contaba con el mayor número de seguidores que a un compositor
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se le conocía, solo superado, si las cifras que nos devolvían China y Corea del Norte eran de fiar, por el canal de la profesora de piano china-yanqui Chen Yi Lang Long>>... Era definitivamente un acorazado. La tropa de robots que lo conducía a voces así lo demostraba... <<Después de cursar estudios en el conservatorio de Katowice, ingresé en las categorías juveniles del KS Puszcza, fundando en 1923 por la comunidad judía local>>... Y hasta aquí (tal vez esté yo llorando otra vez. ¡Pues te vas con el ingenierito ése a tomar por culo!)... poco más se puede contar sobre mi genial compositor contemporáneo... o no... (¿cuántos gritos he de darle al robot programable y conductor del acorazado de los desperdicios para que entienda que si no exige en la central que le echen aceite al engranaje cada vuelta que se den ellos con el vehículo por nuestro barrio nos va a llegar acústicamente al alma?)... Efectivamente... poco más se sabe con certeza sobre mi vida... si es que hemos decidido primero, claro, confiar (dos caladas seguidas. Fallido intento de iluminación prolongada)... en todo lo que nos cuentan gratis... los nuevos, aunque definitivamente consolidados... genios... de la geografía... (media caladita de nada)... de retroalimentación correctiva digital... Cuentan algunos (posiblemente clones de cuarta generación) por ahí (qué lástima que este adverbio ya no haga referencia o apunte hacia ninguna esquina, o calle, academia, escuela, bar, casa, campo o planeta) detrás de una pantalla que con los ingresos obtenidos con la banda sonora de la última película porno protagonizada por Mia Hartley y John Holmes me he “regalado” un transplante capilar turco... una otoplastia y 3 o 4 ginecomastias seguidas... Al parecer, según nos declara el internauta de la División de Honor, Popolo Petabyte, desde el Café La Galaxia Maltratada... del módulo 1233 de la Zona Biológica, Sintética y Tangible... del V Sector Territorial de marte, a mi compositor polaco se le ha emparejado últimamente (17 millones de votos a favor, 7 en contra, 125 mil abstenciones, 18 en blanco y uno nulo pixelado) con la hija del primo hermano de Salvador Allende... a la que supuestamente conoció en la clínica donde mi maestro polaco se dejaría la mitad de sus ahorros y una buena porción, también, de grasa sobrante... siendo este último detalle, y no me pregunten por qué, ese pedazo lípido inútil e incordiante estéticamente hablando lo que me invita ahora a pensar que quizás a ustedes no les molestaría si les contase a continuación que... cuando yo era un pelele de treinta años y en casa solo se veía A Fondo en la tele con mando a poca distancia y mucho cable, la dos únicas entrevistas que no lograron despertarme la úlcera del puto duodeno... que yo había heredado a guantazos de mi padre el cosaco polaco, porque haberlos los hubo... fueron las del asesino del primo hermano del padre de mi novia... y la de Salvador Espriu i Castelló, nuestro siempre benevolente Gran Enterrador General... ¡Qué par de calvos tan formidables!... Incomparables... por lo menos conmigo... el último calvo del planeta tierra... quien puede jurarles a ustedes... ya para acabar (una manera un pelín eficiente, aunque asquerosilla, de liarse un cigarrillo con las sobras cuando te has quedado sin tabaco, es recolectar las hebras sobrantes de las colillas y liártelas con un papel fino, como el de las páginas de una biblia, for example)... que en marte no hay calvos porque aquí todos somos perfectos, inmejorables e impecables como los glúteos remodelados por lipotransferencia de grasa del abdomen de la hija del primo hermano aquél y los de Mieczyslaw Weinberg, un servidor de ustedes, presente, mas siempre muerto o fiambre, soy libre) (Voy a aprovechar que voy dando vueltas por la capital en el culo del circular y que mi airragado sentimiento de culpabilidad me niega el derecho a quedarme sopa en éste, vuestro cuento, para permitir que la memoria se me venga arriba y me reinterprete, a su precaria manera, la última conversación que mantuve con el porteño Roberto Arlt en el Café Tortoni, como sabéis, pegadito a la Biblioteca Anarquista del
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Barrio de Flores. Aquella charla amena de un mes cualquiera de 1987, año de mili y de cándidas excusas para nunca disparar un tiro, había sido claramente controlada por un único tema del que yo no podía hacerme responsable porque, como sabéis ya todos, apenas abro la boca porque de líder tengo solo lo necesario para sobrevivir en este puto mundo de mierda, y nada más. Paladín, paladín que lo fuese aquel escritor y periodista porteño. “No, Gotera, no es cierto que únicamente existan las poluciones mal llamadas “nocturnas”. ¡Cuántas veces no habré yo eyaculado ya inconscientemente en ese mismo autobús trotaciudades en el que acostumbrarás a viajar para desnucar las horas del hastío dentro de un puñado de años! El diablo, quien, como habrás averiguado ya, prefiere vernos hacer el ridículo a que pequemos, dicho sea de paso, delineó esa ruta busera interminable para que la gente miserable como nosotros soltáramos accidentalmente el bienaventurado líquido seminal si nos quedábamos fritos en la parte trasera del transporte y en plena fritura quimérica soñábamos que nos follábamos a aquella chica rubia, pero morena, pero pelirroja, de las piernas largas y escote público que se había sentado sola en la barra del bar Mi Mono Amedio el martes, pero miércoles, pero lunes pasado. Como veo que te has aprendido el truco porque siempre que te subes al circular lo haces con una copia del periódico para cubrirte la huella húmeda y pringosa que sobre tu paquete pudiera dejar una aleatoria polución explosiva, y como veo, también, que solo quedamos dos en esta insignificante tertulia, permíteme que la acabemos brindando por la única lotería que toca cuando cree ella que debe tocarnos, y que da susto pero también ganas de seguir viviendo sin carné de conducir. Digan lo que digan, y fíjate bien lo que te matizo, un ordenador nunca podrá parecerse a un humano. ¿Sabes por qué? Pues porque jamás conseguirá entender por qué la peña insólita como tú y como yo tiende a enamorarse de un autobús. Claro que, ¿le haría falta alguna vez comprender una cosa así? Yo creo que sí, amigo Gotera”, soy libre) (ENTRADA: Yo con el abuelo en el infierno. ¿Se escribe con mayúscula? Ya sabéis, aunque ya no creáis en nada, carajo, del latín infernum, o bolo donde se afincan las almas perdidas de quienes la palman sin una sonrisa en la boca. Descanso eterno, mas con china insolente en el calzado. El abuelo lleva puesto su uniforme de teniente coronel del cuerpo de ingenieros. Le traigo una bandeja vacía de cominda. Me cuenta alguna anécdota de cuando era un pelele y vivía en Mallorca. ¿O era Valencia? La conversación ha de empeza así: “Mire agüelo, le traigo algo de comida.” “¿Sabes una cosa, Naranjito? Cuando tu abuelo era pequeño los niños fumaban y a las mamás no se las permitía salir de casa si...” O tal vez sea mejor que la entrada comience así: “Tened en cuenta que en la cocina del infierno, posiblemente tan limpia y ordenada como los lavabos y las duchas de ceniza, nunca encontraréis ningún rastro de comida que no sea solo recomendable para consumo de roedores y cucarachas (¿blatodeos?). Por mucho que le pueda doler a alguno (pienso ahora en aquellas ánimas que, en vida terrenal, dedicaron su rato de ocio a marcar repetidamente el número de teléfono de las distribuidoras de comida rápida y sobrevalorada), las bandejas de la comida, de un aluminio brillante que causa alucinaciones, siempre llegan a su destino vacías. Esta ausencia absoluta de papeo -descuéntese el que se hace de contrabando. Si no me creen, asomen el pescuezo por la cueva de Adolf- tampoco implica que uno no pueda marcarse un detalle con algún conocido o familiar y llevarle una bandeja a su choza infernal, aunque solo sea para que el cliente agasajado pueda reconocer que no es condición sine qua non (¿”sin la cual, no?”) en el infierno el sentirse solo.” A este encomillado debe seguirle algo parecido a esto: Con ese tipo de fregado mental andaba yo luciéndome cuando, después de golpear la puerta de la cueva del agüelo -¿pero no decías que en el infierno la única puerta en pie es la que vigila Espriu?-, entré prácticamente de
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puntillas para entregarle una bandeja centelleante pero vacía con el almuerzo hiperrelativo del día. “Gracias, Naranjito. Ponla ahí, junto a la nada”, me dijo el oficial Julio Yáñez mirándome al corazón. “Siéntate ahí y charlemos un rato sideral”. ¿Sentarme dónde? ¿En un sector inmaterializable de la memoria? Le hice caso y apoyé mi culo cascado en uno de los pisos de la calle Jorge Juán que tenía mi viuda abuela. Como el espíritu de un cuento o de una novela es el de la complejidad, según Kundera, o quién carajos lo dijera, a ese cuento o novela se le puede exigir que nos insinue que las “cosas son más complicadas” de lo que el paria del lector se cree. Siendo así, a nadie le debería soprender que yo le preguntara a continuación a mi pariente, mientras apuntaba con el meñique hacia mi sobresaliente cabeza de chorlito: “¿Está bien aquí, agüelo?” No me constestó, seguía y, por lo que me cuentan, sigue siendo un tipo muy complicado. Tal vez eso explique por qué en el pecho de su uniforme ya no exhiba esas condecoraciones de la guerra de Marruecos que el sapofofofascista con voz de colibrí castrato le había confiscado al acabar la Guerra Civil. Aunque no lo fusilaran como a cientos de oficiales de carrera en zona republicana, ese detalle deshonroso le costó un cáncer y el consiguiente desplazamiento atemporal a la otra dimensión cuando su hijo -mi viejo- solo tenía ocho añitos. Sigamos: es una lástima que a la mayoría no se nos permita en el infierno hablar sobre el pretérito. ¡Me gustaría preguntarle tantas cosas! “Agüelo, me hace falta demasiada información y siento que me ahogo.” Primero le preguntaría por qué carajos le exigió a mi padre en el lecho de muerte que, todos los días, antes de levantarse, se repitiese hasta la saciedad la exclamación “¡soy capaz!” Mi viejo, en vida, fue capaz de muchas cosas; pero ninguna, salvo alguna que otra excepción que no merece ser contada porque yo soy el único protagonista de este cuento, concluía de una manera agradable para aquellos que debían soportarlo. “Escúchame bien, Naranjito”, me dijo el padre del nene hipercapacitado, “solo en este lugar puede una persona descubrir objetivamente su nulidad como ser vivo. Caiga donde caiga yo en la próxima vida, lo haré en el bando de los vencedores. Que no te quepa la menor duda. Eso sí, a ningún hijo mío le pediré nunca nada que no sea aprender a sonreir cuanto antes y a manifestarlo públicamente a diario. La alegría, querido nieto, es la única forma de liberación viable.” Aunque es cierto que existen espejos en este tablao infernal -los he visto en el gimnasio de la duodécima planta-, no parece que se nos haya concedido la facultad de poder observar, ni muchísimo menos analizar, nuestras expresiones faciales ni gestos corporales. Mejor así, supongo, aunque también es cierto que a varios no nos desagradaría si algunos de los residentes más cercanos pudieran demostrarle con un espejo en mano al abuelo lo bien que le sienta a él y lo rejuvenece cualquier amago efectivo de sonrisa. Yo no me atrevo a decírselo, tal vez porque tengo la sensación de que causaría algún tipo de interferencia moral en su evolución o penitencia cósmica. ¿O se trata de una transmigración? Pero Naranjito, ¿tú no eras ateo? ¡Que no me llamo Naranjito, hostias! ¡Que soy Daniel, el nieto que quemó con el Moncho y el Cantalapiedra la botica del colegio Almazán! “Cuando se tira para casa”, se arrancó el agüelo mientras se zampaba con una lentitud entendible una manzana en la memoria, “es razonable creer en algo.” Sonaba en la boca del militar y en mi sistema cardiovascular hueco el harpa de Alice Coltrane. Toca Ptah, the El Daoud con Pharoah Sanders. “Mi querido nieto, aquí solo hay sitio para un único ángulo de visión. Como habrás podido comprobar ya, ni es el tuyo ni nunca será el mío. A quién le podría interesar, de todas formas.” ¿Ángulo de visión? Sí, ángulo de visión, medida ontológica que define a su manera esa parte de nuestro juicio arraigada por necesidad trascendental (¿les he contado ya que Naranjito siempre lo escribía con ene antes de la ese?) Como ven, en el infierno somos algunos unos
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listillos. Pero ustedes nunca lo entenderían, porque antes tendrían que cesar de existir, y eso cuesta muchas vidas malogradas, alquileres ridículos, trabajos pésimamente pagados y melodramas románticos penosos. “Como sabes, nieto, nunca charlo con los otros inquilinos. ¿Para qué? Lo cierto es que me desagrada la idea de tener que admitirles que todo lo que piensen o me cuenten aquí no les va a servir de nada. Prefiero vivir solo, dedicarme a la contemplación, evitando al mismo tiempo toda reflexión sustancial. ¿Ves ese moscardón que baila como un chiflado sobre la bandeja que me has traido? Lleva haciéndolo en mi cueva desde que llegaste al infierno. Bueno, ya estoy cavilando otra vez. ¡Para qué diré nada! ¿Sabes una cosa, Naranjito? Espriu i Castelló quiso colocarme a Sergio Pitol en esta celda. Argumentaba que el diplomático de Puebla tal vez podría entretenerme porque sabe domesticar insectos. Me negué rotundamente porque siempre he destetado el circo. Mas quizás me equivocaba y cambie de opinión alguna vez en mi próxima..., yo diría, supervivencia.” Ese coñazo del moscardón del que habla mi agüelo era uno de los personajes de un cuento inacabable que quise venderle a una editorial sanmarinense (aprendeos todos los gentilicios, incluidos los de Marte y Venus. Creedme, aquí os harán falta). “Demasiados personajes”, solía ser la respuesta de los editores. Pero yo sabía desde un principio que ellos solo querían pensar en ese interminable número de páginas que yo les había enviado. “¿Pero usted está loco o qué, Naranjito? Métase su manuscrito por donde pueda entrarle, aunque dudo mucho que ese legajo colosal logre caberle por ningún sitio, apeste o no.” Qué imbéciles, por el culo siempre me cupo/cabió/había cabido/hubo cupido la suma total de los integrantes mecanografiados. “Adiós, agüelo. Le veo en el 3439”, soy libre) (Entorno e inmediata respuesta: Odiará a las ratas. Sí, Gauguin las aborrecerá. Que no os quepa la menor duda. “O rata, o yo.” No habrá término medio, no habrá mediación. “Pero, hombre, ¡si no son tan malas! Seguro que tiene alguna función.” Las odiará a muerte, como se odia a la pareja cuando te dejan por otra que claramente te supera en apariencia, personalidad, posición laboral, casa y holograma. “Yo, cuando veo una rata, o me escondo aterrorizado, o exploto y la acribillo a balazos.” No habrá diálogo ni entendimiento, decimos. “Ay, déjala. Pobrecita, si no hace daño a nadie.” Eso te lo creerás tú, todo calentita y relajadita en la camita. A ver si cambias de opinión cuando a las dos de la mañana, la hora de los incordios psicológicos, la rata se te suba a la cama porque cree ella que Satán, como buen comunista naturalista que es, le ha concedido el derecho a solicitar, también con las seres vivos con mayor capacidad para entender las cosas, un reparto justo de materias y espacio. Alguien debería contarles a estas criaturas peludas e inmundas que el sentimiento instintivo de repulsión sigue en funcionamiento. En el vocabulario de Gauguin no existirá el vocablo empatizar. Como mucho llegará a simpatizar con algún que otro paria local, tal vez en el Perú, tal vez en Martinica. Mas cuando vea una rata (me pregunto si llegará a opinar lo mismo sobre los ratones), solamente manejará dos opciones: o mearse encima tras subirse a una silla de un salto, o sacarse la M240G y liarse a balazos con esas criatura repulsivas. ¿Y qué es el amor? O éxtasis brutal o desencanto humillante. Idéntico con las ratas. Ni nunca habrá negogiación ni nadie que exista sabrá explicarnos por qué sería razonable encontrarle una solución. Bala o pis, tú eliges. Y cuando Gustavo Arosa se haga cargo legalmente de él, porque Dios no es tan majo como nos lo pintan y ya se habrá fulminado a sus padres, o se cagará en los calzoncillos cada vez que su tutor lo haga llamar a su despacho, o irá directo a por él con los puños de las manos violentamente apretados. “Ahora que ya eres todo un hombrecito, Paul, te voy a enlistar en la marina mercante. Cuando vuelvas tendrás un sitio en mi compañía de accionistas. Pero empezarás por abajo, como todos, porque nada en esta vida viene regalado.”
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Algunas hostias, sí. “¡Vete a tomar por culo, asqueroso de mierda! Tú no eres mi papá.” Si nuestro futuro artista algún día le suelta una leche a su tutor, sabrá también, casi por inercia, como en los dibujos animados, que podrá acabar en la UCI, soy libre) (Esa batalla que sobre medio millón de páginas mal escritas entre la mano prolífica que deseaba escribir feliz, y la puta tinta changullera que parecía pensar lo contrario, forjaba a la inversa a la joven poeta, la niña envejecida prematuramente que seguía sin comprender que para rellenar cuartillas mientras se creía que la pizca era la de la vergüenza ajena debía primero bloquear todo instinto de desarrollo personal y emocional ansiado. Como ya dejara escrito en su epitafio Charlie Rivel (Cubellas, 23 de abril de 1896 - San Pedro de Ribas, 26 de julio de 1983): “Si me asomaba al balcón de cuclillas, me crecían las flores silvestres. ¿Por qué iba a negarme a regarlas?” Tenía claro ella que para continuar escribiendo no debería permitir que todo amago aparente de desarrollo emocional alcanzado gracias a la pseudoterapia de las letras pudiera contribuir, aunque fuese un contrasentido, a hacerla sentir bien consigo misma. Lo esencial, creía, era que el dolor acumulado supiese familiarizarse con lo escrito, marcando al mismo tiempo la ruta que la señorita estaba dispuesta a seguir como juntaletras incógnita en una habitación de malamuerte de Lille, la ciudad gris más mierdera de la espiral Láctea. No, ni se molesten: hay sitios en nuestra geografía que se levantaron para que las putas moscas pudieran sentirse como reinas durante esa veintena de jornadas que dicen los listos que viven. Yo, personalmente, puedo dar fe de que algunas me superan en edad y nietos. Enchufen la biblia y me entenderán. “Solo escribo para legitimizarme”, escuché que le contaba a Dios en un bar de Aviñón, un 21 de junio de 1945, día de San Raimundo de Barbastro, santo guerrillero que había nacido por cesárea de madre muerta para rescatar a cristianos cautivos allá abajo, en España, y en el tiesto, también, del continente vecino. Pero ¿legitimizarse en dónde? ¿En su obra? ¿En la familia? ¿En otra relación precaria?... ¿En la cola del paro? Veamos si puede ofrecernos una respuesta adecuada. Lo dudo mucho:
Milagros: Las poetas no escribimos para salvarnos. No, un gran mayoría lo hacemos para legitimizarnos.
Dios: La verdad (con estas dos palabras comienza el declive de la humanidad) es que no te entiendo, bonita. Ayer mismo me contabas que te gustaría ganar más dinero para que pudiésemos por fin viajar a esos “paraísos” que siempre has querido visitar conmigo.
Es lógico ahora explicarles a aquellos que han nacido con internet que el referente “mezclar las churras con las merinas” hace alusión al mundo del ovino, una vieja práctica ganadera que consistía en la producción y cría de la oveja (Ovis aries, si no recuerdo mal), un cuadrúpedo pelanas y graciosillo que nunca llegó a destacar por sus habilidades intelectuales y que solíamos domesticar para sacarle leche, carne y lana. La lana de las ovejas merinas era mucho más apreciada que la de las churras, principalmente porque era más fina y distinguida. Pero busquen y miren qué cara más boba tenían. Entonces, si se dice que Dios, por ejemplo, no debería mezclar churras con merinas, lo cual, por cierto, ya no le puede somprender a nadie, lo que se intenta manifestar es que el pobre chaval está demostrando una incoherencia supina al hablar, mezclando al dialogar temas de una naturaleza completamente diferente.
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Milagros: Tú es que no te enteras de nada. ¿Qué tendrá que ver una cosa con la otra? ¡Si te estaba hablando de no aprovecharse de la poesía para usarla como una herramienta que nos permita desarrollarnos emocionalmente! Anda, anda... Dejémoslo.
Y lo dejaron, como quien deja el campo sin mirar atrás. “Estoy a punto de perder veintitrés años de mi vida”, dijo Pity Álvarez antes de apretar el gatillo de la Smith & Wesson MP9 con la que finiquitaría, en un momento de defensa proporcional visiblemente ilegítima, su relación con el camello y tramposo vocacional Papo Bianchi. “No me arrepiento, ésa es la clave.” Y lo dejaron, el Pity a su fiambre; y ella, a Dios, después de redactarle una notita de despedida sobre la mesa baja de mármol que había heredado de sus viejos, un tanque rocoso de cuatro patas que con orgullo exhibían sus padres en el salón de la casa de la que Milagros huyó tan pronto como el dictador de la nación y sus entrañables supernumerarios dejaron de poner objección legales o morales. La última vez que ella y su papá se sentaron junto a aquella mesa, los acompañaba el cura Rogelio. Ella, que todavía no había comenzado ningún proceso de legitimación plausible, le había confesado al cura gordinflón de la Obra que su papá la tocaba cuando la vieja dormía. El empleado de Dios, quien por la gracia de una cestilla universal vestía de negro desde que su papá supo entender que su primogénito nunca serviría ni para el campo ni para la puta guerra, le dijo que hablaría con su padre si primero le prometía que ella lo perdonaría porque el pobre no sabía lo que hacía y en el fondo (¿Abismo Meteor, a 8.265 metros de profundidad, fosas de las Sandwich del Sur?) era una buena persona. Ello, el monstruo peludo de las manos gruesas e interminables, imaginó que el cura, bajando ya en el ascensor, no le oiría cuando cuando él estampara (deberíamos escribirlo con x) la frente de su hija contra la superficie fría de la mesa de mármol. “¡Pero qué has hecho, so desgraciada! ¡A mí, tú no me arruinas la vida! ¿Te enteras?” Segundo golpe. Tal vez un poco menos fuerte. Tal vez porque acabar por una cosa así en la cárcel era posible. O tal vez porque le tocaría a él limpiar la sangre de la mesa. Aunque pensándolo mejor, no me hubiese sorprendido si, además de haberle dejado la frente como un pastel de guindas a su primogénita, la hubiera exigido a cotinuación que se deshaciera de las pruebas del delito familiar. “Anda, anda... No exageres y trae algo de la cocina para limpiar la mesa.” Y ella le hizo caso. ¿Para qué ser masoquistas, verdad? Y ella limpió la mesa, y puso la lavadora, exigiéndo a la máquina un lavado rápido y sencillo porque la ablución sintética de un par de bragas meadas y una servilleta de cocina manchada de sangre tampoco es que fuerana demandarle un esfuero titánico. Qué cosas más raras nos cuentas, Daniel. Pues éso no es nada: fijaos que en un acto de una obra teartral completamente diferente en argumento y estilo (¿y esto quién lo dice? Pues su padre, por ejemplo, ya muerto y cosechando siglos en el infierno), cuando sube el telón (la obra, publicada por la editorial La Factoría de Ideas Que Nunca Serían de Recreo, tendrá una tirada de 177 ejemplares, y será Milagros quien se encargue de su publicación y distribución a mano y paseo), el único espectador presente (un tirano que se hizo dictador para superar un complejo de inferioridad legítimo, o una moja bigotuda con facilidad para la bofetada limpia) durante la representación descubrirá a nuestra protagonista de la frente achichonada (me niego a que me perdonéis la expresión) y partida, tumbada desnuda en un baúl abierto en su estudio de Lille. Ese frío del mes de enero francés, lo combatirá ella cubriendose con todas las cuartillas ultrajadas que le tocó tirar a la papelera mientras sobrevivía la Gran Mentira. En el escenario no habrá focos. ¿Quién desearía ver una mierda en el infierno? Mejor escuchamos.
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Dice Milagros cuando finalmente se siente escuchada por el único espectador de la función: “Guiada por un instinto errático de supervivencia, me sentí obligada a acompañar el ejercicio de la escritura con otras responsabilidades cuya sola función parecía ser el recordarme, siempre que cerraba los ojos y no andaba fumando porros o bebiendo, que la misión de la literatura era simplemente la renovación de la lengua. Pero ni dios, ni el Otro, supieron entenderme. En Lucifer encontré esa clarificación sentimental que yo buscaba entre caladas y sorbitos. Él sí que comprendía mis faltas de hortografía. Yo podía asegurar que no Le molestavan.” Baja el telón, quizás por accidente, cree la autora. El único empleado (“¡si solo soy un currito de mierda!”, estalla a la cuarta copa en la barra del Bar Abel de Arturo Soria), aunque nunca llegó a creérselo, se había imaginado que era la hora de volver a casa, de volver al bar, de regresar otra vez al paraíso... que tanto se le había asemejado en sueños al infierno, soy libre) (Epílogo... O mierdas que se sueltan después de cualquier discurso. ¿Existe en la dramaturgia? Creo que sí.
