EL FIN Cuento polifónico de brevedad cuestionable PARTE I Daniel Yáñez González-Irún, 2021 (*) A editar
(2020/2021)
PARTE I
(Cuando salgo de la ducha y me miro horrorizado al espejo, soy libre) (Dos tetas peludas como montañas, soy libre) (Si sonrío en la cola del paro porque sé que tendré que mentir otra vez, soy libre) (Al amanecer salgo al patio a limpiar cagadas de gaviotas agradecidas, soy libre) (Te queremos a morir, me confiesan las moscas que han tomado ya cobijo en mi cara fría y pálida, soy libre) (Los católicos sois la gente más deprimida que conozco, soy libre) (Shakespeare nos contó que nada es originalmente bueno o malo, libre o esclavizado, soy libre) (El cigarrillo que se acompaña con un vaso de whisky en el balcón cuando nadie mira, soy libre) (Ha costado lo suyo el poder leer en el jardín mientras intentábamos escuchar la primera de Brahms y el vecino dijo que no, que aquello era una realidad ridícula y narcisista, soy libre) (Coleridge, “Cada idea, cada pasión, cada placer”, soy libre) (Un oficial inglés de artillería observa enmudecido una tumba destrozada por las baterías aliadas. Un francotirador huno se había escondido debajo de una lápida, soy libre) (The Somme, “The golden sun goes down over the desolate waste of No Man´s Land”, soy libre) (Caracoles asesinos de Tailandia dominan la base de un pozo de agua fresca improvisado en un jardín para combatir el estrés y el odio que genera el trabajo, soy libre) (Cuando éramos todavía soñadores de oídos imposiblemente sordos mi-mamá-no-nos-mimaba-mucho, soy libre) (Carcajadas de alcalde villano arrancadas a esta puta vida. Van alimentando nuestros instintos más primitivos, soy libre) (Entra uno en el retrete de un bar y se encuentra a Du Fu durmiendo en pelotas. “La guerra me hizo poeta, el dolor me enseñó a caminar”, soy libre) (Una vez acabado el combate, el primate aprende a leer, soy libre) (Trabajaba en una sucursal bancaria. Un cretino le había explicado sin emocionarse un pijo cuando era bachiller el Mito de la caverna, soy libre) (La botella de vino, dice J. C., ofrece un consuelo visual solo equiparable al de los sueños de siesta estival, soy libre) (El miedo del ciudadano de a pie y cama a perder lo que él considera necesario es el alimento preferido de las utopías, soy libre) (Pasarían las guerras, las iglesias, las pandemias y los partidos políticos de fútbol. La persona de corazón artificial, concebida a escondidas entre sonrisas cómplices y empujoncitos fraternales de simbología dudosa, volvería a festejar los encuentros simples pero enriquecedores de la soledad bien curtida y entendida, soy libre) (Si es cierto que lo que quieren ustedes es la guerra, permítanme que les hable con fábulas. Yo le adiviné la voluntad a los delfines del atlántico ferrolano. Como ya he contado anteriormente en un centenar de pergaminos perdidos, ellos aparecían en el horizonte para enfrentarse a mi depresión juvenil, soy libre) (Buscamos a la muerte en la Pascua, en libros estilizados por la mano robótica de monjes de coronilla nula, entre el humo repugnante del incienso y unas rodajitas de sucedáneo de pan seco; en una llamada salvaje del anacoreta de oriente o en la balada angosta del cuerno de una cabra… Nos equivocamos, la muerte la llevábamos todos dentro: se llamaba gas y tenía la peculiaridad de que su olor pestilente solía serle placentero a su dueño, soy libre) (En el pueblo nos hemos acostumbrado a contar con un ahorcado en nuestra Plaza de Santo Domingo. Solo se quejan algunos cuando van a comprar pan por la mañana, porque hace mucho calor y ese pútrido olor del cadáver se les cuela por la nariz y les corta, 1
mentalmente hablando, el sabor de la primera taza de café, obviamente, instantáneo. Se podría decir que en mi pueblo todos trabajamos alguna vez de verdugo, ncluso las mujeres y los niños que pueden presumir de tener un par de pelos en las axilas. Los trans también, soy libre) (“La vida me sabe a banana verde”, dijo Nueva, la chimpancé puta de Wolfang Köhler según le iba hincando el colmillo izquierdo a la cabeza del bebé de la pan paniscus de al lado, soy libre) (En una enciclopedia americana de grandes filósofos de la historia -¿de quién?- que mis padres -¡ah!- habían comprado para que las visitas inoportunas no pudieran ver lo tonto que eran los dos, me recomendaba Hume que mi filosofía no fuese nunca una herramienta intelectual contra la gente que, aparentemente, no quería ser como yo, soy libre) (Si la siquiatra -¿cuán perdió la “pe” esta profesión?- me preguntaba por qué me daban tanto miedo las relaciones de pareja, yo le contestaba directamente que eso de compartir el cuarto de baño me asustaba, que, aunque lo de sentarse en una taza de váter todavía calentita no me disgustaba del todo, darle la oportunidad a la otra mitad de oler el pestazo dejado por mis residuos orgánicos me acojonaba, soy libre) (La prueba inequívoca de la no existencia de Dios –dIOS- se nos ofrece por la mañana con el disfraz de artículo en portada de consumo visual, digital o impreso, soy libre) (He de confesarles que la primera letra de la hipoteca de mi apartamento en el cadalso la pagué mientras devoraba yo con los ojos y mi exultante instinto animal las chicas en pelotas de las hojas sueltas y manoseadas del Lib que me iba encontrado en los descampados de Arturo Soria de camino al colegio mayor de la Obra en donde mi hermano el mayor se había disfrazado de numerario y yo hacía que repasaba en la hora de estudio las insufribles materias del bachillerato entre visitas esporádicas a la azotea de aquel recinto sacro por la gracia de Monseñor, de Franco y de buena parte de la banca de pelo engominado y gafas de cristal oscuro, soy libre) (Su madre le preguntaba sonriendo por primera vez en lo que iba de lustro si esa pieza que estaba tocando al piano era de Mozart. Ella le contestó que sí, que se trataba de una composición del vienés que le habían encargado para unos ritos funerales masónicos. Su madre ya no sonreía. El complot judeo-masónico o judío-masónico –depende del nivel intelectual de la mente paranoica- seguía en boga en aquella casa de Manuel Becerra, soy libre) (Años más tarde, cuando lo de su exilio voluntario en Bristol se atrevió a contarle a su madre que quería ser escritora. La vieja le regaló el Diccionario de ideas afines de Fernando Corripio. La exiliada se lo tomó muy mal, soy libre) (Plasticidad neuronalààààmi cara de pelele triste profesional ejercía un efecto corroborado negativo en la morfología cerebral del supuesto contenido de mi cabecita, soy libre) (La libertad individual no aparece en ningún decálogo porque es claramente una reacción emocional e intencionada contra el dolor y la tortura ajena, soy libre) (La amidgala de Noelia era el centro de nuestro universo de pareja caótica, soy libre) (¿Cómo explicarles a mis amigos más burros que sueño con Kissinger de media cinco veces al año? TNT y derribo de los cimientos de una armonía lograda fuera de la cama, soy libre) (Encabezando la lista de sus enemigos más temidos se encontraban un pintor mediocre –contable miope de un campo de exterminio) y un poeta de mano infantil (gerente sifilítico de la cantina de un gulag, soy libre) (Vuelve Shostakovich. En lo alto de la cuesta que lleva al pub La Batalla de Trafalgar los tambores de las divisiones nazis ya han empezado a redoblar a un ritmo acelerado. Lidera las tropas un paleto gordinflón de ascendencia escocesa enfatizada con un peluquín de pelo natural oxigenado, soy libre) (Solo sobrevivirán aquellas personas que no vomiten la primera vez que prueben la carne humana y también aquellos/as que no
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tiemblen una mierda cuando les toque ahogar gatitos en la bañera, soy libre) (Lajos Kassak: en la mirada______lleva el humano______océanos______y puentes que colapsarán, soy libre) (Ello tenía seis hijos. Se quedó huérfano de padre a los ocho años. A su padre lo mató un cáncer de guerra civil española y la melancolía de la vida después de las trincheras. La Mierda ejercía presión cada vez que Ello espiaba con los prismáticos desde la ventana de su despacho a la niña de la gitana de la vivienda de al lado. Tanto la chiquilla como la Mierda no pasaban de los doce años, soy libre) (Con su mano izquierda de facha incontrolable Larkin hablaba al adolescente que había aprendido finalmente a recapacitar sin bacilar: “Porque… lo hagan o no apropósito, tus padres te van a joder bien toda la vida, lubricándola a diario con los errores que ellos han ido cometiendo y con unos cuantos más que irán añadiendo cada vez que piensen en ti”, soy libre) (Mariachi, del francés mariage, dícese del músico hambriento que se gana los frijoles y el tequila cantando en las bodas de los pijos imperialistas franceses, soy libre) (Declaración de intenciones: en esta escuela los profesores de lengua y literatura no llorarán si algún alumno/a se les cuela por la boca o por la tangente cuando les ha entrado el sueño o cuando se lo han atrofiado con una ausencia total de entusiasmo pedagógico, soy libre) (“D., el problema que tengo con tu manera de escribir es que casi nunca me entero de nada de lo que nos cuentas”, soy libre) (Ni yo, soy libre) (5 de marzo de 1953. Los floristas de Moscú se parten la cara a bofetada limpia. Ha muerto el enano tirano y ha muerto, también, Prokofiev. A escondidas, llevaran por la noche racimos de flores congeladas a la tumba del compositor de la banda sonora de Iván el Terrible, soy libre) (“Cuando nos comunicamos por carta”, me cuenta el padre Miguel, “parece ser que hablamos sobre cosas más importantes. Pero ahora, con el follón de los correos electrónicos, solo sabemos hablar de cosas insignificantes y superficiales”. Padre, está claro que a usted nadie le ha contado todavía que su Dios lleva muerto más de un siglo. Creo que lo enterraron en Verdún, soy libre) (Giro idiomático de la palabra Windows en inglés: De objeto cuya apertura, haya o no movimiento físico durante la acción, puede garantizar la admiración o el aborrecimiento al contemplar acto seguido el paisaje expuesto, a realidad cibernética de apertura digital casi compulsiva mas carente de cualquier capacidad de estimular visualmente al sujeto o a la sujeto responsable de dicha acción de apertura en forma de byte multiplicado, soy libre) (“Padre Miguel, bastaría con que a usted se le tuviese permitido rascarse
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la nariz en misa o en clase de formación religiosa para acabar de una vez por todas con esa frívola idea de la existencia de un ente inteligente, omnipresente y supremo”, soy libre) (Se cagó en el bidé. Bien entrada la medianoche. Se cagó en el bidé. Boñigo marrón con forma de chorizo. Ni un rostro de ninguna sustancia orgánica líquida. Todo sólido. Achorizado. Se cagó. Aprovechando que los demás dormíamos en aquella habitación compartida, En aquel campamento juvenil de verano para hijos de militares había un par de chavales como él. Endebles. Pusilánimes. Y se cagó en el bidé. Achorizado. Ya no volvimos a meternos con él. A putearle, soy libre) (La maldición de los 27 comenzó en la Plaza Smirnoff en 1848 con el fusilamiento fallido de Dostoievski a los 28 años de edad, soy libre) (“¡Pero si seréis tontos! ¡Si estábamos de coña!”, exclamó el ayudante del zar, soy libre) (“El legado del humano en este mundo moderno”, pensó Naranjito desde una cálida cama del horno de cremación, “viene casualmente acompañado del interminable eco de un grito de desesperación”, soy libre) (Martín no había alcanzado todavía esa edad reglamentaria, espiritualmente hablando, en la que uno empieza a buscar un punto cardinal libre geográfico que le pueda servir algún día de tumba. “Buscando césped”, lo llamaban los señoritos de bien del condado, soy libre) (Lo que más detestaba la monja Lauren era el poco o casi inexistente esfuerzo que ponían sus compañeras de oración a la hora de atreverse a preguntar si aquella divina cabeza superior y omnipresente que lideraba el concepto religioso realmente existía, soy libre) (Los sajones eligieron como primer ministro a un chucho sarnoso que, menos de un año atrás, se había liado con una periodista de corte, aparente o simuladamente, liberal y que era veinte años más joven que él. Empezaron con los besitos en esquina de club rico el mismo día que su mujer cumplía tres semanas en radioterapia. Parece ser que este fue el único dato que la élite banquera y periodista tuvo en cuenta a la hora de concederle la llave de la puta puerta Número Ten, soy libre) (No he entendido nunca la metáfora como un recurso facilón que se usa para rellenar línea. No, siempre la he entendido y empleado como un anticuerpo estilista contra un mundo cruel, feo y letalmente ordinario, soy libre) (Su papá decía que ella siempre tenía cara de malhumor. Sí, su papá, ese bípedo con complejo y sueños de almirantazgo cartaginés. Su papá decía “¡Pero hija, cambia ya esa cara que vas a matar a tu madre!”. Su papá oficiaba de rompedor de labios y achichanador de cabezas cuando intentaba explicar a sus hijos mal y a velocidad papal derivadas, ecuaciones de segundo grado perpetuo y logaritmos de la Grandísima Puta. “Un albañil ciego lo habría hecho mejor”, pensó ella mientras se escapa por la ventana de casa por última vez a los quince años, soy libre) (He sido muy exigente conmigo mismo. La silla de ruedas la inventé yo. Con ella salí a correos a enviar mi primer manuscrito después de treinta años escribiendo. Aunque creo que esta tonta mecanizada de dos ruedas todavía siente cierta vergüenza ajena. Por la noche, cuando hago que duermo para que los fantasmas se olviden de mí, la oigo criticarme desde su reservado con forma de esquina fría, impersonal mas utilitaria. Creo que en esa misma esquina se besaron por primera vez Número Ten y la periodista. Pero volvamos a la silla: “Mira que le dije al muy imbécil que no, que todavía no, que le quedaban ocho o diez años más de desarrollo intelectual y aprendizaje artesano”, soy libre)
