En su tasca en la calle Montera creció Molusco, una criatura compleja y tímida que detestaba dar señales de vida. Solo le oí hablar una vez, pero yo ya había aprendido a hacerme el sordo.
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Acaso no hubo siempre en aquel bar, y en el corazón lastimado del patrón, ese tipo de odio que envejece mano a mano con el vino que ya nadie quiere pedir porque nos hemos acostumrado todos a vivir mal pero como señoritos.
2
La muerte flotando en el culo de la botella, en el tope que se le dio involuntariamente a la costumbre, especialmente cuando se consumía para matar el tiempo cronometrado por una pésima selección de conjuras y sueños irrealizables.
3
Otro punto de mediación: los cojones de Van Gogh, la clave.
5
En la decepción y en el incontrolable despecho se presenta a tiempo el fantasma de la especulación. La musca doméstica se adueña del recinto. Ciego error ser todavía bote insecticida.
7
Yo llevaba medio siglo haciendo exhibición de lo bien que se me daba hacer la estatua en un rincón mientras se nos hundía toda una generación de borrachos y de amantes de la conversación sin espinas ni alcance dialéctico. Ni las colillas mal apagadas que caían sobre la base de mi persona de escayola podían arrancarme cuando me quemaban las uñas de los pies ni una puta palabra. "Déjalos que se precipiten", me repetía a mí mismo. "Déjales que desaparezcan de este cuento cuando el viento pase la página con plena indiferencia." Coro de la sinfonía Fausto de Liszt: Todo lo transitorio es solo un símil... Lo indescriptible, está aquí, consumado.
8
Parte importante del dolor que debería sentir la persona decepcionada a una edad irrecuperable queda momentáneamente controlado por ese ansia de poder reactivar toda la maquinaria sentimental de otro pecado mayor: el orgullo propio, para algunos una licencia de la que se abusa porque la idea del averno parece que no ha perdido nunca su encanto juvenil. Con un manotazo perfectamente ejecutado don Ramón muestra ahora a cinco moscas patosas quién es el dueño.
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Al infierno se llega de cuerpo y alma, queridos. Aquí abajo el apretón de manos es condición necesaria y suficiente para entablar amistades. Lo que se deja allá arriba no es el cuerpo, es el caparazón. Algunos porque esta cubierta la consideran pasada de moda, otros porque al salir despedidoshacia acá abajo prefirieron hacerlo a una velocidad moderada.
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Elaboró una serie de teorías, cada cual más absurda, para justificar el cierre definitivo de su negocio y evitar así que, al ser interrogado por los vecinos, nadie deseara reirse de su fracaso comercial. Al parecer, sugería él, los asiáticos de segunda generación habían aprendido finalmente a regentar bares; al parecer, también, las moscas de la provicia se habían acostumbrado -creo que el término que usó fue "desensibilizado"- al veneno insecticida y acampaba ya por la barra como Pedro, Manuel y San Ismael por su puta casa. Yo era el último cangrejo al que él recurría para pedir auxilio, por éso me dediqué simplemente a examinar con mi apatatía burguesa característica su desenfrenada precipitación al abismo de la exclusión.
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No tardé en acostumbrarme a ser servido por una banda de moscas. Desde el preciso instante en que su zumbido dejó de irritarme, aprendí, desde mi cómoda estatua de la esquina, a disfrutar en silencio del trago dispensado. En los conflictos bélicos se sufría más.
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Una mosca que habla vista en el espejo posee ese encanto último del chucho tísico que va a morirse para agrado del hombre mediocre que lo ha adoptado porque piensa que en la solidaridad también se hacen amigos.
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Clama él por fin su abuelo, mas su abuelo muerto parece que no desea escucharle. Clama él a la única persona que supo repetarle y que le enseñó, desde que cumplió doce años, todo lo que necesitaba saber para regentar un bar. Si alguna vez hubiese tenido él tiempo para pensar en otras cosas, tal vez clamaría ahora a Dios. El trabajo y un rigor paupérrimo en sus creencias envuelven al humano. Lo que le pudiera sobrar, ya le ha sido subastado.
21
Para frenar ese proceso de corrupción biológica no era suficiente con contener el pútrido olor que desprendía la botella. No, era aconsejable que don Ramón entendiera primero que solo con un ritual no se podía mantener feliz a un cliente o a una persona.
4
La tumba nunca representará nada, es la chapa de la botella de la que solo beben las moscas.
6
Mas la sonrisa, esa mueca impulsiva de la muerte cuando ésta se precipita, es la huella de la enfermedad, del trastorno anómalo que no se ha querido tratar.
9
Los locos dominamos el silbido. Solo haciendo un uso exquisito de él, y añadida al mismo tiempo una dosis irracional de buen humor, hemos logrado pasar desapercibidos cuando de casa se nos ha visto salir descalzos. "¡Mira qué locos van esos no-locos!"
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Cuando la media docenas de asiduos que le queden ya no se atrevan a mirarle a la cara, don Ramón volverá a silbar una de esas coplas que le enseñaron de chaval los pescadores furtivos de la aldea. Lo que no se sueña no puede ser nunca concebido musicalmente.
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En al boca frondosa del olvido no hay una necesida acuciante de madrugar todos los días ni de rellenar declaraciones fiscales. No hay prisa que lo mate a uno. Y no hay clientela.
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¿El elixir de la infamia misma acaso?
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Cuand0 abría el pico una vez al siglo porque a más de a un cliente lo había pillado mirando con el rabillo del ojo -"ojillo del rabo", lo llamaba- y el del monedero a la tasca del al lado, don Ramón lo hacía para hablarnos de modos de entender la consumición que solo parecían posibles en un mundo en el que se bebía únicamente paraacelerar el progreso de una sociedad hundida exprésamente a la espera del oportunista celestial de turno.
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Desde siempre, es decir, desde que se nos concedió la primera licencia de venta de alcohol, la mosca ha sabido aprovecharse de Gilgamesh, el rey del tablado. "Usted me nadifica, nosotras nos quedamos con la cartera." ¿Les he contado alguna vez que el cielo de Uruk también lo supervisan los insectos?
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He conocido moscas que, desde que aprendieron a usar las alas paraa servir copas, aprendieron a su vez a responder con exquisita disciplina a la llamada del arte. Charles Mingus, Fables of Faubus...