-Gauguin: ¿Qué buscarán ahí que no exista ya en el vuelo de una dúcula del Pacífico? Baja el telón, mecánicamente, como ha de ser, degenerados, soy libre) (Querido Padre Miguel, hablemos ahora sobre Boris. Empezaremos con un “deleznable.” Masa exagerada de carne deleznable, por ejemplo. Si nadie mira, mata sin compasión. Único caso reconocido y registrado de álter ego de uno mismo. Cualquier parecido con uno mismo nunca podría ser tan parecido como el que tiene él consigo mismo. Tan asombrado está consigo mismo que no es de extrañar que apenas se plantee dudar de sí mismo. Se le reconocen en el registro siete hijos ilegítimos. Todos se apellidan Sí Mismo. No se deja nunca acompañar de nadie, el alter ego hay que conservarlo inmaculado. De nada le sirve a él ni a nosotros, sus sufridos testigos, que su superego haya intentado en vano atormentarlo. Él sabe que está por encima de todos y de cualquier concepto. “¿No te das cuenta de lo hijo de la gran puta que eres?”, le pregunta su superego antes de salir Boris a la calle, la suya. Bien es conocido que todos los psicópatas se creen más inteligentes que nadie. Confunden la inteligencia con la capacidad innata que tienen de sorprender a la gente que no suele prestar atención. Si existiera Dios, discutiría con él, para ridiculizarlo, para que perdiera la fe con la que se ha despachado a varios billones de personas. Lo que sí que es cierto es que lo psicópatas y los asesinos en serie se saben, porque ha quedado documentado en innumerables ocasiones, un pelín más inteligentes que la policía. De ahí, querido Boris, que lleve tanto tiempo apresarlos. ¿Que por qué le cuento estas cosas, Padre Miguel? Porque me estoy volviendo loco y quiero, ante todo, que si mi plan funciona y consigo librarme de él -no olvide que cuento con la ayuda de una persona muy cercana a la Bestia-, que usted no llegue a creerse todo lo que la prensa inglesa vaya a decir sobre mí si después de haberme visto literalmente acorralado yo elija volarme la cabeza. ¿Me entiende? Todos los asesinatos son justificables; es el alegato lo que quizás requiera reprobación, soy libre) ( Capítulo XXXIII
Cómo nace una pena
The Birthday Party, Several Sins... ¿Qué papel? ¿Desempeña? ¿Lo absurdo? ¿En tus emociones? ¿Noelia? Un mal común: que la Santísima Virgen que se te aparezca por la noche después de tres días de abstinencia agotadora, pertenezca al reino de los cielos Ndongo, pertenezca a un orden oculto, el de la añorada realidad. El amor. Es la manera. Más sensata. De Ganarse. Enemigos
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Inactivos. El que te profesa. Nuestro hijo. Es con razón. Tu peor adversario. Te avergüenza. Admitirlo. Cuando de un sudor abrasivo. Te bañas en la puta cocina. Mientras buscas. Como una lunática. Ese jarabe para la tos. Que contiene un 12% de alcohol. Los alcohólicos en perpétua rehabilitación. Tenemos rotundamente prohibido. El consumo de jarabes. Que contengan. Etanol y. Ma. Til. Tol. Pero volvamos al amor: hay límites que nunca deben ser sobrepasados. Como dice la Virgen Nzinga: dale densidad, no necesidad. Mas a falta de algo mejor. Tú lo llamas. Vida. La tuya. No la de quienes te sorportan. Gente ficticia ésta. Que no es que tampoco. Tenga nada de lo que deseen presumir. Tú lo llamas Capítulos. Y algunos fragmentos de ellos. Van insertados. Como un ataque de tos repentino. De la memoria. En este cuento. Interminable. Recuerdo. Por ejemplo. Sentirme como un mequetrefe privilegiado. Cuando en Londres. Al poco de concerme. (¡Mira que me aterrorizaban las mujeres!). (¡No había manera de engañarlas!). (No hacía falta que yo abriera la boca). (Porque en la frente yo ya llevaba escrito en tinta roja mi declaración infantil de intenciones). Me invitaste a tu dormitorio. ¿Y por qué no a Arteche?. Él era más alto. Más fuerte y deportista. Y yo era solo un gusano en paro. Poeta de cartón. Y embudo de plástico. De la ridícula inocencia. Y yo era solo invertebrado con acento. Que robaba cuadernos en las papelerías. Y obras póstumas. En las librerías de segunda o tercera mano. ¿Por qué no a Larkin? Él era tu apuesto jefe. Rico. Nazi. Y te llevaría al extranjero. En su descapotable. Éste sí. De primera mano. Pero volvamos. A la vida. (¿No vuelven así las moscas? ¿Cuando salen medio muertas? ¿De un vaso de agua fresca?) Al análisis lucido. De esta enternecedora. Vida de mierda. Cuando Alonso Quijano. Le hablaba en griego. A la güena de Maritornes. Lo hizo por nosotros. Noelia. ¿No lo ves?. Es difícil. Imaginarse. Al Quijote. Ya. Si tú no estás. Entre nosotros. Y yo. Me he quedado. Solo. Ante una lápida de cementerio. Por la que suben y bajan. Los caracoles. Buscando el camino. Más corto. Al obstáculo siguiente. Míralos. Cómo se nos asemejan. Si supieran. O quisieran. Hablar. Serían ministros. De nuestras desventuras. Consejeros ideológicos. Sacerdotes sin sotana. Ni hostias sagradas. De cuentos y de caracoles. Nútrese la mierda. Nunca se la ha visto. A dieta. Quizás porque nadie se atreve. A burlarse de ella. “¿Has visto?”. “¿Listz?”. ¿Lo fofa que se nos ha puesto?”. Mejor. No decir nada. Para que nuestro silencio. Resulte más práctico. Y personal. A las personas. (Homes e mulleres neanderthalensis). Nunca nos ha interesado. La verdad. Por muy bien. Que huela. Ni muchos nenos. Adultos o no. Que ella se lleve. Contado por lo general. Aunque nos cueste admitirlo. Con nuestro beneplácito. Como ya he señalado. (¿Cuándo os vais a atrever a apuntar con el índice?). En esta novela por entregas. Creo que a éso. Lo llamó Janáček. Mientras agonizaba. La Casa de los Muertos. De Dostoyevsky. Genial. El checo estaba loco. Como tú. Y como yo. O como yo y yo, obscenamente. And all of that, and a few 100 more. And only fire grow, I heard the fire grow alone in the..., soy libre) (El licenciado Borges encuentra una nota que redactó entre bostezos en su vigésimo primer cumpleaños. En ella escribió con pulso de rata conmovida que por fin había conseguido entender algo, había logrado clarificar una parida con forma de veredicto lógico que lo ha dejado ahora desencajado al reelerlo y aplicarle un mínimo de razonamiento neoclásico. Como era de esperar, argumenta, ha ocurrido fortuitamente. Claro, ¡no le podía exigir otro tipo de encuadramiento racional a la vida!; porque bien es sabido, nos o se asegura así mismo (dice que así se lo ha hecho comprender en múltiples ocasiones la viejecita ilustrada que vive en la pensión de su almohada), que uno de los requisitos imprescindibles para que él pueda llegar alguna vez a alguna conclusión inequívoca cuanzo razona -ha de imaginárselo uno aquí negándose a leer la prensa y con la radio apagada. No me pregunten por
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qué- es que primero se le cague encima una paloma, por ejemplo, o que él se tropiece con un baldosín mal encajado y se desplome de rodillas sobre la acera del suelo público ante la atenta mirada de la chusma “correveidile.” Amigas, lo que más le cabrea -Borges, cuando no sonríe, usa con tremenda facilidad ese verbo- es que el excesivo cuidado que pone él al caminar o al manejarse por la ciudad mientras la recorre pensando en “sus” cosas -por lo general, únicas, marcianas e intransferibles-, nunca resulta ser prolífico o suficiente, porque bien sabe él que todas las respuestas que urgentemente necesita solo las consegue cuando se exhibe por la vida como un querubín inocente que va con el culo al aire mientas luce, a su pesar, un coeficiente intelectual inversamente proporcional al tamaño de sus nalgas. “Aunque no lo parezca”, le comentaron al unísono las Ocampo hace treinta y dos otoños al verlo aparecer por El Banderín otra vez con la frente abierta y las rodilllas del pantalón agujereadas, “a usted su juicio lo tiene trabucado.” No, yo tampoco entiendo si era o no una indirecta. En fin, que siendo de esa manera mencionada de la única forma que él podía plantarse en la calle -ha quedado ya claro que, todavía rozando la veintena, Borges tendía a argumentar que pensar, lo que era pensar, solo podía hacerlo fuera de casa. Y no, no menciona en nigún sitio a su querida mamá- para intentar llegar a cualquier tipo de conclusión necesitada, uno podía imaginarse que, a esa edad, a nuestro Borges no le quedaba más alternativa que ir de jilguero candoroso por la vida (¿se cagarán las palomas también en las camochas de los pajaritos?), silbando, por qué no, canciones escolares mientras salía finalmente de su jaula (¿cuántas rejillas de jaula no abremos dejado abiertas alguna vez, por error o no?) para aventurarse al balcón y, acto seguido, como un tonto que no cree en la muerte, darle los buenos días tan pancho al felino Silvestre -originalmente, Silvester J. Pussycat, Sr., por si desconocían el dato-, postrado éste, como nos apetecería imaginar, a mano derecha, y a contados metros del muro que cubre el Cementerio de Aves e Ilusos Optimistas Edelmiro Farrell. Para retomar el hilo sifilítico de esta irretomable historia (¡no te gustan que tus adjetivos concuerden ni nada, pazguato!) ajena, he de confesar, entonces, que poco o nada me cuesta figurarme ahora a Borges esta tarde saliendo de su pesebre de la Avenida Pueyrredón 2190; y que no ha pasado él a pata ni dos portalitos de mierda todavía cuando su incipiente calva empieza a conquistar la atención de una Columba livia desvergonzada que se lo va a cagar encima, exáctamente 3,2 segundos después de que nuestro bípedo fecalmente ultrajado se haya cruzado con un viejecito cojo y pasado de kilos cuya cara le va a resultar familiar porque con él deberieron comenzar todas sus desgracias, cree Borges al iluminársele la bombilla que las ideas y los recuerdos le cubren de excremento de palomas -me aseguran que éstos contienen oligolelementos y vitaminas del grupo K. Yo no me creo nada-, y que -retomemos el conveniente hilo de las conjunciones inacabables-... y que... y que... y que ya sabe el bibliotecario porteño a quién pertenece el rostro de ese lisiado que caba de sobrepasarle a su manera... y que no es otro que el de Mark... y que este Mark era el dueño de la pensión en la que Borges se hospedaba recién llegadito él de estudiante a la Avenida del Libertador ése... y que era un tipo muy majo ese Marquito... y tan majo que cuando en una de esas mínimas noches en que Borges soñaba con algo que claramente iba a resultarle real... y, hasta cierto punto un tanto peligroso, ... soñaba, decíamos, que la vida era una grieta irreparable... y los ángeles de la guarda y, por qué no, del infierno también, le aconsejaron salir de su sueño... y él no lo dudó y abrió los ojos de un plis plas -o santiamén, si a ustedes les gustan más los rosarios y las letanías... y que justo a tiempo -el techo de escayola al que su pupilas dirigían ahora la mirada desde la cama parecíale que se agrietaba un pelín más a cada microsegundo- saltó de la cama... y evitó así... que el artesonado
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paletorro que lo había despertado a eructos de cal centenaria lo cubriera de maneral mortal... como sí que llegó verdaderamente a cubrir la cama en donde su cuerpo virgen descansaba 1,3 segundos antes de saltar sobre la moqueta de aquella habitación de mierda... y que, para ir acabando porque ya no recuerdo dónde comienza el sitio... y dónde debería acabar la rendición de esta paupérrica narración, recuerda ahora Borges también que su patrón no le dio la menor importancia a lo sucedido... y le ofreció inmediatamente otra alcoba de mierda... y él lo aceptó sin mencionar la palabra compensación en ningún momento aunque la puta cal del puto techo prácticamente se había llevado al otro mundo, el de los sueños irrealizables, todos sus manuscritos, incluídas sus traducciones al porteño de algunas obras de Kipling, Wilde y Twain, y todas sus ropas y los dos o tres acetatos que su mamá le había regalado antes de salir de casa por primera vez... y que no importaba porque el patrón era un tío muy majo, porque majos eran en aquella parte iniciática del siglo XX todas esas personas que, además de tener más capital y poder “histórico” que usted, boludo, nunca te sacarían una navaja para cortarte ligeramente una mejilla si les llevabas la contraria o te atrevías a plantarles cara cuando pensabas que tú llevabas la razón (“supongo que usted entiende que ese pedazo de techo de escayola podía haberme follado para siempre si yo no me hubiese despertado y saltado de un puto brinco a tiempo”) y que a ellos solo les importaba aparentar más poder económico que los capullos de la acera de enfrente... y que... y que... y que... volviendo a la Columba livia, cuando le aderezó con detritus orgánico al porteño su calvita de recluso estudiante, lo hizo para que se le encendiera, como se ha comentado antes, la bombilla de la percepción instintiva o juicio, con la sana intención de hacerlo entender a 1 -nunca he entendido por qué lo expresó en cardinales- que cuando casi muere acribillado a lo tosco por varias decenas de quilos de escayola antigua, él había creido que Mark, su casero majo, era un ya un viejo, por mucho que anduviese él equivocado en su estimación, como llevamos haciendo todos, por otra parte, desque que salimos de la caverna para robarle la pareja y el papeo al vecino de al lado, porque volvió a cruzarse con él en la calle una veintena de años más tarde, como ya hemos contado, y entonces sí que aquél era un viejo de verdad, y no antes, en 1919, o año del derumbe salvaje del techo de escayola... y que lo que le angustia en la presente a Borges, que solo pasa de los cuarenta, es que él tiene actualmente la misma edad, aproximadamente, que la que tenía el cojo patrono cuando lo del asunto del sueño agrietado, y no puede ya si no preguntarse y, por relación directamente proporcionalizada, agobiarse un poquito más, si cabe o quiere autoflagelarse, si los pelanas y la gente joven que tanta atención a él le acreditan en la presente, ya sea en el parque, en la biblioteca, en los lavabos públicos, o en los mismísimos Billares Alenjo del barrio de Boedo, por ejemplo, sí, que esa gente, decimos, imberbe y sin problemas existenciales, aparentemente, piense sobre él lo mismo que él pensaba sobre el paticojo Mark: “este viejo es majísimo.” Joder, coño, esperad un poquito -¡no me adelantéis la muerte, me cago en diez!-: ¡si todavía no he pasado de los 50! El óbito se acelera por asociación indebida de cáculos aritméticos relativos. Sería aconsejable que al mezclarse en público con los mancebos, cada adulto portara en la frente y entrecomillada en tinta roja la edad real que objetivamente le corresponde, soy libre) ((*) Gregorio Samsa---> Goyo Sam-Sung, el oficinista (de Kafka). Le negaron el derecho a contar con ordenador personal. “Señor Sam-Sung, en este bloque de oficinas se comparte toda la información almacenada y a-u-to-ma-ti-za-da con nuestros programas informáticos.” Él también se había confesado forma ambigua de conservación y mecanización de datos y sentimientos indeterminados. Si a última hora le añadía una diéresis al adjetivo “ambigua”, lo hacía porque creía que pronto podría
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enamorarse. Quién sabe, quizás de otra oficinista que él absurdamente imaginaba le había echado el ojo al cruzarse con ella en el pasillo que llevaba a la única cafetería del edificio; quizás de una imagen digital prohibida que lo había sonreido a él en su sediciosa imaginación más de lo que permitía el reglamento moral aprobado por las autoridades invisibles capitalistas, o librecambistas, como les gustaba a ellos definirse. Pocos sabían que a la diéresis también se la conocía como “crema”, y que, en el manual de ortografía personalizada de Goyo Sam-Sung, solía cumplir la función de signo ortográfico exponente que indicaba amor resurgente y/o antirreglamentario. Pocos sabían ya nada, éso era innegable e innegociable. ¿Quién podía culparles de nada, claro? Así se lo hizo saber por postal digital al poeta y traductor J. C. en “octübre” de 2092: “Estimado compañero: Desde que te visitaron en una pesadilla esas cuatro recaudadoras pendencieras no he vuelto a recibir noticias tuyas. ¿Sigues en McAlester? ¿Y te han pagado ya las traducciones? Solo quería decirte, tal y como lo expresaba mi difunta hermanita Lauren cuando era una enana, que pese a que ya “nadie no sabe (sepa) ni ninguna nada”, a mí no me defraudaría saber por lo menos algo de ti. Sigo en la oficina... y ella me sigue a mí cuando no me atosiga imaginarme que, por una puta vez en la vida, ...”, soy libre) (Domina desde 1664 el pub The Llandoger Trow -domina porque es un pub y nada controla mejor una calle que un establecimiento en donde los sufridos ciudadanos puedan ahogar sus penas en una serie incontrolable de vasos gruesos de cuello prolongado mientras sueñan ingenuamente que algún día no muy lejano se verán libres de todo pecado y deuda, fiscal o no- la King Street de Bristol, ciudad ésta desde cuyo puerto empezaran a salir esclavos a otros mundos menos aconsejables ya desde el siglo XI, primero irlandeses y algún que otro inglés desventurado, y después, como ya conocen ustedes la historia, y de un tirón interminable hasta principios del siglo XVIII, africanos de la parte occidental del continente madre. Cuenta la boca deshidratada del fantasma más trasnochado del local en cuestión que, en su pub, Daniel Defoe se entrevistó (los pubs también son oficinas, como sabéis) con el náufrago perito Alexander Selkirk, o coautor espiritual literario, si se quiere, de aquella novela publicada en 1719 que tan bien deberíamos conocer y que cuenta casi con tantas traducciones literarias como el tomazo ése que escribieran, entre muchos otros, me da por pensar, David, Moisés, Asaf, Etán, los nenes de Coré, y cualquiera que se hubiese atrevido en aquella época a coger una pluma y un pergamino, siendo, por su parte, dos de las escasas condiciones necesarias para la redacción de vuestro libro sagrado, primero jurar que no se era analfabeto, y segundo, creer en la Luz. Domina también, mas en esta ocasión subjetivamente, en el lavabo del citado pub una inscripción hecha con navaja de virola histórica y con cuatro pintas tragadas, estimo, sobre una pared lateral, un grafiti, si quieren, el cual copié en mi última visita a aquel bar en una de las pocas páginas rellenadas de mi agenda de negocios y que reza de esta suerte: “Nunca entenderéis que si el demonio existe es porque su presencia no es incompatible con la sensibilidad fascista. Mas aquí solo cago yo.” Creo que el autor de esa barbaridad fue el fantasma del trovador Hrabal, un espectro excéntrico que, descontento con su amo putativo porque éste se había precipitado al vacío mientras daba de comer migas a las palomitas de la quinta planta del hospital Bulovka, prefirió emigrar a una isla que todavía contara con esclavos ahogados y bien necesitados de espectro. Sobre el patético final del tovador más triste de la galaxia se han contado muchas gilipolleces. Yo me quedó con las contrastadas, como las de esos lances literarios tan suyos en los que escritores y filósofos saltaban al vacío desde un quinto piso, o como las ganas que a veces le entraban a él, según le confesara en su día a su colega de Aranda del Duero, Anacleto, de precipitarse por la ventana del
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quinto piso de su apartamento en Praga. Con o sin frenesí apocalíptico, el demonio, los fascistas, los grafitis y las palomitas existirán siempre, soy libre) (E: ¿Y usted a qué se dedica, si no la molesta que le pregunte? I: Me dedico a lo único que me interesa, a escribir. El: ¡Caray, no me diga! Is: Yo no digo nada, solo menosprecio. El C: ¿Y en qué trabaja ahora? ¿En una novela? Isa: Trabajo con una estilográfica que me regaló mi agüelo. Es de lo poco que me queda de aquella horrible etapa de mi vida. Lo demás lo pulí al aterrizar por casualidad en Brighton. El Cu: Ya, ya... Pero yo me refería a si escribe usted novelas, o cuentos, o ensayos, poe... Isab: Siempre escribo primero en tinta verde sobre folio blanco DIN A4. No sé si sabrá usted que esa expresión, por llamarlo de alguna manera, proviene de la lengua natal de Adolf, y quiere exáctamente decir Instituto Alemán de Normalización, o Deutsches Institut für Normung. El Cur: ¿Y tiene algo publicado ya? Se lo pregunto porque me interesaría leerlo. Isabe: Ese tipo de folio al que me refiero me resulta perfecto.Se dobla con extremada facilidad y encaja perfectamente en el bolsillo derecho de mi blusa. Yo nunca me pongo camisetas, la literatura se quedó con mis tetas. El Cura: ¿Tiene blog? ¿Sube sus escritos? Isabel: Verá, se trata de doblar la hoja en cuatro partes iguales por un lado y numerar las ocho resultantes -cuatro por cada cara, claro- del 1 al 8. El Cura R: Lo que quiero decir es si tiene usted presencia en las plataformas digitales. Isabel O: Para serle austedcompletamentesincera (fíjese que lo he pronunciado todo junto), yo solo escribo en la calle. En casa me resulta imposible. ¡Demasiada comida y muchos documentales sobre los nazis! El Cura Ro: ¿Cree que la veremos alguna vez en la Feria del Libro? Isabel Od: Mi rutina, excepto cuando cae la posiblidad de mezclarse sin mancharse con el sexo opuesto, es siempre la misma. El Cura Rog: Si no tiene agente, yo conozco a una señorita que trabaja para la Rialp. Isabel Odi: Me levanto, me ducho si hay agua caliente, cojo un libro (ahora estoy leyendo Historia de la Lengua Española de Rafael Lapesa, con prólogo del académico guyanés Menéndez Pidal) y salgo de casa a tomarme un café. Nunca como nada, porque solo sé escribir con el estómago vacío. Me gusta creerme pobre, ¿me entiende? El Cura Roge: Mire, mire... Aquí tiene su número. Se lo voy a apuntar en esta servilletita del Fernández de las Redondas. Isabel Odia: Como se imaginará, del libro que he seleccionado para traérmelo a la calle solo puedo esperar que me motive y que me obligue a desenfundar la estilográfica del yayo. El Cura Rogel: Guarde, guárdese bien esa servilletita, no la vaya a perder. Isabel Odia I: Es una pena, ¿sabe?, porque eso de escoger un tomo antes de salir para mí ya no tiene magia, seguramente porque conozco sobradamente qué literatura me estimula y, por el contrario, cual... me hace pensar en la eutanasia asistida. El Cura Rogeli: Dígale a la señorita de la Rialp que soy amigo suyo y que confío en usted. Ella le entenderá. Isabel Odia II: Por ejemplo, a este libro que he sacado a pasear hoy solo tengo que sobarle tres o cuatro páginas antes de encontrarle yo esa mínima cantidad de encanto espoleador que requiere mi pluma. El Cura Rogelio: Y entonces, ¿cuántas páginas llevaba ya leídas esta mañana cuando he decidido inmiscuirme en sus asuntos? Isabel Odia III: Mire, mire... Fíjese lo que dice aquí... A ver, página 37 del capítulo Las lenguas prerromanas. “El historiador Espartiano da una noticia interesante sobre las diferencias entre el latín de Roma y el de Hispania: siendo cuestor Adriano, hispano e hijo de hispanos, leyó un discurso ante el Senado; y era tan marcado su acento regional que despertó las risas de los senadores. Si un hombre culto como Adriano conservaba en la Roma del siglo II peculiaridades fonéticas provincianas, mucho más durarían éstas en el vulgo de Hispania.” ¿Usted se imagina a Bécquer recitando “Serpiente del amor, risa traidora,verdugo del ensueño y de la luz...” con su característico acento andalú desde el balcón de su pensión de mierda de la calle de la Hortaleza
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número suputamadre? No sé por qué, mas solo puedo despedirme de usted con un “hay épocas que no necesitan ser digitalizadas.” ¿Me entiende?, soy libre) (En ese pírrico final que ha de preceder al primer y único acto de la obra teatral con la que concluye este cuento inacabable asisteremos a mi declive. Como no sé exáctamente qué quiere decir lo que acabo de especificarles, añado ahora a modo de explicación improvisada que no me sorprendería si el lector, lectora o lectorcito me descubriese al toparse -seguramente por casualidad- con el último capítulo de mi cuento bailando desnuda y gesticulando como una loca (ni me gustan las drogas ni me apetece beber) en el balcón de su casa (en mi ciudad, solo la pasma rica tiene balcones y terrazas. No se asuste, pues, si me planto en su piso después de abandonar yo temporalmente este bodrio de localidad que eligió para mí la cigüeña en el año de la jubilación histórica del raciocinio), y silbando, porque no sé cantar bien, una del Putochinomaricón (“Libidosa, desbocada, pero eso ya quedó atrás pues yo ya soy actual y ahora la moda es ser cristiana...”) mientras a porrazos con la barbilla sobre su barandilla marco el ritmo de mi enajenación pública. ¡Que se la lleven con los locos!, gritarán las mamás mientras le tapan los ojos a su críos. ¡Que la suben a la torre de la Nuestra Señora con el Comosi-Casicomo!, exclamarán esos otros que se, anque se me parezcan, nunca han deseado constatarlo. Ingenuos de mierda, no saben que sobre sus cabezas, lectoras abstraídas mías, mearé a gusto al final de mi cuento. Prohibido salir con paraguas, soy libre) (Me he emborrachado. Añadémosle contexto: he salido del taller y me he emborrachado. No celebro nunca la Navidad, prefiero que otros me la preparen o me recuerden sus putas fechas con lucecitas y decoraciones en la ciudad, y más sonrisas oportunistas de lo que aconseja nuestro delicado futuro. He salido de la oficina y me he ido directo a un bar. Casa El Caracol – Reservado el derecho de admisión. “Hola, buenas tardes. ¿Me permiten emborracharme aquí? Observe usted que los deprimidos somos por lo general gente pacífica.” Falacia al canto. He conocido a muchos deprimidos violentos. Se puede ser un cabrón y estar deprimido. Francisco Paulino Hermenegildo Teódulo Franco Bahamonde Salgado Pardo de Andrade estaba deprimido porque era tan pequeñín que en la Academia le daban rifles de juguete. Pero yo he salido de nuestro bufete del 27 de la rue Dumont d’Urville y aprovechando que llovía (ignoren este dato) me he metido en una taberna regentada por magrebíes. Me he bebido, o mebebido, tres French Conection de un tirón y el dueño ha sabido agradecérmelo. No ha querido admitirlo, pero yo sé que le gustaría entender por qué sus paisanos de fe no se saltan las reglas y se dejan de tes y chorradas. Me ha apetecido decirle que hay que respetar todas las confesiones... menos las de uno mismo. Aunque me he conformado con explicarle que ese cóctel que me he pedido otra vez debe preparse con partes iguales de coñac y Amaretto, y que es condición indispensable servirlo en un vaso hortera lleno de cubitos de hielo. “No, por favor. No me lo ponga a palo seco otra vez.” A la quinta copa, como suele sucederme, me he puesto a pensar en las ratas. Me gustaría matizarles que en mis pesadillas de borracho yo nunca veo arañas ni cucarachas. No, solo toreo con ratas, y ellas me miran con cara de pena, lo cual no me desagrada porque ellas no entenderán nunca que, tan pronto como se crean que me he quedado sobado en “mi” sueño, cabronas, les voy a volar su cabera repelente con un fusil de asalto de verdad, querido Paquito Paulino. Pero ya digo que he salido de nuestra consulta de General Mola y no he tardado en agarrarme una cogorza de campeonato. Ahora os dejo con gilipolleces que he intentado anotar en un par de servilletitas de un bar de mierda de la Avenida de Jose Antonio. Aquí van: “Nunca fuimos animales que supieran entender el futuro. A algunos nos daba miedo, a otros simplemente pereza... La rata no abandonaba el barco porque sentía que éste estaba a punto