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desarrollo intelectual y aprendizaje artesano, soy libre) (“Cuando seas mayor comerás huevos”, tenía por costumbre castrense espetarle a su hija cada vez que este viejo lobo de mar sin olas se olía quejas y revoluciones familiares en su piso de Fuencarral 32, esquina general cualquiera de la División Azul. “Pez espada con un chorrito de aceite de oliva virgen extra y ajo, y una rebanada de pan castellano, tal vez acompañado el plato y a modo de impulso diabético con una racioncilla de patatas fritas freídas en cualquier parte menos en el culo de una freidora”, pensaba ella iniciando así otro levantamiento anímico más infértil en los madriles de Kiko Legard y del semanario Blanco y Negro, soy libre) (Le preguntó: -¿Cómo se llamaban todos los muertos? -¿A qué viene a cuento eso ahora? -¿Cómo se llamaban todos los muertos? -Gregorio, Angelines, María del Pilar, Manolo, Puri, Bernardino, Elisa, Michelle, Maureen, Tony, Robin, Julio, un par de fetos abortados en el cuarto de baño -que conste que yo vi la sangre del retrete en la casa que teníamos en Arturo Soria-, Pepe, que escribía con la derecha y dibujaba con la izquierda, el tío fusilado dos veces, la primera vez lo dieron por muerto, la segunda vez lo delató un vecino rojo asqueroso que le tenía envidia, el cura violador, el cartero ciego -¿Ismael?-, y esa editora que tan malaleche tenía, ¿te acuerdas? -¿Cómo se llamaban todos los muertos?, Soy libre) (Él odiaba a los arquitectos. Solo le interesaba la obra de Arteche, ese gigante cántabro de un metro ochenta y tantos que había jugado en el Atleti. Una vez le vio meter dos goles en la segunda parte al Betis. Iban perdiendo 3-1 y Gilgamesh se elevó por encima de la defensa bética para enchufar dos cabezazos que le supieron a gloria inesperada. Se lesionó y tuvieron que sacarle en camilla. ¡Menuda ovación que se llevó! La causa de la lesión de Arteche fue esa misma melancolía con la que solía sellarse todo acto heroico triunfante. Así era su arquitectura, soy libre) (Creo en Cromañón. Cuando entro en un lavabo público para imaginarme cosas que huelen mal, creo en él. Puedo asegurar que me sobra con ver cómo se sienta y gime en el retrete. Me sobra con imaginarme cómo llora cuando lo expulsado le puede. Me sobra con ser como él. Me sobra con él. Me sobra, aunque crea en él. Pero me sobra. Me sobra. Sobra, soy libre) (Te odio. ¡Cómo te atreves! ¡Despertarse así todas las mañanas, tan feliz y sonriente! Eres la ejemplificación del tonto sonrisitas que nunca lloraba. La primera gracia en la casa siempre es la tuya. Cómo me jodes. Cómo me irrita verte tan feliz a primera hora de la puta mañana, de la mañana asquerosa en el 2 de Terminus Street. Debería explicarte nuevamente en qué mundo de mierda vivimos para quitarte esa cara de felicidad perpetua. Pero no puedo: eres mi hijo y te quiero a más que nada en este mundo de locos inflados; eres mi hijo y te quiero más que a nadie que no se parezca a mí, que no lleve mi nombre ni tenga esa cara de terrorista arrepentido que en su día corroboró un sello de garantía nacional de identidad, soy libre) (Querida Mileva: Un moco salado es eso que le pertenece exclusivamente a la tristeza que duele de verdad y que es incontrolable. Uno nunca llora salado de felicidad tal y como se llora cuando, por ejemplo, una película de Chaplin
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o una de Buster Beaton acaba bien y no hay testigos en casa o en la sala que puedan delatarnos. La lágrima de dolor salado pertenece al mar y a nuestras agonías anfibias pretéritas. Tiene, pues, más de abismo innegociable o peligro inevitable, que de sensación dolorosa remediable. Las lágrimas de mar son autobiográficas y una gran mayoría podríamos narrar su materialización en seco sobre cuartilla virgen. Si te cuento todo esto es porque no quiero volver a hacerte daño.
Albert Einstein,
soy libre) (¿Qué es el tiempo mal cronometrado o simplemente el tiempo? Levantarse de malhumor porque hay que desayunar y ducharse rápido para llegar a clase de matemáticas del Porky a “t*****“, soy libre) (En un Foster Wallace: Una orgía espiritual que ocurre debajo de una manta de hojas secas otoñales. Si en silencio te agachas y con cuidado extremo acercas el orejón a esta colcha húmeda y pelirroja de hojarasca, podrás oír los gritos de placer que dan las hormigas menos disciplinadas cuando se acuestan con las más tontas de la primera oleada ciega de lombrices rojas. “Fuckme-fuckme-fuckme…”, apuntilla el susurro escuchado cuando consigue evadirse entre las arrugadas ojas, sin hache, que ya no lo son. They ain´t themselves no mo´, soy libre) (Al Rey de la Sífilis del Pacífico, más conocido como Gauguin, no le había sentado a las mil maravillas –así se hablaba antes, cuando algunos monos vestían de seda y las señoritas ricas ocupan el primer banco en la iglesia- esa dosis extra de arsénico que se había tragado en la jungla para exterminar definitivamente los demonios peludos de la depresión y acabar, también, con todo intento estoico de seguir viviendo así porque sí, porque este mengano o aquel otro fulano cuentan y contaban que es mandato celestial. Paul se entretuvo tanto con la cicuta que vomitó todo el contenido a la media hora, viéndose, pues, relegado a sufrir otros seis años más en una Polinesia a la que este genial artista le había robado y deprimido adolescentes a cambio de múltiples retoques originales para la posterioridad de color amarillo, naranja, rojo o verde, soy libre) (Hace un millón de años, como hace siempre que las cosas son güeñas y nadie parece que nos va a cobrar, escribí una novela sobre un primatólogo que decide abandonarlo todo, incluso mujer y dos hijos, para aceptar una oferta de la Facultad de Ciencias de la Cognición de la Universidad de Sussex que incluía el estudio de una supuesta especie de mono desconocida en la selva amazónica. Dicho sea de paso que el Amazonas fue cruzado por primera vez de punta a punta por un pariente mío también hace un millón de años. Este pavo murió de sífilis en Cádiz, si no recuerdo mal. El protagonista de la novela casi fallece en el intento debido a las picaduras de ciertos mosquitos de la rama “cabrón jurásico” y al un consumo de un agua que, por su color y pestilente olor, cualquiera clasificaría como potable, pero solo para loros y sanguijuelas. Justo cuando creía él que estaba ya pasando al otro mundo oscuro donde Darwin le tenía reservado una esquina de estilo insustancial, una panda de niños
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salvajes tipo Mowgly consiguen resucitarlo a base de besos y setas un 75% más salvajes que ellos y se lo llevan a una aldea en medio de la jungla en donde continuarán cuidándole temporalmente. A los diez días, abre los ojos finalmente, mira a un lado, mira al otro, mira para arriba al cielo de los desesperados, y mira para abajo y se da cuenta que esos nenes hijos de la gran puta le han subido y atado, o atado y subido, a una cruz y que han hecho un círculo alrededor de ésta con leña y hojas secas. Aparece el líder, un mono peludo de cuello interminable, con una antorcha en la mano que deja caer a pie de la cruz, y al científico sacrificado no se le ocurre otra gilipollez inoportuna que exclamar un “¡Es a ti a quién yo andaba buscando!” El primate pirómano, césar por un día, le grita de vuelta vaya a saber el lector y un servidor el qué, ya que aún se desconoce el lenguaje de los monos vacilones, y prende la hoguera impasiblemente. Hace un millón den años, yo también quise abandonar a mi mujer y a mis dos hijos, E. y T. Pero siempre he sido un vago emocional, soy libre) (Cuando vio por primera vez el cuerpo desnudo de su esposo, Milagros aprendió a amar con los ojos cerrados: lo contrario, era sacrilegio: un truco de magia infalible que se rifaban la mayoría de las confesiones espirituales existentes: hasta que vino Molly, la de Joyce, y Angelica Houston empezó a aparecérsele a su primogénito –el de la mujer que amaba voluntariamente a ciegas- en sueños: otra manera, tal vez más sutil, de amar con los ojos sellados: ¡Pero cuándo me vas a follar mirándome a la cara!: ¿Seguimos con esto o nos vamos?: Nos vamos: Brueghel el Viejo, carca nauseabundo: irresistible, como los pechos vírgenes de su madre: El Triunfo de la Muerte: 1561: en el Prado, creo: creo en Dios todopoderoso y follador: a ciegas, también: también se hunden los barcos: como en el cuadro del carca asqueroso: como en las bañeras de los niños que han nacido porque sus papás hacían el amor con los ojos vendados: y el primogénito siempre pensó que ya desde pequeñito él había tenido esa misma cara de muerte súbita que tenía Dick Bogarde en Muerte en Venecia: porque hace un calor insoportable en algunas de las playas de la puta vida y parece que el tinte negro del pelo del hombre que nació a ciegas, que soy yo, ha empezado a mezclarse con el sudor de la frente, y juntas las susodichas combinaciones químicas han comenzado a recorrer lo que me queda de rostro para que yo vuelva a pensar en el cuadro de Brughel: y le bese desde la distancia los senos a mi madre: abro otros dos puntos ----à “:” el reloj de la torre en esa obra del pintor belga es cosa de la viuda Muerte: es ella la que parece manejar a su antojo las agujas: marca las 12: hora de ¿?, soy libre) (“Nada más complicado en occidente que aprender a no saber nada de nuevo. Quien lo consiga podrá entonces aclararnos qué es lo que verdaderamente tiene sentido aprender y qué, por otra parte, es lo que deberíamos eliminar de esta interminable enciclopedia de actividades, datos, hechos y oficios incongruentes e inconsecuentes llamada vida”, se dijo la liebre según cruzaba la línea de meta otra vez en segundo lugar. “Quiero dejar de ser un puto gregario de mierda”, soy libre) (“Mamá, el otro día cuando papá me recogió de las clases de natación vino con Julia la secretaria y luego se subieron al piso de ella y me dijo que esperase en el coche y que no te dijera nada”, soy
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libre) (“¡Pero tú cómo te atreves a contarle eso a tu madre! ¡Ya verás cuando te coja después, so imbécil!”, soy libre) (Mi paso por este globo sifilítico de vuelo torpe puede darse por acabado. Desde lo alto de una escalera, Angelica Houston me agradece mi valentía en la adaptación perfecta del Ulises de Joyce que hizo para el cine su padre en la década de los 60 de de esa mierda bélica que fue el siglo pasado. Llegó la nieve para ocultar mi cadáver en la explanada. Desconozco quién movió mi cuerpo. Tal vez el trovador Hrabal cuando se dejó caer por la ventana y rebotó en un toldo de una churrería de la capital. ¡Corre, corre, que no quiero que me encuentre la patrulla de los resucitadores del equipo divino!, soy libre) (Antes, cuando creíamos en dioses de corte autocrática mas supuestamente paternalista, éstos se rifaban a los muertos. Ahora solo les interesa mantenernos vivos. Yo es que también estoy muerto, ¿saben? Lo que pasa es que estoy esperando aquí, como silbando canciones inventadas de verso fácil a que venga la Puta Blanca y me cierre los ojos untándomelos con su baba congelada, soy libre) (Antes de ir a misa de domingo mi papá siempre nos enviaba a los chicos al garaje a revisar los bajos del Renault 12 verde familiar para ver si los etarras habían colocado o no una bomba lapa. Nos había enseñado a hacerlo usando un espejo atado a un palo, pero al final, cansados de la rutina y con ganas ya de fumarnos un Ducados a escondidas, lo hacíamos a ojo y a toda prisa porque así nos lo recomendaba la naturaleza impaciente y endémica del adolescente con ganas de ser libre, independiente y, como demostrarían treinta años después las estadísticas publicadas del Centro Superior de Estudios de no sé qué, tendente al ateísmo o, como mínimo, al agnosticismo de taberna, Sonic Youth y rayita de coca, soy libre) (¿Quién pintó la insignia de la Orden de Yago en el pecho del pintor judío? ¿Quién osó a homenajear así en póstumas pascuas al más grande de todos los artistas, al director del primer largometraje a color de la historia: Las Meninas, Ellos… y ¿Yo?, soy libre) (Con la llegada de las antenas parabólicas, cuentan los dos o tres gorriones que nos quedan en la urbe, el proletariado se dejó en la despensa su conciencia de clase, soy libre) (Comparada con sus compañeras de la facultad, Isabel empezó a fumar muy tarde. Creo que andaba ella ya por tercero de Políticas. Solo aguantaba el olor y el sabor del tabaco rubio, preferentemente americano porque se había acostumbrado a robárselo a su padre cuando éste se embarcaba y lo traía de contrabando. El tabaco negro lo odiaba ya que le recordaba al cura calvo y rechoncho de la Parroquia de las Angustias. Cada vez que daba confesión, este hombre de negro se fumaba media cajetilla de Ducados en la sacristía y el pestazo no solo se le pegaba a la sotana, sino que además se lo traía al confesionario acompañado todo de una halitosis innegociable. Dicen las malas lenguas que también robaba dinero de la cestilla; Isabel, no el cura fofo, soy libre) (Con seis añitos de nada salió de casa sin avisar tras tomar prestado con premeditación infantil pero sin alevosía una moneda plateada de diez duros del frasco de las propinas para el butanero que su mamá guardaba en uno de los armarios de la cocina detrás del bote de las Fontaneda y del de Cola-Cao. Caminó a solas cuatro kilómetros hasta la huerta del tío Nicolás, un gruñón sexagenario que solía sonreír cuando llovía porque sabía que la gente se quedaría en casa y lo dejarían en paz, y que, según se