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de encallar. No, lo dejaba porque sabía que el capitán de la nao, cuando nadie lo molestaba, se emborrachaba en su camarote. ¿Será por ese mismo motivo que en mi casa ellas únicamente aparecen en mis sueños? ¡Y mira que está sucia!, como mi mente... Con la pasta soy pésimo. Sí, eso es indiscutible. Me bebo tres copas y ya no existe la presión económica. ¡Camarero, póngale una copa a toda la chusma, que invito yo! Y no, no me lo coloque en ninguna puta cuenta. ¿Qué se cree, que soy un pobre de mierda? Cárguemelo todo en esta tarjeta, y punto. No es un punto, es un puto suspendido temporalmente, como mis cuitas con el contable y mi enfado con el universo... “Don Diego, yo creo que usted tiene razón y que no se equivoca. Voy a apostarle a treinta ducados a ese gañán de al lado que en el almacén de este bar no ha habido nunca ratas. Ni de coña. Pobre petardo, siempre ignorará que ellas ya saben que este es mi local favorito; prácticamente, mi segundo hogar, me atrevería a asegurarle. Si verdaderamente las ratas tuvieran que contar con mi presencia en el contexto físico o geográfico, a ellas nunca les interesaría, entonces, filtrarse en mis pesadillas; aunque primero, claro, yo tendría que beber mucho menos de lo aconsejable... “A las vacas y sus ventosidades gaseosas”, concluye Velázquez antes de abandonar la cantina, “no se les puede exigir responsabilidad por nuestros desastres ecológicos.” Miro al vacío como quien busca la solidaridad de la telaraña. “No, el único responsable”, remata el sevillano, “es el puto blanco glotón y esa huella nauseabunda del carbono que va dejando atrás siempre que defeca más de una vez al día porque nunca se ha molestado en preguntarse si cagar más de lo “aconsejable” es normal.” Como sería una perogrullada (de “Perogrullo”, un personaje no tan ficticio como se asegura, y al que se le atribuye gilipolleces con irritante regularidad) argumentar que escuchar con atención a Velázquez es ciertamente más valioso que andar por ahí como un macaco leyendo libros de corte académico sobre la vida y obra del genio andaluz; insisto, como sería una perogrullada dicha postulación... os vais a joder y me voy a dar el gusto de decirlo: cada vez que escucho al dueño y tutor de Juan de Pareja me siento más lúcido o versado. “Porque fíjese bien, González. La principal y, quizás, única, diferencia fundamental entre el hombre y la rata es que ésta, cuando se siente amenazada, intenta evitarlo como sea, aunque sea instintivamente. La personas, por el contrario, podrán asegurarte que son conscientes de la gravedad del asunto a eludir; pero no esperes de ellas que vayan a intentar solucionarlo de inmediato. No, desgraciadamente, no nos asusta depender de la inapelable naturaleza de las catástrofes. Nuestra reacción, pues, suele llegar tarde y mal. Pobres patanes, pensaban que con un panel solar les iba a ser suficiente”, soy libre) (Komo hen havsoluto me hinteresa lla pensar kon ciherta frekuencia me gustaria kontaros haora ke kuando llo hera huna kanija mi mama me kontava sienpre hapretando kon fuerza kualkier hovjeto ke tuviera hentre las manos fuese sagrado ho no ke la Nada -lo pronunciava kon mallúskulas- hera hobskura sí de hun negro hintenso ke ni la lus -haquí sakaba hese hacento kanario natibo sullo ke ha menudo hintentava disimular- podíha hatravesar pero komo lla no soi tan pekeñuela -mi travajo me a kostado sí mi travajo una kasa reposehida por hun vanko dos matrimonios fayidos i huna hafición medianamente kontrolada ha la vevida i la quetamina puhes ke no me molesta hentonces korrejir ha mi biegecita i planteharle ke por lo bisto hestava hekibocada por ke llo sí ke puhedo dar fe i lo ke se necesite de ke la nada -haora si ke kon minuskulas- nunka a sido hokre si no mas bien hazul vlanca i berde i halgo mas ¿saves mamacita? kuando las personas ha hella se haproximan heya ha heyos se les buelbe marron i roja desplazandose ha kontinuacion ha hotra jeografia diferente ha hakella del kolectibo habsoluto de sinberguenzas ke kon su konportamiento paletorro i vestial desehava hakaparar su hatencion hes decir la de hella... i hes mas negro negro
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solo lo hes de verdad hel hinbierno hen Lille pero heso lla hes hotra kosa... o la fundada respuesta de una no-ser inmovilidaza sobre quien hoy no me apetece avlar. Por hoy lo dejaré, postulando, por si les apetece seguir heskuchandome, que la insolente marcha al infierno comienza cuando una se acostumbra a consultar el holograma del parte metereológico antes de salir de casa, o, si lo desean, y en mi caso cuando, por ejemplo, he comprobado y, posteriormente expresado públicamente, que konozko hel berdadero i huniko kolor de la Nada, de la Miherda, soi livre) (Esta noche he soñado que escribía sin necesidad de apoyarme en el alcohol para completar veinte cuartillas de un tirón. Esta noche he soñado que cuando llegué a este país yo solo requería la lectura de un libro decente para sentirme motivado y lanzarme así a escribir lo que la garganta y alguna parte inexplorada de mi cabeza retenían. Yo nunca había reclamado la presencia de musa niguna porque éstas las habían inventado los vagos. Esta noche he soñado que yo llegaba a tal punto de frenesí o fecundación narrativa que para contrarrestar mi impulso creativo me imponía como tarea escribir únicamente debajo del agua. ¿Se pueden creer que no me llevó ni dos baños en el lavabo de mi pensión cutre acordarme de esos documentales de submarinismo en los que se mostraba cómo algunos buceadores -mi padre los llamaba “hombre ranas”. A mí me llamaba “macaco de mierda”- escribían a varios metros de profundidad, usando para ello bolígrafos y cuadernos lógicamente subacuáticos. ¿Y si le rogaba yo a mi madre que, además de enviarme por la vía sacárstica y sin habérselo pedido nunca El derecho a ser vago de Lafargue, me consiguiera también un par de esos boligrafos y cuadernos? Porque, como digo, mi noble planteamiento era que yo debía dejar de escribir tanto, para concentrarme, tal vez, en mejorar la calidad y originalidad de lo poco que claramente iba a poder escribir si conseguía al final autoproclamarme o ejercitarme como buzo escritor de agua fija. Esta noche he soñado -se me olvidaba recordarles que los muertos también soñamos- que yo debería tener en cuenta que en la década de los 90 del siglo pasado muchas de las bañeras de aquel país desafortunado con mi presencia eran de un tamaño ridículo, incomprensible, casi inmoral, y que para lograr sumegir uno su cuerpo totalmente y, en mi caso hundirse en el agua para escribir, además de no estar fofo como mi amigo Boris, había que aprender a doblar las rodillas hasta prácticamente aplastarlas contra el estómago, arriesgándose uno, por otra parte, a que ese agujero en cuestión de la anatomía que se especializa en la expulsión de desechos orgánicos o no, se chocase estrepitósamente contra la boca del grifo. Sumergido mi cuerpo, entonces, y en posición extra fetal, mas con el careto siempre apuntando, aunque no se viese un pijo, hacia el techo y, como me gustaría recalcar, con la espalda aplastada contra la superficie de la bañera, al abrir entonces los ojos debajo del agua, uno podía concluir que iba también a necesitar un par de gafas de buceo porque lógicamente debajo del agua no se veía un pijo. En fin, que esta noche he soñado que, todavía chorreando, y después de una larga conversación con la dueña de la tienda de accesorios marinos para escribir debajo del agua, salada o no, he regresado a mi pupitre-bañera y he empezado a redactar como podía todo aquello que me había negado por la mañana a escribir en la cama -¡no le pidan pupitres ni mesitas de estudio al recién exiliado!- porque pensaba que al hacerlo en el agua me iba a evitar la bronca que me tenía preparada mi sombra al descubrirme nuevamente rellenando cientos de folios -”¡Obsesionado que estás tú, pazguato! ¡Obsesionado que estás!”- de un tirón y, lo que más le duele a ella -sepan que es mujer y que se llama María-, haciendo caso omiso otra vez a sus consejos sobre la originalidad y técnica narrativa al escribir. ¿Han notado alguna vez el poco caso que se le presta a nuestra sombra cuando se está en la ducha o en la bañera? Algunos osan cantar o silbar en la misma para poder así amplificar ese
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método, digamos, bloqueador y paliativo. Concluyendo... Así nos queda la postal: esta noche he soñado que me acostaba, en mi habitación de mierda de la Blackhorse Rose, con Wendy Ramos, la actriz y payaso peruana. Al acabar el favor sexual que ella claramente me había hecho en, repito, mi sueño, Wendy bajó al baño comunitario y se metió en la microbañera. Aunque parecía que yo ya no fumaba en mis sueños, me encendí un pitillo de liar y, desnudo, la seguí al lavabo. Entré sin llamar. ¿Para qué, si la almohada y yo teníamos un control absoluto sobre mi sueño? En la bañera me esperaba con cara “mohína”, como decía el tío Nicolás, la payasa peruana. Me ordenó que cerrara la puerta y que meara antes de meterme en la bañera con ella. Le contesté que no hacía falta, que no deseaba bañarme, porque yo también estaba triste y quería volver a acostarme. Sonrió y se puso a fumar un cigarrillo encendido que se había sacado de una manga inexistente. “Anacleto”, me dijo antes de excusarme, “tú y yo, el blanco y negro no podremos nunca quitárnoslos de encima. Por eso es sano saber reconocer que uno pueda a menudo sentirse trisliz -triste y feliz a la vez.” Iba a decirle que es contraproducente retocar los adjetivos así por así, porque le convenga a una; mas yo había vuelto a mi solitaria bañera, retomado esa posición fetal ortodoxa que me había facilitado antes el contacto directo de mi ano con el único grifo existente. ¿Dónde estará Wendy? -no os lo he contado, pero se había rapado la cabeza y ya no usaba gafas-. ¿Y por qué pesaban tanto el cuaderno de hombre rana-macaco y la estilográfica Cousteau HSBC 112 que mi mamá me había enviado desde Marsella? Sobrábame medio minuto de consistencia onírica pulmonar antes de advertir que la tinta de mi pluma subacuática dejaría de salir si yo ignoraba los caprichos direccionales de la puta gravedad. Y es que, para poder escribir bien en mis sueños, siempre había habido que sentarse en una silla o en la cama. Eso podía corraborarlo hasta el más tonto de la clase -¿les hablé ya del cura Rogelio?-. No, mejor era dedicarse a otra cosa, tal vez a la filatelia. “Oiga, caballero, ¿a usted le parece correcto presentarse en esta prestigiosa feria del sello con gafas de buceo?” Dios mío, qué vergüenza. Me desperté de un sopetón. Una taza de café negro bien cargado era lo que necesitaba para conseguir armarme de valor y asomar mi cogote por la ventana antes de colgar a secar las sábanas de mi pupitre sumergible. Un viento seco del este me acercaba la penúltima exclamación de las momias vivientes de la oficina del paro “Este hombre está pirado. ¡A su edad y todavía jugando a los barquitos! No sé ni para qué nos molestamos.” Allá ellos, nunca entenderían que sin macacos rana de mierda no habría cuentos, soy libre) (Para qué narices servirán las ramas de ese estorbo tan raro y grande al que los pipiolos inofensivos llaman árbol, se pregunta la persona sellada materialmente, créanme, a un artilugio que posibilita, tras previo pago de una cuota mensual o anual, hacer o recibir llamadas gracias a las radiofrecuencias, y/o elegir, aunque yo prefiera, eliminar, amoríos casuales con un simple golpecito correctamente dado con la yema de un dedo. Pues déjeme que les cuente que valen, entre otras cosas tediosas o cargantes que voy a ignorar, para pescar la energía solar y para dar frondosidad al árbol que las mantienen sin cobrarles un céntimo. En el patio generoso de mi convento contábamos con una docena de estos bultos bifurcados. Creo que se llamaban algarrobos y que eran originarios de las colonias, adonde las hermanas y varios sacerdotes desperdigados habían llevado la palabra de Dios y alguna que otra enfermedad que se contagiaba por contacto sexual o en el confesionario. Pero éso da igual, porque lo que me apetecía contarles hoy desde un principio era que faltas graves en mi convento había para emborracharse, y que, aunque prácticamente ninguna parecía regularse por el Ius Canonicum, una, o perdía la cuenta, o acababa hundiendo las garras del resentimiento en el frágil corazón de la fe. Por supuesto, había faltas que implicaban la expulsión inmediata
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(comer golosinas o leer El Víbora en la celda, por ejemplo), había otras que podían conllevar una expulsión mandada (la mutilación de cualquier ser humano, fuese obispo o no, no se veía muy bien, que digamos, por ejemplo); y había otras que caían dentro de la clase “expulsión potestativa”, como el descuido consistente de labores del tipo higiénico (“Joder, monja Lauren, eso de ahí abajo sería loable lavárselo a diario!”). Es en esta última categoría punitiva donde precisamente viene a juego ahora el impertinente y opulento algarrobo al que me refería, pues, ya que yendo al grano porque veo que se me están quedando sopa y todas vamos a morirnos algún día, he de explicarles ahora que si a una la pillaban subida a sus ramas y éstas, por casualidades de la vida arbórea y también social, ocurría que se expandían más allá de los cimientos del convento, a los miembros con derecho a voto del comité penalizador del claustro no les quedaba otra, según ellos y su moral defensora de la integridad de la corporación religiosa, que imponer al ente en hábitos escalador una sanción ejemplar que traería cola y cotilleos en cualquier parte del recinto donde se acostumbrase, aunque jodiera a las más bigotudas y casposas, a dejar en paz de una puta vez a las hermanas de fe. Y éso era exáctamente todo lo que quería yo contarles hoy, que fue así como logré escaparme de aquel antro de beatería inajustable. Oiga, y más por descuido que por otra cosa, aunque me hubiese gustado lo contrario, porque yo solo deseaba subirme a aquel árbol para sentir de una “santa” vez que mi peana andaba un poquito más alto que a lo que se estipulaba era a ras del suelo, expresión ésta, como saben ustedes, que tiende a explicarnos que la persona que de esa manera se encuentra, próxima está ella a un estado de abatimiento generalizado. Pero ya veo que sigo contradiciéndome. Dios mío, qué aburrimiento. Me duermo, soy libre) (ACTO II:
TEODORO ROOSEVELT: (antes de sentarse en la única silla del salón se remanga su camisa rosa. Lo hace con una lentitud desesperante. Dan ganas de soltarle un tortazo, no nos cuesta admitir). Vetríloco... LISZT: Ventríluoco... T. R.: Ventríloco, es un ventríloco. L.: Que no, besugo, que se dice ventríluoco, de venter, vientre, y loqui, hablar. También los hay grandíluocos, u horteras que hablan sobrados de pomposidad, y somnílocuos, la pasma que habla en los sueños porque les gusta tirar de la bota demasiado. T. R.: No, ventríloco. Dícese del individuo que cambia de voz cuando nadie así se lo ha sugerido. L.: ¿Y por éso está loco? T. R. : (se desespera. Le gustaría volarle la cabeza con su revolver del calibre 45, un Smith & Wesson Schofield que presuntamente había pertenecido a Jesse James y que su malograda esposa le había regalado una semana antes del fatídico parto que a otros mundos inimaginables acabaría llevándosela). Sí, por eso y porque cuando lo hace, el ventríloco tiene por costumbre plantarse delante de un muro, darse la vuelta para ofrecernos la silueta de sus sabrosas cachas, y lanzarse a soltar voces extrañas que solo entenderían aquellos que hablan también el idioma de los enajenados. L: ¿Y usted conoce a alguno? T. R.: Querido compositor, yo conozco a todos. Me han elevado a la categoría de Testigo Accidental Privilegiado. L: ¿Como por ejemplo? T. R.: D. González, un hispano medio calvo y bien sobrado de kilos a quien no es inusual verlo
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recorrer de punta a punta la Avenida de Pensilvania desnudo de cintura para abajo. Si prima el frío, suele cubrirse la parte menos linda del amor con un Toshiba T1100. L: ¿Y se deja conversar? T. R.: (se retira. Ni él ni el autor sabrían cómo continuar este diálogo). L: Nihil est sine ratione. Nada de lo que es lo es porque a usted le dé la puta gana. Gottfried Wilhelm Leibniz, soy libre) (Levinas tenía algo que contarme, punto número 1. Punto número 2, nos habíamos citado en un bar de la Bebelplatz que frecuentaban los masones, homosexuales y hombres guarros y degenarados de la alta sociedad. No habían pillado el mensaje: ¡había que largarse! “Geli, amor”, me dijo nada más me senté, “no me cuesta admitir que Dios se ha arrepentido”. Al oir aquello, solo me apetecía salir de aquel antro y meterme en un local diferente a que me contaran otras milongas más interesantes y productivas, si es que alguna milonga lo ha sido alguna vez. Mas me quedé allí, pues en la locura tal vez transitoria del profesor judío sentía yo que a lo mejor llegaría a encontrar esa pizca de ilusión que yo andaba necesitando desde que Adolf dejara de comportarse como un hombre de verdad y solo se acostara conmigo si yo le permitía primero disfrazarse de bebé antes de follármelo y siempre después de haberle cubierto con talco las cachas, su patétitico paquete y parte de la barriguita. Más me quedé allí, y ahora os contaré lo bueno, porque tal vez yo iba a hallar esa pizca de ilusión, óptica o no, que andaba necesitando desde que el Demonio empezara a despacharse a gusto sobre el planeta al ver que su contertulio en las nubes no consideraba inapropiado que el ejército de los colonos asaltara hospitales donde se atendía a mujeres, niños y viejecitos, por ejemplo, y qué bien dado éste. Si era cierto, como aseguraba el académico lituano, que aquel ser mitológico de enormes barbas blancas y cabeza de proporciones brutales claramante subjetivizadas se había finalmente arrepentido, ¿dejaría entonces de comportarse como un holgazán sin oficio aparente para intervenir por fin de manera práctica pero fulminante en nuestros asuntos terrenales? ¿De veras que “Ello” haría algo? ¿De verdad que pondría su freno divino, o que soltaría, por ejemplo, tal eructo hipersonorizado que hasta al más chulo de sus violentos primogénitos la genitalia congelada iba a quedársele? ¿Nos daríamos últimamente por señalados, aunque yo nunca hubiese entendido bien esta expresión? Como estoy loca y no hace falta ya que os lo demuestre, imaginaba, por otra parte, que era domingo y que los primates dotados de inteligencia natural y/o artificial habíamos declarado por uninamidad que este día de la semana sería desde entonces jornada de ocio colectivo universal. ¡Venga, marchando, a jugar al dominó o a las canicas! ¡No os quiero ver por aquí, ni trabajando, ni estudiando, ni lavando la ropa, ni nada de nada! ¡Y que no vea yo a nadie peleando ni discutiendo ni torturando a los insectos ni leches, que es fiesta! El alcalde, elegido en mis sueños, optó por ignorar los caprichos violentos de los ciudadanos con polla belicosa, y decidió prolongar aquella sesión festival dominguera, incluyendo en ella las cuatro semanas siguientes y, si me apuran en mis cálculos, dos más. Pepe Gotera ganó el torneo de canicas, y María, la Zambrano, remataría nuestra apoteosis festival poniéndole chapa y forma de cuello alargado de botella a todas aquellas preconcepciones divinas que ya no parecían tener sitio en nuestro nuevo ideario anímico y moral. ¿Lo pilláis? Es cierto que aunque me gustaba excederme con el consumo de bebida de alta graduación perniciosa, siempre lograba yo un meritoso cuarto o quinto puesto en nuestras partidas interminables de póker caribeño, el cual, por si no lo sabíais, se jugaba contra la banca apostando con cinco cartas recibidas. Al que ganaba se le daba la opción de matar al señor banquero, aunque era necesario y lógico que de optar por esa opción la acometiese siempre por
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parecía que recayese sobre ese par de lágrimas que le recorrían las mejillas depués de haberse ejecutado con tanta maestría sobre el pedazo de carne y costilla asesinados – Mis amigos y enemigos nunca han entendido por qué me hice vegetariano a tan temprana edad – Tampoco deseaban entender que si alguna vez yo me preguntaba si existían o no Dios y su eterno hermano y contrincante, la primera imagen que me embargaba era la de aquel cuchillo afilado de mi infancia con el que nunca pude familiarizarme – Mas estas cosas solo ocurrían en la ciudad – En las aldeas y en los pueblos se pasaba directamente a la acción – para facilitar así el crecimiento práctico y rápido de los niños ateos brutalizados – Ante un argumento de tal solidez emocional, no cabía sino el hacerse o creerse poeta algún día - “El problema está”, arguía el calvito casposo (¿de dónde le caía la nieve? ¿Del aburrimiento?) de la Oficina de Variados Desempleos, “es que siempre han sido escasos aquellos que alguna vez han llegado a hacer algo de lana escribiendo sonetos.” - “Se equivoca, Copito”, le corté sin más - “El problema es que yo nunca me he atrevido a usar un cuchillo afilado a tiempo.” - Creo que captó el mensaje – Me consiguó un puesto de bibliotecario adjunto – Mas - “Fíjese bien lo que le digo”, le grité mientras me escoltaban hacia la puta calle de los dioses - “Usted cuando se jubile montará una carnicería en su pueblo. Mind my words.” - Todo lo anterior ocurrió hace un millón de años – No lo olviden- Ahora viajo en la parte trasera del bus explorando con el rabillo del ojo aquellos rincones del paisaje gris urbano que en mil y un viaje anteriores hubiera podido saltarme – Por si os interesa, matizo que todavía conservo y uso el walkman de la marca Sony, F18, y con ecualizador de tres bandas, que mi viejo me compró de enano en una tienda decomiso de la bofia – Si sacábamos buenas notas, mejor dicho, si no nos hacíamos los sordos en casa cuando el mandamás nos pedía las notas y éstas no le llegaban a sus manos con un retraso considerable... O si les place más de esta otra manera: si no nos había cruzado la cara él antes con un bofetón a lo Popeye después de haber señalado con rotulador rojo y haberlas leido bien en alto para avergonzarnos delante de ese público asistente fiel del que solía componerse toda familia numerosa; entonces, y hace falta que lo recalque, solo entonces, papá Adolf nos llevaba al decomiso y nos permitía elegir el último capricho electrónico allí en venta – Como bien es sabido, y así solicito que lo cuenten mis biógrafos oficiales y la prensa, soy un nostálgico irrecuperable (¿existirá alguna vez el tumor vintage maligno?) y me he comprado otro walkman de repuesto en el mercadillo dominguero de la estación - “¿Pero funcionará, no?”, le pregunté al pijo de barbas prehistóricas que me lo iba a endosar - “Sí, claro”, contestó él tajantemente mientras miraba a su próximo cliente. “Fíjese que hasta le he sacado brillo a la cajita en donde van las pilas” - Y para seguirle el juego yo también me había olvidado de que ambos nos dirigíamos la palabra – 23 libras esterlinas – Más otras tres por un paquetito con cuatro pilas alkalinas doble A – y añadamos 17 que me gasté en otro puesto cuando me robaron al interesarme temporalmente por una cinta cassette de Eric Dolphy – Other Aspects, Blue Note, 1987 – Solo cinco temas – Espero que los críticos no me acribillen a salivazos si admito aquí que el único que me interesa es el cuarto corte - "Inner Flight, No. 2” - pero ya también deseo aquí y ahora que todos mis lectores muertos sepan entender que estas notas nunca serán añadidas al cuento – Porque claro - ¿para qué hablar de la memoria si musicaliza todo lo que el presente se niega a considerar - Y ahí lo dejo – Porque cruzamos ya la Universidad de Warwick – Un aborto ralentizado académico y arquitectónico de la II Guerra Mundial – Una pena honda se aproxima– Una follada en sueños – Sí – de esas que nunca acaban felizmente – Pena honda II – A diestra y siniestra –“Si vas a sufrir...” - “porque de la vida no quieres deshacerte... “- dijo Khaled al-Asaad...- antes de su degollamiento... - “primeros has de