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cuenta en los capítulos de la memoria, sabía escribir con la derecha y dibujar con la izquierda. Saltada sin dificultad la valla de la huerta, se sacó del bolsillo -cavidad ésta a la que le quedaban dos meses de vida textil sin “abujero”- una de esas monedas de la efigie gordinflona del dictador con voz de pito exagerada y se la ofreció a la tierra seca de la parcela a cambio de un par de girasoles con pipas “ya hechas”. La madre naturaleza no le hizo ni puto caso, como tampoco quiso hacérselo su mamá cuando él volvió al nido y le explicó por qué se había ido de casa sin decir adiós, soy libre) (Siempre que enciende el móvil la parte inorgánica de su cerebro o inteligencia se activa para poner en funcionamiento mil y una ficciones de alcance evolutivo y/o operativo claramente nulo, soy libre) (Aquí abajo la gente habla sobre la mala leche que tiene Lou Reed. “Menudo gilipollas, el neoyorquino. Quién coño se habrá creído que es. Con la de pasta que ha ganado ya podía sonreír un poco más, ¿no?”) Sí, aquí abajo parece que le conocemos muy bien, que nos vamos de copas con él a diario, ¿sabes? Aseguran algunos que fueron testigos de boda en su enlace nupcial con Laurie Anderson, la Sonrisitas, el complemento ideal. Sí, en este planeta pelotudo una mayoría sabe y opina de todo, otro cáncer social que solo puede conducirnos hacia la extinción absoluta. Cuando reinen los biónicos ya no lo único en lo que necesitaremos ser expertos será en la dinámica del botón de encendido y apagado de la máquina gobernante. Aunque tal vez ya lo seamos, desgraciadamente, soy libre) (Su tío hortelano reinventado y marino mercante retirado sabe que algún día morirá como tenemos que palmarla todos obviamente todos menos Kissinger al parecer y entonces diremos de él que “sabía” escribir con la mano diestra y dibujar con la izquierda y que cuando D. era un adolescente casi púbico lo acogió en su casa las cuatro sesiones que duraba antes el verano y es que dos semanas atrás tanto D. como sus amigos Julio Moncho y el Ya-no-me-acuerdo-de-su-nombre se quedaron como castigo sin verano porque habían saltado la valla del colegio pijo privado de al lado un domingo para colarse en la enfermería tan chula que tenían y derramar todas las botellas de alcohol puro antes de encender unas cerillas y permitirlas entrar en contacto fatal con el líquido desparramado al mismo tiempo que tumbaban unas cuantas estanterías a patadas estilo Stielike o Rubén Cano de fármacos y otras cosas blancas y verdes todo esto diez minutos antes de salir pitando y doce minutos y veinte calculo antes también de ser descubiertos por un guardia jurado que parecía haberse despertado ya de su generosa siesta profesional dominical y que por desgracia conocía a la madre de Moncho porque ¡hay que ser gilipollas! ella trabajaba en ese colegio de profesora de dibujo “Oye Moncho tu madre para lo vieja que es está que te cagas ¿Por qué no le pides a tu vieja que me regale un autorretrato?” y le cuente a la directora a la policía y a sus padres lo que acababa de ver y un día diez horas y veinte minutos antes de que las partes adultas con voz voto y monedero involucradas decidieran por consenso universal limitado que estos cuatro desalmados además de quedarse sin verano azul iban a conseguir que el talonario de sus padres corriera con todos los gastos atribuibles en concepto de puta reparación de daños causados al colegio de pijos privado o privados de al lado lo cual le hizo gracia a su tío el hortelano y dueño de centro de acogida familiar veraniego porque odiaba a
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ese mismo padre abonador de deudas ajenas que compartía el primer apellido con su sobrino o esa era la impresión que le causó a D. según intentaba dormir por primera vez en cama nueva en el coqueto piso de su pariente sito en C/ Jorge Juan, 36, esquina otra calle o avenida más de general de la División Azul y le agradecía también a los dioses del Opus Dei y de Cristo Rey que su padre no le hubiese partido la cara a guantazo limpio o hubiese conceptualizado mentalmente la idea de acabar con la existencia insignificante de su producto genético dándole con el cinturón de la hebilla cabrona en sus cachas blancas y dodotis, soy libre) (Quizás porque decía su mamá que a él siempre le gustaba llevar la contraria, pensaba que las monjas del cole que se dejaban el bigote eran las mejores o, como decía su amigo y compañero de pupitre masacrado Emilín, las menos peores. Allí, como a veces nos cuenta la historia escolar de la nación, cualquier bicho viviente con uniforme azul y menor de diez años, podía o se fardaba de jurar que las monjas más malas eran las que no se afeitaban. Pero él, no. Parece ser que sabía, más por intuición que por ese tipo de conocimiento de base dudosa que dicen que nos otorga la vida según vamos perdiendo pelo, que las que lucían vello facial lo hacían porque ya habían aprendido a resignarse a la vida de claustro y que por eso se habían vuelto más permisivas y un tanto encantadoras con los chavales. Las otras, no. Seguían retocándose un poco como en la vida laica y lo más jodido era que en cuanto tenían que lucir hábito se volvían unas insoportables del copón que a la más mínima ya te soltaban un bofetón en medio de la clase revitalizando así el jolgorio entre los testigos y la vergüenza un pelín interna del niño de la cara marcada. Pasaron los años y él nunca llegaría a fiarse de Madre Teresa, la albanesa, soy libre) (Me gustaría prácticamente imposible resumirles en lo que nos queda de cuento entre paréntesis lo gran hijo de su santísima madre que era V. C., Viejo Cabrón. Les contaré a modo de puntilla y porque tampoco es que nos apetezca por este lado anglosajón de mi vida volver a regañar con un psicoanalista que él era tan hijo de puta que dejó todo lo que le quedó en materia de parné tras haber despilfarrado más de la mitad del mismo con la compra de una tumba que, por cierto, nadie quiso visitar nunca, a cuatro amigos suyos que habían fallecido antes que él. Una cosa quedaba claro, él no creía en la reencarnación; otra me daba pavor: parecía que no le aterrorizaba la idea de compartir letrina allá abajo con Adolf, Benito, Emilio B. y Francisco. Aunque si esto último es cierto, ¿cómo es posible que el anciano mamón no dejó nunca de ir a las Angustias a misa de 8 un día sí y otro jodido también? ¿De qué clase de juego sucio o ritual sádico se trataba? ¡Si a ti no te va a salvar ni Dios! Me gustaría tener la oportunidad de poder despertarle para preguntárselo algún día, aunque, como se ha mencionado ya en esta parrafada, su tumba, en el cementerio más feo del mundo allá en las sucias entrañas de la M40, da alergia de estómago y cáncer de espíritu, soy libre) (Ayer le paró un mendigo eslavo en Sydney Street para ofrecerle un trato “!chachi”, como decía el anciano ese cabrón de la tumba del cuento entre paréntesis anterior. El pobre hombre pobre y pobre le ofreció dos galletas de chocolate a cambio de un cigarrillo. Rechazó la oferta y le dio todo lo que llevaba encima. Desde el punto de vista del capital ambulante, podía concluirse que se había quedado solo con lo más elemental: la vida.
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El mendigo partió contento con su cigarrillo a medio encender coronando dos labios resecos. ¿Había entendido que acababa de convertir a un tipo desconocido en un ser generoso accidental? A los veinte minutos, el ciudadano reconvertido, rumboso accidental, ya no lo iba a ser tanto. Había encontrado un cajero automático de esos que llevan enanito encorbatado dentro y se dispuso rápidamente a subastar otro cachito más de su alma exprimiéndole a la caja mocos verdes insípidos y secos, soy libre) (detestaba la descripción de escenas y paisajes en novelas. Cuando escribía, lo hacía yendo directo al grano según se iba trazando en la vertical del escritorio una línea invisible que unía a impulsos la punta de su bolígrafo con el corazón del meollo, generalmente el suyo, siempre presente y vociferón. Si no que se lo preguntaran al maestro Fuentes, pensaba él con suma discreción para evitar las leches de la crítica, que la había cagado unas cuantas veces en el Artemio por culpa de dos o tres descripciones innecesarias. Por lo general le echaba la culpa a las hojas con línea, porque decía que corrompían, estorbaban y frenaban al impulso creativo. Pero peor aún: ¡imagina si tuvieras que escribir en papel cuadriculado como ese que usábamos en la escuela en clase de matemáticas mientras aprendíamos a quedarnos dormidos con los ojos abiertos! <<Rumbo al mar, el río ensanchaba su respiración y acariciaba masas crecientes de helecho y platamar. La maleza parecía más alta que el cielo, porque éste era plano, reverberante, bajo. >> No, así no, soy libre) (Lo primero que debe decírsele a un niño que ha nacido en casa de pobres es que, además de no tener la culpa de haberse apeado en un rincón así, desgraciadamente tampoco podrá tener nunca ni una patria que lo proteja, ni banderitas que lo hagan sentirse orgulloso -descontando las del fútbol, claro, otra pura ficción mercantil- , y que ninguna afiliación política que se le antoje le va a devolver nunca esa patria porque la gente como él o ella –a la población cabrona le apetece más clasificarlos como “ello”- ni ha contado ni va a contar jamás. Sin conseguimos, pues, que los chavales de las zonas menos favorecidas económica y socialmente entiendas esto, lograremos también que buena parte de ellos acaben inclinándose a la hora de votar, por ejemplo, por ese tipo de alternativa política populista que conoce a las mil maravillas el arte del abuso y la manipulación de la gente más desesperada. Concluyendo: tú que naciste en casa de nadie y de nada, que sepas que eres un paria sin derecho a voto ni pasaporte emocional o social, que sepas que no te quiere nadie ni respeta nadie que tenga más que tú y que no te quiera viviendo en su barrio, y que sepas que únicamente aceptando esto que te acabamos de contar, podrás algún día ser libre, como yo, también…, soy libre) (Por supuesto que hay lista de espera en el cielo. A mí qué coños me vas a contar, ¡si la configuro yo! Y no, no se aceptan chantajes. A Dios no me Lo toca ni dios, soy libre) (“Cuando yo muera”, le dijo a su mamá esa noche del 23 de Febrero antes de irse a la cama, “quiero volver al mar”, soy libre) (Yo solo deseo hablar sobre cosas alegres y bonitas, aunque a menudo se me retuerce la estilográfica y me salen cosas del estilo “Dicen que su padre se hizo estrangular para que su difunta mujer pudiera cobrar no sé qué póliza de seguro de vida. A mí me ha dado por pensar que se lo cargaron los vecinos de la barriada donde vivía porque hacía ya mucho tiempo que corría el rumor que él andaba manoseando a las niñas cuando las pillaba a
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solas en el garaje y en el puto ascensor”, soy libre) (Aquí es cuando entra el Fausto de Liszt y a mí no se me ocurre nada que escribir porque mi incubadora intelectual solo quiere ofrecerme o plagios o un surrealismo desfasado y patético, soy libre) (Ocupan tres cuartas partes del terreno celestial aves y, sobre todo, ese tipo de insectos que quisieron darlo todo, soy libre) (Ahora espera el alma muerta que en vida trató de ofrecerle al cuerpo que ocupaba una personalidad agradable. Espera, ella, sin inquietarse, cuando comprende por fin que gaviotas y pájaros también se han ganado el derecho a usar su calva como blanco de tiro. Dicen que lo que se caga en el cielo no se recicla nunca, soy libre) (En este país un 43% de los primates que vamos a trabajar, que ligamos y tenemos hijos, que permitimos que el banco nos robe a diario y que el gobierno destine el dinero recaudado público a la subvención de armamento innecesario, que abusa con regularidad de mujeres, niños y extranjeros indefensos, que habla discretamente con la soledad de la barra anónima, que juega a la lotería porque quiere ser como “ellos” y que demuestra una falta prácticamente absoluta de conocimiento cultural, científico, filosófico y psicológico, asegura que ha sufrido alguna vez algún trastorno mental diagnosticable, soy libre) (Vertientes ineludibles de mi pensamiento contemporáneo: me he vuelto un viejo. Así, de repente, all in a sudden, como dicen por aquí. Aunque, en honor a la verdad, debería confesar que yo ya era un viejo antes de desembarcar en este globo terrestre caótico, y hoy me he dado cuenta que no es que lo siga siendo, y más, sino que en este proceso arbitrario de envejecimiento prematuro ya se ha tocado techo, mejor dicho, suelo, y que me fastidia y duele tener que sobrevivirlo, el techo, the ceiling, bebiendo cervezas pijas y refinadas de señorito inglés a dos palmos del retrete porque mi vejiga, a nivel gravitacional, también anda como yo, en este caso, por los suelos, como buscando precipitadamente cementerio y funeral. Si no me creen, vayan y pregúntenle a mis compañeros invisibles de soliloquio; sí, a esas mismas siluetas egregias que no saben contener la risa cuando me alejo del lavabo con la bragueta abierta -¡para qué molestarse cerrándola!- y descubren sin sorprenderse que dos o tres chorritos de algo que huele a ácido úrico mal secado o escurrido ha humedecido descaradamente la parte más visible del pantalón, si es que andamos mirando con la lupa de la curiosidad de cotilla letal. Vertientes ineludibles de mi pensamiento contemporáneo: ¡Pero cuántas veces voy a tener que decirte que no escribas cuando estés borracho, so cretino!, soy libre) (Pensamiento abstracto contradictorio: Una precisión--------à (yo no) bebo todos los días que objetivamente (no) puedan clasificarse como tal, soy libre) (En esta tierra no hay nada, solo árboles, dijo la NADA o la NOTHING (antes de volverse como nosotros, soy libre) (A modo de disculpa, porque era el cura Rogelio una mierda de dimensiones rigurosamente cuantificables, este hombre de negro eterno se decía si se había atrevido a comparar la carga pecadora de la cola creyente que acababa
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de confesar con la suya propia, que a Dios, a su dios, se le podía otorgar cualquier cosa o característica menos un perfil cósmico, inteligente y uniforme, soy libre) (Del período 1953 – 2007 nos queda una matización transcendental que tenemos el placer de añadir tras estos dos puntos: con su presencia mitad chistosa, mitad tenebrosa, consiguió sin habérselo propuesto nunca arrancarle una sonrisa al niño, apaciguarle la ansiedad al farero, intimidar al tirano, confundir al hombre de la sotana (¡Ay, don Rogelio!) y reducirle el tamaño al dedo índice del político corrupto. Hablamos del payaso, claro, soy libre) (A última hora, o, para ser más precisos, cuatro minutos y treinta y siete segundos antes de abandonar la que había sido su casa durante más de medio siglo, y mientras simulaba que empaquetaba los bártulos y necesidades materiales aparentes antes de ser transportada como ganado porcino a la residencia (del latín residere, o quedarse de una puta vez y para siempre, siendo su prefijo “re”, obviamente, o intensificación más o menos a golpes si les apetece, y el resto “sedere”, de sentarse, como el que calienta el culo en una cómoda sudada y casposa hasta que la muerte lo reclama y lo extrae definitivamente de esta vida de mierda) de ancianos molestosos y en vía de escaso desarrollo sobrante, se le ocurrió a ella, a Milagros-ya-no, que tal vez si en vez de ordenar sus cosas en la cama para meterlas en las cuatro cajitas que le había dado su hija y finiquitar así la mudanza a la otra vida, también de mierda, en Auschwitz, lo desparramaba por el suelo de la habitación como hacían los niños con sus regalos en Reyes y porque, al fin y al cabo, ella también era una niña o de eso mismo la habían acusado la última vez que se quedó encerrada en el cuarto de baño porque al parecer ella ya no reconocía o recordaba el mecanismo de apertura interior de la puerta de los cojones de siempre, tal vez podría así retrasar temporalmente su ingreso en el campo de exterminio. “La gente mayor siempre tenemos todo muy ordenado. Un poco de desorden seguro que los desorienta.” “¡Pero mamá, ¿todavía estás así? ¡Menudo desorden! ¡Si ya está el taxi abajo esperándote! Venga, venga, que ya lo hago yo”, al habla Johanna Maria “Magda” Goebbels, soy libre) (Estamos, aunque sea innecesario recordarlo, ante la cultura de la barbarie o barbaridad impulsivamente analfabeta. De aquí ya no puede salir nada peor, lo cual no deja de ser para algunos tristones una especie de paradoja apetecible y dulce como la última cesta de fresas orgánicas, soy libre) (El 18 de agosto del 2015 muere decapitado después de haber sido interrogado y torturado durante un mes por esos locos cavernícolas del Estado Islámico, Khaled al-Asaad, arqueólogo y Director de Antigüedades de la ciudad siria de Palmyra. Al-Assad tenía 83 años el día que fue ejecutado en una plaza pública tras haberse negado a revelar dónde se habían escondido los tesoros históricos de la ciudad. Su cuerpo fue colgado de un semáforo, con la cabeza seccionada a los pies y un cartelito de mierda colgándole del pecho en el que algún imbécil había escrito los supuestos crímenes cometidos por este anciano sabio y bonachón: apostasía y espionaje. Si usted piensa como yo y cree en el poder disuasorio de la ironía cuando se intenta entender el comportamiento del animal humano mas animal, tal vez le haga gracia saber que esos mismos trogloditas incivilizados de ISIS que van destrozando
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monumentos históricos allá por donde creen ellos que su paso será vital, cuentan por otra parte con su propio equipo de arqueólogos y especialistas en tesoros históricos porque conocen a la perfección lo bien que funciona y lo rentable que es el mercado negro internacional de arqueología que paga en dólares, euros, libras esterlinas, etc., soy libre) (Cuando Adolf llama a golpes a la puerta, el artista es el primero en salir pitando por el balcón, soy libre) (Madrid, ciudad que cobraba la sombra a sus árboles. Dijo que no y se plantó en París con 53 francos en el monedero que le había regalado el abuelo Gregorio, las Meditaciones de Kafka y un agónico presentimiento de última hora: En aquella ciudad también iba a encontrarse con cazadores que nunca habían cazado nada porque madrugar les daba miedo y ya quedaban pocos esclavos en occidente con ganas de prepararles una tartera al señorito a las 4 de la mañana. A las dos semanas de haberse plantado en la glorieta que todavía asfixia al Arco del Triunfo, hizo autostop hasta Lille, ciudad de nubes bajas y con olor a humo de chimenea industrial. Por fin, creía él, siempre inocente y abierto a cualquier especulación sentimental proletaria, ¡un espacio anónimo donde podía imaginarse anímicamente renacido y (soy) libre) (Siempre que sonaba Wagner en la radio le resultaba prácticamente imposible no imaginarse al cartero Adolf corriendo y esquivando bombas y proyectiles claramente mal lanzados mientras éste iba repartiendo el correo de trinchera en trinchera, soy libre) (He de confesaros que estoy bastante nervioso porque dudo mucho que la cena de esta noche vaya a salir bien. Aunque conozco un poco a algunos de los comensales –especialmente a aquellos que se dedican únicamente a comer, guardándose su opinión y comentarios con una consistencia envidiable-, mucho me temo que esos invitados que nunca sabido callarse dos palabras juntas y con los que apenas he tenido relación elijan la cena para expresar, con violencia o no, lo que opinan tanto de mí como del resto de la tropa agasajada. Me preocupa más que nada lo que tengan que decir Depakote, Lamictal, Xanax, tal vez Ativan, el tonto de Clozanil, Zyprexa y, cómo no, Lithobid, quien nunca sabrá perdonarme el no haberle invitado antes a ninguna de nuestras galas gastroneuronales anuales. Pero tal vez yo no debería agobiarme tanto de antemano. He de permitirles, pues, a Alá y a mi encefalograma plano que dirijan ellos la parranda para que me sea así concedido el honor momentáneo de relajarme desde mi poltrona central, soy libre) (La primera vez que Franc fue a un concierto de Adolf, el manager, un tal Friedrich Rainer, le invitó sobreexcitado al camerino en uno de los intervalos (corría el año 1978 y cada concierto duraba de media 33 horas) porque a él le ponía cachondo la madre del obsequiado y quería complacerla con detallitos como aquél, y porque, por otra parte, la del bigote gracioso, al genial flautista austríaco, le encantaban los niños de bien con un toque frágil a lo Proust o a lo Chopin. “Tú tienes una cara linda de asmático”, le dijo Adolf mientras lo iba desnudando delante de uno de los espejos iluminados del camerino. “A mí sólo me gusta mirar y que no me toquen”, respondió el chico con voz tímida. “A mí también, muchacho.” “Son las 12 y quedan solo diez minutos para el siguiente acto”, dijo el único reloj del camerino, doradamente hortera gracias a su estilo Rococó, que es el estilo de los tontos que nunca han entendido bien cómo funciona un reloj por
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dentro, para desgracia de todos aquellos que habían aprendido a escuchar sus maniobras mecánicas pedantes siempre en silencio porque era él, ello, ese artilugio dorado, burgués y con más ondulaciones que los homenajes al mar de Debussy, quien o lo que realmente mandaba en aquel sótano de los camerinos del amor artificial entre universos paralelos que se subastaba con mutismo papal, soy libre) (Quiero que te tomes un descanso, que salgas a la calle por fin, encuentres un descampado, te sientes sin quejarte como una vieja de pueblo, enciendas un cigarrillo ahora que nadie te ve o se cree la Gestapo, abras los ojos con un 25% más de intensidad espiritual y que alces la cabecita y busques un rincón sin nubes en el azul inquebrantable celestial por donde se pueda colar esa parte ya relajada de tu pensamiento o ideario mental en su estado natural puramente inquisitivo, y se cuele de vuelta una teoría fresca pero contundente en su planteamiento teórico que estoy seguro que te va a ayudar desde a enfrentarte a la vida de una manera mucho más lógica y/equilibrada. Que sepas que si la esclavitud es una condición innata, entonces Dios es el único dueño y capataz de esta mierda de plantación, soy libre) (Pues parece que la cena va bien. Después de un entremés vago en su contenido y presentación, Lamictal se salió al argumentar que ya en el 400 antes del tipo ése de las sandalias de esparto que olía a pescador, Hipócrates había recetado opio como tratamiento casero contra cualquier dolor, hecho o dato éste nada “inusual”, según el imbécil de Clozanil, quien haciendo alarde de sabio en categoría de honor, nos explicó si mover un músculo de su cara de gilipollas que esos locos con tinta negra en la ropa de los sumerios ya usaban el contenido líquido de la cabezota de la amapola en casa de ricos justo dos milenios antes de Jesusitodemivida, soy libre) (Desde que conocí a J. C., el mejor poeta de su generación, siempre he querido imaginármelo con barba. Se la merece. Aunque también es cierto que ya la llevaba cuando mi madre le daba de merendar el pecho para callarle la puta boca porque los demás invitados a la típica tertulia de sobremesa también deseaban contar uno o dos cotilleos y el pelele de mi amigo es que no paraba, tío. Eso sí, qué lujo para todos los analfabetos de sencillez intelectual inclasificable como yo haber podido escucharlo recitar cuando soltaba el pezón de mi vieja y con las barbas todavía húmedas nos volvía a regalarnos uno de esos obituarios líricos suyos de rima asonante cualquiera: Gritaban tanto que solo oíamos el silencio. Recién cumplida la mayoría de edad, usó parte de los ahorros de la familia para comprarse una cabañita de nada en McAlester, Oklahoma. Allí dedicó cuerpo, alma y una generosa parte del hígado a estudiar y traducir al idioma de Anacleto la obra del único hijo ilustre de aquella fea ciudad: John Berryman, otro poeta también barbudo de nacimiento que, como mi amigo, supo poner fin a la tiranía de la botella medio vacía tirándose desde un puente. La última vez que tuve noticias de J. C. fue gracias al, hasta entonces, eficiente servicio público postal inglés que, en trece días y cuatro horas remitentes, consiguió que aterrizara sobre mi mesa de todo menos de estudio una postal con sello yanqui blanco y negro de la Estatua de la Libertad. “Amigo Daniel: Una mala parte de mí va creciendo mientras otra va muri…”, soy libre)