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aprender ...” - “a insultar en un dialecto ajeno” - Pasado el bodrio universitario, me quedo sobado en el culo del 12X - ¡Qué hora más adecuada para que el limbo me obsequie con una erección improvisada! - Superados los primeros fracasos románticos con sus respectivos episodios patéticos de aprendizaje sexual, la boca del enemigo voluptuoso me la imagino ofreciendo algo más que besos - “Es usted un salido”, me imagino también que me recrimina entre bostezos el piloto del autobús - “Le voy a cobrar un suplemento extra sobre la tasa original del billete” - Yo le preguntaría qué libro de Katarina Kucbelová le habría encantado leer a él– Yo le preguntaría si sabía que ningún líder político, en la oposición o no, usa ya gafas. ¡El patético y triste final de la democracia! Caballero conductor de la Gestapo, la cirugía láser se ha zampado nuestro sueño liberal. ¿Se ha fijado usted? Si yo fuera un campesino pobre o un busero explotado como usted, montaría en mis horas libres guarda en la esquina de la óptica. ¡A ver quién sale o no con gafas! - Mas todo lo que digo – en sueños, si lo creen necesario – siempre me sale con sarcasmo – lo cual – por cierto – es lo único en común que Tony Blair y yo tenemos – Mas también sé solidarizarme – sobre todo porque mi pinta en el pub está al caer – y me digo sin haberme corrido en mi sueño – que el piloto me da pena – porque imagínate tú lo pesado que tiene que ser – cubrir esta misma ruta de casi una hora y media cuatro o cinco veces al día – sin poder ni si quiera parar para bajarse y buscar un escondite urbano donde aliviar la tensión sexual acumulada – El primer porno mental lo sacaron las mentes libidinosas de la Compañía Municipal de Transporte Público cuando fue privatizada por nuestra Maggie en la década de los 80 - Algunos incluso lo consideraron un acto revolucionario “consubstancial”, como leí en un diario conservador de la capital – Consumida mi tercera pinta de Goose Island, esta tade me envalentonaré y le preguntaré a Isabel si las mujeres también se ponen cachondas en los autobuses – Después de responderme que a más de una se la han llevado presa - ¿? - añadirá, concentrado su mirada inocente y primitiva en la salida del pub, que “De todas formas, los que tenéis bolas nunca os enteráis de nada” - Pagaré la cuenta y ella desaparecerá de mi vida finalmente – olvidando ella, una vez que haya cruzado por fin la calle, que hoy nos hemos visto otra vez – Yo no – Y, después de examinar con vocación antropológica inventada cómo su delgada silueta se amalgama con la de otros parias transeúntes, me daré la vuenta y me colaré nuevamente en una de esas lindas vias de desahogos diarios emocionales que a los gilipollas nos abren las casas públicas de alcohólicos anonimizables – y pediré otra – y al cuarto o quinto sorbito – si consigo primero ignorar que hubo una vez ahí, en el mismísimo epicentro de la novela de la vida, una puerta honorable de salida – pensaré nuevamente en la ruta del 12X – Y ojo que nada de lo que se pudiera concebir en una borrachera tuvo nunca ningún valor – He ahí su encanto – Mamá también lo tenía cuando se chivaba a papá y el muy hijoputa me metía en su despacho, me bajaba los pantalones y me azotaba con su fusta de las SS – La primera vez que me emboraché con Kingsley en el trastero de casa, Adolf se avergonzó y decepcionó tanto que me dio por perdido y no volvió a dirigirme la palabra - “Milagros, ese niño de doce años ya no existe para nosotros” - “Te permito que lo alimentes y le compres ropa cuando sea necesario” - “Pero no quiero volver a escuchar su nombre en mi casa” - En su cuartel – En Navidad, mi mamá me dejaba polvorones y turrones debajo de la almohada – Yo se los regalaba al gato del vecino porque él no salía pitando cuando yo le recitaba mis poemas – Cuando me hice caco juvenil por necesidad y robaba discos en las tiendas del centro, el gato Silvestre se sentaba a mi lado y me decía entre lágrimas felinas (suelen ser amarillas y huelen a mar) que no todos los viejos se llamaban Adolf – Richard Hawley, True Love´s Gutter - ¡21 libras! ¡Que las pague la puta madre del III Reich! - “Mira Phillip, créeme,
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de veras: ¡hay mucho papá Lévinas en esta manzana!” - Y yo... - Que no, que no... - Que Vacilar es dudar tras un breve lapsus reflexivo – y bacilar, contagiar cualquier duda cuando existe el contacto o la aproximación física – y yo... - Que no, que no... - Que pensaba que las mujeres nunca me duraban dos copas – Que no, que no... - Que pensaba – Que la culpa era únicamente mía – Que pensaba – Porque la tristeza – Aunque a ratos contenida – Acababa también siempre por contagiarse – Que pensaba – Pensé o soñaba en y con el culo empalmado del autobús - “Fíjate bien lo que te digo, Kingsley:” - “De un tiempo a esta parte, todas mis amigas no dudan en contarme que tengo cara de bacilo lacrimoso.” - “Pero, como sabes, yo nunca les hago caso, porque me hacen sentirme joven y suelen caerme bien, “ - “como debe caer también, pero hacia el subsuelo, la tristeza de la persona que se mortifica casi por inercia.” - “¿Nos vemos mañana? ¿A la misma hora en el Tudor Rose?” - Que pensaba – que una envidia a la que algunos hipócritas como yo se atrevían a clasificar como sana motivaba al pobre - “Mira esa casa tan grande. ¿Ves lo bonita que es?” - Que pensaba – que con las mujeres deseadas, nos debía ocurrir lo mismo - “Algún día tendrás una casa como ésa, Fray Escobita.” - Pero – que a la vez creía – que sería aconsejable que yo, Philip Larkin, Capitán Bibliotecario Municipal y poeta, primero tendría que sacarme el carné de conducir - ¡Con la de pasta gansa que me había dejado en autobuses y copas! - Mas lo mío nunca ha sido cuestión de celo materialista – y volvamos al presente - porque mi querida mamá me dará algún día su casa – y - además, a mí lo que más me anima es esta sensación de asco incotrolable que le tengo a lo superficial – una repulsión espesa y hedionda que se deja fácilmente controlar - si alguien, o algo – un piojo más espabilado que yo, tal vez – me aconseja mirando hacia el infierno - que yo siga caminando – cueste lo que cueste – ya que merece la pena – según él o ello – aprender a sobrevivir con estilo y gracia – ante la posiblidad de una fortuita recompensa – Y yo - “¿Nos vemos mañana?” - Y él - “¡Ni se le ocurra hoy pensar en esas cochinadas en el culo de mi vehículo teletransportador!” - Y yo - “Lo que usted no entiende es que aquí me subo más que nada para deshacerme temporalmente de mi uniforme negro de la Gestapo” - Y él – O Él - “Este mundo vuestro se acabará en tres días...” - Y otra vez que entramos en la tienda de discos robados - “Oye chaval, escucha este sencillo. Me acaba de llegar” - Remose Code - Laid to waste/drowned alone/burned out/a seashell of a soul..., soy libre) (Que en el tercer aniversario de su andadura como novelista salió a la calle Isabel mal desayunada -un vaso de leche desnatada y un platano, o “banana”, como le gustaba decir a ella porque le hacía sentirse más identificada con los simios, sin que nunca antes hubiese logrado ella explicarme exáctamente la raíz de dicho proceso indentificativo-, subió por la avenida de los toldos verdes, que creo que era la de América, y, aprovechando que él siempre dejaba la puerta de su casa abierta y que la mujer de éste estaba liada ordenando los papeles que él esparramaba a tortazos con el viento por el suelo, se metió en la cama con él, con nuestro Juan Carlos Onetti Borges, porque en algún sueño psicótico inducido por una dosis leve de metaanfetamina jurásica -entiéndase, la que se vende hoy en día en los lavabos de eso bares todavía abiertos que, otrora, en plena transición, solo visitaban los camioneros que inventaron el sol y sombra- éste había solicitado su presencia porque éste se iba a morir y éste quería aclarle a ella antes de que éste partiera a las tierras indomables de la dimensión de la lotería del deceso orgánico que éste sabía que ella era escritora porque ella no necesitaba ningún consejo porque ella, Isabel, además de comer migas y cagar una vez a la semana, ella, ella solo quería, ella, solo, escribir, y nunca, nunca, nunca, la idea de llegar a ser o a que la clasificaran como escritora la habia molestado, a ella, ella ella, un coño. Antes de despedirse de él, le colocó con cariño de
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profesora de parvulitos un poquito de papel celo sobre una de las patillas sueltas de las gafas, lo besó en los labios y se despertó de una siesta que tanto ella, ella, ella y su estómago vacío, vacío, vacío quedaba claro que se habían merecido con creces y un retraso de dos meses de alquiler sin pagar, soy libre) (De verdad os digo que hay que ser todo un cretino ignorante para obviar que en las celdas de una cárcel se puedan fabricar los mejores y más pacientes de todos los amigos invisibles existentes en el mercado de la soledad. El de Pity Álvarez, como suele suceder como la mayoría de los amigos prefabricados mentalmente, no tenía tampoco nombre ni una configuración física detectable. Lo esencial era que escuchara bien, y que supiera también cuando el monólogo sufría, plantear alguna que otra pregunta necesaria o transcendente para que la conversación fuese fluida. Ya que hemos entrado a saco en el asunto, diremos que había días -yo especificaría “noches”, pero eso supongo que es debatible-, que nuestro preso porteño le comentaba a su amigo ideal que si éste, por ejemplo, se enfadaba porque Pity le acababa de confesar que él era creyente, y dicha afirmación le había decepcionado a su contertulio, y Pity añadía que sí, la concha de su madre, que sí que creía en algo porque a las pruebas un tanto concluyentes podía uno remitirse; entonces, y tal vez solo entonces, esperaba el músico encarcelado que su amigo le planteará algo parecido a lo siguiente, digamos: ¿Pero si existe Dios, a Él quién lo creó? A lo cual, y tras un breve respiro mirando a cualquier sitio del cubículo carcelario menos al ventanuco que daba a la realidad inalcanzable, Pity contestaría con un solido mas incongruente: Te equivocas. Dios no existe; existe el Demonio -por supuesto, también con mayúscula-, y Él -más de lo mismo- creó el Universo -ídem-. Y su amigo, si se notaba paciente y algo inquisitivo, qué duda cabe que imterpelaría: Pero entonces, ¿quién creó al Demonio, a su vez? Mas Pity hundiría su rizada testa en la almohada, dando por finalizada con ese gesto abrupto la conversación ya que momentáneamente se le antojaría que no necesitaba más al colega ideal, y otro tipo de reflexión, quizás menos colectivizada, requeriría en ese preciso momento la justa y puta soledad de nuestros monólogos más primitivos. Aquella pausa sería hecha precisamente para decirse exclusivamente a uno mismo que Dios y el Demonio -creó que anotó en alguna reserva neuronal sobrante al Diablo también-, tenían mucho más en común de lo que hasta entonces se habría aceptado en el universo creyente. Para empezar, ¡una consonante y dos vocales! Por cierto, qué suerte tenían los anglosajones; sus dioses nunca habían compartido tantas ganancias ortográficas. God 1 – Dios 0, soy libre) (De lo que se trata, se imagina ahora Gauguin porque lleva sin probar gota desde hace un mes y cree, tal vez inocentemente, que se ha merecido temporalmente que los fantasmas y las sombras de la cabaña le presten atención y hagan caso a lo que él pudiera ahora venderles a la devaluada manera del razonamiento subjetivo, es de dar por sentado el hecho de que como pintor él ya está acabado. Joder, coño, ¿no podría este pobre chico parisino, hijo de padres rojazos de mierda, imaginar algo un tanto menos concluyente y dramático? No, su biografía no se lo permitiría; además, parecía claro que algunos habían o hemos nacido para darle trabajo a ese tipo de biógráfo, aparentemente académico, que se había o se ha especializado en contar y sensacionalizar la pésima vida del personaje retratado. ¿Para qué echar al crítico de turno de su curro si la frivolidad sigue vendiendo? Ya lo sabéis todos: lo primero en que se fijó Manolín al salir de la caverna no fue en los colmillos exagerados del tigre de sable (Smilodon “fatalis”, por cierto), sino en el rayo que le había caído encima al pobre felino y que lo había separado por la mitad ante la atenta mirada de los buitres y otras aves oportunistas carroñeras. ¿Porque qué cojones, majo, me vienes tú ahora entonces a hablarme de los 200 y pico millones que se pagaron en el 2004 por el Nafea Faa Ipoipo (¿Te casas conmigo,
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yea, we wept, when we remembered Zion... 3. For there they that carried us away captive required of us a song...”), digo, y también suficientemente emocionado pues antes había estado yo escuchando en la bañera de casa dos o tres horas de un tirón otra emisión para locos que se lo creen todo de la estación anónima y beoda soviética UV76 (4625KHZ, onda corta), cuando alguien llama a la puerta, y voy, me levanto y me aproximo de cuclillas a la entrada de casa y examino por el ojo del pez, como lo llaman en algunas naciones que siguen algo retrasadas en el tema de la optimetría o cómo cojones sea, y veo, no sin cierta decepción natural, que se trataba del Padre Miguel, y, como corresponde, miro al suelo de parqué y me digo que qué más da si el mundo se va a acabar, que mejor le abrimos la puerta, amigos, que uno nunca sabe, y tal vez vaya yo a necesitarle cuando se aproximen las cinco mulas de la apocalipsis y me vea forzado a sacar el bazoka de papá, lo cual, como algunos deberías imaginaros, requiere que dos personas en plenas facultandes físicas y psíquicas sepan manejarlo eficientemente porque hay que evitar que se rían de uno esos descarados fisgones que, en las batallas más salvajes, siempre se hacen los cojos o los minúsvalidos, y se quedan en la cima de la montaña observando y comentando cómo se pelean y matan los hombres y mujeres de verdad, y, una vez que le he abierto la puerta y le dejo entrar en casa, a continuación le digo al curita modernito que no, que ni se le ocurra mirarse al espejo de la entrada, que mejor me utiliza el de al fondo del pasillo, porque éste de la entrada solo nos sirve para que el diablo, cuando nos miramos con cara de sorpresa en él, cubra el vidrio inmaculado y se crea que él tampoco está solo (risas), ¿me entiendes Padre Miguel?, y éste me pregunta mientras se enciende un Bisonte sin fltro que desde cuándo vive el Cojuelo detrás del espejo, y yo le respondo sin apartar la vista de sus labios finos y marrones que no sabría decírselo, aunque el tío Nicolás se haya empeñado en decirnos que el hermano paria de lo infernal vive ahí desde que el marqués de La Fayette fracasara estrepitosamente en su intento de buscarle residencia permanente al Bonaparte en Nueva Orleans (“Su Majestad, mientras en ellas convivan jugando a las cartas y bebiendo licores de la ultratumba demonios de todas las nacionalidades, yo no podría recomendarle que pisara tierra en aquellos solares para la perdición eterna”), pero ya sabéis como es nuestro tío, porque tener, tiene mucha gracia, eso es innegable, mas desvaría bastante más de lo aconsejable, y así que le recomiendo casi a marchas forzadas al curita que se persigne antes de dar un paso más en mi casa porque al espejo maldito ya se ha mirado, es más, como es obvio que a mí casa viene también a usar mi cuarto de baño porque el de la pensión le asusta, le ordeno que cuando se siente en mi retrete a calentarme la taza, reflexione e intente averiguar por qué el Demonio nunca hasta la fecha ha querido encontrar otro hogar donde fijar su lugar de residencia vidriera, ¿me entiendes?, estupendo, ¿el interruptor?, entre esas dos habitaciones de la izquierda, pero no le des muy fuerte porque tiene los cables medio sueltos y tengo que avisar a Arteche, el hijo del portero, porque se le dan de maravilla las manualidades y me encantaría poder ofrecerle una propinilla, ¿sabías que se prepara para la Escuela Nacional de Peritos Convalidados?, ¡qué listo es el chaval!, la verdad es que no ha salido a su padre, menos mal, porque en el bloque no necesitamos otro holgazán cascarrabias, pero ¿qué opinas de la taza nueva que hemos colocado?, es de Luxury Space Bidet Toilets, y las fabrican exclusivamente en la Isla de Guernsey, bueno, eso es lo que especifican ellos en el catálogo de ventas, aunque nunca se sabe, porque hoy en día a todo el mundo parece que le gusta soltarse alguna que otra bola, y yo no puedo sino acordarme de cuando contar trolas era pecado y por ello se pagaba con el infierno, y, si te cuento la verdad, yo siempre he preferido al ladrón más que al mentiroso porque me parece que en el hurto puede haber un elemento de necesidad, ¿no crees?,
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pero hablando de siseos, ¿tú no habrás visto en las tiendas de antigüedades de San Martí alguno de esos cuadros que mi agüelo el militar pintó en Marruecos, ¿verdad?, porque desaparecieron como por arte de magia o hurto del salón de casa el verano pasado y aún no hemos conseguido adivinar ni qué pasó con ellos ni quién se los llevó, ya verás, cuando salgas del baño te voy a enseñar la marca blanca que dejaron sobre la pared del salón, y te digo una cosa, me niego a retocar esas marcas perfectas con una capa de pintura, ni hablar, yo hasta que aparezcan los cuadros, ¡si es que aparecen algún día, cojones!, quiero seguir replanteándome, cada vez que las observe, eso que te contaba sobre la urgente necesidad que suele acompañar a cada hurto, ¿el papel higiénico?, ¿que no queda?, mira en el taquillón rosa que está al lado de la cesta de la ropa sucia, ¿lo encuentras?, ya, ya lo sé, solo compramos papel Elefante, son cosas de la tía Tula, no le apetece abandonar la postguerra, si por ella fuera haría sus necesidades apuntando a un agujero, y mira que aseguran los intelectuales de butaca fina que los adultos, al entrar en la tercera edad, se vuelven más tiernos e infantiles, pues para mí que los de mi familia no, ¡todos se nos tornan galdosianos!, oye, ¿a ti no te ha pasado nunca que siempre que te paras y recuerdas aquellos sitios donde fuiste feliz viene alguien y te interrumpe?, no, no, yo nunca he sido feliz en un cuarto de baño, debe ser porque cuando era adolescente solo los usaba para fumar o para hacer cochinadas, o para hacer ambas cosas simultáneamente, ¡pero mira que ya te lo he contado mil veces!, ¿cómo se te ocurre preguntarme otra vez éso, padre Miguel?, está claro que nunca me has entendido, caray, la verdad es que no comprendo cómo seguimos siendo amigos (silencio), ¡hasta las farolas de la calle me entienden mejor! (risas), ¡y con lo complejo que resulta el comunicarse con una giraja mecánica!, en fin, perdona, me he excedido, por cierto, ¿tu hermana Isabel sale con alguien?, ¿que a mí qué cojones me importa?, pues será porque ya no se la ve por la parroquia y, como soy su confesor, me parece justo preguntártelo, ¿no te parece?, pero sin tan mal te lo vas a tomar, mejor cambiamos de tema, ¿cómo dices?, ¿que yo también soy un galdosiano de narices?, ¡a que te apago la maldita luz y cagas a oscuras!, si se habrá visto, ¡menudo desagradecido!, pero a lo que íbamos, entonces, ¿la corteja alguien, sí o no?, ¿qué?, ¿que no le gustan los hombres?, ¿que es qué?, ¿lesbiana?, ¡pero si en esta ciudad no hay de éso!, además, tampoco es que sobren mozas jóvenes en el barrio, y sí, has oido bien: ¡mozas!...
Exáctamente a las 19:15, cuando se ha quedado frito en su dormitorio (aunque no venga a cuento, precisamente a éste mismo que el conjunto de autores intenta contarles penosamente, me gustaría mencionarles que domina su dormitorio una colección interminable de estampitas de vírgenes y santos, un retrato enmarcado de Fray Escoba de tamaño, yo diría que opresivo, y más de una docena de crucifijos tallados, especulo yo, por la mano bruta del mercantilismo religioso provincial, con los que el Cura Rogelio ha querido claramente bloquear cualquier impulso sexual que el demonio haya deseado activarle porque, ya se sabe, en solitario, como ha quedado demostrado siglo tras siglo y en las telenovelas de dos rombos, pecamos más, mejor y con relativa tranquilidad), he salido del baño y me colado descalzo en el salón del siseo romántico italiano. ¡Qué razón tenía el imbécil! ¡Se han llevado los cuadros de su agüelo! Pero a mí nunca me interesaron; no, yo vengo a por uno de Andrea Gastaldi (habría que demostrar primero que es auténtico, por supuesto), de la misma época que su óleo de Pietro Micca, un lienzo aquél al que ya le he encontrado comprador en Turín y que Arteche me asegura que puede pasármelo por la frontera subiéndolo por la C-38 hasta Fort Lagarde. Si le apetece a los irresposanbles inventores de este cuento, en el algún capítulo del mismo les contarán por qué abandoné la casa del Sumo, y
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a qué me dediqué desde entonces. Pero primero debería preguntarse uno qué leches hace un cura cuando se sale o lo echan de la faena mística, y cuánto tiempo tiene para devolver la sotana y aquello que le sobre de fe al sacerdocio que anteriormente lo había engatusado. En mi caso, y porque me había sentido estafado tanto arriba como aquí abajo y, a veces, creo que incluso en el medio, me propuse abusar de mi confiscada sotana hasta que yo pudiera afirmar que le había sacado a ella suficiente provecho para conseguir sobrevivir justo el tiempo que yo creía iba a necesitar antes de encontrarle un nuevo y decente oficio a mi recién estrenada vida de ciudadano agnóstico de pie y saqueos. Yo ya andaba muy mayorcito para ser delantero centro o estrella del pop, soy libre) (La Triple D: dolor, droga y desahogo. “El fentanilo”, le cuenta Ello a Papá Noel en una carta redactada con faltas de ortografía en tinta verde sobre papel de aluminio arrugado, “mi hatolón Walt Disney en donde nadie save usar una navaja, en donde nadie quiere acerme daño o tocarmee en esos lugares proibidos de la imaginación espiritual. Agüelito, aunque sé que no quieres ablar con migo, también sé que eres mi único amigo fiel, o -¿cómo se dice haora?-... hempático, eso es.” “El fentanilo”, nos cuenta en otro patético documental más generosamente producido por la DEA a quienes no sabemos leer porque parecería que ya no nos hiciera falta, “un intenso fármaco sintético un millón de veces más potente que la heroína, al que en la puta congostra se conoce como Ciudad China, Goodfellas, el Gran Oso, o Tango y Cash, y que se puede, aunque no te lo recomendemos, esnifar, fumar, pinchar mezclado con heroína, oxicodona y otras mierdas falsas. ¿Que qué efectos te causa, pedazo de analfabeto? Pues entre otros muchos, podemos confirmarte que te relajará, te provocará alivio, euforia y felicidad extrema falsa (si quieres, digital), acompañándolo todo con unos mareos y náuseas del copón, con vómitos, somnolencia del estilo zombie (sic) mutante, retención del pipí y del boñigo, y depresión respiratoria. Un coma de la hostia, las pupilas puntiformes, los labios morados y una depresión respiratoria a nosotros nos indicaría que el organismo vivo y asqueroso consumidor, como ese imbécil latino que todavía le escribe cartas a los Reyes Magos, se ha metido una sobredosis de cojones. Si sospechas que tu vecino el colgado de la Rue del Percebe o la loca de la guarra con esquina y saco de dormir en General Mola ha sufrido éso, una sobredosis, adminístrale naloxona (en los 7/11 de la DEA ofecemosnaRziCAN® y kLOkkADO® a un precio loco de justificable exageración) por donde proceda, ya sea vena, ya sea la napia.” “Que hentre la sangre de la bena pinchada en la geringuiya”, remata ya sabéis quién, “que se mezcle con la dosis calentada, para debolberla entonces lentamente a su lugar de horijen y que Micky Mouse pueda salir de la ratonera a recivirme solo a mí, nada más que a mí, te lo juro. Madre, ¿por qué le permitiste que nos iciera hesas cosas?”, soy libre) (El amor es una sanguijuela. No, lo prefiero así: El amor te sanguijuela. Amor---> Sentimiento intenso hacia otra persona de sexo opuesto o no, de la misma especie o no, de idéntico planeta o no. Sanguijuela---> Gusano anélido que crece en charcos asquerosos y ciudades de cartón y que se alimenta chupándole la sangre, el dinero, el espacio compartido y los recuerdos con una ventosa apenas visible a la persona enamorada. Sanguijuelarse---> verbo irracional e irreflexivo (algunas lo escribimos con “b”, irreflexibo) cuya acción nunca realiza pero sí recibe un único sujeto. Para activarse semánticamente debe primero indicar el sujeto sobre el que caerá la acción verbal imaginada. Sintomatología: problemas de comunciación racional, de compresión, de ahorros y de adicción. Deterioro cognitivo evidente, según recalcarán aquellos testigos que más próximos se encuentren, citándose, por ejemplo, al portero de la vivienda, hombre éste que, aunque hable o se exprese poco, suele conocer de maravilla la trama de la función si se representa a una distancia
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corta. Desorentación temporal desinteresada. Pérdida de memoria. Problemas de racionamiento lógico (“¿para qué gastarse la mitad de un sueldo en cenas y regalos?”). Proceso degenerativo cerebral, el cual, puede llegar a considerarse reversible en su naturaleza si el tiempo y la razón lo permiten, Mas el demonio nunca está de acuerdo. ¿Lo estuvo usted alguna vez? Para que exista el amor genuino tiene que haber primero hambre y guerras...
Esta mañana, querido Albert, mientras te duchabas en el baño de mi apartamento, he tratado pésimamente de describirte en mi diario íntimo mental. Aquí, en esta cuartilla verde arrugada, te he dejado mis intenciones. Bitte, apaga la calefacción antes de salir y llévate esa orquídea que me regalaste. No te moleste en esperarme, no pienso regresar hasta que tú no hayas desaparecido completamente de mi vida. Creo que nunca me atreví a quererte. Además, si hubo alguna vez amor, éste desapareció cada vez que yo me escandalizaba menos. Creo que el secreto de la longevidad de la sanguijuela es muy parecido. Si tuviera ahora más de una cuartilla conmigo te lo explicaría. Por cierto, nunca me ha gustado el jazz, es el ajedrez de las sanguijuelas que se han negado a esforzarse. ¡Qué tendrá de malo la música de La Banda sin Futuro? Me das grima.¡Y pensar que hemos compartido el papel higiénico!