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(En 1986, Columbia Records le da la patada al Hombre que vestía de negro. Ella ya no necesitaba aprender más, se lo sabía todo sobre el mundo de mierda que le había tocado vivir, sufrir. Tenía solo catorce años, una radio portátil, un par de sostenes que con poca convicción su madre había elegido para ella, muchos gritos en casa y una retahíla de horas a oscuras y en silencio con el orangután responsable de haber contribuido con sus espermatozoides casi tres lustros atrás. El capitalismo era eso: un tejado con cuatro ventanas sucias a cada lado y la inocencia de gran parte de los inquilinos violada con consentimiento, lujuria incontrolada, rencor y la avaricia que dominaba cada capa de la sociedad y de sus infiernos subterráneos, soy libre) recuerdos lo acompañaban a uno en un momento cualquiera álgido de su locura de escritor solitario, soy libre) (En 1986, Columbia Records le da la patada al hombre que vestía de negro. Ella ya no necesitaba aprender más, se lo sabía todo sobre el mundo de mierda que le había tocado vivir, sufrir. Tenía solo catorce años, una radio portátil, un par de sostenes que con poca convicción su madre había elegido para ella, muchos gritos en casa y una retahíla de horas a oscuras y en silencio con el orangután responsable de haber contribuido a la causa con sus espermatozoides casi tres lustros atrás. El capitalismo era eso: un tejado con cuatro ventanas sucias a cada lado y la inocencia de gran parte de los inquilinos violada con consentimiento, lujuria incontrolada, rencor y la avaricia que dominaba cada capa de la sociedad y de sus infiernos subterráneos, soy libre) (Desde la esquina MCD de la sala 67 del infierno quiero confesar que fui un hombre que pudo haber sido en vida muchas cosas pero que éstas se me rebelaron y acabaron siendo esa misma persona que, era yo, o eso me creía. Aunque en un principio yo las había preconcebido o imaginado, nunca pude dominarlas y es así que ellas se sublevaron finalmente y me relegaron a un plano secundario y vergonzoso que, entre otras muchas coces punitivas, incluía un estado permanente emocional de depresión profunda que iba acentuándose según se consolidaba mi condición de esclavo de las cosas. A modo de consuelo, y antes de que me sea ofrecido el mechero Bic cuya llama activará la pira final, voy a hacer caso a Sábato para jurarme que todo fue realmente útil, incluso las bofetadas que me dieron las cosas cuando se supieron vencedoras y a mí me dejaron sin nada o “con sin nada”, como decía mi hermana la pequeña cuando mamá le preguntaba de qué quería el bocadillo de la merienda, soy libre) (E venido ha hasustar ha la jente ke hamenudo se me sienta hatrásm kuando halguien me a pedido ke dé hun discurso y hacto seguido me da por temvlar hen la siya de hespera como hun makako ke no se a molestado hen haprender la lezión ke le a tokado presentar hen huna hahula de kolejio de kuras kon gafas de sol i vigote fascista. La memoria de las faltas de hotogragía es empecinadamente autobiográfica, soy libre) (Contaba la lengua creyente neoliberal que a los ateos y a los agnósticos se nos tenía reservado un infierno sin puertas al que se llegaba desde el cielo después de un vuelo recopilatorio de doce horas ininterrumpido por autopistas celestiales especialmente diseñadas para que ni un solo tramo resultara apacible, soy libre) (Un día “cualesquiera” de hace mil años me contó Pepe Gotera en el Bar Cheval de la calle Ballesta que los neoliberales nunca iban a cambiar de “hopinión” porque todavía follaban con los ojos cerrados tanto en la cama como en los consejos de dirección, soy libre) (En aquellos años dorados de la Muerte cualquier cosa, menos el afán de lucro, se le podía achacar a ella. No debería sorprenderle a nadie averiguar, entonces, que su motivación principal fue un insaciable apetito sexual. Y es que con cadáveres y ánimas extraviadas se lograba hacer el amor con excesiva facilidad; es decir, sin complicaciones ni ataduras espirituales o éticas que pudieran después convertirse en una carga insostenible. No puedo si no pensar en aquella noche húmeda y fría en la Marsella de 1991 en la que los dos acabamos jodiendo. Tanto ella como yo íbamos por la vida sin un duro, aunque por razones claramente divergentes, y el hambre me andaba matando
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a mí, por una parte, y haciéndola sufrir a ella porque sabía que mis costillas no iban a soportar el peso de sus embestidas –sí, la muerte está cachas- antológicas a la hora de sacarse del bolsillo el profiláctico. “No te preocupes, D.”, me susurró al oído según me bajaba la bragueta para jugar con mis genitales en un portal del Barrio de los Anticuarios, “que cuando acabemos esto voy a salir a conseguirte algo de comer”, soy libre) (Se calcula que un 2% de nuestra mierda genética moderna la heredamos de los neardentales hace 60 mil años cuando, desesperados como andábamos porque la caminata ya estaba durando demasiado y nadie nos había pagado ni un puto duro, nos acostamos con ellos para saciar de ombligo para abajo nuestro corrosivo apetito sexual, soy libre) (“A este mundo de mierda solo me lo pone tieso la razón y ese tipo de voluntad personal que se necesita, según Schopenhauer, para ejecutarla”, pensaba Geli, aunque sería justo confesar que ella nunca pudo ni supo leer un puto libro del rey del rock´n´roll romántico alemán. Había abandonado parcialmente sus estudios de música para dedicarse a tiempo completo a esconderse y a esperar en un pisito pijo de nada de Múnich a su amado tío Adolf. El 18 de septiembre de 1931, el bigotitos monotesticular, hastiado de tanta queja y tanto ímpetu amoroso de su sobrina, le partió la nariz a fustigazos poco antes de marcharse de viaje a Berlín presumiblemente para atender uno de esos banquetes que tanto odiaba pero de los que no podía ausentarse porque sabía que el talonario burgués del comensal de turno no se lo iba a perdonar. Al par de horas, su chica, como dicen los cuarentones y las cuarentonas que no saben ligar, ella empuñó la pistola que su amante vienés guardaba en un cajón de la mesilla del amor, se acercó el cañón a su pecho izquierdo y se pegó un tiro romántico pero fatal en ese órgano vital en donde empiezan y suelen acabar, también, todas las gilipolleces. Tenía 24 años y su tío rozaba el doble de edad. En el entierro contaban las malas lenguas (que conste que por lo general éstas siempre andan acertadas porque, como solía pensar Geli antes de quitarse de en medio, vivimos en un puto mundo de mierda y el rumor no es más que uno de sus típicos preámbulos infantiles con olor a ventosidad gaseosa) que ella se había liado poco antes con uno de los guardaespaldas de Adolf, soy libre) (Fíjese usted, señoría, que siempre ha estado de moda echar de menos tiempos pretéritos. Como niños cursis que se han negado a crecer, esas tristes personas que lo adoran, por lo general también inmaduras tanto de paquete como en lo que concierne al apartado psicológico, suelen invocar el nombre de algún político o futbolista retirado, de este o aquel otro escritor, de fulanita la de la tele en blanco y negro o menganito el de las pelis de indios y vaqueros, etc., como si todo lo que se moviese actualmente sobre el cuidado césped del campo de fútbol de la vida moderna careciera de estilo, ética, profesionalidad o, ¡muchísimo peor!, de personalidad alguna. Pero fíjese usted, también, señoría, que algunos de estos egregios imberbes han llegado incluso a cambiar su modelo de plasma televisivo de cuarenta mil pulgadas por otro aparatucho, preferentemente de la casa Telefunken o de la Grundig, porque les satisfacía enormemente ser dueños y testigos del pobre coeficiente intelectual televisivo y en blanco y negro reproducido por una vetusta caja tonta de programación limitada a doce horas. Así, su señoría, juran ellos y ellas que se pasarían lo que les resta de vida. Así, claro, hasta que desde la
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ventana de su ático pocholo, estos amantes del papel higiénico marrón vieran aproximarse en la distancia a las naos invasoras vikingas. Señoría, esa cagada regresiva de mis compañeros de especie ya ha empezado a soltar su pestilente olor. Mucho me temo que a nosotros, a la gente normal de cejas para arriba, no nos va quedar otro remedio que seguir soportando el efecto negativo de dicha defecación sentimental retrógrada y que, como tantas otras veces que el simio con gafas ha osado a pifiarla de idéntica forma, nos va a tocar del mismo modo limpiar lo que quede de mierda sobre el pavimento de este encoñamiento de vida que Darwin nos ha regalado, soy libre) (Anacleto nació, según me han contado, en 1953 en un pueblecito de nada de la provincia de Burgos a un par de kilómetros de Aranda del Duero o, si lo prefieren, del averno. Hasta aquí, todo bien o, quizás, todo muy sencillo. Ahora, y al grano, piensa Anacleto que si Boemia se escribe hoy en día sin hache de habichuela es porque se le ha caído del hambre que la gran mayoría de los escritores y poetas, de músicos y artistas plásticos y, en general, de cualquier persona con complejo de tendencia creativa, pasan hambre un día sí y las siguientes dos décadas también. Ahora, no hay nada de todo lo estipulado por Anacleto que a sus lectores nos haya parecido ilógico o irrazonable, salvo tal vez el sospechoso ímpetu que este detective y escritor, acusado un millón y medio de veces por la feroz competencia de plagio desenfrenado, ejercita cuando enfatiza dicha minusvalía ortográfica contemporánea en la segunda consonante de la palabra en cuestión, otrora ésta comodín semántico de vagos, maleantes, niños de papá y yetis de melenas largas, barba sucia y flores de papel como las de Jerry García. ¡Ay, Daniel! ¿Por qué te contradices tanto? soy libre) (Tal día como hoy dejé de escribir hace catorce años. Como un tonto que no ha leído nunca a Catulo, me dije que ya iba siendo hora de experimentar con los huevos del asno. Eso ya lo habían hecho miles de escritores antes que yo. Por eso dejé de escribir, porque la había pifiado y me resultaba más que obvio que yo necesitaba otros doscientos años de lectura voraz. <<Sobre la nada se ha escrito ya todo lo que era necesario saber. Ahora solo falta que el humano angustiado aprenda a olvidar lo aprendido>>. Ahora que la palma de la mano por fin no me huele a sudor de bolígrafo, mis cuartillas se rellenan automáticamente con el aroma, los colores y las formas de ese rinconcito desordenado pero encantador que es el patio de mi casa “en particular”. <<Nada más baboso y cicatrizado que la lengua del proselitista profesional que nos quiere vender la nada a cualquier edad. De nada en nada, como ese tartamudeo incorregible del cuervo de Dios, del Convus puto corax exterminador que paliaba con su presencia coñazo el instinto aniquilador de Ted Hughes. Rifarse la nada entre nuestros hijos es quitarle décadas al calendario de la vida>>, soy libre) (Nida en su alma una pena babosa de color naranja oxidado como el de los calzoncillos de posguerra que nunca pidieron atención o lavado alguno. Nida dicha lástima cuasi comatosa en el alma de Dios, que es a quien me refiero, sin necesidad por mi parte de tener que justificar aquí dicha referencia, y que es, también, uno de los pocos personajes supuestamente ilustres, ¡superhéroes!, con los que he tenido alguna vez la suerte o, según se mire, la puta desgracia de encontrarme, ocurriendo dicho encuentro en la madrileña Plaza de Dalí a la vuelta de mi periplo de vagabundo por Aviñón en año olímpico. Sin
18 pedir permiso ni ninguna licencia de ocupación furtiva de asiento primero se me sentó el Gran Caótico Arquitecto Celestial al lado y, acto seguido, o acto divino, si prefieren, empezó a hablar con ese tipo de desfachatez insolente que solo saben exhibir esos contertulios improvisados que ni quieren ni pueden pasar del monólogo o diálogo a una sola banda. Mira que andaba sobrexcitado Dios ese verano porque iban a santificar, o tal vez beatificar, que ya no me acuerdo, en Roma a Monseñor Escrivá de Balaguer, y él, Él, Ello o ello me juraba que se marchaba de peregrinación a la ciudad santa a presenciar dicho reconocimiento canónico y que solo de pensarlo se le iban, también, a saltar las lágrimas con la misma facilidad con que se le saltaban a la de Cepeda y Ahumada cada vez que él, Él, Ello o ello le hacía supuestamente el amor con forma de llama inodora. Como su chaquetita y pantalones de franquista medio reciclado no servían para el camuflaje social, y en vista de que yo seguía sintiéndome más viejo y cascarrabias que lo joven y feliz que me siento hoy en día, le contesté, a modo de bofetada anticipada, que yo había conocido a muchos separatistas vascos en los colegios mayores de la Obra en cuyas aulas de estudio siempre se supuso con incrédula fatalidad que yo repasaba las lecciones de la dictadura escolar, cuando lo contrario era lo único cierto, si es que los árbitros intergalácticos de la objetividad habían decidido tener en cuenta con qué incongruente rapidez mis ojos solían perderse en tierras imaginadas o, a ser posible, en la boca de Ana Curra y si no en la mirada castaña de Tesa Arranz. Pero Dios ni se enteró ni muchísimo menos quiso que le contaran que era menester cortés, moral y social responder con una o dos frasecillas a lo que se acababa de escuchar para que el diálogo siguiera sirviendo para algo. Ni un solemne pepino. El minuto siguiente lo dedicó a estudiar en silencio el comportamiento sexual de una perrita en celo que merodeaba a dos palmos de sus pantontolones de tergal gris, hecho éste que le facilitó, por cierto, ambas pregunta y exclamación con las que iba a concluir bruscamente nuestro soliloquio a dos bandas menos una: “¡Andá! ¿Has visto qué cachonda anda la perrita? ¡Mira cómo tiene de inflamado el coñito!”. “Se parece a mí: por más que cambie de juramento ideológico, sigue teniendo una napia en mitad del careto”. Pero esto no lo decía Dios; no, lo dijo Braque, soy libre) (“Dios no existe, no le da la gana”, me contaba María, la Zambrano, mientras yo hacía que buscaba a su gatito Leopardi en el alcantarillado de la Plaza del Popolo y ella, por su parte, hacía que no se enteraba. “Ya verás, Daniel. Un día de verano empezará la gente a saltar al vacío desde las Torres Gemelas de Nueva York, y los cretinos le seguirán pidiendo a su dios que se apiade de ellos. A mí solo me apetecería contarles que Dios no existe porque nunca le apeteció hacerlo”, soy libre) (“Se calcula”, estimaba Popolo, ente éste verde y ultraconservador cuyo único mérito en la vida fue el haberle permitido a un grupo de científicos calvos armenios que le secuenciaran el ADN a cambio de una parcelita romana con árboles de hoja verde ordinaria y vaina pecaminosa, como la suya, “que un 2% de nuestra mierda genética actual la heredamos de los neardentales hace hoy precisamente sesenta mil años. ¿Y sabes por qué? Porque tanta caminata como la que se estaban dando los tenía asfixiados y pensaban que la única solución era, en aquel momento, irse a vivir y a congeniar, ya me entiendes, con esos paletos de los campesinos, o sea,
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campesinos, o sea, nosotros, para, así, poder poner fin de una puta vez a tan cansino éxodo de ciegos sin bastón”, soy libre) (Sumido finalmente en una depresión intratable, Evelyn, el Waugh, se pasa al equipo de fútbol del barrio de al lado, es decir, al católico, en donde va a jugar de extremo izquierdo un par de temporadas hasta que el primer papa jipi decida que ya va siendo hora de cargarse la liturgia en latín y Evelyn, el Waugh, cuelgue, para bien de todos los amantes de ese espectáculo de masas hipocondríacas de fin de semana, las botas. “Lo cierto”, le cuenta mitad llorando a María, la Zambrano, “es que nos hemos vuelto unos vulgares. Pero ya todo me da igual, porque sé que me voy a morir esta tarde en el lavabo en cuanto me acabe mi té con pastas y me meta en esa habitación a llorar un día más. Solo le pido a Dios que tenga bondad de mí y me permita limpiarme el culo antes de que la sirvienta encuentre mi cadáver”, de futbolista chaquetero, soy libre) (“Daniel, ¿cuándo fue la última vez que viste sonreír a un empleado de una gasolinera?”, interpeló María, la Zambrano según salíamos de la pastelería para gatos mimados que frecuentaba para evitar que las vecinas más cotillas no la tacharan de retrógrada, “Nunca. Nunca los has visto sonreír. Yo creo que es porque en el fondo ellos saben que están más cerca que nadie del fin del mundo. Lo huelen, y todo gracias a esa facilidad que tiene el olor a gasolina para facilitar la confirmación de algunas hipótesis desgarradoras. Pero, por favor, avísame si ves a alguno sonriendo, porque te juro que últimamente estoy tan deprimida como tu amigo Evelyn, el Waugh, y solo pienso en suicidarme. Joder, qué ganas tengo de escuchar de una puta vez algo bueno, o güeno, como dice Popolo”, soy libre) (Sueña que hace cola en uno de los lavabos de la planta baja de un hotel de lujo londinense perteneciente a la cadena más evasora de impuestos. Se le acerca una muchacha indígena de pelo rizado castaño. Ella parece mucho más joven que él, aunque uno, cuando sueña con los ojos cerrados o no, nunca puede fiarse de ninguna estimación que quiera hacer. Él tiene prisa por abusar del retrete, pero la sonrisa de la joven nativa parece que va a relajarlos tanto a él como a la inquieta bragueta de su pantalón de tela azul. Ahora cualquiera diría que para ese tipo de cosas él parece que tiene todo el tiempo del mundo y lo que lleve completar un circuito de cien autopistas intergalácticas de recorrido intrazable. Y es que, a su edad, una conversación con una mujer aparentemente inconquistable ni tiene precio ni parece posible averiguárselo. Como diría un banquero tonto en su primera visita a Wall Street, la acción reclama su hora. Acerca su boca al cuello de la muchacha y, cuando parece que el mordisco ya es parte del guión onírico, aparece Borges y se mete en el retrete sin hacer cola ni la madre que lo parió. “Se lo merece”, dice alguien, tal vez un editor de derechas en paro. “Se lo merece”, se dice él según se despierta por fin feliz y con ganas de comerse cualquier cosa excepto este mundo de mierda inacabable. Es la primera vez que sueña con un superhéroe, dígase de paso. Lo del amor, ya es otra cosa, soy libre) (Johannes Gutenberg y Leopoldo María Panero se conocieron en un bar de copas medio vacías o, si se prefier, mal pagadas, de la carretera A13 que, como saben los que han viajado alguna vez mirando, une St. Margrethen con Bellinzona, y une también en algunos de sus puntos neurálgicos las ganas de pagar por sexo en un garito de carretera del camionero más solitario con
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las pocas ganas de ganarse la vida de cualquier manera de miles de mujeres explotadas de nacionalidad cuestionable. Dicen que desde ese primer vaso de vino de cuello inagotable que compartieron Johannes y Leopoldo María en aquel local de nombre impronunciable, la amistad que los une es, como diría algún pedante de pésimo salario en una columna de periódico regional, “irrebatible”, y que en época de hambruna los dos comieron de la misma lata de caballa, abierta o no. Dicen, también, que el mordisco a la hojalata sabe a lo mismo que al que se daba en época de posguerra a las monedas de cinco duros. Debe ser la capa de estaño que cubre al acero y el corazón del hombre hambriento. “La crueldad de la razón”, diría el de Mainz. “La claridad no se pierde nunca”, contestaría mirando a la lata semivacía el único bardo cuerdo de Mondragón, soy libre) (Lo que sí es seguro, al menos para mí, es que a diez días de celebrar su trigesimoséptimo cumpleaños, el célebre insomne Rudolf E. Fogwill paseaba a su perrita Rebecca a las dos de la mañana por un parque de Paddington y que a diez palmos de la salida, justo debajo de un arbusto de rosas horteras y rosas, porque así son todas las rosas nativas inglesas, según pensaba él, su perrita y la crítica francófona, descubrió, mientras encendía su pitillo número 62 del día o cigarrillo antepenúltimo de la jornada, un pie claramente seccionado porque le faltaba cuerpo que lo acogiera y por otra parte le sobraba sangre coagulada, moscas nocturnas, que las hay, y unas uñas largas del color del vientre de una mosca cuando ha sido aplastada con odio o, valga la media redundancia, mosqueo. Como él presumía de ser un vago impertinente decidió dejarlo ahí mismo, en ese punto geográfico en cuestión en donde su mirada se había encontrado al azar con el trazado anatómico nauseabundo del órgano perdido, y pasó napoleónicamente de comunicarle las malas nuevas a nadie, y muchísimo menos a la bofia de Scotland Yard, porque esas cosas llevaban mucho tiempo y eran una lata que solo se cerraba después de haber tenido que soportar tres o cuatro visitas a la comisaría de turno y de haber rellenado otras tantas declaraciones por escrito en papel amarillo y papel rosa recostados cada uno sobre otro de carboncillo. Además, hacía tanto frió y tedio aquel año en la capital del parné furtivo mundial que seguro que nadie iba a echar en falta ese pie ni muchísimo menos reclamarlo, como tampoco lo iban a echarlo de menos a él cuando a la decena de días muriera de un paro cardíaco pésimamente improvisado, recién cumplidos los 37 y en pleno vuelo de la compañía British Airways o agente comercial transportador que en la vida real, la de los tontos equivocados, iba supuestamente a colocarlo (él siempre se sintió mercancía) en la zona de control de pasaportes del JFK de Nueva York; como tampoco lo iban a echarlo de menos a él si alguien contara que durante el trayecto aeroespacial, y apoyado en caliente por un tal Chivas Regal 12, él había escrito en la página de crucigramas infantiles de la revista gratis, según se mire, de vuelo que si de verdad pertenecía a alguien aquel pie inmundo que Rebecca y él se habían encontrado en Paddington a diez días de su cumpleaños y a una docena de cumplir los 37 era a Dios, ese “chico tan imperfecto y casual como todos, ese nene tan vacío e insignificante como esta nada a la que parece que me dirijo ahora y te dirigirás tú también algún día, estimado lector de páginas insufribles de crucigramas en revistas de vuelo a ninguna parte”. Un pasajero
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gordinflón y claramente sudado para tan triste ocasión hizo de reverendo improvisado y le dio la extremaunción protestante, la cual, ha de escribirse siempre, always, separada o “extrema unción”. “¿Quieres decir algo?”, le preguntó al moribundo el hombre de falso negro.“No”, contestó Rudolf como pudo o quiso, “solo que si logro contarle algo, que sepa usted que lo haré como remendaba Teodoro Roosevelt: con suma delicadeza pero con la porra siempre a mano”, soy libre) (Cuando éramos enanos y vivíamos en la isla de San Fernando, y todavía no se habían inventado los helados digitales siempre que mi mamá no me daba nada o el siseo se me antojaba labor de raíz corrupta y yo no tenía ni para comprarme un polo de naranja en casa de la señora Lourdes, hijastra de Antonia Gilabert Vargas, la Perla de Cádiz, y nietrasta de Rosa la Papera, me juraba yo que si el dinero fuera gratis pagaríamos con sardinas, soy libre) (Intentaba Larkin siempre en vano al aconsejar a jóvenes poetas con menos de tres afeitados en la vida que, al hablar, la saliva no se le escapara a saltitos entre esos pasillos dentales de su vulgar boca que había marcado con tremenda efectividad la uña del tabaco y del brandy de mala cuna, dos vicios, éstos, que pensaba él se había ganado de sobra con su título de poeta con derecho a puesto honorífico de bibliotecario feliz. A veces, si no había bebido mucho y la saliva más rebelde se le antojaba sisa, al bardo de Hull que solía firmar como Brunette Coleman dos meses y media publicación antes de que su mujer sospechara que él le había sido infiel, le salían reflexiones de corte efectivo que más de un poeta de universidad pija iba a plagiar en verso una generación más tarde. Como decía el Padre Rogelio antes de darnos un torta, aquí va una: “Cuando estés deprimido y te apetezca cambiar de aires para evitar el suicidio, si puede ser, desplázate en barco a tu inédito destino porque las olas del mar se llevarán todas tus lágrimas antes de que puedas pisar la tierra que será tu nueva patria anímica. No viajes nunca en avión porque los vuelos son muy breves y aterrizarás con el corazón todavía ahogado en lágrimas. Aunque también soy partidario del viaje en tren, el problema que le encuentro, sobre todo al vagón moderno, es que la ventana ha perdido esa función centrifugadora inicial que tenía al principio, como te puedes imaginar, permitía la separación plena y expulsión posterior al exterior del líquido ocular salino más tristón. Ahora se lo traga ya todo, mal y a ronquidos el puto sistema de aire acondicionado”, soy libre) (Coltrane Plays the Blues. London Atlantic Records, 1962… No llegué a conocerte, un tumor nos arrebató tu presencia. Sobre ti nunca hemos sabido gran cosa: que si en el lecho de mierda-muerte le suplicaste a un pelele de ocho años que luego sería mi padre que fuese capaz y valiente; que si el dictador te humilló y prácticamente te remató quitándote todas tus condecoraciones militares –cosa que nunca me he creído; que tuviste un hijo ilegítimo con la media luna marroquí; y que eras casi mejor pintor que militar y que algunos coleccionistas intentaron sin éxito comprarle a mi padre ese autorretrato al óleo tuyo que presidía la pared principal del salón de casa junto a otros cuadros mediocres y un conglomerado ornamental hortera, patriótico y religioso. Sí, debiste ser un buen artista. En ese único autorretrato que pintaste un año antes de morir se nota tu toque de ingeniero militar de triste profundidad elusiva… DIARIO DEL ABUELO: <<Diario de las operaciones efectuadas por la Compañía a mi mando