Queen Nzinga, soy libre) (Y colorín colorado... Si destaco por algo, es por perder el tiempo y no recriminármelo. Media mañana releyendo las páginas sobadas de este manuscrito. Corrijo, y corrije ella también, María, la Zambrano. “¿No crees que deberías organizarte mejor?” ¿Se refiere a mí vida o a esta historieta? Evidentemente, a las dos; pero quién podría negárselo a ella si llevo dos años desastrosos que nula envidia atraen, y éso, si se explica haciendo gala y trompeta del dialecto de la décimo primera hora del día, debería explicarse tal y como te van a contar a ti estos dos puntos siguientes: Llevo tres whiskies sin hielo que, al alcanzar mi estómago vacío a una velocidad incuantificable que solo los alcóhólicos entendemos, inmediatamente le envían desde mis tripas una señal a la cabeza correspondiente para que estimule, también velozmente, esa relajante sensación de sentirse una cómoda temporalmente cuando vuelve a pensar que su vida carece de sentido ninguno. A la cuarta copa me envalentono: “María, la Zambrano, ¿cuántas veces me vas a pedir que te matice que el realismo me incordia tanto o más como cualquier estructura que los cánones de la puta interpretación objetiva de la realidad quieran exigirme si sobre el papel he de expresarme?” Ella sabe que he vuelto a emborracharme. No me lo tomo como una derrota, los borrachos ni las necesitamos ui tampoco las sufrimos. La vista se acostumbra fácilmente a mirar para abajo... Y colorín colorado... Mientras fuma y me quema las sábanas, la Monja Lauren en la cama la quinta parte del manuscrito de mi cuento. Para que no se aburra y me vomitara su tedio en la cara como acostumbra a hacer siempre que abro la boca para demostrarle que la vida también tiene su lado cautivador, le he exigido que solo lea aquellas parrafadas en las que la menciono a ella. Creo que en su agenda negra de teléfonos “significativos” tiene anotado el número del gabinete de psiquiatría del Maudsley Hospital. ¿Volverá a conspirar contra mí? “Tú no estás loca. No, tú estás peor”, me dijo la última vez que nos vimos en su estudio de la Denmark Hill, a cuatro palmos y una llamada del psiquiátrico, por cierto. Yo solo quería gastarle una broma colándome en su casa en bragas y con una corbata de seda rosa colgándome de mi pecho desnudo el día de Fin de Año. No esperaba tanta gente, la verdad. No esperaba invitados... ¿o, tal vez, sí? Lo peor de las casas de locos no es su régimen estricto ni sus internos ni saberse
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identificado; no, lo peor es la vergüenza que se siente al volver cuando a una la sueltan. Mientras lee ahora mis hojas con una pasividad asombrosa, me dedico a examinarle detenidamente las tetas con ese espía y ladrón sabueso que, por rabillo, tiene el ojo humano que no se avergënza de nada. Me gustan, son perfectas. Bien blancas, como el resto de la piel que cubre su delicado cuerpo, y de un tamaño generoso que, por destacable lírica, nunca llega al insulto. De momento, desconocen los principios reaccionarios de la gravedad. F = g x muérete; de momento, no se aferran a su dueña si me atrapan observándolos con pervertida atención. Sé que no le dirán nada a su chica. Un par de pezones rosas pequeños y simétricos rematan la faena. Como soy una ancianita que en su manera de pensar parece que no desea salir de las escenas en blanco y negro de la Transición, le voy a dar a sus pezones dos rombos de calificación. Pero hay también otra fórmula de la gravedad. F = Gm1m2/r2, que explica, a quienes no se han quedado todavía dormidos, que dos objetos con masa relativamente parecida y con una distancia cualquiera entre sus deseados cuerpos se atraen con una fuerza igual únicamente aplicable en una cama. Ése no es nuestro caso. Podría violarla ahora mismo. Sé que a ella le gustaría, por eso os lo cuento, y porque alguna vez me lo ha sugerido en vano en vista de que unos bostezos esporádicos parecía que querían adueñarse de nuestros escasos encuentros carnales. Pero ya saben ustedes que soy escritora de cuentos inagotables. Primero a leer y a escribir, y después a corregir, maja. Y cuídate de que después vengan las sobras, y, si te toca compartirlas con las palomas y las ratas, te jodes. ¡Haber elegido otra profesión! “Lo que no consigo entender es por qué hablas de Panero como si fuese el padre del poeta y no el vástago del poeta que nunca quiso ser padre.” Trichotilomania. Deduzco que en español se escribe sin h y con tilde en la í. Tricotilomanía. Como sabéis algunas, ésta es la pérdida progresiva de cabello causada por unas ganas incotrolables de la hostia de retorcértelo y arrancártelo hasta que te quede poco o nada. Bienvenida al club, Kojack. Teorizan que siempre se dará por desconocida la causa de este comportamiento compulsivo. Teorizan demasiado, deberían dedicarse a otra cosa. Las mujeres y los curas y monjas que han dejado el sagrado protocolo tienen una probabilidad cuatro veces mayor de padecerla. Yo diría que a aquellos que comparten cama y ducha con los tricotilos también deberíamos añadirlos a esa categoría. Por hoy lo dejamos aquí. La franqueza debilitó a quien solo quería... otro beso... Washigton Phillips. I Wouldn´t Mind Dying If Dying Was All. “¿Pongo otro disco, Monja Lauren?”... “Haz lo que te salga del coño. Ya eres mayorcita”... Y colorín colorado... Esta tarde, mientras veíamos desganados en su bungaló (¡no me lo escriban con w, coño!) del River Oaks Boulevard un documental del canal holográfico de historias pasadas remarcables solo para una minoría casposa (“Tras la Batalla de Arausio, los cadáveres insepultos de los más de ochenta mil centuriones, legionarios y soldados esclavos que Servillio Capullo Cepión había perdido en aquellas tierras galas, acabarían, con los años y una estimable dosis de cándido deseo, fertilizando dicha campiña provenzal para deleite del impasible campesino pobretón...”), Queen Nzinga se ha negado, como ordena la etiqueta del corazón sensible, a esperar hasta las altas horas de la madrugada y los mojitos que con cariño repelente me prepara, para sincerarse conmigo y soltarme “Aunque todavía no la hayas escrito, a esa novela que me cuentas creo que le van a sobrar 300 páginas.” En mi cabeza de chorlito retrasado en la dimensión tiempo, yo no me había quitado aún ni el abrigo. Joder, ¿qué hostias me va a contar cuando ya no me queden encima ni los gayumbos? Preferiría que me hubiese dado la estaca cuestionando, por ejemplo, mi reciente abandono de la abogacía. Sí, ni me haría tanto daño ni me sangraría la napia repentinamente. Tuve que volver a explicárselo, tuve que recordarle que yo solo (es una putada que ya no se
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escriba con tilde. Está claro que ha perdido su matiz enfático) deseaba pasar a su lado el resto de mi vida inteligente (ya se sabe que a partir de los 40 la inteligencia se sustituye con una facilidad disuasoria absurda para aparentar que todavía se conserva la misma); sí, lo que me sobrara de vida racional en este globo de locos anestesiados, hipotecas falsas y boletos de lotería sin sellar, y que únicamente yo lo iba a conseguir si me inventaba un cuento inacabable en el que ella figurase como uno de los personajes centrales y yo... y yo... como su fiel y sumiso siervo. “Mira”, me dijo mientras se desnudaba impasible contemplándose delante del espejo de los complejos justificables, “conozco a una editora francesa blilingüe y supercapacitada que tal vez podría echarnos una mano.” Me lo temía, ahora la novela era también suya. “”Si no te molesta, le daré un telefonazo esta semana y concuerdo una cita.” ¿Molestarme a mí? ¡Si lo había abandonado todo con la loca y sola intención de rellenar tantas cuartillas como me permititieran su paciencia y una cartilla de ahorros... para sueños irrealizables! “No, no apagues la luz. Me gusta vernos.” ¿Cuánto iba a tardar ella en recriminarme mi dejadez física? “Ya no se te ven las costillas, Daniel.” Ser un escritor pésimo -”lastimoso”, llegó a puntualizar ella la última vez que nos vimos- también engorda. Si les interesa la literatura y sobre ella desean empalarse, vacíen primero la despensa y aprendan a amar el agua menos potable de su ciudad. “¡Pero amí solo me interesa que me hagan caso, que sepan que existo y que no soy un personaje gris más!” Al habla un vulgar número de pasaporte, un individuo anodino y ruiseñor que también sabe comer y cagar como los demás, y leer con lupa de lente de vidrio óptico efectivo a Borges y a Levinas porque no siempre puede tener razón el espejo .. Y colorín colorado... Naturaleza muerta al anochecer si... Me pareció que, a pesar de su inapagable sonrisa, Ella sentía lástima por mí y era aconsejable, pues, que yo empezara a anotar en mi diario sin páginas cuántos días nos quedaban juntos. Aunque no creo en las estrellas porque quienes juran saber comprenderlas me aburren más que una charla a la hora del la siesta sobre el ciclo de la vida de la mosca doméstica, soy virgo y dicen que a los de nuestra especie nos encanta controlarlo todo. Bien, dentro del ejercicio de esa autoridad personal a la que me someto a mí mismo, al parecer continuamente, calculé que a los dos nos quedaba como mucho dos meses más juntos. Estaba claro que había que tomar medidas (¿contaba el salir más a menudo a mi bola? ¿El emborracharme a solas como cuando me autoexpulsé del seminario y me resigné a aprender un idioma nuevo desconocido para mí hasta entonces?... ¿Mentir y contarle que mi libro iba a ser un éxito de ventas y que yo tendría que recorrerme la penísula de arriba a abajo para dar cofnerencias y firmar ejemplares? Quién sabe, Ella, tal vez hasta soliciten mi presencia más allá de nuestras casposas fronteras); y yo, cuando había y hay que sacar la regla o el láser rojo que cuenta en cifras digitales objetivizables, no solo la cago, sino que además acabo normalmente bañándome en mierda y con gafas de buceo, como las de mi colega Daniel. ¿Os he contado alguna vez que a Ella mis cuentos siempre le olían a “Heno de Pravia”? Y yo, que además de tonto llevaba una década sin pillar una porque tiempo atrás le había vendido mi inocuo juicio a una casa de putas con sotana, contestaba con una sonrisa de pelele boyante y le ponía otra copa para aprovecharme de ella, o eso estimaba yo que me gustaría pensar pues no había follado mucho y necesitaba imperiosamente que me adiestraran. “¿Tomamos otra?”. Pausa insufrible. En el pueblo lo llamaban “pachorra”. Mas en el pueblo tampoco follaban. “Sí, pero no muy cargada, Miguelito, porque tengo que volver esta noche y no quiero pegármela en el Citroen.” No me mientas: en Londres solo conducen los taxistas y los de la funeraria. ¿Han visto alguna vez al volante a nuestro patosín Boris? ¡Si hasta la basura la recogen en bicicleta! ¡Y déjate ya de sonrisitas, mujer! ¿No ves que me pones
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nervioso? Me recuerdas a Dios... Follamos por última vez. Yo desparramado sobre el potro del amor (sillón “tantra” lo llaman esos astrónomos pachulí que dicen saber leer las estrellas) que Ella me obligó a comprar con un adelanto por mi primera novela, Calvino, Calvino; y ella reclinada y dándome la espalda mientras controlaba la follada apoyando los pies en el frío suelo de mi puto cuchitril londinense. Si la memoria no me falla -esto sí que debería sorprenderle a cualquiera-, esa fue la primera y última vez que oí hablar a alguien del beso negro. Digo que “última” porque a partir de entonces sería yo quien lo mencionase, y no viceversa. Claro que, como era de esperar, cuanto más yo lo recomendaba, menos ejemplares vendía. No sé cómo tratar esta correlación, ni tampoco cómo podría yo explicársela a ustedes. Solo sé que siempre se tornaba positiva y que muy pocas variables externas parecían que afectaban a la intesidad positiva de aquel análisis correlativo. Mejor te quedas callado, no sugieres nada y das las gracias al Diablo por haber mojado nuevamente. “Deberías leer más a Conettillius Borgebauer”, me dijo Ella al despedirse de mí por última vez. Ni hablar, no me lo tomé como un insulto personal. Siempre me había complacido la idea de leer poco pero bien, escribir una página al mes y recibir a los periodistas en pijama postrado sobre la cama. “¿Para qué revista decís vos que trabajas? ¿Querés un whisquicito?” No, Onetti nunca serás, hijo mío.Veo que mamá me sigue hablando desde la tumba, soy libre?) (Dicen que el arpa tiene sus orígenes en Egipto y en la barriada ésa del pesado de Euclides de Megara. Algunos escolares teorizan que ya se concocía este instrumento peñazo de cuerda pulsada con excesivo entusiasmo 3500 años antes de que un objeto volante erróneamente identificado depositara al Cordero de Dios sobre Galilea. Rudolf E. Fogwill lo odiaba, éso hay que admitirlo. Y lo destestaba porque le recordaba a cuando era un cativo de mierda y veía las películas de los Hermanos Marx (no olvidéis que originalmente eran seis: Chico, Harpo, Groucho, Gummo, Zeppo y, otro solo a tiempo parcial, aunque nos cueste admitirlo, Boris), y la sobremesa parecía ir de puta madre porque en casa todos sonreían y los nenes incluso se atrevían a soltar alguna carcajada delante del Telefunken; pero la cosa (o coso velludo, para los niños) a él se le estropeaba cuando Harpo se sentaba delante de ese instrumento de cuerda falsa (decía este actor mudito, quien, por cierto, en la vida real parecía no serlo tanto, que cada vez que lo tocaba volvía a ser feliz porque dejaba de ser un actor. ¡Tremendo desagradecido!) y se arrancaba el gachó acto seguido con unos numeritos interminables que a Rudolf lo exasperaban porque él solo quería reir para conseguir así olvidarse temporalmente de que en todas las aldeas del universo siempre había una 3.ª Panzerdivision SS Totenkopf lista y expectante en las colinas que bordeaban al río; o de que la peste negra podría volver en cualquier momento, o de que el viejo iba a repasar las tablas de multiplicar con él depués de la peli, unas herramientas éstas últimas, para él, de aprendizaje brutalizado que únicamente aprendería cuando su papá se mosqueara con él y le soltara un puñetazo (ya, ya sabemos que los más conservadores en su juicio lo calificarían de “soplamocos de ná”) en: Punto A) la nariz; o Punto B) los labios. Era obvio que lo que andaba buscando el mandamás de la choza, consciente o inconscientemente, es que A + B, o A o B finalmente equivaliera de forma contundente a, concluyamos, que sangrara su hijo por una o ambas partes de dicha ecuación. “¡Joder, qué pesado este Harpo! Date prisa, coño. ¿Acaso no ves que yo solo quiero volver a sonreir? Ahora vendrá el otro y se pondrá a tocar la jodía pianola”, soy libre) (7 y 30 de la tarde. Salgo de puntillas de la fiesta organizada en una habitación de un lujo que corroe hasta al más santo del Hotel Parc Beaux-Arse de Luxembugo con motivo de la conmemoración del 150 aniversario del
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lanzamiento del álbum E2 E4 de Manolito Göttsching. “Esta celebración te vendrá cerebral”, me dijo Panero, media hora antes,después de matizar que mi escuálido culo se me había sellado a la única silla de mi cuarto alquilado. También me espetó que en mi pensión olía a mierda. No sé si se refería al edificio en sí, a mí -ahí, quizás le diera yo la razón-, o, si por el contrario, aludía a la pésima recepción que había tenido su último ensayo sobre la obra y “amañada” -según él- alienación de Adolf Wölfli. No era inusual que él se inventara olores cuando criticaba directa o indirectamente la opinión de aquellos que nunca le habían entendido. “Estoy seguro que en esta floresta de cartón cagan los elefantes suizos y alemames”, me dijo en cierta ocasión tras una breve conversación telefónica suya con una joven editora de Mil Mamuts mientras comíamos bocadillos de pan chocho con sardinas de lata “ambigua” en el parque de Edmundillo Klein. Como siempre, me negué a interrogarlo. ¿Para qué perder el tiempo con el fantasma de un buen amigo? Había que disfrutar minuciosamente cada bocado dado. Eso último de negarse con rotundidad a malgastar una oportunidad me viene ahora de maravilla para retomar el punto original de esta conversación. Decíamos que salía yo (¿les he especificado antes que yo ya estoy muerto?) hace como diez minutejos de aquel hotel, más concretamente a las 19:30. Hasta ahí, todo claro. Ahora, no me asusta confesarles que voy cargado de anfetaminas (es una lástima que solo me entre bien lo que se suministra por la napia), y que cualquier listillo que frecuente la calle observando a la gente con más curiosidad de lo que recomiende el protocolo de la decencia visual urbana, podría asegurarles a ustedes que este caballero atolondrado e intoxicado que les habla y que tan precariamente se maneja en la vía voluble de la ciudad parecería que presenta tal psicosis (por supuesto que el cotilla avizor no sabría que es anfetamínica; pero que no me agobie porque se lo aclaro a coces en las cachas) de la hostia que es evidente que va a requerrir atención en urgencias o en el manicomio ése del 26 del bulevar de la Gran Duquesa Charlotte, tíos. Cuando yo era un pelón güevudo y solo creía en los discos de la Dro y en Dios porque el Opus del santo inflado a mis papás los tenía intelectualmente secuestrados, yo le echaba la culpa de todos mis males al demonio. Eso parecía que funcionaba, sobre todo si me suspendían para verano o me cachaban robando discos en una tienda de la Gran Vía. Pero desde que Panero me invita a bocatas de anchoas o de sardinas mal pescadas, he aprendido, desgraciadamente, a echarle la culpa al complejo mundo de la psiquiatría cuando a éste solo se le toca si a uno no hay dios que no quiera invirtarlo a todo tipo de sustancias químicas que, irremediablemente, le van a cocinar mierdas (“Oye, tío muerto: ¿no crees que en esta biblioteca municipal güele a caca de bebé consentido?”) en su sistema nervioso central y espiritual. Una minoría de colgados -me atrevo a añadir que colgados porque de enanitos fueron educados todos en el infierno del pecado y de la culpa con pelos en la palma de la mano, tristemente- que no haya sabido nunca destripar las entrañas de la religión pésimamente presentada, suele arrancarse, después de haberse metido cualquier mierda que la estampita de Fray Escoba nunca recomendaría, con tal cantidad de delirios paranoides y de persecución, y de alucinaciones en formato Panavisión, que, para contrarrestrar esos efectos negativos fulminantes, solo les va a valer con una dosis generosa de olanzapina y haloperidol administrados por: Opción A) un cura güeno y comprensivo; u Opción B) una chica o chico de belleza y gesto empático contrastables y con puesto de trabajo en un contexto clínico fiable. Esa minoría, que no les quepe la menor duda, soy yo. Y punto. Sí, soy yo, el colgado que entró en una fiesta en la que consiguió colarse con una camiseta de “Seguridad” que Panero le había regalado media hora antes de la parranda. ¿De dónde la habría sacado él? Éso y, por mencionar otro cualquiera de los temas recurrentes y, tal vez más
276 profundos, que se cuecen en la cesta intelectual de Panero, como, por ejemplo -¡para qué cortarnos ahora!- los enigmáticos y enredados, según él, deplazamientos de galaxias distantes a una velocidad proporcional a su alejamiento cuando se nos expande nuestro puto universo de mierda, son temas que nunca me han incumbido porque a mí solo me interesa lo que la gratificación instantánea, educativa o no, y exclusivamente personal, pueda ofrecerme, a mí, únicamente a mí, y a ese inquilino mío holgazán al que llamaremos M. C., o Mi Cerebro. ¿Por dónde íbamos, cojones? ¿Hasta dónde he llegado? ¿De qué planeta venimos? ¿De verdad que hemos sido alguna vez civilizados? ¿Entonces por qué se les enseña trigonometría a los jóvenes que todavía no han follado? ¿Me violó esta tarde el poeta de la Calle Ibiza? Pues debió gustarme, porque sigo sonriendo... Abro a rodillazos la puerta de un bar de la Avenida Du Bois. Me parece que es el Le Croque Bedaine, pero no podría garantizároslo porque, además de loco, solo veo en su interior pescadores galegos y gigantes con bigotes que levantan pesas de bolas, como ésos tipos forzudos de las fotografías victorianas que coleccionaba el tío Nicolás. No creo que vayan a pegarme, parecen demasiado entretenidos y por descontado que solo les interesa competir con sus compañeros de halterofilia beoda. Me dejan en paz. No hay camareros detrás de la barra. El Minsiterio de Defensa ha solicitado su prensencia en la primera línea de batalla. Nadie se imaginaba que la III Guerra Mundial la fuera a iniciar el país de al lado. Sí, una nación de cuento de hadas, según el National Geographic. Me pregunto si los congoleses opinarían lo mismo... Me pregunto si ya he llegado al retrete. Parece que sí. Un travestí de dos metros y de labios rojos hinchados con la última golosina del mercado de la botulina me abre la puerta. “Ahí dentro nunca estarás solo”, me comenta en un idioma marciano. En mi estado actual uno entiende todas las lenguas. Cuando a los 17 años tomé ácido por primera vez en una acampada en el Monte de Lobadiz, el médico de urgencias que me examinó me hablaba en alemán. Yo le entendía de maravilla, incluso sus avisos o amenazas. “¡Que no se vuelva a repetir! ¡Herman Wilhelm Göring nos necesita a todos! ¡No me pida que de cuenta de usted!” Me asusté un poco, es cierto. Pensé que el galenó nazi iba a avisar a Dios. “¿Sabe Su Excelencia lo que ese mocoso de mierda estaba haciendo en Su globo?” “Pues no, la verdad. Estaba liado fumando costo con los arios en una nube de Núremberg. ¿Sabía usted que la legitimidad del tribunal estuvo en entredicho desde el primer momento?... Lo veo a usted muy irritado. Venga, cuénteme en qué líos se ha metido esta vez el niño Yo-Ya-Muerto. Pero dese prisa que se me baja el colocón”. “Su Alteza, no hace falta que se lo cuente este matavidas nazi asqueroso. Ya se lo digo yo. Verá, mi amigo Pepón me pasó un cuadradito de papel decorado con el careto de Nancy Reagan y a mí me hizo tanta gracia que me me puse a cuatro patas y como un chucho salado me lo metí en la boca a langüetazos para continuar con el chiste y porque me gusta, cuando hay espacio mental para colocarse, que todos se rían mí, ¿sabe?... Luego acabé temblando, imaginando que no me desagradaba la idea de acostarme con el Pepón en nuestra tienda de campaña, si es que a éste la idea no le cabreaba, y resolviendo con el índice en un paisaje multicolor identidades trigonométricas; mejor dicho, convirtiendo una tangente sideral cualquiera de un seno en otro seno y, ¡faltariá más!, también en culos animados y arrugados de viejas que me perseguían por el bosque cuando yo intentaba moverme, intentaba parpadear o pedía auxilio, coño”... Antes de abrir, o abrirle su puerta multicolor, al cagadero, algo de música. Cumbias chichadélicas peruanas. Una rápida porque presiento que va a haber hostias. Me Robaron mi Runa Mula, por ejemplo, de Juanero y su Combo. Para allá que vamos. Entro. Ahora sí que estoy solo. ¿Pero no lo he estado siempre? Lo mismo se dijo el Flautista de Hamelín. Aquí también hay ratas, pero parece que mi presencia no
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las estorba. No, prefieren entretenerse abriendo el grifo del lavabo mientras se zambullen en el agua caliente y marrón que el pito metálico acuático despide. ¿Por dónde va la canción? ¿Se ha terminado ya? Rebobina la cinta. Me siento a cagar. No sé para qué, si lo que necesito es vomitarlo todo: cuentos, mentiras y esos pecados que siempre me han sobrado. Me equivocaba: no me he sentado. Alguien se me había adelantado. Le pregunto por qué. Vaya injusticia cosmicoespacial, ¿verdad que sí? Me levanto, me giro y le pido una explicación con la bocaza del tercer hemisferio cebrebral. Por si no lo sabíais o no habéis tomado nunca nada de lo que, tarde o temprano, os arrepentiréis, os cuento que este tercer hemisferio, también unido como los otros dos por un cuerpo calloso blanco, se encarga de aumentar o disminuir gradualmente en la persona colocada el sentimiento de ansiedad, el de confusión, de culpa y pérdida de control. En definitiva, todo lo negativo que antes podía o no aliviarse en un confesionario. El individuo cagón y ursupador ignora la apelación y prefiere zanjar el asunto, soplándomelo desde el hueco profundo de su garganta con un... “Soy el Demonio, ¿no lo ves? ¡De qué te asombras! ¿Acaso no sabías que esos cabrones de los pintores flamencos siempre me retrataban cagando? Pues por algo sería, imbécil”. Cierra la puerta de una patada y así zanja el asunto. Menos mal. ¿O no? Creo que no, me ha regalado su capa y a los levantadores de pesas del bar no les ha hecho ninguna gracia verme con ella puesta. Si pudiesen entenderme yo les diría que me han obligado “ahí” adentro a colocármela. Mas ni yo mismo puedo entenderme, hecho éste, por otra parte, que siempre he defendido ya que nunca he creído en la filosofía ni en la psicología. Yo solo creo en Anacleto y Pepe Gotera, con éso es suficiente. El día que logre entenderme a mí mismo dejaré de jugar a las canicas con los niños del parque. “Pero, Margot, ¿quién es ese viejo que está jugando allí con los niños? ¿Lo conoces?”. Es el Diablo, que juega y caga en cualquier parte... 8 y 45 de la mañana. Tumbado desnudo en la cama. Creo que Panero me buscó un taxi. ¿Cómo cojones me localizaría si nunca hemos estado juntos en aquel bar? Me ha dejado en la mesilla una lata de espárragos blancos extra y una nota escrita en una servilleta de papel de la cafetería del psiquiátrico. ¡Cuántas veces he de repetirle que yo ya no sé leer! El juglar está peor que yo. Está... trigonométrico, soy libre) (Antes del Acto Final de esta obra de teatro, una interpelación. Quería adivinar por qué siempre le llamaban “soberbio”. “No te quejes, Gutenberg, que a mí me llaman loco y cagón”, me hubiese encantado haber tenido la oportunidad alguna vez de plantearle que, en mi caso, noo había día en que el viejo, o el jefe de estudios (¿o era el de disciplina?), mi confesor, la novia, etc. elevado al cubo, no me llamaran las una de las dos “ch” incordiantes y sectarias: chalado o chiflado. Había trabajado duro Gutenberg toda su vida desde que fracasó en el instituto (en esa época -para él, insignificante- de su vida todos los fracasos se los elegían los adultos), viéndose forzado, pues, a dejar los estudios para buscarse la vida con empleos pésimamente remunerados. (La explotación ha existido siempre, éso es obvio. Ahora bien, lo que ha cambiado es la manera de disfrazarla con unas propinitas materiales ridículas cuyo calibre tendemos a ignorar porque, como especie, la reflexión nunca ha sido nuestro atributo más destacable.) Sí, había trabajado como lo hacía una mayoría silenciosa: con regularidad, hasta cierto punto modélica, mas desmotivados a rabiar. Pero ahora que finalmente podía elegir cuántas horas dedicarle al trabajo y cuántas a la contemplación, lo primero que él planeaba antes de dejarse algún día morir en su camastro, acompañado siempre de sus ocho gatitos Himalayos autómatas, era buscar en el Diccionario y Enciclopedia de la Introspección Holográfica 7.0 DSL que tiempo atrás le regalaran con su primer contrato vitalicio telefónico, el significado y la etimología de aquella palabra: la soberbia. Para eso, y
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prácticamente nada más, servía una jubilación parcial por adelantado, calculo yo. Todo aquel que no había pasado, desde que fue infertilizado en el vientre artificial del padre o de la madre, más de 17 horas diarias con la nariz pegada al esperpento digital de las redes interconectadas espacialmente, debía, por descontado, saber que soberbia venía del latín, superbĭa, y que, más o menos, si se aplicaba a un sujeto en cuestión, describía a éste como un tipo que pensaba que no solo él/ella valía la hostia, sino que además nunca se cortaría un pelo presumiendo de ello en público, mientras menospreciaba o ridiculizaba a cualquiera que se prestara a escucharlo, atentamente o no. ¿Pero qué nos contaría, por su parte, la santa y defenestada biblia, damas y caballeros? En Marquitos 7:20-23, Gutenberg leyó y entendió a su manera (no llevaba puesto el monóculo de realidad virtualizable Oculus Pendoculus 3034. Al parecer se lo había tragado su gatito Nabuco, un robot felino programado para consumir todo aquello que consideraba inservible) que del hombre nunca saldría nada güeno porque en su corazón desfasado o marchito parecía que solo se cocían guarradas, folleteos, adulterios, asesinatos, robos, envidias, mentiras, desaguisados, maldad y la puta soberbia. “Una de dos:”, pensó el inventor alemán, “O Dios es el Diablo, ¡o el Diablo es nuestro único Dios!”. Esencialmente la misma cosa, vamos. Tampoco hay que ser tan listos, ¿lo pilláis? Danielito, en 4:3, fracasaba rotundamente al intentar poner un poco de calma en el sarao de los demonios primate: “Ahora yo Nabucodonosor alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo, porque todas sus obras son verdaderas, y sus caminos justos; y él puede humillar a los que andan con soberbia”. Vete al carajo, pensó Gutenberg. “El problema que siempre han tenido ustedes, los humanos no robotizables”, arguyó al regazo de su maestro antes de quedarse frita, cibernéticamente hablando, la felina Rita D Casia 777, “es que ustedes han preferido siempre la opción de la liebre a la del gato, pensando, erróneamente, que a aquella nunca le apetecería ser como nosotros”. Mas todos ya se habían quedado roque. Sí, todos: el alemán, los gatitos robot, Dios, el Diablo... la dueña de la pensión... Levinas... el lector... Macedonio Fernández... la globalización... Fellini 8½... los planes sindicales de vivienda... Blind Willie Johnson... el tráfico de influencia... María, la Zambrano... mi procesador de textos... la editora... El Papus... la tsé tsé, soy libre) (No, la Naturaleza no es sabia. Cuando era una canija, yo siempre lo escribía con minúsculas. Quizás ya sabía yo que ella de sagaz tenía lo justo. Si es que seguís despiertos, os lo repito: la naturaleza no es aguda, porque, a ver listos, ¿quién, que se haya considerado alguna vez un genio, permitiría que lo bañaran en mierda todos los días? Para ser un espabilado de lujo, primero ha de ingeniarse alguna manera de que la caca no exista, no ocupe idéntico terreno que el nuestro. Pero Noelia, ¿entonces cómo eliminaríamos toda esa mierda que producimos por dentro? Eso vais y se lo preguntas a ella, la “lista”. A ver, tú, rubia: ¿se puede saber para qué inventaste la caca? ¿Para que te la arrojásemos encima? Bueno, espera, ahora que lo pienso... Tal vez lo que a ti te ocurre es que tienes uno de esos fetiches sexuales que tan de moda (por lo menos digitalmente) están hoy en día. Ya sabes que a mi ex Daniel le gustaba que se lo follasen todo disfrazadito él de osito de peluche. Asegura el Clarín que éso se debe a que a este tipo de degenerado les encanta la antropomorfización animal. ¿Sabes cómo se llama a esa filia? Seguro que no tienes ni puta idea. ¡Si es que eres tonta a matar! Ursugalamatofilia. Se llama ursugalatamatofilia. Divídelo en tres partes para que te sea más sencillo recordarlo: Ursu-galata-matofilia. Nah, ni así. Te advierto que si es verdad que tienes una filia de ésas por la caca, es posible que yo te entienda un poquito mejor. Aunque tú, siendo tan avispada y dinámica como nos aseguran siempre los documentales de la BBC que eres, ¿por qué no pensaste nunca en sustituir la mierda por unas flores, por ejemplo? ¿Te imaginas si en vez
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de caca cagáramos, yo qué se, dalias o lirios? En el mundo no habría tantas guerras porque una mayoría andaríamos drogados con nuestro propio olor. ¡Qué cosas tan raras dices, Noelia!