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Compañía a mi mando del Segundo Regimiento de Zapadores en África. Años 1924 – 1925. Salimos de Madrid el día 10 de septiembre de 1924 a las 18.25h formando un grupo de dos compañías. Llegamos a Cádiz el día 11 a las 2 de la tarde. Embarcamos para Larache el día 12 a las 9 de la noche, en el Isla de Menorca. Llegamos a Larache el 12 a las 12.20. Día 6: Gran alegría. Los soldados del blokaus Leib han escapado durante la madrugada con sus enfermos y heridos, armamento y municiones. Dejaron dos muertos enterrados en el blokaus. Se han refugiado en Teffer. Esta tarde se retiró el blokaus Helia. Fue Mauriño voluntariamente con hombres y ganado de la compañía. Sin novedad. Muditis del Sr. Calderón.>>, soy libre) (Decía Art Blakey que el jazz limpia a fondo el polvo de la vida diaria. Pero la muerte siempre gana y, generalmente, con excesiva antelación, añadiría yo. Hablando de muertes, la más triste es la muerte tipo Lester Young o muerte Young, simplemente. En una habitación de mierda de un hotelucho de más mierda, si cabe, escuchando, menos los tuyos, discos de cualquier músico, como por ejemplo uno de Sidney Becket, y mirando, ya con medio cuerpo en la tumba, por la única ventana de tu habitación de mierda cómo va entrando la cola de aficionados en el club de jazz de la acera de enfrente, en esa misma sala en donde fuiste declarado dios en múltiples ocasiones hasta que el tiempo empezó a escavar tu tumba, tal vez con agónica precipitación. Morbus melancholicus. Señor enterrador, quédese con esta esta propina antes de que me selle usted la vida. “Caballero muerto, me temo que hemos cometido con usted un error garrafal.”, soy libre) (Toda mi colección poética –permítaseme esta licencia heroica- anterior también ha sido enterrada, aunque lo fue sin muestras alguna de espíritu agónico por parte del caballero firmante ni tampoco de comportamiento precipitado y fatal por parte del enterrador de turno. Si por casualidad, tal vez tras el paso de un huracán o como consecuencia de un terremoto, sale de la tumba que aparentemente la contiene una de sus extremidades con forma de hoja mecanografiada y se me presenta a mí la oportunidad, pues, de leer lo que tan nefastamente escribió mi mano manca pero no tanto cuando me creía o decía poeta, me aproximaré a dicha cuartilla extraviada o liberada como se acerca un papá neófito y celoso a la primera cagada sólida de su primogénito bebé; es decir, con la mano derecha tapándome la nariz, y con la otra bien extendida mientras temblorosa hace la señal internacional de stop, los ojos medio cerrados y a un paso lento y sigiloso para conservar la mayor cantidad de energía posible por si fuera necesario salir pitando de allí, soy libre) ( Desde que le pagan medio euro más por página recitada es innegable, ¡o casi innegociable!, que Naranjito se nos ha crecido tanto como fruto del árbol mediterráneo aquél como ciudadano con nómina y supuesto derecho a contar cosas de valor equivocadamente adjudicado. Desde el patio interior de la Academia Privada de Filósofos Escépticos Según Quien dicta, cuando la lluvia se lo permite y además se cree o imagina bien colgado de la rama del árbol mediterráneo aquél, otra vez, que lo sostiene, buena parte de sus memorias a un puñado de secretarios y secretarias voluntarios de edad envidiable que, cuando teclean con los ojos cerrados, juran para sus adentros que aquel ente anaranjado, calvo y redondito, por cojones tiene algo que contar, algo que decir con lo que ganarse el derecho a ser
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escuchado. Pero ya digo, únicamente piensan así cuando cierran los ojos y la memoria a ciegas aún no les ha regalado ningún recuerdo que les bloquee temporalmente el juicio. “Mis alumnos de último curso habíanse ofrecido al acabar la guerra a raparles la testa y a pintarles, a dos milímetros del morro superior, un bigotito a lo Adolf, a todas las colaboradoras nazis holandesas. Decía Hume-Jium sobre Hitler que el austríaco loco podía presumir de ser el único tipo de intelectual con cojones (en su mayoría eran hombres, aunque no todos) pero sin inteligencia, obviamente y aunque parezca un sinsentido, que había reivindicado un estudio exhaustivo del conocimiento humano desde o con un enfoque puramente casual u ordinario como las sardinas en conserva. No sé a qué vendrá a cuento lo siguiente, pero sí, como decía Hrabal, las alas que las utilicen otros. Sí, como decía Hrabal cuando le tapaba la boca al micrófono con su grotesca palma cuasi nórdica cada vez que algún pelele de pantalón de pana marrón le interrumpía en pleno recital lírico al grito de ´¡La fe siempre será más prolífica que la imaginación!´ Cuando, puntualmente a las 7 de la tarde, Twain, nuestro gerente de la academia hacía amago de apagar las luces del recinto, incluidas las bombillas de verbena galega pobre que alumbran con fe y como mejor podían el rectángulo-patio de aquel recinto del saber caprichosamente estructurado, yo me soltaba rápidamente por nucleares y contaba, ya a oscuras, al vacío con el que sueñan los pájaros cuando tienen hambre, que al anochecer todas esas cosas que habían sido excluidas alguna vez de la geometría de la vida se echarían, tarde o temprano, en algún libro o en alguna canción a conjurar en silencio. El polvo que acumulaban en cada esquina desolada que habitaban dichos objetos apartados no era si no la incontrolable y rabiosa materialización de un tipo de rabia muy especial. Pues bien, cuando nosotros, bípedos agraciados con una nómina intocable, con desgana universal hacemos que limpiamos la casa también, coño, porque le lengua del vecino se va a hacer de la policía, deberíamos al mismo tiempo regalarle un póker de ases a la medusa venganza. Y es que me parece a mí que solo así dejaríamos de temblar de una puta vez, Homero. Pero no se me vaya usted, caballero Twain, que quiero que me cuente esa bobería que van diciendo por ahí los hombres de lengua desterrada de que usted llegó a compartir brandy con el dueño de la Sinfonía Patética. ¿Es cierto que fue por su culpa, la de usted, que el ruso no pudo participar en el estreno de tan apreciada pieza? Yo pienso que fue ese polvo nevado que acumulaba con excesivo recelo existencialista la base de su melancolía lo que le secó la razón y la sangre al genial compositor de Votkinsk. ¿Sabe una cosa, caballero Twain? A Tchaiko lo único que le deprimía fue el hecho de que nunca le fue ofrecida por las nubes de ahí arriba y tampoco por las que suelen esconderse en invierno debajo de la cama la oportunidad de haberle echado la bronca a Dios, ¿no le parece? Pero claro, supongo que es una osadía pedirle pomelos a Dios-Naranjo, cuando por el otro lado, por lo general el más cóncavo, nos hemos empeñado con que Roma arda cuando todos los poetas andan de copas con los legionarios y las putas eslavas. Aunque tal vez Tchaiko solicitaba únicamente acción, paso y ¡camino!...” Muerto Twain, a Naranjito le apetecía seguir a su bola como siempre había hecho, evitando
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simultáneamente, y siempre y cuando no andara sobrado de carajillos, tanto las patadas de los niños pobres como los penaltis mal tirados del equipo de los banqueros y los dictadores. Un zurdazo a la barriga de Salazar lo evitaba haciéndose el piojo, por ejemplo. Uno del Ranas, adoptando al alirón la anatomía del escorpión de la fábula, si es que lo había habido alguna vez, porque de los griegos no puede fiarse uno nunca. Y como ya decimos que nuestro Naranjito seguía a su bola, todos los pájaros que volaban el cielo visible empezaron a evolucionar tanto que ya se codeaban con los humanos, que en lenguaje terrenal viene a decir que los discípulos de nuestro ilustre y animado charlatán, parte interesada, claro, del citado codeo entre especies, por su parte se pusieron a intercambiar con las aves más sabias algodones para los oídos usando para ello la archiconocida técnica nocturna del Romancero del Silbido, de la que hablaremos en otro cuento si es que no nos desahucian a mi hijo y a mí primero, claro. YA NADIE QUERÍA ESCUCHAR NADA. “…Hemorragia dinámica, la del Nikkei 225. Convulsión y decadencia desaconsejables. La Escuela Liberal de Chicago 2.1. Abogados y pesandores de lo abstracto. Carne plebeya, como la que encarceló a Juan de Yepes. Abandonaron sus estudios para dedicarse a la observación con prismáticos de funda dorada. Hume. Jium. Sé filósofo, mas que tu labor no sea nunca una forma más de distanciarte de aquellos que nunca pudieron estudiar filosofía. El único esfuerzo que se le debe exigir al intelectual verdaderamente independiente es que intente explicar con una simplicidad exquisita todo aquello que a él le costó comprender. Para ello usará analogías y el estudio y la observación tanto en su celda como en el campo. ¡Pájaros míos! ¡Yo sin vuestra presencia no he sabido nunca cómo respirar! La verdad es que preferiría que esos simios de la parcela de al lado me comieran vivo, así, gajito a gajito, mientras escupen al suelo mi cutis pelada para que por lo menos las lombrices del subsuelo tengan algo que festejar”, soy libre) (Ahora que lo pienso, se puede decir, porque, como ya digo, por fin me ha dado por razonar, que yo ya no estoy tan seguro de si fue mi padre o fui yo quien asesinó al autor de este cuento inacabable entre paréntesis. Tampoco se sabe ya a ciencia cierta si dicho asesinato se merece como penitencia física la muerte, aunque bien es sabido que a más de un vecino de la corrala la desaparición física o terrenal del patético autor le ha sabido a gloria porque a gloria solo saben esas cosas o hechos que le permiten a uno de forma voluntaria o no la licencia de vivir en paz de una pajolera vez. Aunque tampoco es que puedan ustedes, estimados no-lectores, fiarse de lo que vayan jurando menganitos, fulanitos o naranjitos, porque está visto que este tipo de vecino simplón siempre ha confundido la tranquilidad pasajera con la gloria comunitaria. Como ya decía en una de sus cartas a Gaugin el Marqués Don Francisco Pizarro “No es difícil ser un gilipollas en cualquier villa que no pase de gris.” No, la verdad es que basta con reinventarse una y mil veces como bomba ambulante de sifilítico riego cardíaco, como extintor medio pensante que solo sabe expulsar, entre conjeturas, aire y miseria líquida con olor a muerte, soy libre) (Siempre que se confesaba a gritos, es decir, con estrado y público medianamente interesado, nos contaba el otro Torrente Ballester, ese que presumía de no haber nacido en el Ferrol de Pablo Iglesias, que para sobrevivir espiritualmente
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en aquella vida mediocre que, a su modesto parecer nunca se había merecido, él tenía que escribir libros, aunque cada vez le resultase más deprimente la lectura de lo escrito. Este autor, asesinado o no, cree sinceramente que lo que lo mató a él no fue la hostia de algún homínido frustrado, como se ha llegado a sugerir en algún que otro confesionario de la Obra, si no los execrables libros que iría escribiendo con cierta convicción inicial, todo hay que decirlo, a lo largo de su inestimable trayectoria de vago impertinente cuya mediocridad en cualquier hacer de su existencia ha resultado siempre una clara invitación al homicidio, soy libre) (23 de marzo –hubo un tiempo más feliz en que los meses del año se escribían, tal vez por dejadez, tal vez por desacato a la autoridad, con mayúscula-, 2153. Centro Penitenciario Anglovenusiano de Su Majestad la Reina, Lewes, condado espacial de New East Sussex, Venus. Radio Sin Satélites, Frecuencia Universal Privatizada. Siete en punto de la tarde. Locutor: El Autor. Al habla: “Buenas noches, estimadas y estimados oyentes. Bienvenido sean a éste su programa favorito de la hora espacial. Les habla desde este coqueto e incandescente centro penitenciario un servidor de ustedes con condena y menú racionado. Como saben, soy el único humano que ha sido condenado a cadena perpetua por, y ustedes ya sabrán perdonarme algún día la expresión, haberse asesinado así mismo. Hoy les tengo preparado un programa muy especial que llevo organizando desde que el pasado “Febrero”, un juez desalmado se negará a escuchar, según mi abogado de oficio, mi enésimo recurso de apelación. Pues bien, amigas y amigos, hoy hablaremos de Alfredo Kantor y de su periplo, por llamarlo de alguna manera, en Auschwitz. Qué duda cabe, estimadas y estimados oyentes, que todos hemos sido prisioneros alguna vez…”, soy libre) (Al grandullón de Arteche le gusta cantar cuando pasea por la calle. También lo hace en casa, cómo no, y con una perseverancia que ya quisiera para sí el tonto ése de Johnny Hallyday, aunque como Arteche vive solo, uno podría argumentar que eso no tiene mérito alguno. Seguro que hasta Adolf cantaba en alto lo suyo cuando lo dejaban por fin solo de una puta vez en su cabañita de Barriloche. Pero nuestro gigante cántabro defensivo, cuando lo hace en la calle, apenas abre esa boca embigotada que sabe soltar bravas tonadillas eclécticas. Si alguien lo mira y se da cuenta de él que está cantando solo como un náufrago en isla, aconsejablemente, deshabitada, Arteche cambia rápidamente el canto por un silbido, sobre todo para que no se piensen que está loco porque hoy en día la mayoría de la gente que cubre con su encoñada indiferencia las aceras de la ciudad gris tiende a confundir el canto ajeno a solas con el soliloquio de la mente enferma, y de ahí a la camisa de fuerza no hay más que una simple llamada. Pero déjenme que les cuente que, cuando hacía ya unos diez años que se había retirado de los campos de exaltación futbolera, y en vista de que nuestra amistad ya daba para cosas un tanto más frívolas, le pregunté mientras me compraba en su tienda de ropa deportiva un par de zapatillas de esas que nos calzábamos cuando la gente todavía las usaba para hacer deporte, por qué le gustaba cantar por la calle, y que él, ni corto ni perezoso, ni osado ni resuelto del copón, me contestó que si lo hacía era porque si no se iba a volver loco de verdad y que gracias a sus continuos arranques romanceros había conseguido finalmente frenarle -”desfrenarle”, como
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decía mi Tío Facundo cuando, medio borracho y ácido por dentro como todas las naranjas importadas inglesas, incluía de alguna manera en una exclamación tal palabroto al intentar en vano explicarnos otra vez que él también podía haber estudiado una carrera- el impulso al, con mayúsculas, Frenético Tren del Pensamiento Insistente Negativo, a ese cóctel nauseabundo de incontrolable ideas que el cacumen humano desparrama al azar para jodernos la marrana cuando menos se desea tal jodida y que además lo vuelven a uno loco porque de refrescarle la parte más irracional (la única que parece que no ha evolucionado un pepino, por cierto) de nuestra maltratada inteligencia. A esta ciudad ya le sobran muchos locos, presentí que quería decirme. Esa misma tarde, sin saber por qué, me jure antes de salir de la tienda, que todo Arteche, incluido su poblado y habitable bigote, me recordaba a la soledad que debe sentir un palillo cuando ya le ha atravesado el corazón a un cubito de queso mal curado. ¿Quién se iba a acordar ya del palillo o de mi querido Arteche? ¿El platillo sobado de los quesitos? ¿El suelo adonde iría a parar ese fino palo de uso milenario? “Tú has venido a la orilla. No has buscado a sabios ni a ricos…”. Esa era una de las canciones preferidas de mi amigo Arteche, un héroe que muy pronto llegaría a creerse loco en una ciudad que echaría de menos con los años y la corrupción una ración exagerada de cordura, soy libre) (Queridas hermanas: Yo quisiera ser civilizada como los anim… Ja. No, yo quisiera creer que ese boxeador francés de la portada de Le Monde que se lío a golpes con los porcinos en la revuelta callejera de la semana pasada el año que viene no se nos cambie de lado para emprenderla, también a tortazos, con los jóvenes enemigos de la ultraderecha de este país. Yo quisiera creer que ese púgil retirado haya entendido y continúe haciéndolo hasta que ya no se acuerden de él que nadie se merece que lo opriman y que la violencia solo es justificable cuando, agotadas todas las vías de diálogo posibles, el aparato o ente opresor necesita conocer de mano ajena, preferiblemente colectiva, su propia medicina bélica. Queridas hermanas, yo solo quiero creer en la persona. Os quiere, Nzinga, cabeza por siempre monarca del Reino de Ndongo y alma extraviada entre los quince millones de esclavos robados al África Central. P.S. Yo quisiera poder comunicarme con vosotras por telegrama. Por carta siempre acabo llorando, soy libre) (Además de quedarme seis horas y veintisiete minutos para que suene la jodida alarma de la hipoteca, la renovación sin firmar, y los libros escolares, piensa el lector de este abominable cuento sin acabar, me queda también la sensación insípida –inodora le iría mejor- de que todos los personajes de este bodrio interminable se conocen, soy libre) (Existe una lógica implacable. Beethoven. La Pastoral. Alegre reunión de campesinos. Alegre reunión de campesinos que comparten una visión política. Alegre reunión de campesinos que comparten una visión política de tinte ultraconservador. Antes, cuando el abuelo nos enviaba postales desde Méjico, no era así. Antes, los campesinos se cagaban en las madres de los propietarios de las tierras. Alegre reunión de campesinos, médicos de pueblo, marineros en paro forzoso, camioneros de ruta eternizable, conserjes sin edificio, historiadores locales y oftalmólogos de clínica privada con una visión política de tinte ultraconservador. Al grupo se unirá el cura Rogelio. Parece ser que traerá un discurso improvisado a aguardientes,
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soy libre) (Una pareja de septuagenarios de pelo aciago y gris como los años, o como decía Byron cuando nadie miraba. Uno, un tal Jorge Luis de Palermo, y otro, un mengano conocido como Álvaro de Mondoñedo, ocupan con heroicidad espontánea la esquina de los terremotos de la última taberna abierta que le queda al Reino de Finisterre. Ambos genios arcaicos de la mejor literatura de los impenetrables campos galácticos descontextualizan a turnos cívicos algunas hipótesis modernas relacionadas con el uso de la taza de vino de culo convexo en el período que cubre, según los contertulios, el Bronze (con zeta galaica) Final y el Hierro I (ca. 750-650 a. de H., de Herón de Alejandría, inventor de la primera máquina de vapor de uso no comercial porque todo se lo quedaban los reyes). Del de Palermo se llegará a contar algún día que nunca hizo cola delante de un retrete público porque no creía en la espera; del de Mondoñedo, que detestaba las esperas porque siempre venían acompañadas de alguna dilación, orgánica o no, embarazosa. Como camarero de sueldo apalabrado que fui de aquel local en mis veranos de irrepetible bachiller repetidor de cursos y fiascos, puedo y he de confesarles que si es cierto que ninguno de los dos me dejó nunca propina alguna fue porque, en ese silencio que soltaba la oratoria de los dos arcanos de esquina inconquistable, encontré toda la plata, y algún que otro ducado estampado, que yo iría a necesitar después cuando, ¡por fin!, dejé de coleccionar cursos de bachillerato interminables, soy libre) (Y puesto que su vida hacía años ya que había descendido múltiples veces de categoría y como club deportivo de los 365 días estaba claro que muy pronto llegaría a desaparecer, hecho éste que parecía más que patente cuando uno, con ganas de prestarle atención o de simplemente joderle la marrana, intentaba poner pié y testa en la cabaña de Gauguin presentándose sin avisar con un ¿Cómo anda usted, maestro? o un ¡Mira que la ha jodido usted, esta vez, sinvergüenza!, depende, y puesto que sobre el cuadrilátero hogar, habitable únicamente porque los simios con gafas y destornillador nos acostumbramos a todo, sobre todo a lo nocivo, vagabundeaba un aire espeso y verdoso con olor a alcohol, opio, pornografía, arrebato, profanación, egoísmo, genitales, envidia, insomnio, rencor, antipatía, y en fin, a cualquier cosa a lo que, for example, olía el sobaco sudado del reverendo Blind Gary Davis cuando supo capitular a tiempo para besar la pezuña redentora, según dicen, de un dios apócrifo, un tufo denso, decimos, que sepan ustedes no tenía otra función si no la de iluminarle el camino entre las tinieblas del eternizable olvido pasajero a Fray Escoba –Candy Man, en los Estados Unidos-, quien se gustaba y gusta presentarse levitando a dos palmos del suelo cuando cae la noche-noche en algunas de esas habitación cuyas esquinas han empezado a doblarse porque el sujeto habitador ya no puede encorvarse más. “Pablo, escúchame: Levántate y ayúdame a sangrar”, soy libre) (Daniel, siempre que la bofia me interrogaba podía xo sentir en mi cogote de terciopelo martelé las hostias que me daban con la nuca. “¡Cantá, Pity! ¡Cantá de una puta vez!” El Lobo estaba allá, che, y xo andaba como extraviado por tanta sangre coagulada en mis delicados brazos de asesino incomprendido. A los presos, además de perder peso en el trullo, se les van también muchos centímetros. Cuando se analiza la estatura media nacional en los países escandinavos, el hombre de la bata blanca y la escala suelen alejarse de los recintos
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penitenciarios. Pero lo que realmente me pasa a mí es que soy como el macho de la mantis: Me he acostumbrado a irme al otro mundo con mucho dolor después de haber disfrutado mínimamente lo que tanto me sufrimiento me ha costado conseguir. De todas formas, a mí no me va a matar quien me quiera procurarme los placeres ilimitados del azar. No, conmigo va a acabar el puto vecino de la puerta de al lado. Y si no es él quien me dé por culo, no faltará entre sus vástagos algún ser nauseabundo que quiera aprender a apretar el gatillo. Al loro, Daniel, soy libre) (“Neardental piensa”, escribía el tío Nicolás sobre la hoja de seda imberbe del Cuaderno de Alumno, No. 1, editorial FTP, que le habían regalado en el banco para que anotase en silencio lo que la boca no paraba de contar en alto, “en hacerse una tumba, el vecino cejijunto del paleolítico dicen que prefiere pensar en pinturas rupestres, mientras en el megalítico jugarán con formaciones de círculos de piedras y el Rey Tut se inclinará por la representación arquitectónica con forma piramidal que, en la India, en la América pre-sifilítica y en algunas museos de arte contemporáneo pasados de moda, se mimará a ciegas porque un mago viajero ancestral les confesará un día (¿tal vez en Nochebuena?) que sin velas o con la bombilla apagada ya pintaban jirafas y tramperos macrocefálicos en el Sahara. Mas el Magno meará sangre coagulada en los papeles del método Delphi para que en cada uno de los 57 retretes ocupados del centro comercial de mi ciudad aquellas almas extraviadas en vida que, después de haber consumido en el Burger Kick de susodicho centro hamburguesas plastificadas a la velocidad en la que caen los rayos en las pesadillas, hayan sido premiadas con una cagalera a la carrerilla puedan preguntarse si no es cierto que siempre que comen por antojo en aquel local acaban con las manos sucias, que es precisamente, estimado impasible cliente de esta sucursal también plastificada, como he acabado yo (aunque me gustaría que usted supiera también que mi único sueño ha sido tener una parcelita enana de nada para trabajar la tierra y poder por fin comer sin tener que pagar o rogar a nadie, sin tener que hablar con la madre que lo parió, en definitiva) después de dos décadas demostrando una capacidad de adaptación laboral exquisita a pesar de todo y de todos, y de alguna que otra toda, o a pesar de las ganas de bebérmelo, también, todo, en esta vida de mierda y de drones pésimamente manejados. Amigo cliente, creo que me he vuelto loco. Uno piensa ahora en Ezra Pound. ¿Usted sabe qué es lo que se hace en un banco? Muchos se lo imaginan, y no es que anden muy equivocados. Pero uno piensa ahora en Ezra Pound y muchos se imaginan que la función principal de esta institución psiquiátrica financiera es la administración de la pasta que recibimos de ustedes y que con ésta concedemos préstamos a un interés caníbal que siempre resulta ser muy superior a las ganancias que les otorgamos cuando depositan su confianza y bolsillo por esa boca húmeda que usted ve ahí, junto al conserje, y que así es como se enriquecen estos que por fin me han regalado un cuaderno con hojas de seda con olor a cagarruta, y así es como sé que me he vuelto loco y que me imagino ahora a Ezra Pound y más concreta y microscópicamente a la saliva que con tanto entusiasmo sale de su boca compenetrándose a la perfección y en pleno proceso de calcificación acelerada con las redecillas de ese mismo micrófono de Radio Roma Onda Corta que le cedieron
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admitir que yo sí que creo en la autoinmolación. Cuenta con mi apoyo. Por menos se han suicidado algunos, piensa también la esposa y esclava de Tolstoy, tragándose las lágrimas en silencio cuando presiente que esta noche su marido usará en la cama el cinto y que le dejará las nalgas del color de la pulpa de una sandía de El Ejido. Mas ella va a seguir con él hasta el final, soy libre) (no no no que así no era cómo meaban los castrados que salían en los video naff que él se bajaba desde el internet 1.0 que se había descargado uno en el que se veía claramente porque claramente veía antes de la aparición de facebook twitter instagram y la madre que lo parió también la mente curiosa o perversa que a las 4 de la mañana buscaba este tipo de cosas a un grupo de niños quizás talibanes por ejemplo castrando a un cagón tal vez homosexual tal vez violador y proxeneta en lo que parecía la plaza del pueblo y ante la siempre atenta y orgullosa mirada de padres y líderes aunque lo que más le impactó fue averiguar que allí solo iba a llorar el reo que vete a saber tú qué coños que a lo mejor ni era violador ni era gay ni leches que se trataba simplemente de un iluso cualquiera que en pleno ataque de inocencia lírica le cantó al único panadero con muelas de la aldea que desde ese día él iba a ser ateo pero que ya te digo o ya me digo yo o quizás se diga él que no no no que así no era cómo meaban los castrados que no tenía sentido y que esta vida tampoco lo tiene y como creía él tal vez con cierta dosis de razón socrática en su interrogatorio personal que esta vida no había nada mejor que contar o hacer o sentir se desnudó de cintura para abajo como se despelotaban los cosacos nada más llegar a casa después de otra batalla triunfal más subió el marco de la ventana porque en Inglaterra los marcos se suben y nunca se abren de lado a lado como hacen en los países civilizados y dejó descansar su excitada trompa de la virilidad programada por un sentido de supervivencia estrictamente evolutivo sobre la base de la ventana porque no no no que así no era cómo meaban los castrados y como tampoco miraba o cotilleaba nadie ni siquiera las sombras de las cuatro húmedas paredes de su cuchitril mancuniano y dejó caer de un solo golpe sobre su gallo galán testicular el marco de la ventana de la incivilización anglosajona porque no no no que él nunca había perdido antes el conocimiento o cojonimiento que ya todo le daba igual y solo volvimos a saber algo de él por carta y porque algunos dolores de muelas dolían y duelen más que la pédida con golpe seco de la masculinidad y que no no no que no es así cómo mean los castrados, soy libre)