Yo, ya muerto: Sí, me lo imagino. Pero también sé que, porque llevo siendo pesimista profesional desde que sufría en el vientre de mi madre, terminarían por darnos asco.
Popolo: ¡Huff, no sé yo! Te advierto que a mí eso de cagar lirios no me desagraría lo más mínimo.
Popolo tiene razón. Además (lo he escrito sin tilde para joderos), en el mundo no habría tantas guerras, ya que una mayoría andaríamos drogados por nuestro propio olor... La naturaleza no es sabia. A las niñas ricas que van al colegio Viaró de la Avenida Alcalde Barnils también se les cuelan en sus lindos y garbosos cuerpos piojos y todo un altruista Trichomonas vaginalis, soy libre) (¿Sabes una cosa, Isabel? Cuando vivía el Dictador había menos suicidios. Sí, es cierto, y que conste que no necesito que tú me muestres las estadísticas del Instituto para la Prevención. Lo entiendo, tiene sentido, y si es verdad que te interesa conocer qué explicación tiene todo éso, permíteme que te cuente ahora que el demonio llegó a aclarármelo una vez aquella noche de San Gilberto de Sempringham (¡consulta el martirologio romano, coño!) de 1989 en la que me despedí de mis viejos para siemrpe con una notita con la que yo les agradecía sus servicios prestados, para irme a buscar, acto seguido, autoexilio en ese país rico de los cuentos sobrevalorados. Ya sabes, pero no digo su nombre porque sé que podrían echarme. No, no es Nazilandia. ¿Cómo dices? ¿Que si te explico de una puta vez por qué se suicidaba menos tropa? Deja de fumar por la ventana, mírame a la cara y te lo cuento... Pues es bien sencillo: En el infierno, concretamente en esa zona específicamente designada a los íberos de actividad cardíaca, respiratoria y neurológica nula verificada, ya habían colgado en aquella infausta época el cartel de “No hay habitaciones”. Para obstaculizar la muerte por suicidio, el número de directrices locales que se necesitaban para confirmar la muerte de un individuo llegó a ampliarse a cuarenta y tantos, incluyendo en dista lista, por ejemplo, si el suicidado había apagado o no la radio antes de pirárselas al otro mundo, o si le debía pasta al charcutero la pasta que se le debía. También se inventaron algunas tetras físicas ultradimensionales para prevenir la inmolación. En las cárceles, sin ir más lejos, cada vez que algún reo intentaba colgarse de los barrotes de la celda, éstos se doblaban y el preso caía al suelo y se quedaba con cara de gilipollas. O, por ejemplo, se doblaban las cuchillas de afeitar cuando se acercaban ireesponsablemente a las muñecas o al cogote; o se engordaba exponencialmente para que no cupiesen por el hueco de la ventana por la que iban a precipitarse al vacío aquellos desgraciados y desgraciadas que ya no soportaban vivir en casa o ir a trabajar oliendo siempre a Heno de Pravia o a Barón Dandy. Así que apunta en tu cuaderno de observaciones paradójicas: Cuando vivían Pepe Isbert y los Martinez-Bordiú, Arteche solía coger tanto peso que acababa en el banquillo invariablemente, soy libre) (De lo que él sí que está seguro es que no quiere matar a su papá reventándole la camocha con un bate de béisbol, como le ha sugerido su hermana mayor. Eso, si quiere, que lo haga ella, que para éso la tocó sufrir mucho más que a nadie cuando vivían en casa de los viejos. No, él ya ha olvidado los golpes y los correazos. Tampoco cree que vaya a funcionar el plan ése de ella que consistiría en cubrirle la cabeza primero al cabrón con una bolsa de plástico. No, por muy demente que ande el cascarrabias ya, es obvio que reaccionaría por instinto (como ya solían hacer en el ejército, no lo olvidemos), intentando, a continuación, defenderse a patadas y
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puñetazos como le habían enseñado en clase de defensa personal, cuando era un flaquito disfrazado de álferez, esos oficiales del Mossad que visitaban anualmente los cuarteles del ejército español invitados a susurros por el Minsiterio de Defensa Fenicia. Ya, ya sabe él que está mucho más fuerte que su viejo, que podría frenarlo con dos golpetazos bien dados, pero es que solo verlo defendiéndose así a su viejo sabe que le daría algo. ¿Que esa maniobra de la bolsa es para primero atontarlo un tanto, antes de meterle un par de batazos en la puta cabeza? Ay, de verdad, él sabe que le debe muchos favores a su hermana porque es la mayor y porque con su ayuda consiguió en su día salir pitando de casa de los papás; pero también es cierto que él ya ha completado su rehabilitación mental adulta, y tampoco es que necesite ahora vengarse de nada ni de nadie. No, éso solo lo hacen los abogados y los que traicionan a su partido político y se pasan al del bando moral opuesto. No, él preferiría que su papá se muriese solo, como parece que le toca, para que, cuando suene la flauta y los pájaros le dejen de piar, los vecinos puedan descubrir algún día su momia apestosa en la mecedora del salón. “Oye, Naranjito, ¿has visto lo mal que güele en el quinto piso de la derecha?”. Si al viejo le hubiese gustado alguna puta vez los gatitos, su hijo hasta se alegraría si le algún vecino cotilla le soplase que los jodidos felinos se lo habían papeado enterito a su papá. No sería la primera vez que a un ancianito cabrón se lo devoraban sus mascotas. Él se acordaba ahora del caso ése de la vieja huraña y gruñona de Coventry que vivía sola y que había dejado toda su fortuna a sus cinco gatos de mierda. Y lo recordaba, más que nada, porque, cuando ese suceso ocurrió, había visto una foto en blanco y negro en el diario holográfico local en la que se solo se veía la cama cubierta de lamparones nauseabundos en la que la palmó la vieja y una pila de huesos inmaculados desparramados sobre el colchón. “¡No me irás a decir ahora, Kingsley, que esos putos gatos de mierda se van a quedar con toda la herencia de la loca! ¡Con la de escritores indigentes que hay en esta ciudad! O que por lo menos lo repartan entre los bibliotecarios de la ciudad. ¿No ves la cara de amargados que tenemos todos?” Que ya, que ya sé que te prometí -ahora pasamos a la primera persona, ojo- que te ayudaría a eliminarlo. Pero, jodé, ¿cómo se te ha ocurrido qur me haría ilusión acabar con él a golpes? No, ni de coña; esta vez, no. Claro que te digo una cosa: como ya sabemos todos que a ti te hizo más daño que a nadie en casa, con sus guarradas, pervesiones y violencia diaria, quiero que sepas que yo te apoyaría m-o-r-a-l-m-e-n-t-e, fuese cual fuese el método de eliminación que te apeteciese seguir. Pero, por favor, no me pidas que te traiga el bate de béisbol que me prestó, cuando creíamos que nos gustaría hacer deporte, Fogwill, para matar a papá. Ya te digo que acabar en la cárcel no me asusta. Sé que Noelia y los nños vendrían a visitarme, y que mi cuerpo actual pasaría desapercibido en cualquier ducha, provocando incluso repulsión entre aquellos presos que, veinte años atrás, tal vez no hubiesen dudado en violarme. Mas, chica, lo siento, de verdad: ¡es que a mí no me hizo tanto daño! Además, se lo he perdonado todo prácticamente. No me lo tomes en cuenta, porfa... Llámame cuando vayas a hacerlo. Usa una de las salas hologramas del espacio comercial de ventas digitalizadas del centro, y marca el número de mi camello. Suéltale la palabra clave, nada más. Si te cogen en la frontera, yo también iré a visitarte en cuanto me sea posible. Supongo que primero me interrogarán -------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- Palabra clave: M-E-T-E-M-P-S-I-C-O-S-I-S, ella es libre) (No es extraño encontrarse con las dos primeras páginas de los libros que leo arrancadas. No lo es porque todas las mañanas salgo a leer a la calle (la intención original suele ser salir a hacer la compra, o a buscar algún trabajo que no vuelva a hacer sentirme inferior, o a encontrarme con el demonio, si es que éste
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no sigue en huelga, o a imaginarme que mientras camino me veo con una chica guapa e inteligente -dos cualidades éstas de las que yo nunca he podimo presumir- que sabe entenderme o, mejor dicho, perdonarme y soportarme, por lo general con una sonrisa, aunque sea de mofa o consuelo) y accabo normalmente haciéndolo en una de las escasas cafeterías de mi ciudad en donde a uno no lo miran con cara de espanto o de decepción si lo pillan leyendo un libro “de ésos de los de antes”; siendo poco inusual, por otra parte, que yo no me emocione mientras devoro páginas de un libro, escogido intencionadamente (¡para éso soy mi único bibliotecario!), a la velocidad de la cafeína extra, y que me apetezca improvisar, acto seguido, si es que no antes, unas líneas mías de última ocurrencia sobre un papel. Claro, como escribir ya escribo poco o eso mismo nos imponemos la vergüenza ajena y yo, es lógico que antes de rellenar los huecos libres de mi abrigo con utensilios de verificable uso en la urbe, mi mano se niegue primero a alacanzar una cualquiera de esas múltiples libretas con canas y cara de plan funerario ahora que antes yo usaba y rellenaba como un loco porque yo creía en Marcel, en Macedonio y un pelín en Kenzaburo, también, ya que el idiota en mí habíase jurado allá por el 92 del siglo pasado que algún día llegaría a parecerse a ellos (¿cuándo fue la última vez que te miraste al espejo, Daniel, ya muerto). Por lo tanto, ya lo saben: si en el café escogido (siempre escrutinardo minuciosamente antes de pisarlo), mientras leo empiezo a sentirme vivo, caligráfico y trascendente de alguna forma indemostrable, no es cosa nueva el que yo me envalentone y le arranque las dos primeras páginas al libro manoseado; hojas que, por suerte o por vaguedad editorial, solo llevan imprimidas en ellas el título de la obra en cuestión y alguna que otra parida minúscula insignificante; hojas en las que inmediatamente, siempre con un léxico magreado (“cohabitado”, dice el Ciudadano Reconvertido) por la cafeína, dejo caer sobre sus cuerpos planos lo que mi mano desee eyacualr en ese preciso momento. Esta mañana, por ejemplo, al verme excesivamente agudo y envalentonado en al cafetería que regenta el Padre Miguel, me vi empujado le arrebaté sus dos primeras tripas de papel offset al Fin de semana en Nueva York de Pla para tatuarles lo que a continuación he de explicarles:
. Mi explicación: La palabra “siesta” encuadra una actitud mística que muchos seguimos ignorando o no hemos conseguido interpretar todavía. Esta palabra lo hace, queridos niños, porque su consumación literal nos aproxima (repito, sin saberlo) más a Dios. ¿Y por qué?, se preguntará el único lector o lectora que me conoce. Pues porque ha de tomarse en cuenta que ella es el estado natural y, me atrevería a decir, que patológico más desarrollado del Sumo Divino, hecho éste que podría explicar por qué hace la siesta de puente de unión comunicativo entre Él (¿él?) y nosotros. No me sean inocentones e intenten entablar un amago de diálogo en la cama, ya de noche. No, a partir de las 21 horas uno se mete en la cama solo para morirse o para cagarse sobre la cabeza piojosa de esta puta mierda de vida mientras va a deja caer su cansado cuerpo sobre un colchón que lo mantiene más cadáver que vivo... Yo seguiría con esta parrafada, mas me he quedado sin papel y no me apetece hacerle otro feo anatómico al Fin de semana rellenando con mi tinta negra ultrajadora los huecos libres que le queden a las otras hojas de su cuerpo. Conclusión no aleatoria equidistante: Si de veras desean averiguar en qué idioma habla el buda creador, échense la siesta a las 3 de la tarde (a la 1, si son protestantes). Sepan, por último, que en las escenas oníricas nunca ha sido preceptivo arrodillarse ni bajar la cabeza ante el Sumo en señal de respeto. No, es suficiente con abrir un poco los ojos y sonreir, si lo desean, aunque sea con sarcasmo gótico. Háblenle claro y despacio, por supuesto: “¿Sa-bía Us-Ted- (us-
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ted) que siem-pre Le (le) he de-tes-tado?”, por ejemplo, soy libre) (La primera, ¡y no última!, vez que Anacleto y yo cenamos con Franz Liszt -como ya sabéis, la primera y única megaestrella del rock. Por favor, no me miréis con esa cara. ¡Lo dice su tarjeta de vista! “¡Llévate una, Anacleto! Llévate una”), hace exáctamente ahora veinte años, fue en el restaurante Griechenbeisl (si no les sienta bien el gluten, ofrecen un menú variado que simula omitirlo) del Fleischmarkt vienés. Tanta ilusión le hacía a quien, por entonces, yo presumía de ser mi pareja y de ser, también, un prodigio de pianista, que conservó toda la vida en su cartera la servilleta de papel que el maestro húngaro había utilizado para secarse los labios con la primera tapita de guindillas en vinagre, y que yo me había agenciado y escondido en el bolsillo de mi chaqueta porque sabía que a mi novio le haría ilusión, e ilusiones era algo que yo solo podía ofrecer si no era necesario fabricarlas con parné. El día que Anacleto pasó las pruebas de piano del concervatorio de la MDW (Universität für Musik und su puta madre), le entregué aquella servilleta de papel. Me hubiera complacido más la idea de haberle regalado algo más práctico o visible, un limpia-metales para las bisagras de su piano, por ejemplo, ¡o un florero como el que coronaba el piano blanco de la tía María, la Zambrano!; pero ya digo que de mi bolsillo solo atrevían a asomar la cara las musarañas y un puñado de monedas de cobre que ni el cojo ciego y manco de la esquina que tocaba el fiddle querría guardarse. Lo esencial es que mi Anacleto custodió (¡casi a balazos!) esa servilleta que yo le había entregado toda la vida, la cual, aunque ilustre y agitada, acabósele de un plumazo histórico a los 26 años, como algunos sabéis o deberías saber para que no se os cayese la cara de la vergüenza, después de un recital para niñas ricas colonialistas, al caer él de un vehículo propulsado a vapor en una carretera comarcal de Virginia; un trasto de cuatro ruedas, aquél, que, al parecer, iba conduciendo ébrio su último amante, un sobrino del capullito de Jean Baptiste Gay, vizconde de Martignac. Como no sé a qué venía cuento esta ridícula entrada sobre aquella cena famosa con el músico vienés (la verdad es que una servilleta de papel como eje central de una historia nunca funcionaría), y me pagan por número de líneas entregadas en la oficina de la Editora Jefa, y, además, ya sabéis que le debo dinero al charcutero del barrio, os contaré ahora unos cuantos detalles sobre Liszt que, tristemente, siguen pasando desapercibidos (hay que leer más y follar y pelearse menos). Para empezar, me gustaría aclararos que la primera audición que le otorgó Beethoven, éste ya andaba sordo como una tapia. Por otra parte, la que concierne a los mapamundo de bola giratoria, ya sabéis que Franz no era húngaro; no, era europeo. Ya con residencia en Francia, su viejo la palma tifoso (“Hijo mío, algún día serás un genio. ¡Pero cuidado con las mujeres porque te robarán tu delicado corazón!”) y nuestro genio queda, pues, güérfano a los 16, lo cual, lógicamente, en aquella época era como quedarlo a los cincuenta y tantos, hoy en día. En fin, que tampoco podía quejarse. No me vengas ahora con niñerías, Franz, y empieza a comportarte como un adulto, que la galaxia te necesita. Sigamos. En la capital europea más sobrevalorada de la Vía Láctea, nuestro compositor “europeo” moja su pito silvestre en todas las esquinas de la urbe en compañía de otros y otras brivones (se escribe con uve si la sífilis se trata en secreto en una clínica privada con dirección perfectamente confidencial y maleable) como Berliotz, Cafeína Balzac, Delacroix, la Sand y ese pijolín patológico de Chopin; dejando por el camino deudas irrecuperables y una sartá de hijos ilegítimos. Oigámosle: “Mi apreciada condesita d´Agoult: No eres la mujer ideal para mí, mas sí la que deseo ahora. Un hombre de verdad no puede sentirse completamente satisfecho hasta que no comparta simultáneamente media docena de mujeres. Una para que le cuide la casa, otra para que le mime el corazón, otra para que le sane la cabeza,
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otra para las labores, otra para divertirse y otra última que le resulte casi imposible cazar.” Allá por donde asoma él su inmaculada melena rubia (en un país como Rusia en donde todos iban con la testa rapada, con él aceptaron la excepción que confirmaba aquella puta regla continuista), lo acorralan las adolescentes, hecho éste que siempre celebraba en primera página la prensa nacional sensacionalista. “Vean, vean cómo se le quedó el pecho a esta chiquilla que dice llamarse Marya Anisimova (14). Según nos cuenta, el compositor europeo, al salir aclamado de la Filarmónica en compañía de la multitud, impasible, dejó caer sobre el suelo de la acera su cigarro, y un grupo de jovencitas, entre los que ella se incluía, enloquecidas se lo rifaron a bofetadas. Sin pensárselo, la ganadora, nuestra Marya Anisimova (14), se lo guardó, todavía caliente y encendido, en el pecho sin pensárselo dos veces como mandaba Hipócrates; y nos comunica ahora que esa cicatriz que le ha dejado en la parte frontal superior derecha de su rozagante cuerpo la venerará hasta el día de su muerte. ¡Y pobre de aquel pretendiente que indague sobre la procedencia de aquella fea marca epidérmica! “Stefan, querido. Me la hizo un imposible. Pero tú nunca lo entenderías...” Entre gira y gira, nuestro amigo también escribía libros. En uno de éstos en concreto, Des Bohémiens et de leur musique en Hongrie, la pricesita facha Carolina Wittgenstein, a quien, entre sábanas, Franz le había cedido los derechos de publicación de la segunda edición, nos regala un capítulo extra dedicado casi íntegramente al “problema” judío. ¿Cuándo entenderemos de una puta vez que nuestros amigos y los líos no pintan nada en el taller? Mas éso a él parece que le importaba un pijo, presumiblemente porque seguía siendo una estrella del rock (¡prácticamente la única que nunca contrajo la sífilis!), y parte de su éxito creía sinceramente que se debía al tipo, casi exhaustivo, de afiliación que tenía con las mujeres, tuviesen algunas algunas de éstas convicciones, seamos claros, “prenazis” o no. Lo del tema de las finanzas siempre lo había tenido excesivamente claro: que me las cuiden la Casa Rotschild. Para qué complicarse la vida si le quedaba todavía más de un millar de conciertos que ofrecer en diez años. “Como compositor”, se le oyó decir alguna vez, por descontado que en cama ajena, “mi única ambición es alcanzar con mi puta jabalina el espacio perpetuo de la posteridad”, o alguna chorrada parecida. Ahora, ya sabéis que ocupa la cueva CCXCIX del ala septentrional de la planta CLXVIII del averno. Como era lógico, tiene absolutamente prohibido el acceso al aula de Armonías, Modulación y Solfeo. En mi sala no falta quien afirma que le ha llegado el rumor de que el maestro europeo imparte a escondidas cursillos de fabricación de flautillas con bisel y agujeros, hechas, al parecer, con hueso de buitre. No sé si sabíais que éste es el único pajarraco con presencia confirmada en el infierno. Alcotanes y golondrinas van siempre al otro lado, soy libre) (Che, llamémoslos “sueltos”. A ver cómo te lo cuento... Qué bien, parece que los vecinos no me espían hoy. Pues chavales, sirvámosnos un whiskicito de na´... Mi hijita es como yo, solo sirve para regalarme cosas que quiero cuando tiene que darme una mala noticia. La pena es que no las tenga siempre. Pero bueno, este equipazo estéreo LG XBOOMAZO CK43 está que se sale. Como a algunos lo que más les gustaría es dejarse de técnica y meterse a panaderos, como los abuelos, les ha dado ahora por llamar “barras” a estas máquinas del estruendo reproducido a querer. Ésta que me ha regalado mi hija, precisamente antes de contarme que se iba a divorciar del poeta J. C. y que, además, le iba a dejar a él mis dos nietos, tiene una potencia de 300 W y puede, también, ser controlada desde un móvil Holographics LGBT DienteAzul. Estrenémosla. Otro whiskicito. Sin hielo, por favor. No seas rácano, échale un poquito más. Empecemos... Le digo a la función del “play” que se haga la luz y que le cuente a su barra que me encantaría escuchar una de Zoumana Dembele y la Mande
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Haja Band. Me hace caso, pues sabe que su bienestar y cachondeo sonoro dependen exclusivamente de mi insistencia. Estos robots no son tan listos como se solía augurar cuando creíamos que la triple doble uve serviría para algo. Auni bara (dansa)... Decíamos al principio que lo íbamos a llamar “sueltos”. Aquí me apetce ahora dejarles uno. Obviamente, han de tener en cuenta primero mi estado de sobriedad futuro, un futuro semietílico éste que le echo yo que coincidirá con la vigésima o trigésima línea del suelto en cuestión. Bueno, empecémoslo con un... con un... con un... Para no ser un inoportuno de narices, el Diablo se esconde... (¡locución adeverbial, por favor!) “a menudo” debajo de la cama. A Dios le importa un pito esconderse o no; prescinde de afectos. Por la mañana siempre nos llega el ineludible momento de vivir. ¿Se han dado cuenta ya? Debería pedirme una mirinda, encender un pitillo y tomármelo con calma. ¿No va a trabajar usted hoy? ¿No va a vivir? Cavilaciones invertebradas, aunque solemos llegar a una conclusión: Me la voy a tomar con tres cubitos de hielo y en vaso largo. Dulce como toda filosofía barata, o como cualquier cúmulo de razonamiento más o menos lógico (más – que +) y, aparentemente, metódico porque viene en fascículos y exige una cuota interminable de pago, pero a interés fijo... La leche, qué bien me ha entrado esta mirinda... El ejercicio de las virtudes del culo: la silla o la taza del váter. ¿Me pone otra, Ernemesio? El chucho pulgón del Erne se me acerca y se para delante de mí para mirarme con cara de asco. Parece que los perros también saben opinar. Éste, el perdiguero de Burgos del Erne, es evidente que piensa que trabaja más que yo. ¡Qué quieres que le haga, chucho! A ti nunca te rozaría el ineludible momento de vivir. Tate contento con lo que tienes. ¿O quieres que te mande por la noche a trabajar de centinela con los gatos? Craso error sería. Ustedes los perrros nunca valdrían para serenos porque de propinas solo sobreviven las gallinas y los desgraciados que escriben libros y manuales sobre mi tipo de filosofía. Escúchame bien, can: tú puedes ser todo lo que te dé la gana menos güena persona. Además, está claro que te faltan ganas de hacer la noche como la hacen esas personitas peludas de ahí arriba subidas al muro. ¿Ves cómo esperan a que salga un ratón para devorárselo con la mirada? Eso no lo sabrías hacer tú; ni hablar, eres muy juguetón. Por otra parte, tu tampoco podrías ser cualquier otra cosa menos lo que ya eres: ser-perro. No me mires así y regrésate al rinconcillo que te seleccionó tu dueño. Y de paso le dices que me traiga otra, que ésta ya se me ha desgaseado. Criterio científico evidenciado.
Sabueso, ¿qué le pasa a ése?
Que dice que le ponga usted otra, dueño.
¿Pero va a pagar o no? ¿Me lo has chusmeado bien?
No sabría decirle, don Erne. Parece que tiene su propio estilo de filosofía.
En algunos bares de mi ciudad existen arterias subyacentes. Los filósofos y los músicos callejeros hemos conseguido finalmente localizarlas. No se aconseja transitarlas, a no ser, claro, que se domine la lengua de las mascotas. He de admitir que la chusma selecta -selecta por su vaguedad latente- somos políglotas. Yo en concreto, hablo Cervantes, inglés, algo de japonés y ruso, perruno y adyacente. Pero lo que más me apetece contarles ahora, a manera solapada con otro suelto, es que yo no podría vivir en el campo. Que me llegue un día cualquiera del Señor o del Diablo a mí el tipo ése que antes se dedicaba a programar sistemas inteligentes para la prevención del robo de la personalidad, y que hoy en día se dedica al cuidado de la alpaca boliviana; sí, que me venga tamaño imbécil a contarme que van a cerrar el único bar de la aldea
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acabaría fulminantemente conmigo y con mi ganas inservibles de ser de pueblo. Caray, si es que para mí el bar es el único lugar seguro de la galaxia donde uno puede temporalmente cerciorarse de que no vive en la ciudad, no reside en casa, ni acabará nunca viviendo en un pueblo, sincerémosnos. Esto no lo entenderían nunca ninguno de esos bípedos correveidiles que siempre se molestan también cuando les explico que yo no bebo porque no me gusta el alcohol y que siempre he preferido beberme una mirinda acompañada, o no, por un platito con tres patatas crujientes. ¿Y para éso vas al bar? Esto tampoco lo entenderían; quizás porque la pasma solo entiende aquello que uno se pregunta antes de y mientras se emborracha. Esta visto que el cecijuntismo es una tendencia minoritaria. Y lo es invintando al mismo tiempo a la reflexión real y ecuánime, toda vez que el ente introspectivo ha sabido concluir que beber alcohol no sirve para nada. Con mucha práctica, el cejijunto ideal logra finalmentee subyacentarse. Eso es indiscutible, como que me llamo Ello. Pero qué más da ahora. Al grano... Suelto No. II: Campos de fútbol ondulado. Que el árbitro y sus asistentes sepan calcular a ojo la trayectoria del esférico. Estará prohibido hacerse socio de club ninguno. El dinero recaudado se reinvertirá en manuales filósoficos para la especulación invertebrada. Ahora que ya no bebo, me sirvo otra copa de Gouden Carolus, soy libre) (No, no eran pocos quienes allá arriba, en la tierra, por supuesto, se habían especializado en la redacción de tomos inservibles del género de los sueltos. Evelyn, el Waugh, como os debería haber quedado ya claro, poeta inglés deprimido eternamente y que muere cagando en un pub del West Hampstead de la capital del infierno en la tierra, le exprimía esterlinas al editor jefe (deprimidos nunca le faltarán a Londinium) del Daily Telegraph dos veces a la semana entregándole cualquier chorrada que a ambas partes implicadas a menudo les parecía que llegaban a la carrerilla. Especifiquenos que se trataba de sueltos de su puño, letra y retrete. Precisamente un 2 de mayo de 2071 le ofrecía el suelto siguiente. Desconocemos por qué lo había titulado Gota de Fecundidad. Leamos: “Va por la calle pidiendo público. No, no se trata de un libro. Va por la calle pidiendo a gritos que le abran la puerta del gimnasio. Sí, para que todo el populacho que cruza la Shaftesbury Avenue sepa a qué atenerse (¿comenzó ya la III Guerra Mundial? Carajo, ¿la inició él?), va por la calle pidiendo público. A mí no me desagrada la idea de que a algunos ciudadanos de la capital nos estuviese permitido el uso, y la implementación brutal de su significado, de la tarjeta roja. Mas él va por la calle pidiendo público y nunca lograría imaginarse que alguien pudiera expulsarle, provisionalmente o no. Hasta aquí la descripción. Luego vendrá la quiebra exaustiva del mundo de la letra impresa, acompañada, como era de sospechar, por una espectacular subida del precio de las acciones de algunas de las macrocompañias especializadas en el desarrollo, distribución política y venta de drones militares capacitados para procrearse en un espacio atmosférico que ya no nos pertenecerá. Va por la calle, sin más, pero con trompeta desafinada. No vuelvo a madrugar. Prefiero quedarme en paro compartiendo migas y desilusiones a la interperie con las musarañas y con cualquier otra criatura que crea en musculizarse en solitario. Va, nada más. Simplemente va, aunque se nos antoje al escucharle todo lo contrario”, soy libre) (En el quinto tomo de apuntes, notable desarrollo y sugerencias para este cuento inacabable, escribe esta mañana Boris, sin haberlo consultado antes con el autor, lo que acontinuación se añade sin retoques. Este rubio bufón y glotón andaba, después de vociferar la alarma del despertador, mosqueado y dándole patadas a sus mascotas. Quedan avisados. “Escena: Eliminar cuerpo sumergiéndolo en ácido (¿El de Arteche? ¿Mi hermana y yo?). Con una solución piraña, compuesta de un 98% de ácido sulfúrico y un 30% de peróxido de hidrógeno. Habrá que hacerlo obviamente por partes. En la
286 acabaría fulminantemente conmigo y con mi ganas inservibles de ser de pueblo. Caray, si es que para mí el bar es el único lugar seguro de la galaxia donde uno puede temporalmente cerciorarse de que no vive en la ciudad, no reside en casa, ni acabará nunca viviendo en un pueblo, sincerémosnos. Esto no lo entenderían nunca ninguno de esos bípedos correveidiles que siempre se molestan también cuando les explico que yo no bebo porque no me gusta el alcohol y que siempre he preferido beberme una mirinda acompañada, o no, por un platito con tres patatas crujientes. ¿Y para éso vas al bar? Esto tampoco lo entenderían; quizás porque la pasma solo entiende aquello que uno se pregunta antes de y mientras se emborracha. Esta visto que el cecijuntismo es una tendencia minoritaria. Y lo es invintando al mismo tiempo a la reflexión real y ecuánime, toda vez que el ente introspectivo ha sabido concluir que beber alcohol no sirve para nada. Con mucha práctica, el cejijunto ideal logra finalmentee subyacentarse. Eso es indiscutible, como que me llamo Ello. Pero qué más da ahora. Al grano... Suelto No. II: Campos de fútbol ondulado. Que el árbitro y sus asistentes sepan calcular a ojo la trayectoria del esférico. Estará prohibido hacerse socio de club ninguno. El dinero recaudado se reinvertirá en manuales filósoficos para la especulación invertebrada. Ahora que ya no bebo, me sirvo otra copa de Gouden Carolus, soy libre) (No, no eran pocos quienes allá arriba, en la tierra, por supuesto, se habían especializado en la redacción de tomos inservibles del género de los sueltos. Evelyn, el Waugh, como os debería haber quedado ya claro, poeta inglés deprimido eternamente y que muere cagando en un pub del West Hampstead de la capital del infierno en la tierra, le exprimía esterlinas al editor jefe (deprimidos nunca le faltarán a Londinium) del Daily Telegraph dos veces a la semana entregándole cualquier chorrada que a ambas partes implicadas a menudo les parecía que llegaban a la carrerilla. Especifiquenos que se trataba de sueltos de su puño, letra y retrete. Precisamente un 2 de mayo de 2071 le ofrecía el suelto siguiente. Desconocemos por qué lo había titulado Gota de Fecundidad. Leamos: “Va por la calle pidiendo público. No, no se trata de un libro. Va por la calle pidiendo a gritos que le abran la puerta del gimnasio. Sí, para que todo el populacho que cruza la Shaftesbury Avenue sepa a qué atenerse (¿comenzó ya la III Guerra Mundial? Carajo, ¿la inició él?), va por la calle pidiendo público. A mí no me desagrada la idea de que a algunos ciudadanos de la capital nos estuviese permitido el uso, y la implementación brutal de su significado, de la tarjeta roja. Mas él va por la calle pidiendo público y nunca lograría imaginarse que alguien pudiera expulsarle, provisionalmente o no. Hasta aquí la descripción. Luego vendrá la quiebra exaustiva del mundo de la letra impresa, acompañada, como era de sospechar, por una espectacular subida del precio de las acciones de algunas de las macrocompañias especializadas en el desarrollo, distribución política y venta de drones militares capacitados para procrearse en un espacio atmosférico que ya no nos pertenecerá. Va por la calle, sin más, pero con trompeta desafinada. No vuelvo a madrugar. Prefiero quedarme en paro compartiendo migas y desilusiones a la interperie con las musarañas y con cualquier otra criatura que crea en musculizarse en solitario. Va, nada más. Simplemente va, aunque se nos antoje al escucharle todo lo contrario”, soy libre) (En el quinto tomo de apuntes, notable desarrollo y sugerencias para este cuento inacabable, escribe esta mañana Boris, sin haberlo consultado antes con el autor, lo que acontinuación se añade sin retoques. Este rubio bufón y glotón andaba, después de vociferar la alarma del despertador, mosqueado y dándole patadas a sus mascotas. Quedan avisados. “Escena: Eliminar cuerpo sumergiéndolo en ácido (¿El de Arteche? ¿Mi hermana y yo?). Con una solución piraña, compuesta de un 98% de ácido sulfúrico y un 30% de peróxido de hidrógeno. Habrá que hacerlo obviamente por partes. En la
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bañera o en un contenedor de cristal. ¿En dónde conseguir la química necesitada? ¿Es legal? ¿En Tor? Evaporará cualquier sustancia orgánica, dejando rastro niguno al final. El producto resultante será un líquido negro con espuma, parecido al efecto de una coca cola o de un café solo, servida en copa alta, la primera, o en vaso medio, el segundo. La espuma irá evaporándose poco a poco, y el líquido sobrante cambiará de color hasta que adquiera un tono, al final, parecido al del pis de la persona que en su puta vida ha hecho ejercicio alguna vez. Un amarillo vago y sin fuerza poco atractivo. Conclusión: Meter en ácido la cabeza y las manos, y deshacerse del resto anatómico arrojándolo a un pantano, o en un acantilado, bosque, etc. Mienten esos cirujanos de mierda envidiosos que aseguran que usar la sierra no se aprende en dos días. En la batalla naval de Rochelle, los hugonotes amputaron más piernas en dos días que estos pijos galenos de mierda. Por suepuesto, ni sierra tronzadora ni sierra eléctrica de los cojones. Todo a mano, como en Trafalgar. Es necesario señalar que, antes de amputarla, la cabeza del asesinado no debería mostrarse ella sonriendo. Lo ideal sería que una pura observación de la misma no nos contara nada. Sí, te voy a decapitar ahora, te voy a meter en ácido, y tú seguirás teniendo la misma cara idiota de siempre. En Buckingshare no entra nunca la bofia. Buen lugar éste para deshacerse de un cuerpo de mierda decapitado”, soy libre) (Bartók, Suite de Danza (cuarto baile del Molto tranquillo). Gorki, Los Artamónov (págs. 10 y 11). El tonto del pueblo, Mashka Stupa, un guardia civil borrachín y rollizo a quien tal vez las cuatro ovejas que merodeaban a sus anchas en la plaza le habían hecho caso alguna vez, contestando a sus preguntas tal y como él se merecía porque así se lo habían enseñado a ellas los ciento y pico habitantes del pueblo desde tiempos irrecuperables, es decir, desde el día mismo en el que descubrieron que las ruedas no eran cuadradas, por ejemplo, se acercó al extraño aquella mañana para preguntarle sin reparo alguno, y en calidad de emisario oficial de primera, última y todas las horas, quién cojones era y por qué güevos se había atrevido él a levantar tienda de campaña en aquella pradera que solo a su gente pertenecía desde, como ya he sentenciado, descubrieron que los tornillos de rosca, también por ejemplo, se apretaban girando hacia la derecha, o sentido horario solar, como me decía de pequeño el tío Nicolás cada vez que me veía sufriendo delante de una rosca. Como ya digo que era tonto y olía lo suyo a aguardiente de orujo -condiciones ambas mudables y/o intrascendentes, ya lo sé. Por otra parte, no debería usted ignorar que en los pueblos de mi país los agentes colocados a dedo por la ley se emborrachaban no porque necesitaran olvidar penas y amores, sino más bien porque se exigía algo más que ser hombre y uniformarse cuando se iba a ejecutar cualquier pena o tortura que dicho uniforme supuestamente demandaba implementar-, nuestro extranjero no quiso esforzarse de cuello para arriba, y alzarlo, pues, para mirarle a la cara (todas parecían seguir idéntico modelo: fofas, sudadas y con bigotes generosos), dándose por lo tanto por contento simplemente soltándole, mientras le permitía a su mirada que siguiese deleitándose con el bailoteo circense de cinco truchas bobas empeñadas en adueñarse del hueco acuático de un arroyuelo en donde descansaba su peana. Eran aquellos pies la única parte anatómica del cuerpo que seguía interesándole desde que había vuelto ileso de la última guerra con el continente vecino. Al rato, “¿que quién soy yo?”, le preguntó de vuelta al guardia rechoncho mientras se encendía un pitillo con un fósforo robado a Cantinflas, dios del cáncer del pulmón. “Me parece que soy... Espera... Déjame que me lo piense... Me parece que para ti... Soy el señor Vete a Tomar por Culo... O te doy una hostia. Me estás asustando a las peces, imbécil.” Largose el fofo. Para éso era guardia vivil borrachín y rollizo. Por el estrecho camino que bajaba al pueblo (el extraño seguía negándose a creer que las legiones romanas hubieran pisado alguna vez
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tamaña tierra de cazurros y proxenetas protegidos por las crónicas) piróselas Mashka Stupa. “¡El mismísimo demonio nos ha visitado!”, se apresuró a contarle con aspavientos típicos de los dibujos de la Warner Bros. y una voz patética subida de tono. “No lo duden ustedes, ¡un diablo de la peor calaña!” Uno de los crímenes más despreciables de cualquier nación en la que no se haya hablado nunca ninguna lengua oriental es molestar al extraño, muerto o no (¡y mira que lo estaba el foráneo Prokofiev!), que solo busca la meditación. Hay que ser más humildes e intuitivos, es libre) (En este país tan boludo desaparece una persona cada veinte segundos. No me extraña, aunque lo que sí me preocupa es que no desaparezcan nunca los gilipollas. Por ejemplo, ¿por qué no se irá a la mierda cagada por el olvido perpetuo algún día ese petardo graciosillo de Boris? Una sale de casa entusiasmada de noche, se mete en un club a ligar, pesca, se enamora, se aprende de memoria el número de teléfono de la pareja que cayó en el anzuelo y, de golpe y hostiazo, vuelve a quedarse sola porque un agujero en el etéreo de la desgracia se ha tragado, sin pedir permiso primero, a la persona con la que acaba de compartir el único rincón sagrado de la casa que nunca güele mal. Mas yo no iba a hablar hoy sobre las desapariciones de los seres menos desagradables. No, mi intención era charlar sobre ese tipo de visión que sobre el mundo tengo. Cuando digo el mundo debería quedar claro que no me refiero al globo que camina, se afeita, se hace cuatro pajas y paga a regañadientes la cuenta del bar. Negativo. Estoy hablando sobre algo considerablemente más opulente, la diosa galaxia, y lo hago ahora para poder argumentar que mi visión sobre ella y sus ellitas y ellitos es solamente lo que consigo creerme de todo lo que al ventanuco de vidrio flotado de mi lavabo se le antoje devolverme ópticamente de manera fortuita. Y es que en alguna ocasión (por lo general, cuando me imagino que mis padres viven todavía y que me escondo en el lavabo a fumar) descubro, justo después de haber arrojado la colilla y cerrado el citado ventanuco, que un cuervo se planta y acomoda en el respaldo de aquél, quizás creyendo (los pájaros también imaginan cosas) que le ha llegado su turno y que ahora le toca a él usar ese espacio visual para ofrecerme él también una visión personalizada de la galaxia. He de admitir que a ese pajarraco yo ya lo había visto antes en alguna de mis escasísimas salidas a la calle. Creo que la primera vez fue aquella en la que el muy cerdo se cagó sobre la calva incipiente y, seguro que, deprimente por dentro también, del hijo de la portera; un chaval majísimo que estudia botánica y, qué queréis que os cuente, pues que no se merecía ni merece ese tipo de putada psicológica. “Mira, cuervo de mierda. La próxima que te cagues sobre alguna de las escasas personas que contribuyen a la optimización mental positiva de mi visión de la galaxia, te voy a pegar chinchetas en el respaldito de mi ventanuco para que se te quede el culo como la viruela que nos regalan en el infierno. ¿Me oyes?” No, ese día yo no reaccioné así. No, por alguna razón que no procede destripar ahora, ese día me apetecía aplaudir, y así procedí, en el corazón de esta ciudad asquerosa, aplaudiendo y jaleando como una poseída. “No entiendo”, le comentó la de la charcutería a una clienta sorda, “por qué a esa loca le da por aplaudir esas cosas tan feas”. Yo tampoco, señora. “En esta ciudad no necesitamos bichos que se caguen en los demás”, concluyó la vieja, como ya había sentenciado idénticamente la alcadesa cuando la prensa local destapó los negocios sucios de su pareja. Sí, ya sabéis, el tipejo ése que, como toda chusma reconocible, se había enriquecido abriendo cuentas para clientes anónimos en paraísos fiscales. Pero retomemos el asunto del ventanuco. “Isabel, ¿sabes de dónde viene la expresión se te va la olla?”, oigo que me pregunta mi difunta mamá. Con cara de asco le contesto: Yo sé muchas cosas, madre. (“No me llames madre. Aquí arriba ya soy solo Milagros”). Yo sé en qué planta y en qué cueva te ha tocado vivir en el infierno, por ejemplo,
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como sé también, listilla, que la Academia nunca ha conseguido clarificar de dónde viene esa expresión, por lo que no debería sorprendernos aquí que sus delanteros centrales se hayan conformado solo con sugerir que una olla, por lo que se cuece en ella, se parece, metafóricamente hablando, a esta cabecita nuestra que Dios y su hermano gemelo travieso nos han regalado. ¿Pero por qué coño me interrumpes, Mamá? ¡Ahora sí que me he quedado sin pinza! ¿Por dónde íbamos? Platero, ¿por dónde no te apetece ir? ¿Que te parece si ahora cuento que...? ¿Que...? Ay, qué se yo, Mimonoamedio. Que... Que... Que cuando era yo una enanita de patines Sanchesky y cocinita combo de plastico, y vivía en casa de mis viejos en Francisco Silvela, una tira usada de papel del culo se me pegó una vez al cristal del ventanuco, noqueando temporalmente (“¿Isabel, te importaría limpiar la ventana de nuestra visión del mundo? Ya sabes que esas cosas le dan mucho asco a tu madre.”) toda interpretación lírica improvisada del mundo que yo pudiera haber tenido hasta entonces. Ya veis, al viento de la capital del infierno en la tierra le daban esos prontos. Es cierto, a nadie parecía sorprenderle ya encontrarse, semicolgando de la cómoda de casa, por ejemplo, con el peluquín -obviamente, no se habían inventado todavía los transplantes capilares futbolísticos- del inquilino del cuarto piso del edificio de enfrente; o con un sostén del color y del tamaño de la risa descansando descaradamente sobre uno de los anzuelos de la carne de la charcutera a la que se hacía referencia anteriormente, por seguir citando ejemplos; charcutera toda ella y esa mayúscula parte de su ego profesional que ella pensaba que le debía a su marido -ya saben que también lo pensaban el Estado, la Iglesia y los anuncios de detergentes- que, aunque le costase admitirlo, a su vez formaba parte literal -¿o sería lateral?- de aquella claustrofóbica visión generalizada del mundo que, en mi caso, fuere o no subjetiva, me llevaba normalmente a la cama después de haber tirado de la cadena de la cisterna y haber rechazado, inmediatamente después, todo contacto visual y anímico con ese otro espejo que reinaba posicionalmente en aquel cuartucho porque, para mí, solo existía un reflejo interesante: el del vidrio abstracto del hipercelebérrimo ventanuco, soy libre) (Epílogo intratable, yo diría que incluso improcedente, aunque lo que yo diga nunca ha de tenerse en cuenta, micacos. Una conversación en el WhatsApp holográfico entre un Anacleto pasado de copas y su madre. Ésta última podría ser la vieja del autor. Ésta última podrías ser tú, ¿te das cuenta? Vigésimo quinto día del cuarto mes, año 2037. China domina el mercado de novias artificiales y la segregación estadoudinense, contrario a lo que auguraba la mente mediática y sobornada europea, cumple su quinto año pacífico. Salvo cuatro o cinco tiros sueltos, nadie ha querido reivindicar la violencia en masa. Increíble. La CNN y el The Guardian ya no tienen en dónde pescar sensacionalismo político continental. Que se jodan...
ANACLETO: (coloca de fondo de pantalla una celda del Monasterio de Santa María la Real de las Huelgas para que su mamá no le recrimine. A ella no le gusta que su hijo, por muy angosto que ande él ya, cuando la llame por holograma beba en pelotas en la bañera. “Si vas a beber en directo”, aconsejaba el malogrado Tío Nicolás, “ponte un crucifijo detrás.” En fin, no quiero aburrirles. Den prácticamente por concluida la conversación si les apetece): Feliz semana, Mamá. Y mucho ánimo, que ya está aquí la primavera. Te queremos (nótese el desprecio que le tiene el sujeto a la primera persona del singular).
MILAGROS (tumbada en la cama de su habitación de la residencia de ancianos. Se ha pasado con el maquillaje. Nadie se atrevería a indicárselo. Tampoco su hijo, porque
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sabe que ella contraatacaría recriminándole lo gordo que se ha puesto y su obvia negativa a inyectarse, como ya hacen todos en casa, esa puta bacteria Clostridium botulimum que inmoviliza cualquier surco de ríos de arrugas gruesas de la cara. Hay que ver, ¡con lo baratas que están! En fin... Pero Milagros, ¿de veras que hace tanto frío allí que usted, señora mía, ha tenido que acostarse hoy con el abrigo de piel de astracán de vuelta y doble faz puesto? Cómo controlamos): Te quiero, hijo, y te echo mucho en falta. A mí, a estas alturas de mi vida, me da igual la primavera que el invierno. Te quiero mucho, hijo. Me gustaría darte un abrazo antes de irme de este mundo tan pesado.
A.: Ay, no nos digas esas cosas, Mamá. Te queremos.
M.: No lo digo con pena, ya he vivido demasiado. Ten en cuenta que nací en 1936 (no le hagan cálculos a la suma de años. La medicina, las farmacéuticas, la silicona, digital o no, y los tatuajes han avanzado de manera espectacular), casi recién empezada la guerra. Supongo que ya te conté que decía siempre mi madre, cuando yo era pequeña, que yo era mala por haber nacido en plena guerra, y que mi hermano Jorge Luis era un bendito porque nació el mismo día que terminó la guerra. Antes me daba mucha rabia esto que ella decía, pero ahora lo único que pienso es qué pobrecita mi madre que tuvo que lidiar con dos embarazos en aquella guerra que fue tan dura en Madrid. UN ABRAZO FUERTE, FUERTE PARA TI. Si ves a Boris, dale también besos y abrazos. Todo mi cariño para ti. ¡Me gustaría tanto tenerte tan cerca!
A: Un abrazo fuerte, Mamá. Ya sabes que te queremos y que te necesitamos. Cuídate, por favor.
M: Anacleto, de salud estoy muy bien, Solo me duele la pierna que no me operé. La operada está genial, pero la muerte de tu padre me ha dejado alicaida. Creo que ya no me queda nada que hacer en esta vida; solo pelearme de vez en cuando con la Monja Lauren, que ya es bastante, ¿no crees? Es broma. Besos. Te quiero.
A: Besos, Mamá. Nos conectamos la semana que viene, ¿de acuerdo?
M: Ya veremos, ya veremos. (Anacleto descorcha la segunda botella. Los cotillas del mundo holográfico podrían ahora confirmar que de fondo sonaba un ábum de Spinetta. Tal vez el Kamizake, del 82. A nuestro amigo nunca se le ha visto llorar. ¡Semejante horterada!)
Casas marcadas en la luz. Deja que la luz te guíe. Deja que la luz te guíe, que guíe toda tu vida..., soy libre) (Que no, Monja Lauren, que te duermas tú primero, que me voy a quedar de centinela. ¿Que por qué nunca me duermo antes que tú si ni hay un pijo de crimen en este barrio tan pocholo ni la casa está encantada? Tú es que no conoces a los ladrones de almas.Viven debajo de la almohada y salen cuando la campaña los reclama. Sí, ya sabes, cuando todo parece irle bien al matrimonio y es obligatorio que vuelva el desorden para que se añore después la armonía. Si es que ya sabes, yo no podría depertarme un día y encontrarte herida, con los labios partidos y algunos de esos sueños de los que se nutre el alma en los bolsillos de un ladrón. ¿Pero por qué me llamas loco ahora? ¿No me contarás que te robaron ayer por la noche? Joder, cariño, ya sé que tenemos que madrugar para ir a recoger a los niños. ¿Y si nos hacemos los despitados y los dejamos en el campamento una semana más o hasta que nos den un toque? Que no, que no seas coñazo, que ya te he dicho que te duermas tú primero. ¿Ves como te han
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mangado algo? Si ya lo sabía yo. Al final me vas a dar la razón y querrás adueñarte de mi puesto de centinela. Pues te aviso que no te va a resultar fácil. Querida, la experiencia y la profesionalidad no son atributos que se aprendan en dos días. ¿Cómo? ¿Que ya no se dice querida? Anda, anda. Déjame que te inspeccione la almohada.... NOTA DEL AUTOR: Así muere el Ciudadano Reconvertido. Había puesto tanto empeño en perfeccionar diariamente sus dotes para la vigilancia, que habíase olvidado de mejorar también el apartado físico y el de la defensa personal. Loco no estaba, y éste es el único matiz positivo que ha de interpretársele a la historia. Se cree que para matar el tiempo y la horas de sueño irrealizable que le controlan, friega platos ahora en una planta del infierno. También es verdad que nosotros siempre nos lo hemos creido todo. Es ésa la única diferencia entre los humanos y los mamíferos placentarios. Una buena parte de nuestros sueños se alimentan a través de la placenta, soy libre) (Sibelius. Séptima Sinfonía . Obsérvese la depresión . La remata en mi mayor . Se justifica que haya desempolvado en trombón . Haya, en estos casos, se debería escribir con ll . Pero tú no deberías escribir, chalado . Se saca el trombón . Decimos . Como la mismísima locura . Cuando baja por la calle . Y sabe . Que la estás esperando . Sentado en un banco de la rotonda . Porque a ti te entusiasman todas las enajenaciones . Podría aceptarse que incluso te revitalizan . ¿Te acuerdas cuando el viejo tomaba farmacola por un tubo? . ¡Qué mandril que se ponía! . Pero qué aburrida es la puta vida, che . Como que me llamo Poeta J. C., qué autnetico coñazo . Ya baja la locura. Ella sí que me entiende . Y no, no me juzga . “Chato, ¿ya vas por la tercera botella?” . Ella no me dice nada . Es normal . Está loca . Es como yo en mi mayor . Y solo puede comprender por qué baja ella hoy por la calle tan animada . Nada más. Viene a verme . Con eso le sobra . Ya digo . En mi mayor . O en c major . Como dicen Larking y Amis . “You´re fucking nuts!” . Why? . Porque la locura te entiende y te entretiene . Y parece que cada día exhibe para ti un lado inédito . No se repite. ¡Qué poco se parece ella a la vida! . Tan poco que yo aseguraría que proviene de otro plano . Cuando ella se sienta a mi lado en el banco . Soy consciente de que he sido yo . Quien a su lado se ha sentado . Eso no sucedería nunca en la vida real . La de los indicadores financieros del Banco de Satán y los aceleradores electroestáticos de su puta madre . Nadie se sienta segundo . Eso ya lo sabéis todos . Nadie se sienta segundo . Después de haberse sentado primero. Nadie podría aceptarlo tampoco . Le llamarían loco . Lo encasillarían en una de esas locuras de las de antes de la guerra nuclear . Lo contrario implicaría la aceptación absoluta de la locura generalizada . Lo cual . -”No, no está ocupado. Siéntese, por favor”- . Sería también como admitir que las guerras no sirven para nada . Por ejemplo . O que salir de casa a las 8 de la mañana a trabajar para otros . Tampoco sirve una mierda . O que encerrar a los hijos todos los días . En las instituciones de la estéril enseñanza . Solo sirve. Para que no cierren los economatos y las librerías . “Es que no queremos que nuestra Noelia nos salga tonta” . Es que prefieren que nunca la llamen la loca . “Mira a ésa,” . “va bajando por la calle descalza y silbando canciones de los de Palacagüina” . Pues qué quieres que te diga . A mí no me molesta. ¡Las del gimnasio van desnundas y nadie dice nada! . ¿Y te has fijado ya en los chicos? . ¡Cada días se parecen más a sus abuelos! . Pero yo debería quedarme calladito . No me gustaría espantar a la Séptima . “¿Le gustan las pipas de calabaza?”. “Sírvase, por favor!” . “Sí, es verdad. Tiene usted razón: por esta rotonda no circulan nunca los coches” . Adagio . Allegro . Presto . Adagio . Loco, soy libre) (Diario de las Operaciones Efectuadas por la Compañía del Segundo Regimiento de Zapadores en África. Día 11, diciembre de 1924: Se nos saca el jugo también a retaguardia. Salimos en la columna Saiz de Retama y ponemos la posición de Sidi-Lamin de nueve tiendas y artillería. Si fuésemos de la Comandancia bajaríamos a la Plana a descansar; como somos expedicionarios se parovechan de nuestro paso para sacarnos el juego de la Primera Compañía de la Comandancia. Aumentan los
291 enfermos, unos 40, y 4 o 5 bajas diarias al hospital. El Comandante dice que yo no tengo derecho a quejarme por eso y a defender a mi gente. Día 14: Descanso. Se retira la Columna Carrasco de Zeffer al sálvese el que pueda. 80 bajas, de ellas 16 desaparecidos, 1 comandante nuestro, 1 capitán y 1 áferez de Tetuán. No se sabe nada de ellos. Muertos y heridos abandonados. Día 22: Salimos a las 7 de la mañana con la columna para meter un convoy en Marage y Colia, que están desde hace dos meses sitiadas, Ponemos las posiciones. No se logró meter el convoy. Tenemos 9 muertos y 14 desaparecidos. En total unas 50 bajas. Un poquito de chaqueteo. Esto está duro de pelar, soy libre) (Ascension, John Coltrane. Mi presencia en esta ciudad ridícula es la de la bolsa de plástico -me la imagino azul y sucia- que, con indolencia, arrastra el viento descaradamente desde un punto arbitrario de la periferia. Podía ella haber aterrizado en Portsmouth; podía haberlo hecho en Luxemburgo, en la cumbre del Moncayo o en la cocina de tu mamá si ella cocinase con la ventana abierta. ¿Te imaginas que aterrizo en su sarten mientras fríe las patatas de la tortilla? Creo sinceramente que tu vieja ni se inmutaría, que me agarraría con dos dedos y al cubo de la basura (¿ha reciclado ella alguna vez? ¿Sabe reutilizar las bolsas de plático?) que me arrojaría, porque lo fundamental es que esa tortilla le quede de fetén, como me imagino que ella diría, imitando con orgullo la expresión que su marido, el oficial de ingenieros, habría usado en esa ocasión si no se lo hubiese follado antes aquella incivilizada guerra entre bandos hermanos. Pues sí, así es mi presencia: un amago infructuoso de aparición, quiéralo yo o no, improcedente o parasitaria. Si te fijas bien, Popolo, son pocos los que se han atrevido alguna vez a criticar al viento. Si lo hacen, solo osan citar a la brisa o a la ventisca. Por otra parte, cuando una llega a cualquier ciudad lo último que se la suele preguntar es por el medio de transporte elegido. Esto es así porque lo que parece interesarnos es únicamente el motivo de la estancia o presencia, y éste, en mi caso, como debes haberte imaginado ya, querido colega, no es otro que el incordiar compartiendo con mi casual presencia unas gotas de optimismo urbano claramente inaceptable. ¿Me entiendes? Firmado: María, la Zambrano, soy libre) (Tornillo Eterno,Viejas Locas. Había geología en la sangre. Sal y otros minerales minúsculos que solo notábamos cuando la bebíamos o le dábamos un chupetazo. “No, espera. Primero yo”, le exigió a su perro Bruno. “Vale, ya puedes. Pero déjame un poco porque yo la necesito más que tú, travieso.” El chucho, un shiba inu japonés que había adoptado cuando perdió a su esposa en un trágico accidente espacial, ignoró la orden de su dueño e, invariablemente (para eso era perro y se meaba donde le daga la gana), procedió a tragarse todo lo que quedaba de sangre. Daba igual, el jefe andaba ya pensando en otras cosas. Sabido era por todos su nula capacidad de concentración. Todo un defecto, si queréis saberlo. Otro, la lealtad, un atributo que en la gran urbe no servía para nada. Ni en la cama ni en el banco podías sobresalir si la imagen de Judas la encontrabas grosera y repelente. A un número exagerado de bebés se les bautizaba con ese nombre porque, desde el punto de vista puramente materialista o mercantil, llamarse así garantizaba monedas y triunfos. Pero volvamos al tema de la sangre. En el colegio de mierda nos contaban, cuando prestábamos atención caso cinco días al año, que la sangre la componía (lo escribo en pretérito porque las cosas han cambiado bastante, obviamente) una mezcla de líquidos y células que se desplazaba como le salía del coño por los vasos (¿porqué no copas?) del sistema circulatorio. El plasma, por otra parte (quizás la de los disgustos de los exámenes de fin de curso), era su principal componente, y consistía (seguimos en pasado, ¿Ustedes no echan de menos los chicles Bazooka? Aquí les sirvo un enlace al artículo holográfico “La desconocida
Vengo del Infierno, con mayúsculas. Me toca recogerlo.
¿Recogerme para qué?
Para el viaje final. No se preocupe por el perrito porque se le encontrará un nuevo dueño. ¿Está listo?
Creo que sí. ¿Necesito traerme algo?
No, con que no se me resista es suficiente.
Pues nada, vayámonos. Pero permítame que me despida primero y que deje alguna que otra instrucción.
Sí, cómo no. No se apure, que no tenemos prisa.
Vale, gracias. Ahora mismito estoy con usted.
Señores y señoras, lo siento, me tengo que ir. Desde hoy, quedan canceladas todas las charlas y la narrativa. También mis canciones. Creo que no existe papel allá arriba donde me llevan y que las baladas se pueden escribir con la memoria. Los recuerdos persisten en la penitencia. Ese hombre de negro de la puerta dice que no me preocupe de Bruno, que le van a ofrecer una nueva casita. Por si acaso, si no les molesta a ustedes, pásesen esta noche por mi casa. Como corresponde cuando uno se marcha de cuclillas y en silencio, no se echará el perstillo. Si no, miren en mi buzón porque siempre guardo una copia de la llave allí. Y, por cierto, si a alguien le apetece seguir con lo narrado, que se pase también por mi casa y le meta tinta y claridad a las hojas hasta ahora rellenadas. He dejado las cuartillas en el lavabo, junto al bidé, creo. No se aceptarán faltas de ortografía ni bostezos nostálgicos que me suenen a Trapiello. Ya, ya lo sé: no debería nombrar a nadie. Lógicamente, ahora me da todo igual. Solo una vuelta al tornillo eterno/ fue un corto tiempo/mucho más largo quizás/es un tren largo y salto un asiento/cambio de forma y vuelvo a empezar..., soy libre) (Soy una de esas estatuas alcoholizadas que en la pista de baile se queda mirando. No me asusta reconocerlo, primero porque detesto bailar (mi sentido del ridículo ya andaba en su estado más avanzado en el vientre de mi madre), y segundo, y principalmente, porque prefiero observar y analizar los movimientos, gestos y muecas de la tribu danzante. Si le falta material para su novela, vaya a una discoteca o estudie el comportamiento de los que hacen cola en el banco y en los aeropuertos. De todas formas, ¡no le pidan al hipopótamo que se marque un cha-cha-chá, o como diablos se escriba! No, observar con una cuarta copa en la mano se le da mucho mejor. Así nos conocimos, ella contorsionándose como una serpiente que no deseaba dejar su dieta de setas y al ritmo de una de esas boberías musicales latinas que tan de moda están; y yo escrutinando, y ejecutando mi mejor sonrisa de analista interesado, al mismo tiempo que apuntaba en esa parte de la memoria que yo había reservado para los capítulos vacíos de mi novela, los apuntes relacionados con los movimientos repentinos de pechos y caderas que ella me estaba regalando sin saberlo, o no. Mas solo con
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observar no es necerario que yo les matice ahora que no es suficiente. Claro, mi nula presencia física en lo que era la pista de danzas contemporáneas debía yo compensarla con una sonrisa permanente cautivadora (estoy convencido que la mejor manera de perfeccionarla es imaginarse a diario que alguien te regala un bólido y que tú se lo agradeces solo con la mirada y poco más, aunque os parezca ridículo), seguida, como debe ser, por una facilidad exquisita para entablar y, lo fundamental, para mantener la conversación con el agente sexual, digamos, interceptado. Ya, ya lo sé, no debería imaginarme que son insectos. Sigamos. Por supuesto que nunca es suficiente con acercarse a la víctima exhibiendo una sonrisa interesante y presentarse con un “Hola, ¿cómo te llamas? He visto que bailabas sola.” Dudo mucho que con eso se pueda llegar ni a cinco metros de la puerta del cuarto de baño de señoritas. No, uno debe trabajarse en casa, a poder ser mientras se enfrenta a solas en su dormitorio con el patético charlatán que habita dentro del espejo, usando para ello un decálogo (desconozco que sigue a un decálogo, por eso no lo añado aquí) de frases y comentarios atractivos que empleará, aleatoriamente o no, según le convenga al presentarse e iniciar, pues, el asalto sexual democrático; un decálogo personalizado y privado que nunca compartirá con ningún amigo (hace tiempo que solo les ofrezco mis triunfos) ni con ninguno de los otros mamíferos velludos en celo que por compañeros de negocios y escaño tengo, faltaría más. Y como ya digo que es de insensatos aclarar a terceros cualquier estrategia usada en época de conquista y apareamiento, es normal que yo no intente incluir en esta parrafada ahora ni media línea aclaratoria sobre lo mismo. Amigo, búsquese usted la vida a su manera. Me gustaría poder ayudarle, mas ahora mismo lo único que me interesa y que defenderé a muerte omitiendo, pues, cualquier especificación pública de mi técnica exitosa de ligoteo, es colonizar sexualmente ese hueco, para una mayoría varonil prácticamente inconquistable, carnal de Lara Lettice, licenciada en St. Andrews en latín (¿por qué no estudiaría ella griego clásico? ¡No le pidan Eneas al puto olmo!) con quien sé que al final dividiré copas, manoseos e hijos, quedando claro desde un principio que solo la palabra que acabo de intercalar entre “copas” e “hijos” será la única que nos va a interesar tanto a mí como a Boris, el gentleman pirado del espejo, soy libre) (Mira que odiaba yo, antes de morirme y, por supuesto, cuando todavía era un macaco adolescente y sujeto medio facha de Manuel Becerra, a los moros. Mira que eran traidores, y mira cómo sabían manejar la navaja, y mira que vendían costo de pésima calidad, y mira que solo se fijaban en nuestras chicas y por descontado que querían robárnoslas, y mira que hacían cosas raras, siempre trapicheando a escondidas, con esa sonrisita malévola a lo Ali Khan de la que ya nos habían avisado el Guerrero del Antifaz y Gimenez Losantos (lo escribo con “g” para evitar problemas legales y morales en el infierno. Lo pilláis, ¿no?), y mira que le pegan a sus mujeres y a sus niños, y se metían en los lavabos públicos a hacer guarradas, y mira que todavía no habían aprendido a pilotar aviones, que si no los hubiese odiado aún más, y mira que hablaban una lengua feísima cargada de ges profundas y viscosidades sonoras, y mira que... Todo esto se lo he hecho saber esta tarde -mejor dicho, me lo ha recordado él- a Mohammed Atta mientras nos zámpabamos unos cuernos de gacela que había preparado él en la cocina de la novena planta del infierno (no, no me pregunten cómo se conceden las licencias culinarias aquí arriba. ¡A mí nunca se me ha permitido entrar en la cocina ni en la despensa!) y que a él le había parecido bien compartirlas conmigo porque le presté el siglo pasado el único libro que me permitieron traer cuando vinieron a recogerme (aquí lo llaman “recolectar”) hace dos siglos y tres lustros: una primera edición firmada del poemario Manzanas Robadas, de Yevtushenko. “Mira que nos tenías asco”, me soltó tras hincarle él el diente a otro de sus pastelitos. “Moha,”
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contesté sin apartar la mirada de la bandejita, “si es que me educaron mal. Mis viejos eran fachas y ultracatólicos. ¿Qué podía hacer yo? -¡qué güenas están, hostia!-” “Pues algo muy sencillo,”, dijo él mientras retiraba la bandeja a un lado pues le había quedado claro en ese preciso instante que yo me merecía un castigo temporal culinario, “vas y dices algo, amigo. Los cristianos siempre os quedáis callados. Por eso no nos extraña que acabéis todos aquí.” “Pero yo hacía ya mucho tiempo que no lo era”, me costó decirle. “¿Me das otro pastelito?”. “No”, contestó él categóricamente. “Los que quedan me gustaría compartirlos con el Levinas.” “Ese judío empollón de mierda...”, me costó no soltarlo. Seguíamos y seguimos igual. Hay hábitos asquerosos que solo se curan con penitencia involuntaria impuesta por la mano ajena. Es una lástima que no le hayan permitido la entrada en el infierno a la Santa Inquisición. Sus horrendas torturas aliviarían nuestra condena. Mas está claro que el truco consiste en aplicar penas leves interminables, como el chorreo congelado e intermitente de un polo de vainilla sobre el cuello del reo en su etapa infantil, mas por siempre adulta, soy libre) (Y ahora, estimados compañeros y compañeras de lecturas, tres apuntes o escenas narrativas que no me ha apetecido desarrollar. Soy un vago repelente, no lo niego. Pongamos música e imaginemos a continuación que en la cola de la cola de la cola del paro se me acaban de ocurrir varias escenas para este cuento. Ese señor de gris, calvo y esquelético que controla mi ficha de desemplead, paécese desde el día que me parieron en San Fernando, me acaba de llamar. “Siétese aquí, Mr. Gonsales. Veamos que ha hecho usted esta quincena para encontrar trabajo”... Escena Primera: Describe una enfermedad mental compleja o inusual. ¿Hay alguna que realmente lo sea? ¿Quién se encarga de clasificarlas como tal? ¿Puede haber una enfermedad mental inédita? ¿Que solo ocurra debajo de la cama, por ejemplo? Al paro siempre voy con cascos. No, no con una botella vacía de cerveza. Me refiero a ese tipo de auricular con algodón naranja que llévabamos en la década de los 80 de hace tres siglos cuando sacábamos buenas notas o no las falsificábamos y el viejo nos regalaba un par. Pongámosnos una canción mientras intenta aclararme el casposo funcionario lo complicada que mi situación se les está volviendo a él y a la sociedad que representa. Busquemos a los Hermanos Cubero. Segundo corte de la cara B del álbum Quique Dibuja la Tristeza. “Mr. Gonsales. Veo que usted sigue pensando que solo sirve para escribir. Así no vamos a llegar a ninguna parte. Ni usted, ni yo, ni el estado que patrocina...” mi desempleo... Síndrome de Cotard. La persona que lo padece (¿se escondió alguna vez debajo de la cama? ¿Cuándo fue la última vez que asomó la cabeza?) cree rotundamente que la ha palmado, que no existe... que es inútil que su pareja le siga exigiendo que vaya a firmar al paro, hostia, que nos vamos a quedar sin pan. ¿Por qué no le harán caso? ¿Y por qué nadie quiere llamarle “fiambre”? ¿Tratamiento y medicación? ¿Algún efecto secundario? ¿Como el de volver a pensar que se está vivo? ¿Sufrió alguna vez Teodoro Roosevelt esta enfermedad mental? ¿Lo hizo antes o después de darnos por saco en los territorios colonizados? ¿Acudió desde aquel hecho puntualmente a su cita con el psiquiatra, aunque fuese arrastrado por el cuello, como en su lugar le tocaba aceptar al coyote de la Warner en dos de cada tres episodios? “Este loco no nos va a joder otra Nochevieja más. Mañana mismo me lo llevo a la consulta del doctor Adolf Meyer. ¡Aunque tenga que arrastrarlo por el bigote, te lo juro, Isabel!” Escena Segunda: Se legaliza el consumo, generalizado o no, o más lo primero que la segunda cláusula que lo niega, de la ketamina para el tratamiento del dolor crónico. Defínase el dolor crónico. El senado aprueba una ley que permite y regula sin rechistar el coma inducido con ketamina. ¿Han visto alguna vez a un senador ultracatólico y ultraconservador babear como un perrro intoxicado?
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“¡Ay, madre mía! ¿Qué va a decir Dios ahora que Le hemos traicionado? Estas cosas las solucionábamos antes a tiros o llamando al cura de la parroquia para que los amenazara a todos con la excomunión. Pero ahora solo nos hacen caso esos parias mitad cibernéticos y los alienígenas que han decidido por fin dar la cara... Ketamina... Y no te lo pierdas, lo redactaron con k...” Antes se usaba en la cirugía veterinaria con los animales gordinflones o de talla acojonadora. Pero al comprobar que funcionaba de puta madre con individuos tan deprimidos como mi yo, ya muerto, empezó a especularse que tal vez su uso sería lo más adecuado para tratar a aquellas personas que, independientemente de su condición médica, necesitaban dormir sin tregua y soñar lúcidamente por un periodo de tiempo... ¿ilimitado? Seamos honestos, había quedado bien claro que a ese tipo de persona artificialmente sobada se le había adjudicado anteriormente la publicación en medios o plataformas digitales de todo tipo de teorías conspiratorias que generalmente concluían con un “esta vida es una mierda y cuanto antes desaparezcamos de ella mejor que mejor.” ¿Se llevaría el inducido al hospital su propio conjunto de almohada y sábanas? ¿Le permitirían usar su pijama en la clínica? Fundamental: que no se rieran de él cuando hiciera acto de presencia en la sala de semieutanasias consentidas metido en un pijama del chucho Patán de la Warner Bros. La forma más común de consumir el clorohidrato de ketamina en la clínica será por la vía intranapial. Y dejarlo aquí, no des más el coñazo. Escena Tercera: Rosario Castellanos. Meditación en el umbral. Sabed que ambas -muerte y esperanza- / crecen como el parásito / alimentado en nuestro propio cuerpo. Empezar esta entrada con el entrecomillado: (policía armado a gritos pide...) “Let me see your hands! Get down on the ground!” Buscar frases típicas que usan los cerdos al enfrentarse a sospechosos armados. ¿Por qué en otros países la bofia no va armada? ¿Son miopes? ¿Les tiembla el pulso? ¿Las pistolas son de juguete? ¿El criminal, al saberlo, saca una bazoka? Imaginemos que uno de nuestros personajes se ha embarricado en casa. ¿Existe en español ese verbo? Existe “emborricarse”, el acto de quedarse parado en un sitio como un gilipollas sin saber qué cojones hacer. También nos “emborricamos” con las personas, normalmente porque son más guapas y nunca consiguiríamos que nos hiciesen ni puto caso. Einstein se emborricó con Priscilla Lane, por ejemplo. Y yo con Isabel. Pero decíamos que uno de nuestros protagonistas se ha embarricado en su casa. Imaginemos que se trata de Ello, ese pringado drogadicto que vive ahora en Londres y que no bebe alcohol porque siempre ha creido que las mirindas lo colocan más. Creemos que Geli se lo carga al final. De un sartenazo o torturándolo en uno de esos potros salvajes que usan los pervertidos cuando quieren follar con las estrellas del firmamento inalcanzable. Mas... ¿por qué se ha embarricado? ¿A matado a alguien? ¿Le ha robado un alijo de coca a la pasma? ¿Se lo ha birlado de uno de esos pisos francos que usan los detectives corruptos para esconder el parné y la droga incautada? ¿Y a ti qué huevos te interesa? Tú calladito y a seguir leyendo. Al salir con los brazos en alto (pensó que en la cárcel tal vez no se viviría tan mal como fuera de ella) hace un amago repentino de extaer un objeto de uno de los bolsillos de la chaqueta. ¿Será un crucifijo? “Aunque soy un mierda, soy hombre de paz y nunca le haría daño a nadie.” ¿O será la llave del piso franco? Lo acribillan. Ya fiambre (¿pero no lo iba a matar la novia de Adolf?), al registrar su cadáver, los cerdos encuentran en uno de sus bolsillos una nota de despedida para su madre. Era obvio que no deseaba que se la pringaran con sangre. A su vieja siempre la llamaba por su nombre. “Querida Milagros: te pido perdón por los errores del pasado...” ¿Pero por qué permitió que lo acribillaran a balazos si presumía que en la cárcel quizás se vivía mejor? ¿Se sentía culpable de algo? Imposible, era un ladronzuelo de poca
296 pinta que solo mangaba para alimentar su sucio vicio. Jamás se hubiese atrevido él a entrar en un piso franco de la chusma. No era cobarde, no; ningún drogadicto lo es. Mas siempre se nos desveló cada vez más consciente de sus limitaciones físicas, narrativas y universales. Creemos que alguna vez quiso ser escritor. Creemos mal, y por eso inventamos la inteligencia artificial y la apocalipsis final. El tío Nicolás, cuando por carta o por holograma se refería a esa palabra, siempre la escribía a lo griego original: apokálypsis. Sabemos que su sentido original era el de quitarle de una puta vez el velo a algo que estaba escondido. Ese algo, según la biblia (¿se escribe todavía con mayúscula?) era la jodida revelación sobre el final de los tiempos. Nadie asistió al funeral de Ello. Y Salvador Espriú, nuestro único Enterrador General, tomó buena cuenta de ello, con minúscula. Escena cuarta: Adolf vuelve a enamorarse de otra actriz. En una ocasión le rompe la nariz de un fustigazo a Geli. Volvía de una reunión con Ferdinand Porsche en el 24 de Kronenstraße, Stuttgart. ¿Se escribe con t doble? Tras el incidente con Geli, le pide perdón y ésta no quiere saber nada. Él le dice que la quiere de verdad y le ruega que le perdone por ser tan impulsivo y visceral. Ella le contesta que no le cree y que se lo pruebe. Adolf le pregunta que cómo quiere que se lo demuestre. “Ponte de rodillas”, dice ella impulsivamente, “a cuatro patas, como un perro y dime que me quieres.” El paleto creido del bigote gracioso cumple con la demanda de su chica. Ella pasa ahora a torturarle. ¿Cómo? Veamos, déjenme que consulte algún manual holográfico... Nada, no aparece nada relacionado. Las cien primeras entradas nos narran diferentes tipos de tortura sexual hacia las mujeres en dictaduras, conflictos bélicos, zonas de clanes, etc. ¿Se nos ha olvidado ya cómo se folla? Seguimos. Acabada la faena, los dos se meten en la ducha. Ya se sabe que el tirano nazi no usa ningún producto químico en el baño y que el agua que salga del grifo o del mando de la ducha tiene que estar siempre a una determinada temperatura. No me gustaría ser el encargado de fontanería de este cabo del ejército germano. Antes de salir del apartamento, Adolf se saca de la gabardina una pitillera en oro de Farbegé y se la ofrece a Geli. Cuando se despiden nunca se besan en la boca. Me recuerda a mi primer matrimonio. “No me beses, que nos van a ver los vecinos.” “¡Pero si estamos casados!” “Ya, pero eso no cuenta, J.C.” Despega el Benz 11/40 del pelele del bigote cómico. Geli le espía por la ventana. A las 11:37am, se acerca a la mesilla del vestíbulo, recoge la pitillera y extrae un cigarrillo. Abre la puerta del apartamento y le pide fuego al guardaespaldas. Creemos que se llamaba Rochus Misch, que era sargento y que antes de alistarse a la Primera División Panzer SS, habia sido alumno de la Academia de Bellas Artes de Colonia. Ya se ha avisado antes que creemos muchas cosas, demasiadas, y que es lógico, pues, que no nos creáis a nosotros. Nos encanta el principio argumentativo y/o narrativo de la reciprocidad cancelable o canceladora. “¿Por qué no entras y me haces compañía?”, le pregunta Geli al matón de las SS. “Ese pollo loco no volverá por aquí hasta el lunes que viene.” Rochus se quita la gorra y entra. Creemos que follan. Ya digo, nos lo creemos todo. Escena quinta: Eres Serguéi Serguéyevich Prokófiev y vas coleccionando infartos, penas y tumores como si alguien con cierto poder divino o cósmico (¿Henry Kissinger había nacido ya? Vuestro silencio acojonaría a cualquiera) le hubiera asignado al nacer el papel de gafe resignado a tiempo completo. Pero que conste que hablamos del típico gafe de antaño, ese tipo de desgraciado al que ya se le había reservado una página casi entera en el Tesoro de la Lengua Castellana de Covarrubias de 1600 no sé cuántos, y que padecía la gafedad o “asquerosa peste diabólica de mierda”, como se conocía a esa enfermedad entre el linaje más bruto o menos razonable. No puede resultarnos extraño, por lo tanto, que Proko fuese exigiendo por la aldea que todo aquel que necesitara comunicarse con él lo hiciese solo por carta